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AGUAS DURMIENTES - PARTE I



 


Para Cuqui, quizás algún día lo leas. De Yiye






Capitulo 1 – El caprichoso azar

 

Yo conocí a Alfredo Montes del Riego, en primavera, una tórrida tarde, preludio del inmediato verano que hizo furor por el sofocón y la sequedad, durante una interminable avería del tren de alta velocidad, AVE.  Allí estaba yo, aburrido y medio adormilado, a las puertas de la estación de Albacete, cuando mi vecino, del que apenas me había fijado hasta ese momento, quiso empezar una conversación, que no rehuí, a pesar del estado de pesada somnolencia en el que me encontraba. 

 

-Que lata es esto de la avería, ¿verdad?

 

Me quedé un par de segundos mirando a aquel hombre, bien vestido, con ese estilo de aparente sport pero que es elegancia de la cara y de un agradable aspecto y una voz, es lo que más me llamó la atención, de aterciopelada y cautivadora sonoridad, que a continuación pude comprobar, con una inusual y correcta dicción en un castellano sin acento, limpio de cualquier mestizaje o intromisión.

 

Aquel obligado encuentro, nos llevó al parloteo desde el chascarrillo inicial, para romper el hielo, usual y convencional en este tipo de situaciones, hasta meternos en asuntos de mayor enjundia que hubieran encajado mejor en una charla de amigos de siempre y no entre dos desconocidos en vía muerta.  Alfredo, así se presentó, era un hombre que aparentaba unos sesenta y pico años, alto, delgado, con el cabello muy blanco, ese blanco peculiar de las personas que fueron rubias en su juventud y un magnífico conversador, tal es así que hubo algún momento, no sé por qué, que al escucharle me imaginaba sentado en tertulia, en un apartado rincón del viejo café Gijón de Madrid, al que no he ido en mi vida.

Hablamos por hablar sin pretender convencernos de nada, algo tan inusual en estos tiempos donde más que dialogar se pretende adoctrinar, quizás por eso no reparé en el fondo de su parte de nuestro intercambio de pareceres, días después entendí que mi acompañante llevo en realidad la conversación por derroteros que necesitaba airear en voz alta y donde sus propias circunstancias afloraban con naturalidad, aunque yo aquella pesada tarde no fui capaz de detectarlo. 

Hablamos de la vida que a veces nos toca vivir sin saber muy bien cuál es el origen ni el porqué, el famoso destino y en esas estábamos, cuando él me señaló una lejana loma que ya pardeaba, indicándome que allí empezaba su finca, donde tenía que llegar con urgencia y donde la vida propia y el origen familiar se le habían llevado por delante casi todos los días de su vida, sin más opción, sin poder elegirlo.

-No se crea, me dijo, aunque seas un terrateniente la agricultura y el campo no son tan idílicos, yo tengo claro desde hace tiempo que en realidad esta forma de vida obligada es una especie de exilio social, te sientes tan apartado que a veces te asusta.

Me extrañó sobremanera la contundente sinceridad ante un perfecto desconocido, aunque por otra parte es una forma muy neutra de exposición, tanto su expresión como el tono y el gesto que acompañó a estas palabras, destilaban una amargura embalsada desde hacía mucho.

El tiempo corría, al parecer más deprisa para él que desde luego para mí, de tal forma que pude comprobar que el exquisito trato y la agradable sensación de compartir aquella pesada quietud con mi compañero y vecino de vagón, se evaporaba por momentos entre sus miradas persistentes a su reloj, por cierto, con hechuras de lujo caro carísimo y sus tibias acometidas de nerviosismo, que le hacían removerse en su asiento de continuo, a pesar de su inútil intento para que no se le notara.

 

Tras la reanudación de la marcha del tren y completado el breve trayecto hasta la estación de Albacete, Alfredo bajó del estante de equipajes un precioso maletín, con pinta de otra época, que no debía ir vacío, por el leve gesto de esfuerzo, me incorporé para despedirnos y al estrechar su mano y mirarle a los ojos, tuve la extraña sensación que aquel hombre había perdido la oportunidad de contarme algo que necesitaba contar desde hacia tiempo. Ya en la estación, desde mi asiento pude ver a Alfredo con paso rápido regatear a cuantos pasajeros tenía por delante, hasta adentrarse en el edificio terminal de la remozada estación de Albacete.

 

Al día siguiente, después de otra pesada jornada laboral en la compañía de seguros donde trabajo, me armé de tesón para continuar, como habitualmente hacia cada tarde-noche, en mi persecución a las musas e intentar algún avance y seguir con mi enquistada novela de brillantes y malévolos espías y furibundas traiciones inesperadas, que lleva más de dos años entre mis manos. Al poco, decidí hacer una parada en mi creatividad literaria, abrí una cerveza, Mahou por supuesto, y me puse a ojear, distraídamente, las noticias de los diarios digitales en mi tablet. Tras un rápido pasa-paginas por varios de ellos, de repente, una foto llamó mi atención. La columna derecha de aquel periódico, me devolvía la mirada del hombre con el que charlé largo rato y del que me despedí en la estación de Albacete.

 

El titular del diario era estremecedor e impactante hasta hacer que mi estomago sufriera un tsunami de bilis ardiente y desagradable, aquel hombre, supuestamente, había matado a tiros a varias personas para después quitarse la vida.

 

Su nombre estaba allí, inmediatamente debajo del titular, el aristócrata manchego Alfredo Montes del Riego, había perpetrado una verdadera masacre antes de volarse la cabeza en su finca de Albacete.

 

Instintivamente me encogí y así debí estar así un buen rato.

 

Capitulo 2 – Un paso atrás

 

Quizás debería haberme ceñido a lo usual en estos casos y haber empezado por presentarme, mi nombre es Leo Valdés, siempre me preguntan, que nombre hay detrás del diminutivo Leo, en realidad este recorte salvador fue obra y gracia de mis amigos de la infancia, que desde bien pequeño, me hicieron el favor de imponer sobre mi nombre original, Leopoldo, con el que me bautizaron para honrar la memoria de un abuelo al que no conocí, murió meses después de mi llegada a este mundo, y por lo que me contó años después mi madre, el tipo era un pedazo de cabrón, cum laude en maldad y más retorcido que la raíz de un enebro. No debe estar muy equivocada mi santa madre, porque jamás he escuchado a mi padre, su hijo, referirse a él con un mínimo de cariño, pero al parecer, el endosarme el nombre de mi abuelo tenía un objetivo pragmático y preciso, una enriquecedora perspectiva hereditaria. Y por lo que sé, esta perspectiva se cumplió sobradamente y mi padre pudo participar en el reparto de la sustanciosa herencia de mi abuelo, en clara competencia con la camada de hermanastros con los que siempre hubo un larvado e inexplicable odio reciproco, sin saber nadie muy bien porque, ni mi propio padre, aunque sospecho que mucho tuvo que ver que mi progenitor era el único hijo nacido fuera del matrimonio de mi abuelo, el resto de la prole, creo que son siete, son hijos oficiales reseñados en el libro de familia.

 

Yo, exento de problema alguno de hermanos dispuestos a hacerme la puñeta, salvo que ahora aparezca por ahí algún fruto secreto e inesperado, soy hijo único, un buen chico del Getafe antiguo, del original, del que casi todos mis vecinos y nosotros, mi padre y mi madre, habíamos nacido en este feote municipio al sur de Madrid. Después llego el aluvión de la inmigración y el gran pifostio urbanístico en lo que se ha convertido el Getafe actual, que se llenó de gentes de mil orígenes y perdió el encanto de pueblo para convertirse en algo tan poco atractivo como un extrarradio a la sombra de la gran ciudad vecina. Estudié psicología, sin saber muy bien porque, quizás por la impactante vida y obra de Sigmund Freud, que siempre me fascinó, aunque de poco me ha servido, no he ejercido ni un solo día y quizás haya sido lo mejor para no empeorar más aún este nuestro mundo, por lo menos hasta ahora. Tras muchos traspiés, y supongo que por algún merito propio y por la asidua compañía, siempre ha estado a mi vera, de la suerte, soy jefe de la inspección interna, una especia de policía de asuntos internos, de una gran compañía de seguros, eso dice al menos nuestra propia propaganda y publicidad. En realidad, mi función principal es pillar al tramposo y al listillo que se cree imbatible, en el argot interno actual, los “undangarines”, lo cual me convierte en un personaje poco popular y en ocasiones temido. Lo primero me da exactamente igual, me es “inverosímil” y lo segundo hay veces que me gusta, sobre todo cuando detecto el acojone de alguno/a que algo malo ha debido hacer o está en ello y no le hemos pillado.

 

Con el paso tiempo de tanto investigar, se me ha ido pegando a mi propia personalidad, como las manchas que el paso del tiempo tatúan la piel, aunque sospecho que mis propios recuerdos familiares han debido jugar también un cierto papel en esta vida mía de recelo y cautela. Mi padre ha ejercido toda su vida como detective privado y no debió ser muy malo, hasta su retiro, porque paso de la investigación y prueba fotográfica, al uso, de muchos casos de “cuernos” del Madrid más rico, aristócrata o pretendidamente burgués, del trágico periodo franquista a trabajar para los mejores despachos penalistas, a nivel nacional, en casos verdaderamente escabrosos, algunos de ellos muy celebres y de gran difusión.

 

Aunque mi vida personal, importe poco y poco pueda aportar, la resumiría diciendo, que sigo soltero y cada día más solitario, pese mis continuos y encadenados enamoramientos y llevo años, intentando escribir una novela que me saque de las entrañas tanta ilusión por verbalizar, ¿o debería decir plasmar? al menos una de las mil y una historias y tramas que se me adormecen después de un tiempo ante el tiránico desprecio del temible folio en blanco.

 

Hasta que me tropecé con esta dura historia, que ha logrado cambiar mi vida por completo.

 

 

Capitulo 3 – La madre

 

Doña Casilda del Riego y Pozas, Marquesa Viuda de Oñoro, no parecía una madre desconsolada y afligida al uso y en absoluto aparentaba sus más de noventa años, más bien largos, sin poder precisar su verdadera edad, a lo que se medio negó muy elegantemente, -dejémoslo en más de noventa-, dijo. Erguida y altiva, voz dura, casi masculina, parecía una hermosa falla desafiante, retaba y lo medía todo con su mirada directa, desde el balcón de sus extraños ojos gris perla. El perfecto ángulo recto que trazaba su aplomada espalda con su mandíbula inferior y barbilla, dejaba a las claras la fuerza de su propia convicción.

 

Las otras dos mujeres que se encontraban en el destartalado y amplio despacho de la delegación del gobierno en Castilla la Mancha compartían una extraña y anómala doble sensación, entre una ligera intimidación y sentirse espectadoras privilegiadas de la desenvoltura y naturalidad de una gestualidad aristocrática en vías de extinción, hoy solo reconocible en el viejo cine en blanco y negro.

 

-Mi hijo Alfredo, marqués de los Yébenes y Peñaranda, dijo con una leve inclinación de cabeza, jamás hubiera utilizado la pistola de su padre, una reliquia para él, contra nadie y menos para quitarse la vida, nadie logrará probar y mucho menos convencerme que pueda haber cometido tal barbaridad y ofender a dios y a la memoria de sus antepasados. 

En cuanto a sus empleados -prosiguió-, que fatalmente fueron hallados muertos, no pudo ser obra de mi hijo, que los adoraba y trataba como si fueran de su familia, algunos de ellos habían nacido en esa finca y allí habían pasado toda su vida.

 

Tanto la delegada como su asistente, permanecieron unos segundos en un tenso silencio, que su inesperada y no agendada visitante rompió de inmediato:

 

-Quizás ustedes desde este antipático y viejo caserón no se hayan dado cuenta, pero en los últimos años la aristocracia de esta extensa y rica zona y algunos notables empresarios fallecen o desaparecen con una dolorosa e inaudita frecuencia. Sin que esta nueva benemérita, a la que casi nada le queda de la gloriosa Guardia Civil de otra época, eso sí, tan democrática, respetuosa, moderna como irreconocible para mí, se haya percatado de nada, lo que no me extraña en absoluto- prosiguió de inmediato- si sus interrogatorios, y pesquisas son tan efímeros e inconcretos como lo fue el mío, pareció más una charla informal en un coctel de etiqueta que la búsqueda de resquicios o elementos sospechosos para la investigación. Supongo que sabrán a lo que me refiero.

 

-No se tú, Yulia, pero yo no tengo muy claro que conversaciones se llevan a efecto en un coctel de etiqueta, ni en realidad que es tal cosa. 

La persona que respondió con presteza y cierta retranca, ocupaba el sillón más próximo a la marquesa, era Marina Besteiro, la delegada del gobierno desde hacía unas semanas, junto a ella, de pie, se encontraba su asistente personal, se llama Julia Mendoza, aunque a ella, le gusta pronunciarlo con Y griega, Yulia, perfectamente maquillada y con un vestido ceñido, escotado y corto, con el que jamás pasaría desapercibida en lugar alguno. La primera vez que la flamante nueva delegada se encontró con su asistente, pensó que demonios pintaba aquella “Barbie-choni” allí, pero el paso de los primeros días le llevó a cambiar de expectativas sobre el potencial de la tal Yulia.

 

La quietud del rostro de la marquesa de Oñoro ante la intencionada y guasona respuesta, cambió a un rictus de incomodidad perfectamente visible, este solo se relajó cuando Yulia, con una de sus mejores sonrisas, le ofreció una taza de café, a lo que contesto, -por favor, gracias- y la joven asistente emprendió el camino hacia la salida haciendo bailar con sabrosura sus caderas, rompiendo el tenso silencio, con el tronar de sus tacones, que contaban con la inestimable colaboración de la vieja tarima de roble.

 

-Encantadora criatura, dijo la marquesa, sin quitar ojo a Yulia, y antes de que la doble puerta terminara por cerrarse, prosiguió, aunque me imagino que con ese cuerpo y esa forma de vestir y moverse será un verdadero tormento para los hombres del lugar y visitantes.

 

-Lo supongo, -dijo Marina-, pero por lo que me han dicho, lo peor son un par de compañeras lesbianas que la persiguen hasta en el baño incitándola y proponiéndole lo peor del sexo lésbico, aunque a Yulia, le hacen feliz esos jueguecitos y disfruta lo suyo, esa es mi impresión. 

 

Sin poder evitar acompañar con un ligero respingo y un mohín, la marquesa prosiguió:

 

-Supongo que es cosa de los tiempos, aunque no se crea siempre ha habido mujeres dispuestas a enseñar más de lo que esconden, aunque en el caso de nuestra querida Yulia, lo poco que esconde se le adivina divinamente.

 

Cuando la marquesa, tras una larga conversación, dejó el despacho de la delegada, esta comprendió de inmediato, que aquella mujer había conseguido su objetivo, había dejado la semilla de una terrible duda en la conciencia de la delegada, quien sabia que era inevitable para ella y para su proceder habitual analizarlo repetidamente, meterlo en la batidora como ella misma decía, hasta tener claro por donde empezar. Esta vez el proceso fue rápido, antes de que Yulia terminara de recoger sus cosas y su mesa para salir a la calle, le pidió que convocara de urgencia para el día siguiente a los mandos de las fuerzas de orden público.

 

Capitulo 4 - La delegada

 

Después de una mala noche de sueños entreverados y sin sentido, deje un mensaje a mi secretaria para decir que me encontraba malito, la tan socorrida gastroenteritis, excusa madre de casi todas las faltas de asistencia al trabajo, se había apoderado cruelmente de mi organismo, lo que me permitió esquivar mi jornada laboral y seguir pensando en la noticia de la noche anterior. Después de un par de cafés redentores, me vino a la cabeza el nombre de una antigua y queridisima amiga. 

 

Marina Besteiro, una chisposa chica de Guadalajara que estudió arte dramático, ella dice siempre que habría sido, como mucho, una mona actriz de reparto, pero un amor desmedido y preñado de juventud la llevo al mundo de la  política, donde perdió la cabeza, como una tonta, como diría su madre y principal critica, por un incipiente y prometedor líder de la izquierda universitaria, hoy consultor y especialista en reestructuraciones y ajustes de plantilla en una gran multinacional americana, del que solo consiguió muchos desengaños y un precioso niño que se llama Bruno.

 

Marina y yo nos conocimos cuando ella empezó su noviazgo con su exmarido, quien ha sido amigo mío desde la infancia, ambos veraneábamos en el mismo pueblo de la sierra, cuando los veraneos eran de meses y no de escuchimizadas quincenas o simples semanas, como pasa ahora, aunque el paso del tiempo nos ha ido distanciando, el iluminado profeta del paraíso trotskista de los ochenta, sin saber como, se ha pasado al neocapitalismo sin contemplaciones y sin despeinarse, quizás eso o quizás sus aires de tipo listo que todo lo sabe, el caso es que ya nos vemos de manera muy ocasional, y esas citas esporádica son cada vez más cortas y menos sinceras. Sin embargo, con Marina, el contacto se ha mantenido siempre de manera intensa y sin fisuras, es una mujer excepcional, con la que, si ella hubiera querido y si hubiera detectado, o a lo mejor lo hizo y prefirió mirar para otro lado, mis inequívocas señales, me hubiera gustado intentar una seria relación.

 

Marina, harta hasta decir basta, se cambió de hombre y de partido y gracias a este pucherazo físico/emocional/ideológico logró salir de su embrollado corralito personal y de paso pudo ganarse la vida desempeñando algunos cargos que, sin emocionarle completamente, le regalaron experiencia y currículo y porque no decirlo, algunos momentos dulces y emocionantes.

Marina Besteiro es una mujer concienzuda, inteligente, con una abierta y permanente reivindicación del papel femenino en la sociedad y empecinada en una sistemática demostración de su utilidad y valía siendo mujer, al margen que alguien cometa la osadía de cuestionarlo o no, solo su asistenta Yulia Mendoza, es capaz de recriminárselo a menudo, la poca utilidad de esta beligerante sobreactuación reivindicativa, aunque, como dice Yulia, -tu ni puto caso guapa-. Empeñada en la búsqueda incansable de la razón y la justicia, o al menos eso cree ella, su tesón le ha llevado a obtener logros y objetivos que consiguió rescatar de la tibieza y la dejación de una administración pública donde el compromiso profesional no pasa por sus mejores momentos. Todo ello, y a pesar de no pertenecer a ningún clan o afinidad familiar dentro de los cargos públicos o políticos del partido, dejó una impronta que no pasó desapercibida al aparato regional, asumiendo diferentes y crecientes responsabilidades en el ámbito de la administración autonómica.

 

Cuando fue nombrada delegada del gobierno en Castilla La Mancha, con despacho en Albacete y no en Toledo, que hubiera sido lo razonable, sintió el agobio de un traslado familiar a más de dos horas de coche, que supuso no estaba exento de riesgos, solo el enorme alivio que le supone librarse de la cita semanal y no tener que soportar más a su madre cada domingo en las comidas familiares, que ella, más en serio que en broma, las denomina comidas sumarísimas, le hizo sonreír. Su actual pareja, Damián, un fallido escultor reconvertido a diseñador gráfico y su hijo Bruno, en pleno y permanente ataque de adolescencia inconformista, no se lo pusieron fácil, pasó los primeros tres meses  sola en el pequeño apartamento que existe en el edifico de la delegación, hasta que ambos, ahogados por sus propias incompetencias domésticas y por su desencuentro crónico, aceptaron el traslado como una necesidad incontestable de supervivencia, algo que ha decepcionado visiblemente a Marina.

 

Lo que más le gustó y logró apasionarla como ninguna otra cosa, casi sin proponérselo, desde el primer día que pisó el destartalado despacho de la subdelegación, fue todo lo relacionado con el orden publico y la coordinación con las diferentes fuerzas policiales. La presencia de policía nacional y por supuesto el importante despliegue de la guardia civil, además de que la comandancia del cuerpo ocupa varias plantas del mismo edificio donde esta situado su despacho, le obliga, como una parte importante de sus responsabilidades a permanecer alerta e informada de todos los acontecimientos y sucesos que ocurren en una región facilona, eso le dijeron a ella cuando la nombraron, y con unos niveles muy bajos de delincuencia. 

Su sorpresa más desconcertante, además de la vetusta decoración y del pésimo mantenimiento de las instalaciones, fue el perfil y el trato con los jefes de Guardia Civil y Policía Nacional, dos vejestorios en línea de salida para jubilarse que solo querían ir a sus reuniones por flirtear penosamente, con su asistente, Yulia, tan diligente como monísima y coqueta, con sus modelitos corsé. Así las cosas, a Marina no le tembló el pulso para solicitar urgentemente el relevo de los dos mandos y así desencallar los muchos casos que se agolpaban en mesas y archivos de comisarias y cuarteles y romper con la escasa inercia en la resolución de los mismo.

 

Cuando Marina cogió mi llamada y le indique el motivo, esta vez casi oficial y resumí como pude la conversación y mis impresiones del tiempo pasado en aquel AVE parado, con el presunto asesino múltiple y suicida de Albacete, me pidió tiempo y me aseguró que se pondría en contacto conmigo alguna persona de su confianza, aprovechando la llamada para invitarme a comer al día siguiente, sábado que por motivos profesionales iba a estar en Madrid.

 

-Adiós Leo, te quiero, fue su despedida y mi corazón volvió a latir.

 

Capitulo 5 - Los otros

 

Con la información recibida por parte de los mandos policiales, era evidente que la marquesa doña Casilda, por muy mayor y aristocrática que fuera, no decía las cosas por decir y allí pasaban cosas que no terminaban de explicarse muy bien y algunos los más recientes, las investigaciones estaban en la cola de un paro endémico en la resolución de crímenes y desapariciones.

 

Era imposible con los medios que disponía acometer la revisión de todos, por lo que Marina Besteiro pidió que se concentraran las pesquisas en los más recientes.

 

Pablo Sandoval Barquero, un rico hombre de negocios, hijo de uno de los granujas más afamados al que el régimen del dictador le permitió construir miles de viviendas, y alguno de aquellos nuevos pueblos reconstruidos tras la guerra civil que eran noticia del NO-DO, todo por cuenta del Estado, a buen precio y con materiales baratos lo que le convirtieron en tiempo récord, en un hombre muy rico, desaparecido sin rastro alguno, fue visto por última vez paseando entre las antiguas encinas de su finca de cultivo y caza “el Matorral”, en el término manchego de Valdepeñas, un lunes de enero de hace casi dos años.

 

Don Pablo, para todo el mundo, acababa de salir, con éxito, de una carísima operación de corazón muy delicada, que se llevó a efecto en un famoso hospital en Houston (Tejas). Contaba con setenta y ocho años, casado en segundas nupcias con Lali Moreno, una conocidísima exmodelo y con un hijo, de su primer matrimonio, que era su mano derecha en los negocios y su quebradero de cabeza en la vida. 

 

Cecilio Román Cuellar, fue terrateniente desde la cuna, además con su extraña muerte, cerró una serie de más de diez generaciones de una misma familia que mantenían en propiedad una serie de fincas que se situaban en una especie de cadena de grandes superficies contiguas, entre los límites de las provincias de Toledo y Ciudad Real, cuya riqueza no se originaba en la calidad de sus tierras, demasiada salinad y de poca contundencia y fuerza, sino en la inacabable extensión de una propiedad tan plana como la palma de la mano y sin una sola piedra, árbol o arbusto que  estorbase, lo cual facilitaba las labores campesinas y abarataba los costes. Casado con Catalina, una mujer fuerte y dura, que era su pasión y la verdadera razón de su vida, con la que tuvo dos hijos gemelos que murieron en un trágico accidente de avión en una lejana cordillera de Colombia, donde los dos hermanos, muy alejados desde hacía tiempo de sus progenitores, hacían negocios turbios y nada recomendables. 

 

Cecilio Román apareció ahorcado de una larga soga que pendía de la viga central del secadero de su finca, cuya nave, de gigantescas proporciones se sitúa, a tiro de piedra, de la  cercana  localidad toledana de Herencia. Fue hallado después de horas de intensa búsqueda entre sus propiedades, la puerta de la nave estaba cerrada por dentro y el cuerpo inerte de Cecilio pudo llegar hasta allí, aparentemente, valiéndose de una enorme escalera de madera de tijera que fue encontrada caída en el suelo, a sus pies.

 

Dolores Mancebo de la Peña, “la posos”, el apodo le venía de su madre, mujer visionaria y curandera a ratos que leía el futuro utilizando una vieja taza de loza e interpretaba los resultados, dicen que casi siempre infalibles, leyendo atentamente los restos del café de puchero, sin colar, que quedaban en el fondo de aquella taza.  Pobres, ricos, nobles y hasta personajes, que acudían emboscados,  de la mismísima corte, recalaban en su modesta vivienda , porque ella jamás se movió de su casa para estos menesteres, en busca de luz a sus desasosiegos  o preocupaciones y ella desentrañaba tanta duda, en un ritual corto y de pocas palabras, lo que le permitió ganar muchos duros y recibir caros regalos y joyas con su quehacer adivinatorio, eso y su astucia le valieron salir de la pobreza y adquirir muchos bienes y los mejores olivares de la zona. 

 

Su hija Dolores, dedicó su vida a gestionar el magro patrimonio y a su obsesiva beatería que le infligía el doloroso rito de pelarse las rodillas a diario en la iglesia parroquial de San Damián, donde acudía cada mañana y tarde para misas, rezos y rosarios. Solterona recalcitrante, a los setenta años recién cumplidos, fue encontrada por Juliana, su asistenta desde hacía más de treinta años, electrocutada en la bañera de su casona de Madridejos (Toledo), al parecer el secador de pelo, conectado a la red eléctrica muy cerca de la bañera rebosante de agua y jabón, termino por caer en el interior de la bañera, produciéndose un fatal cortocircuito que fue la causa de su muerte.

 

Capitulo 6 – Los investigadores

 

Manolo Castro, quiso ser policía desde donde le alcanza la memoria. Ni sus vínculos familiares, ni en su entorno más cercano, ofrece pista alguna para determinar de donde ni como surgió su inequívoca vocación que hizo saber cuándo la pubertad le pillaba aun bastante lejos.

 

Manolo Castro Yonet, hijo de un carnicero de un pequeño pueblo de Palencia y de una francesa nacida en Lyon que, haciendo el peregrinaje del camino de Santiago, al pasar por aquel recóndito lugar, entró a comprar algún embutido para hacerse un buen bocadillo y cuando finalizó su camino en Santiago de Compostela, selló la peregrina y su futuro, al decidir desandar lo andado hasta encontrarse con aquel joven carnicero con el que se casó al poco tiempo.

 

Sin en cambio, Patricia (Pipi) Colmenarejo ya nació en la destartalada y húmeda casa-cuartel de Betanzos (A Coruña), fue la menor de los cuatro hijos que el cabo Manuel Colmenarejo y Eusebia Téllez habían ido trayendo al mundo en diferentes lugares y acuartelamientos de la benemérita por la provincia gallega. Cuando Patricia contaba cuatro años de edad quedó huérfana tras una refriega, aun sin aclarar, con cazadores furtivos, donde su padre murió de un disparo que le destrozó literalmente la cabeza. En el pueblo prendió como un reguero de pólvora el rumor, quizás maliciosamente interesado, que aseguraba que en realidad el cabo murió, voluntariamente, por su propia mano, aunque la tesis oficial ofrecía una versión más heroica, al asegurar que el disparo se produjo fortuitamente, producto del forcejeo entre el cabo con el presunto malhechor, el hecho incuestionable es que el orificio de entrada de la bala de 7,62 milímetros de su fusil, iniciaba su terrible viaje justo debajo de la mandíbula del padre de Patricia.

 

A partir de aquí, como paso previo a su nombramiento como guardia civil, Patricia tuvo que ingresar, por necesidades familiares, como interna, junto a otros dos de sus hermanos, en el colegio de huérfanos del instituto armado, donde aprendió lo bueno y lo malo. De aquella jungla salió ilesa por dos razones, sus magnificas notas y por aplanarle los huevos al chulo-matón, un tal Ortiz, de una certera patada, que se ha convertido en leyenda del centro. Cuando le preguntan cual fue lo mejor de su estancia en el colegio, nunca lo duda; -lo mejor fue el día que me fui-, responde. 

Nada más diferente en la carrera profesional y la evolución del policía y de la guardia civil.

 

Manolo Castro, fue un verdadero tarambana durante toda su adolescencia y juventud, estudiante de derecho en Valladolid, abusó de la noche, hasta romperla, y volviendo de una ultima farra, regresaba con dos amigos, en un viejo Renault 12 y sin saber cómo, aunque si porque, Rafi, el conductor de la tartana pegó un maldito cabezazo de puro sueño y cansancio y la inercia y el destino quisieron empotrar violentamente el largo morro del automóvil contra el alto paredón encalado del cementerio municipal, maldito lugar, que el tercero de los ocupantes no abandonó jamás. Esa mañana con una tiritera que no cesaba a pesar de su propio abrazo y del cuido de las asistencias, sin poder soltar una puñetera lagrima de la congoja que apenas le dejaba respirar, decidió cumplir con su futuro, sería policía.

 

La academia y dos años durísimos en la comisaria madrileña de la calle Leganitos, lugar de alta tensión en un momento en los que las calles estaban al borde del descontrol total, le convencieron en tomar como objetivo el salvavidas de la placa de inspector de policía. 

Estreno placa en la comisaria de Santa Cruz de Tenerife, su llegada coincidió con unos meses muy duros de desapariciones y asesinatos, especialmente de mujeres, que llegaron a desbordar la capacidad operativa del equipo de homicidios, Manolo asumió algunos de estos casos, logrando resultados verdaderamente notables. 

 

 El veneno del destino quiso que la Guardia Civil, Patricia Colmenarejo, le tocara en suerte un remoto cuartel de Sierra Morena, donde la principal ocupación de los cuatro guardias que componían su plantilla era la lucha contra el furtivéo, el idílico lugar le ofreció básicamente mucho aburrimiento, y allí inició la andadura el sobrenombre de “Pipi”, gracias al cabo del puesto, un sevillano-trianero, que por el mero hecho de su acento y lugar de nacimiento se creía el más gracioso entre los graciosos. Lo cierto es que Patricia tiene un asombroso parecido con el famoso personaje de la serie Pipi Lanstrum, una abundante mata de pelo rojizo y su redonda cara tamizada de pecas, ponían fácil, ponerle el dichoso mote, que ahora con el paso del tiempo le hace hasta gracia.

 

También allí conoció a su marido. Pipi había participado en la búsqueda, persecución y arresto de un tipo al que apodaban “camión”, además de Pipi, dos guardias más que tardaron un rato largo en poder ponerle las esposas a aquel energúmeno de casi dos metros de altura y mas de 130 kilos de peso. La espalda de Pipi, quedó, tras la refriega, más rígida y pesada, que la losa que tapaba a la momia de Cuelgamuros, el dolor le llevó a visitar a un fisioterapeuta recomendado y futura estrella del mundo del futbol, que luego no pasó de regatear en algún equipo de tercera división con pretensiones con el que acabo casándose y que sigue ganándose la vida masajeando gemelos y apaciguando lumbalgias.

 

Pipi, salió de aquellos parajes gracias a su particular intervención en un crimen perpetrado en un pequeño pueblo cercano, en un escondido cortijo en plena sierra tras un par de semanas en las que hizo caso a su intuición y al margen de la investigación del equipo de homicidios de Sevilla, vertebró una hipótesis que una vez comprobada resultó ser la verdad del caso.

Hans Kruher, era un extrovertido alemán llegado hacia tan solo un par de años, astrónomo jubilado, se hizo muy amigo del matrimonio de Rosario y Marcos, sus únicos vecinos en una pequeña pedanía agrícola y ganadera. Aquella noche de sábado, Rosario había preparado una suculenta cena para los tres y Hans se encargó de llevar las bebidas. A primera hora del día siguiente, la hija menor del matrimonio recibió la llamada de su padre diciéndole, con un hilo de voz atormentada que su madre estaba muerta en la cama, cosida a puñaladas.

 

Todo apuntaba y todos lo daban por sentado al desconsolado marido, que terminó ingresando en prisión preventiva, pero el arma homicida, un caro cuchillo de caza casi imposible de adquirir por aquella zona y el conocimiento que Pipi tenia del matrimonio a los que había conocido en algún momento, le hacían sospechar que Marcos, el abatido marido no había sido el autor de tan horrendo crimen.

 

Hans, declaró, no entender lo sucedido, desde que los conocía, sus amigos eran un matrimonio feliz y unido, aunque esa noche habían bebido mucho, como nunca y ya de madrugada iniciaron un extraño proceso de sucesivas discusiones enrareciendo el ambiente, por lo que decidió, a punto de despuntar el día y dado su estado de embriaguez, marcharse a su casa. Por su parte Marcos, el principal y único sospechoso, no recordaba nada, la bebida, a la que no estaba acostumbrado, una especie de orujo alemán llamado snap, dejó sus últimos recuerdos en el pequeño comedor de su casa, con Hans y su mujer bailando algo que creía recordar era un tango. 

 

Las evidencias no siempre conducen a la verdad, pero el grupo de homicidios fijó su apuesta por el marido, a quien nadie de su entorno creía culpable por su carácter, historial y reconocida pasión por su mujer, pero aquello pintaba mal para el pobre hombre que hundido sufría el doble dolor y desgracia; la perdida de su amor y la cárcel que parecía inevitable. El arma homicida, un cuchillo de caza para quien no cazaba ni moscas, el análisis toxicológico e la víctima, donde fue hallada ketamina y la sospechosa inhibición del alemán, empujaron a los mandos de la benemérita a repasar la hipótesis de Pipi. Esta además fijo su atención en un anillo espectacular que lucia Hans Kruher, un sello de oro con una piedra cuadrada azul turquesa, que lucía en la mano derecha y que era perfectamente visible en unas cuantas fotos que el matrimonio había realizado con una cámara instantánea, anillo que, como comprobó Pipi, llevaba siempre, según le confirmaron comerciantes de la zona. En las visitas que había realizado el equipo de investigación a Hans, este no lucia joya alguna, ni reloj, así que tras varios interrogatorios a cara de perro y un minucioso registro, donde fue hallado el anillo escondido en el interior de un viejo zapato arrinconado en una desvencijada caja en el desván, se envió la pieza al sacrosanto dominio de la policia científica, donde hallaron un diminuto rastro de sangre, que se había filtrado debajo de la gran piedra azul,  cuyo ADN  coincidía al 99% con el de Rosario. A raíz de este endiablado caso, Pipi Colmenarejo, fue trasladada al grupo de homicidios de la comandancia de Sevilla.

 

Marina Besteiro, no estaba de buen humor y quería dejarse de protocolos innecesarios y estrenar a sus dos nuevos y flamantes responsables de Guardia Civil y Policía, sin rodeos ni cuitas. Fue directa y tajante: quiero una revisión de estos casos, empezando por una profunda investigación de la masacre en la finca de Alfredo Montes del Riego, y para ello necesito a los mejores, uno de cada cuerpo, que trabajaran coordinada y directamente conmigo. 

 

-Y por supuesto, -levantando la mano para pedir pausa y silencio-, con los medios que estas dos personas necesiten, sin escatimar nada.

 

Marina Besteiro, tenía que jugar sus cartas, los nuevos jefes provinciales venían avalados por trayectorias profesionales más que decorosas, en sus destinos anteriores, Tenerife y Sevilla, ambos habían llevado a cabo una magnífica labor, pero de todas formas necesitaba tener el control de primera mano, su intuición le decía que podían estar ante algo mucho mas importante que una serie de delitos, por muy graves y horrorosos que estos fueran. Aquella mañana, en el vetusto despacho de la delegación del gobierno se iniciaba algo, que ni ella, ni nadie hubiera sido capaz  de imaginar.

 

-Pero…., el nuevo Jefe de la Policía Nacional y el también nuevo comandante de la Guardia Civil, se  abalanzaron al unísono, para después atropelladamente intentar convencer a la delegada que estas investigaciones deberían hacerse por los cauces ya establecidos, designado de oficio a la fuerza responsable según el lugar de los hechos.

 

-Lo único que conseguiríamos- les dijo Marina- es una pelea de gallos, porque en estos casos puede haber una conexión que ahora desconocemos, sus cuerpos policiales a veces actúan como un par de quinceañeras perdidamente enamoradas del guaperas del instituto y ahora necesitamos otra actitud

Tras un par de segundos de cortesía y asimilación, se limitó a mirarlos muy fijamente a los ojos, y les dijo:

 

-Quiero esos dos nombres, ahora,

 

Y así es como se formó el equipo de investigación, formado por Manolo Castro y Patricia “Pipi” Colmenarejo. Aunque este primer embrión, fue solo la punta de una gran maraña de personas, estamentos y hasta expertos no policiales, para llegar hasta el final y creo que a la verdad.

 

 Capitulo 7 – La primera visita y toda una vida

 

Después de mi agradable e ilusionante comida con Marina Besteiro, la vi cansada pero más bella que nunca, me pareció que existió una complicidad personal que traspasaba los limites, a veces tan difusos entre mujer y hombre de la amistad, la delegada del gobierno en Castilla la Mancha, me pidió y yo  atendí de buen grado su petición, realizar un viaje relámpago a la ciudad de Albacete para visitar y relatarle mi conversación con su hijo, a la madre de Alfredo Montes, contando con la agradable compañía de su asistente Yulia, quien al parecer, había conseguido encandilar a la victoriana anciana y eso podía facilitar la franqueza y el ambiente en nuestra conversación.

 

La casa de Albacete de la marquesa viuda Doña Casilda, era un recio edificio de tres plantas, con cubierta de teja árabe y paredes encaladas de un blanco un tanto deslucido de grandes ventanales y balconadas, todas ellas protegidas con recios y vetustos enrejados y cerramientos de madera que el paso del tiempo había castigado notablemente. El edificio permanece erguido, señorial, en el centro geográfico de un espeso sotobosque rectangular a la antigua usanza, de más de una hectárea de superficie, con numerosos arboles de gran tamaño y paseos entrelazados de dibujos de bello trazo, un tanto descuidados salpicados con algunas fuentes en desuso, pero ni una mala flor, me comento Yulia, y era verdad, a simple vista, no había espacio, para la exuberancia floral y pinturera.

 

Fuimos introducido, la sinuosa Yulia, que lucía espectacular con un ajustado vestido en un rojo suave y maquillada a juego, y yo, por un mayordomo de atildada solemnidad y erguida planta, vestido al uso, y este nos franqueó el enorme portón de roble labrado, acceso principal del caserón, y  accedimos directamente a un despampanante hall de entrada, allí moría o arrancaba, según se mire, una espectacular escalera de mármol blanco, rematada con una balaustrada, labrada con mimo y gusto,  del mismo y exquisito material. En ambos lados de esta imponente estancia, decorada con varios sillones, mesitas de cortesía y sofás para la espera, se abrían dos grandes puertas. Seguimos al estirado escudero de la marquesa que nos abrió paso, hasta atravesar un enorme salón, donde el retumbar de los tacones de Yulia estremecieron la quietud y el sosiego de aquel escenario palaciego, donde el silencio debe tener una antigua complicidad con muebles, espejos, lámparas, cuadros que nos permitían intuir o presuponerles, sin temor a equivocarnos,  un gran valor artístico y económico, además, estoy completamente seguro, conseguirían hacer dudar y  deslumbrarían al más entusiasta profeta del mueble moderno y minimalista.

 

Tras la visita guiada, deslumbrados, dimos con Doña Casilda, elegantemente vestida, enjoyada y maquillada sin exageración y con gusto, cómodamente instalada en un amplio sillón de oreja en una agradable habitación de mediano tamaño, donde los elementos modernos en el mobiliario, iluminación, decoración y medios como la fantástica televisión de 85 pulgadas habían conseguido claramente desplazar a la decoración-museo de lo visto hasta ahora.

 

Acoger, entre las suyas, las dos manos de Yulia con esa deslumbrante sonrisa como regalo de bienvenida, se tornó en una mirada inquisitiva y fría de unos ojos grises, que debo manifestar sin vergüenza alguna, me acojonaron por completo. Sin embargo, tras las presentaciones y las palabras de cortesía habituales; el viaje, la salud de la delegada y el como iban las investigaciones, Dña. Casilda se giró a mí y me pidió con esa voz tan particular, como si no fuera de ella, impostada, pero teñida de una amabilidad muy reconocible, le contase la conversación que mantuve aquella calurosa tarde, a escasos kilómetros de allí, con su hijo.

 

Pero, sin previo aviso, se lanzó por una descarnada pendiente de una vida cuya complejidad no había dejado señal alguna en aquel terso rostro, ella nos miró y dijo:

 

 -Quizás valga la pena repasar la historia familiar que nos ha traído hasta el día de hoy, no creo que entiendan la realidad del carácter de mi hijo sin conocer el origen de casi todo lo que tenemos y les aseguro que a estas alturas de mi vida y circunstancias, no andaré con remilgos. A veces de los recuerdos y vivencias se pueden extraer elementos o ideas útiles.

 

Doña Casilda del Riego y Figueroa, fue la hija mayor del Conde de Peñafiel, primo hermano del todopoderoso y conocidísimo y correoso político el Conde de Romanones. Su padre poseía grandes propiedades en Castilla que engrandeció aún más su patrimonio al casarse con la Vizcondesa de Vilches, una esbelta y dulce mujer, propietaria por herencia de los mejores olivares del país.

 

-Mi madre, era una mujer bellísima, delicada y de una piel tan maravillosa como yo no he visto a nadie en mi vida. Cuando yo tenía seis años se quedó embarazada, entonces vivíamos en Salamanca. El parto fue complicado y con mucho sufrimiento consiguió que mis hermanas, dos preciosas gemelas, igualitas que ella, yo he salido a mi padre, sobrevivieron, pero ella no pudo resistirlo y después de uno días terribles, falleció.

 

-¿Qué les puedo decir de mi padre, el Conde?, el mejor resumen seria que se arruinó completamente, quebró su vida y la nuestra a base de mantener las amantes más caras, viajar como un maharajá por más de medio mundo rodeado de pompa y corte propias y termino su vida dejándose todo en las timbas y con el opio. Gracias a Dios, teníamos a mi tía Enriqueta, hermana de mi madre, la mujer más lista y viva que ha nacido desde el nuevo testamento, que escondió joyas, cuadros y dinero y nos buscó marido a las tres para rescatarnos de aquella catástrofe y vergüenza. Solo les diré algo que aun hoy me estremece, ninguna de sus hijas le lloramos en su entierro, no hubo manera, bien lo sabe dios, no la hubo, no nos salió una sola lagrima aquel día ni ningún otro, además, terminado el sepelio, cuando nos giramos para salir de allí, nos dimos cuenta de lo que ya intuíamos, que faltaban más hermanos, cuñados y primos de su familia de los que allí había, que se contaban con los dedos de una mano.

 

Cuando llegó la república yo tenía 16 años, era demasiado alta, y un tanto destartalada, en aquella época la delgadez era moda entre los de mi clase. Los años pasaban y poco antes de terminar la guerra, mis hermanas consiguieron desposarse, aun siendo casi unas niñas, pero en mi caso, pese a los desvelos de mi tía Enriqueta, nada se pudo hacer, llegué a temerme lo peor y comencé a tener pesadillas viéndome vestida de novicia en algún convento.

 

Augusto Montes de Villaviciencio, era hijo del Marques de Oñoro, Augusto después de estudiar agrónomos y finalizar su carrera en la universidad central con excelentes notas, le tocaba hacer la mili ya con una cierta edad y su padre en vez de enchufarlo como hacían todos los padres poderosos de la época, se empeñó, para endurecerlo y hacerlo un verdadero hombre, esa fueron sus palabras, según me contó muchas veces el pobre Augusto,  en  la legión, donde tenia algunos amigos, entre ellos el entonces teniente coronel Millan-Astrain, fundador del glorioso cuerpo. Así que el ingeniero agrónomo se fue, a la fuerza, al polvorín africano del Rif como alférez.

 

 

Yo conocí a Augusto en las navidades del año 1935, estaba de permiso en la península y pasaba unos días de descanso en la mansión familiar situada en un bellísimo paraje emboscado en plena subida al puerto de Navacerrada. No sé cómo se enteró mi tía Enriqueta, ni que gestiones hizo, pero logró que nos invitaran a pasar un fin de semana con los duques y su extensa familia. Augusto, tenía algunos años más que yo, era un hombre alto, muy delgado, de profundos ojos negros y una cara angulosa, donde destacaba una nariz aguileña demasiado grande, no, no era guapo aunque su voz y modales si me llamaron la atención, me pareció además de muy educado, un hombre muy culto, recuerdo especialmente  cómo me sorprendió su ponderación y mesura a la hora de hablar de política, en un ambiente tan radicalizado como el que se vivía en cualquier reunión de la aristocracia en aquella época y más aún, cuando era todo un aristócrata legionario. Dicho esto, no sentí la más mínima atracción por él, para mayor disgusto de mi tía que me dejo de hablarme durante unos días.

 

 

Llegó la guerra, gracias a la amistad de mi tía Enriqueta con D. José Ortega y Gasset, nos refugiamos en una preciosa casita en   Biarritz  (Francia) donde vivimos con cierta comodidad y soledad. Poco antes de finalizar el temible conflicto mi tía recibe una larga carta del marqués, el padre de Augusto, donde le manifiesta su interés en que fuéramos a pasar unos días con ellos en Burgos, donde residían temporalmente. Mi tía Enriqueta intuyó que allí iba a nacer la gran oportunidad de mi vida, y para Burgos salimos sin mas tardanza.

 

Augusto no estaba en Burgos, lo cual reafirmaba mi sospecha de componenda que sobrevolaba en aquel cariñoso y entusiasta recibimiento, vendría en unos días, en teoría unas diligencias inexcusables en el cuartel general del tercio en Salamanca lo retenían allí, la verdad era otra muy distinta y tuvieron que pasar muchos años hasta que yo la supe.

 

Cuando Augusto llegó por fin, me encontré con un hombre muy cambiado en cuanto al trato conmigo, aunque físicamente había ganado algún kilo y había perdido algo de pelo, seguía siendo un hombre sin atractivo y de maneras demasiado suaves para la época, donde solo su voz cálida conseguía atraer mi atención. Sus atenciones fueron constantes y sus conversaciones me dibujaron claramente a una persona de una extraordinaria sensibilidad e inteligencia, sin embargo, noté en él, un giro hacia el sarcasmo en su humor y una afilada sensación de malestar subyacente para con su familia, especialmente con su padre.

 

Un día paseando por la ribera del rio Arlanza, cogida de su brazo y tras encender su enésimo cigarrillo de la tarde, me dijo:

 

-Veras Casilda, supongo que no hace falta que te explique que tu estancia y la mía en esta provinciana y patética ciudad enfervorizada no es otra que podamos conocernos más y llegado el caso, cosa que todos esperan de nosotros, salgamos comprometidos para una pronta boda por todo lo alto. 

 

Se paró de repente y yo tuve un ligero sobresalto al ver su mirada, tan transparente y clara. El se apresuró en pedirme que no me pusiera nerviosa, no pensaba ponerse de rodillas ni hacer ninguna patochada al uso.

-Eres una mujer extraordinaria, y no es un halago, creo además que por tu inteligencia sabrás comprender el significado y profundidad de mis palabras y de mi propuesta y solo espero de ti, la decencia de ser sincera en todo.

-¿estamos?

-Estamos, respondí yo.

 

-Joder que intriga, ni en una telenovela Doña Casilda, se ven estas -cosas, dijo entusiasmada Yulia. Mientras yo no entendía a donde nos conducía este relato no previsto

 

Augusto defendió vehementemente, la libertad individual que deberíamos tener todos para alcanzar la felicidad, incluso al margen de los convencionalismos y normas que se nos imponen desde pequeños. Yo solo puedo concebir el matrimonio desde esa premisa, de preservar espacios de intimidad y libertad personal que no admiten injerencia del otro, salvo invitación. Déjame que te ponga un ejemplo. Soy un melómano empedernido y convencido, me entusiasma la música clásica y la ópera y me gustaría viajar a Milán, Salzburgo o Nueva York para disfrutar de los grandes festivales que en esas ciudades se organizan, ¿Por qué tendrías que acompañarme a una actividad que no podría ser de tu agrado?

La conversación se extendió varias horas y, me pareció que Augusto lo tenía todo muy bien pensado, era evidente que no buscaba una esposa mimosa, cariñosa y acaparadora y a cambio otorgaba confianza en el saber estar y actuar de su pareja y una inacabable fortuna para despreocuparse de por vida. Yo acabé agotada, jamás en mi vida había conversado con alguien tanto tiempo y sobre cosas que jamás se me hubieran ocurrido cuya transcendencia y calado me parecieron entonces muy difíciles para mi. Quizás no sería exagerado decir, que termine desbordada por tanto argumento en aquella voz cautivadora que me llevo a vivir escenas y situaciones que jamás se me hubieran ocurrido.

Esa misma noche, a los postres de la cena que había transcurrido con alguna tensión por las opiniones muy diferentes sobre el futuro de la nueva España, de mi suegro y Augusto, este se levantó y con una copa de brandy en la mano, me pidió el matrimonio delante de todos los comensales y con la sonrisa más encantadora que disponía. 

 

Nuestra boda fue la primera que se celebró en la iglesia de los Jerónimos de Madrid, con un gran lunch en el Hotel Ritz, finalizada la guerra. Decir que acudió hasta Doña Carmen, ya saben, la mujer de Franco y ser portada del ABC, les puede dar una idea de la transcendencia social del acontecimiento. Quedé embarazada de inmediato, mi embarazo fue horroroso, vómitos, mareos y al final por riesgo de aborto tuve que guardar cama casi los tres últimos meses, Augusto estuvo a mi lado, fue cariñoso, atento y paciente conmigo. En marzo de 1940 nació mi hijo Alfredo Montes del Riego. Un niño sano, bueno y fuerte y bastante feúcho, esa es la verdad. 

 

Pero la felicidad nos duró más bien poco, un año después, Augusto, por razones que yo entonces no entendí se alistó, en cosa de horas y sin avisar,  en la división azul y salió casi sin despedirse de nosotros a Alemania, con destino a una guerra mundial que a él nada le importaba, para luego luchar en el llamado frente ruso, donde perdió tres dedos por congelación y recibió dos heridas de bala, de allí trajo esa maldita pistola Luger que los incompetentes sabuesos,  han determinado que mi hijo ha usado para cometer una barbaridad imposible.

 

Cuando Augusto regresó del frente, le otorgaron el título de Conde Peñafiel y le dieron la medalla militar de máximo rango, la Laureada de San Fernando y con el grado de coronel. Augusto vino medio muerto por fuera y por dentro con una mirada agotada, esquiva y mortecina, pero yo necesitaba respuestas y tras unos días de descanso, nos fuimos a nuestra finca de Albacete, donde pudimos pasear Augusto y yo a solas, entre los viñedos y los interminables campos de cebollas, ajos y barbechos.

 

-Te he engañado desde el primer momento que nos conocimos, excepto en una cosa, en quererte por lo gran mujer y persona que eres. Necesito disponer de tu máxima atención y comprensión, porque tengo la urgente necesidad de ser plenamente sincero. Veras amor mío,  la realidad es que desde muy pequeño he vivido en una gran confusión sobre mis sentimientos, sin saber muy bien donde estaba el lado correcto, jamás tuve clara mi sexualidad, no te imaginas lo duro y desquiciante que es, he navegado entre dos corrientes muy potentes que han estado a punto de ahogarme. Antes de estallar la maldita guerra, tuve la ocasión de acudir a diferentes fiestas privadas donde nada estaba prohibido y donde confirmé mi aceptación para con ambos sexos, esa es la verdad hasta que te conocí, donde me propuse cambiar definitivamente y casi lo consigo.

 

Un día en Chicote, tomando una copa, conocí a un chico americano  periodista y corresponsal de un importante diario de aquel país y un colega suyo francés y su novia, gente divertida, culta, tan distante de la sociedad mojigata y cruel en la que nos hemos metido de lleno, iniciamos una amistad que nos llevó a grandes conversaciones filosóficas y políticas y ratos de ocio especiales, un par de fiestas, que yo creí secretas y  como te podrás imaginar, no lo eran, lo que me dejó al descubierto de los castos oídos del régimen, que tardaron lo justo en poner la información en las peores manos posible, en aquel angustioso callejón solo me quedaba una única opción de salvar el honor de la familia y era la División Azul, lo otra opción hubiera sido sencillamente,  quitarme la vida pretextando cualquier enfermedad terminal, pero yo nunca he sido un cobarde. Como comprenderás creo haber pagado con creces cualquier mal que pudiera adjudicárseme, excepto contigo de quien siempre seré yo el deudor. Desde aquello no ha habido nada más y pretendo que así se, ahora que lo sabes, acepto las decisiones que desees tomar sin ningún reproche por mi parte.

 

Yo no reaccioné, no podía, Augusto prosiguió:

 

-Tendrás toda la libertad y mi apoyo en todo lo que decidas, puedes hacer lo que consideres oportuno con tu vida, yo por mi parte he decidido recluirme en esta finca y castigarme con la soledad, excepto algún viaje para asistir a los festivales de música, sin los cuales, como bien sabes, no podría vivir. Me gustaría que pudiéramos compartir tiempo juntos, y sobre todo me gustaría ver crecer a mi hijo. Solo puedo pedirte perdón y por favor, no dudes de mi cariño y admiración por ti, estas palabras tenían una carga de sinceridad indudable, aunque en ese momento, hubiera preferido morirme mil veces.

 

-¡Joder!, que fuerte, exclamó Yulia.

 

Después de esa conversación, una angustiosa quemazón me destruyo por completo durante unos meses, paralizada, ajena y sin fuerza, deje a mi hijo interno en los agustinos del Monasterio de El Escorial, grave error, donde convirtieron a un niño simpático y rebelde en un crio timorato y cada vez más extraño, y me pase días y días buscando consuelo en la soledad. Aquí de nuevo mi tía Enriqueta fue crucial y fue quien me salvó de una depresión irreversible, solo ella y su inquebrantable persuasión me convencieron de que yo no era culpable de nada y que la vida solo pasa una vez por el anden y luego ya solo queda el vacío y la nada.

 

Nunca perdoné a Augusto, pero en el fondo siempre le entendí, aunque nada pudo evitar vivir dos vidas paralelas, donde el lazo matrimonial nunca más volvió a atarse, nos respetamos a nuestro modo y siempre nos quisimos, por dignidad evitamos en lo posible el contacto social que por nuestra posición y clase hubiera sido el habitual y permanecimos casi siempre separados, aunque a escasos kilómetros el uno del otro, yo me instale en un piso aquí en Albacete, porque la vida en la finca me ahogaba sin remedio, tan solo en las vacaciones de nuestro hijo y en algunos viajes que hicimos los tres a varias partes de Europa, nos hicieron parecer lo que no éramos, una familia.

 

Un día, unas amigas de esta zona, algunas con raíces aristocráticas de antiguo y otras, esas nuevas ricas insoportables y presuntuosas, propusieron acudir a una velada de boxeo en la plaza de toros de Albacete. Lo triste de aquellas mujeres, tan acicaladas en cada misa diaria y tan mezquinas, era la inconfesable excitación que sentían al ver cuerpos musculosos de aquellos hombres, que no nos engañemos no eran de nuestra clase social, partiéndose la cara violentamente en un ring. Y fue allí donde conocí a Venan.

 Fíjate Yulia, creo que fui la primera mujer, en esta provincia seguro, que le puso piso y negocio a su amante, con el cual estuve más de veinticinco años. “el potro de Yecla”, ese era el apodo pugilístico, de Venancio Fajardo, era un medio gitano rubio, guapo y vago, pero nadie puede haber tenido mejor amante, ni ser mejor persona que mi potro. 

-¡la madre que la pario!, ¡vaya huevos marquesa!, gritaba Yulia entusiasmada.

 

Venan, tuvo suerte en la vida, me tuvo a mi y a su hermana Rosa, que era la persona más trabajadora y eficiente que he visto en mi vida. La tintorería que les monté funcionó muy bien durante mas de treinta años, Rosa era la que trabajaba y Venan, era la cara bonita y la simpatía arrolladora en el mostrador, este hombre hubiera valido para vender lo que fuera, tenia un imán, encandilaba, era soberbio verle atender a la gente con ese encanto y ese señorío que llevaba dentro, natural.

 

Por mi parte, sorprendido e incrédulo, llegué a sospechar que la vieja dama nos estaba contando algo que solo había existido en su imaginación, además no lograba entrever la relación de su apresurada biografía, inventada o no, con lo sucedido, en teoría no venía a cuento y empecé a no entender nada. Y ha sentirme tan perdido como cuando trato de imaginar la trama de mi novela.

 

-¿Su hijo conocía la existencia de este hombre?,-me atreví a preguntar.

 

-Lo supo después de fallecer su padre, y creo sinceramente que fue la ultima excusa que le faltaba para distanciarse más de mi. Tampoco yo me esforcé mucho en explicárselo, éramos dos extraños con la misma sangre, así de triste.

 

Augusto murió de repente, sin ninguna causa aparente que justificase una muerte tan prematura, aún era una persona joven, cincuenta años. En aquel momento mi hijo estaba estudiando en la universidad de Lyon, su doctorado como ingeniero agrónomo, su llegada fue para mi uno de los momentos más duros de mi vida, el adoraba a su padre y tenía con él una relación mucho más cercana que con conmigo, razón por la que intenté que su permanencia en España fuera corta, aunque creo que nunca entendió mis honorables razones. Nada más terminar sus estudios, volvió a España y tomó, por herencia y por decisión mía, personalmente las riendas de nuestras fincas e intereses, al poco tiempo compró esta casa, que ya existía, la reformó y aquí vivió casi todos los años de su vida. Yo vine a vivir con él, cuando me quedé sola, bueno en realidad ocupé el ala derecha de la casa, apenas nos veíamos, esa es la verdad   y él, el ala contraria. Dos vidas que tenían poco que decirse, esa es la triste realidad de estos años, que ahora maldigo. Además de su actividad en nuestras fincas, el viajaba a menudo, de lo que yo me enteraba por el servicio. 

 

En aquel momento, paró en seco su relato y me miró fijamente,

 

-Algo paso en su vida, pero al poco tiempo de fallecer su padre, su pasiva y esquiva actitud, su evasiva mirada y la falta de empatía con nadie de esta casa, nos lo hacia mas extraño y distante. En su momento pensé que habría sido algún desengaño amoroso o algún fiasco económico, pero creo que todo fue provocado por el pasado de su padre, que teóricamente nunca conoció y del mío, que si lo supo por mi, algo que sin duda le hizo mucho daño al pobre.

 

-En nuestra conversación, -intervine yo-, el aludió a los desengaños y lo difícil que es lidiar con la soledad, y más cuando esa es completa. Por suavizar su amarga definición, ya le respondí que son cosas que pasan cuando se vive en pleno campo, pero con una media sonrisa me contesto, yo siempre he sentido frio, tanto con mi familia, atípica, mínima y falsaria como con los pocos amigos reales y leales que a duras penas he logrado mantener en mi vida. 

La marquesa encajo con gesto serio mis recuerdos de aquella conversación. 

 

-En realidad, estos días, después de muchas horas y horas de reflexión, me he dado cuenta, que el hijo que conocí en sus primeros años de su vuelta a España, entusiasmado con sus ocupaciones y proyectos profesionales, tenía muy poco que ver al de estos últimos años, apático y adormecido, había semanas que no pisaba el campo y solo había un cierto brillo en sus ojos cuando se preparaba para algún viaje o evento que le sacaba de estas cuatro paredes. 

 

Tras unos largos segundo de silencio, la viuda marquesa mantenía su mirada perdida en el maremágnum de sus dudas y pensamientos, así que inicié la mejor versión posible y con la mayor fidelidad que mi memoria recordaba el resto de la conversación mía con su hijo. Durante mi exposición Doña Casilda jalonó su imperturbable quietud con unos elocuentes movimientos de sus vivos ojos grises, que hablaban por si solos, creo que esta mujer sufría más de lo que aparentaba y estaba dispuesta a admitir. El cansancio de nuestra anfitriona se hizo patente y gracias a la intervención de Yulia, yo estaba hipnotizado con nuestra conversación, decidimos detenerla y convinimos una nueva cita para fechas próximas, a falta de concretar.

 

Cuando nos levantamos, nuestra anfitriona me pregunto, ya con una voz notablemente cansada;

 

-Mi hijo venía de Valencia, él iba mucho por esa ciudad desde hacía algunos años y me dice que solo llevaba un elegante maletín como equipaje, dígame una cosa: ¿el maletín era marrón claro de piel de cocodrilo y con los cierres dorados?

 

-Si, creo que así era, -contesté-.

 

-Ese maletín, era de su padre, comprado en Paris a la vuelta de Rusia y tiene una historia muy curiosa que puede tener relación, pero lo que si le puedo asegurar, es que esa maletín no la usaría nunca mi hijo para llevar equipaje de viaje. 

 

Capitulo 8 – La investigación, primeras pesquisas

 

Pipi y Manolo, instalados con todo el material necesario en una sala en la primera planta de la comandancia de Albacete, a tan solo dos paradas de ascensor del despacho de Marina Besteiro, acordaron establecer un doble procedimiento de trabajo; por un lado, revisarían los tres casos a los que la delegada había denominado, cerrados con mala pinta y a su vez retomarían, desde el momento 0, la tragedia vivida en la finca de Alfredo Montes del Riego.

 

Wilson Pereira, es el medico ayudante del jefe de la unidad de autopsias clínicas del hospital de Albacete cuyo responsable es un veterano y conocido patólogo Dr. Murillo. Cuando Pipi y Manolo, analizaron las fotos de los cadáveres, creyeron ver algunas marcas, sobre todo en espalda de el presunto asesino y suicida, Alfredo Montes, de las que no había referencia alguna en el informe forense. También les llamó la atención, el análisis sanguíneo y toxicológico, que además de una evidente descompensación en los valores de su sangre, apreciaba restos muy poco elocuentes de alcohol y cocaína, también detectada en la orina.

 

Wilson es un panameño que vino a España a estudiar la carrera de medicina, y logro finalizarla brillantemente, y perdió la chaveta, asi lo dice él, por Brenda, una enfermera nacida en el madrileño barrio de Usera, de origen ecuatoriano, que trabaja en la zona quirúrgica del hospital manchego.

 

-Si, yo hice la autopsia con el Dr. Murillo, lo recuerdo bien, les dijo Wilson nada más sentarse en el angosto despacho del laboratorio forense.

-¿Por qué no indicáis nada en vuestro informe sobre estas marcas en la espalda y parece que también en los glúteos y piernas de Alfredo Montes?, -quiso saber Manuel Castro-.

 

-Bueno, dudó Wilson, tomó las fotos en su mano y las reviso con atención a través de una enorme lupa que se desplegaba desde un brazo articulado atornillado a la mesa. Verán, recuerdo las marcas, el Dr. Murillo no las consideró relevantes, no eran muy recientes y poco tenían que ver con el caso.

 

-¿Qué coño me estas diciendo?, la voz de Pipi Colmenarejo, seca y con tono imperativo, bloqueo el gesto de Wilson, quien dejo las fotos sobre la mesa, echo su enorme corpachón hacia atrás en sillón y después de restregarse varias veces la cara, prosiguió mirándoles alternativamente a los dos investigadores.

 

-Verán, a veces el Dr. Murillo viene un poco tomado, un tanto alegre como dicen ustedes por acá y tiende a resumir en exceso los informes que elaboramos, de todas formas…

 

-¡No me jodas! Manolo miró a Pipi y esta, quiso, señalando con su dedo índice a Wilson, decir algo.

 

-¡Un momento!, -Wilson corto rápido el intento de la guardia civil y levantando las manos en señal de tregua, árnica u oxigeno, prosiguió;- yo les puedo decir lo que habríamos puesto en el informe, de verdad, créanme, esas marcas son superficiales en algunos casos han tenido un pequeño sangrado y no debían tener más de dos, tres semanas de antigüedad. En ocasiones, en otros casos, esas marcas siempre las hemos identificado en varones o mujeres adultas y casi siempre son producto de determinados juegos o practicas eróticas. Y también puedo decirles que el cuerpo presentaba en el recto, una importante callosidad de baja irritación, también por el tiempo transcurrido, producto también de esos tipos de prácticas sexuales.

 

-¿no puede ser por penetración anal sin más?, -quiso saber Manolo-.

-No, casi seguro que no.

 

-En los otros tres cadáveres, no encontramos absueltamente nada relevante y digno de mención y como ustedes habrán comprobado, los análisis tampoco detectaron nada fuera de lo normal.

 

-Escúchame bien, Wilson y perdona por no haberte llamado Doctor Pereira, -ahora era Pipi quien con otro tono y sin índice amenazador se dirigió al médico-, estos y todo lo que recuerdes y no este incluido en el informe, nos lo vas a poner por escrito, pero ya mismo, porque sabes si puede ser relevante para la investigación, y del Dr. Murillo, ya tendrá noticias nuestras.

 

Después los dos investigadores, junto con un equipo de técnicos de la unidad científica de la UCO, se trasladaron a la finca, al trágico escenario de la matanza y donde iniciaron un nuevo registro, a la vivienda principal, instalaciones, así como a las dos casas de los empleados, trágicamente fallecidos, y Marta, la mujer de Paquito Vilches, hasta el momento de su muerte el hombre de confianza del marqués; Alfredo Montes del Riego.

 

-Deberíamos haber repasado el informe de balística antes de hacer el registro, -dijo Manuel-.

-Tienes razón, pero había pensado que podíamos hacerlo “in situ” en el mismo lugar de los hechos, si te parece, por cierto, -prosiguió Pipi-, que no se nos olvide localizar el famoso maletín del que nos había hablado la delegada.

 

La casa principal era una enorme y solariega construcción de campo, de más de trescientos metros cuadrados de una sola planta y una bodega, excavada en el subsuelo, que albergaba una extensa y bien dotada bodega de vinos, cavas y champanes. La distribución de la casa era muy sencilla, el enorme salón, rustico, práctico y sin ninguna concesión a moda alguna. Además de los clásico trofeos de caza, con pinta más de momias o reliquias que de muerte cercana, grandes vitrinas donde se exhibían antiguas lozas y calderos ce cobre bruñido, varias zonas de estancia con sofás, sillones y mesas y una chimenea de grandes proporciones que dominaba por completo la estancia y donde hallaron, entre la ceniza, los restos calcinados de cuatro terminales de  teléfono móvil, que se supone pertenecían a los cuatro fallecidos ¿para que quemar los teléfonos móviles, si te vas a suicidar luego?. La cocina de antiguas proporciones, si había sucumbido a alguna reforma, no así los dos baños y el aseo y las habitaciones, austeras y sin pretensiones, por último, el despacho, una verdadera reliquia de varios siglos de antigüedad, como las estanterías y muebles, excepto el sillón, una manufactura alemana muy conocida, eso dijo al menos uno de los técnicos, y de alto precio.

 

Tanto el elegante maletín de viaje, aquel que traía en su viaje de Valencia, Alfredo Montes, como la caja de madera tallada, donde era evidente se guardaba la pistola Luger, alemana,  arma homicida, fueron convenientemente protegidos y salieron en coche en dirección al laboratorio de Madrid, junto con los restos de los teléfonos encontrados en la chimenea, querían verificar al menos a que modelos y marcas podrían pertenecer.

 

Después de una minuciosa revisión y mientras los técnicos seguían con su paciente trabajo por toda la casa, los dos investigadores, portátiles en mano, decidieron leer el informe de balística en el mismo lugar donde se suponía Alfredo Montes había asesinado a las tres personas, Paquito, Marta su mujer y Sebastián, el otro empleado de la finca. 

 

El informe de balística, aun no finalizado ya que están intentando averiguar la procedencia de las balas, determinaba y eso concordaba en parte con las tres autopsias que las tres personas se encontraban de rodillas, cuando fueran asesinadas, lo único que no quedaba definitivamente claro es la altura del tirador, ya que los ángulos y trayectoria de las balas, dos de ellas no tenían orificio de salida,  también estaba en estudio, aunque las primeras impresiones conducían a una hipótesis;  el tirador era alto, de una talla aproximada como la de Alfredo Montes.

 

-Sinceramente no me cuadra el poner a sus tres empleados de rodillos para asesinarlos, es más- prosiguió Pipi- no creo que si así hubiera sido hubieran obedecido a una persona, por lo que sabemos, tan poco virulenta e intimidatoria como el presunto asesino, con el que además, parece tenían tanta confianza, en especial Paquito. Por qué no podemos suponer que el asesino es otro hombre alto o sencillamente se ha subido a algo.

-Y quitarles los móviles y junto al tuyo echarlo al fuego, no se sostiene ni, aunque lo apuntalen -remarcó Manolo moviendo la cabeza de un lado a otro- o quizás esperaban que nos encontraríamos, quien sabe.

 

Después de la finca, el equipo de investigación, no así los técnicos que aun continuaban peinando cada rincón posible, se dirigieron al caserón de Albacete, durante el trayecto, Pipi leyó en voz alta el informe de varias paginas que yo había elaborado de acuerdo con Yulia, detallando nuestra conversación con Doña Casilda y que dejamos en manos de la delegada poco antes de mi vuelta a Madrid.

 

Doña Casilda, no conocía el estado financiero, ni tampoco el emocional de su hijo. 

 

-El atendía nuestras necesidades con puntualidad y agrado, el personal de esta casa, como el de las fincas -como pudieron comprobar después los investigadores, Doña Casilda no era conocedora de la venta que su hijo había realizado hace años de las otras dos fincas – son personas que llevan con nosotros muchos años, en algún caso, como la familia Vilches, son ya tres generaciones trabajando y viviendo en nuestra propiedad.

Paquito Vilches, era como un hermano pequeño para Alfredo, por eso les insisto, además porque mi hijo era un alma buena, que jamás atentaría contra la vida de nadie y menos contra su mano derecha y hombre de confianza. 

 

Doña Casilda les reconoció su más absoluto desconocimiento de la situación financiera y patrimonial, y por supuesto, jamás se le había ocurrido pensar ni indagar si su hijo había dejado testamente. 

 

-¿Doña Casilda,-preguntó Pipi-, usted sabe si junto a la pistola que trajo su marido de Rusia y que se guardaba en un estuche que hemos localizado, creemos que este, y le mostro una foto en su móvil, había también balas?

 

-Rotundamente no, y si, esa era el estuche que trajo Augusto de Paris.

 

Tras la entrevista con la marquesa, solicitaron la información de todas las cuentas bancarias y los datos de la gestoría que llevaba la contabilidad y pago de nóminas e impuestos de los negocios de Alfredo Montes. De estas pesquisas nació una primera información inquietante, aunque lo más preocupante fue la información e impresiones del director de Gestoría Cánovas, Basilio Cánovas:

 

 -Las dos cuentas de crédito estaban excedidas, la cuenta corriente de la finca mantiene desde hace tiempo un saldo ridículo y el banco había denegado una hipoteca sobre la finca, con la que Alfredo Montes había pensado refinanciar todas las deudas y atrasos. -al ver la mirada de los dos investigadores, prosiguió-; si, también había atrasos, gasoil, abonos y dos meses las nóminas de los trabajadores de la finca, no los de la casa que están al corriente de pago.

 

-Verán ustedes, al señor marqués le veníamos advirtiendo, con poco éxito, esa es la verdad, desde hace años, que la producción de la finca estaba en caída libre, en mínimos y los ingresos apenas cubrían los gastos de actividad e impuestos. En estos momentos tenemos solicitado el aplazamiento de varios impuestos y acabamos de pagar un IVA atrasado con recargo. Desde aquí le ayudamos a solicitar los créditos bancarios, pero con la condición de plantearse alquilar o vender directamente la finca. En parte o totalmente. La verdad es que D. Alfredo se quedó para si con el dinero de los créditos y me temo que lo ha venido dilapidando, no se en que, porque lo único excepcional, entre comillas, que hacia eran sus continuos viajes, especialmente a Valencia.

 

-En toda esta debacle, ¿cómo queda la impresionante casa donde vivía él y su madre?, -pregunto Manolo Castro-.

 

-La casa era intocable para él, por si no la saben, las otras dos fincas que heredó en su momento, es verdad que de menos valor y futuro, de su padre el sr. marqués fueron vendidas hace algunos años, entonces nosotros no teníamos relación profesional con él, pero al parecer obtuvo un buen dinero que invirtió en una promoción urbanística fallida, yo creo que le medio timaron y  empleó una parte entre otras cosas en reformar la casa de Albacete y en inversiones en la finca; nuevas naves y en hacer una reforma integral de las dos casas de los trabajadores de la finca, donde vivían estos pobres que han muerto de esa manera tan terrible.

 

-Pese a los atrasos: ¿Qué nos puede decir de la relación con sus trabajadores?,-pregunto Pipi.

 

-No creo que hubiera ningún problema y menos con Paquito Vilches, era casi como un hermano, hace tan solo unos días, cuando Paco me llamó para ver si ya había dinero y cobrar, además de pagar abonos agricolas y gasoil pendiente y le dije que nada de nada, me dijo, supongo que, en broma, “al final voy a tener que ir a la tele a contar los secretos que tuvo el padre y los que tiene el hijo, hay que joderse”. Ignoro, anticipándome a su pregunta, a que secretos se refería Paquito.

 

-¿conoce usted a quien visitaba o cual era su actividad en sus múltiples y prolongadas visitas a Valencia?.

 

-No le puedo decir con seguridad, pero el tenía mucha relación comercial, era comprador casi exclusivo de sus cosechas, con uno de los más importantes asentadores de productos agrícolas y exportador de Alcira, Vicente Llopis, quizás él les pueda ayudar.

 

Capitulo 9 – El hilo valenciano

 

Tanto Pipi Colmenarejo como Manuel Castro, prepararon la visita a Valencia con cuidado, reuniendo toda la información posible sobre el tal Llopis, algo les decía que la madeja podría empezar a desenredarse por aquel hilo y nos les fue difícil encontrarle, además la delegada, recabo importantes datos a través de su homónimo en la Comunitat de Valencia y los investigadores pensaban pasarse por la brigada de información de la comandancia, porque seguro que algo podrían aportar.

Vicente Llopis era un gran empresario que actuaba como mediador de productos agrícolas, especialmente cítricos y verduras, pero además tenía una naviera con varios barcos de mediano tonelaje con las que movía mercancías de todo tipo por el mediterráneo. Como casi todos los grandes empresarios, también hizo sus pinitos en el mundo inmobiliario y en la hostelería. Lo que más les llamó la atención, no fue el ámbito de sus negocios, sino el de su ocio. 

 

Vicente Llopis, hijo de un pequeño comerciante de Alcira, para quien no había horarios ni días libres en su pequeño colmado de barrio, por su cara bonita, literalmente, le apodaban Marlon (por su innegable parecido  con el famoso actor Marlon Brando ), se casó, algunos lo llamaron braguetazo, muy joven con la hija del mayor productor de cítricos de Valencia,  Dolores, que se había quedado viuda sin serlo, eso decía siempre Vicente de su ex mujer, unos cuantos años mayor que él, Dolores había perdido a su novio, al que no se le ocurrió otra cosa que matarse con una moto el día que celebraba su despedida de soltero. 

La ventajosa boda fue la base para su despegue, después su habilidad e inteligencia y falta de escrúpulos le han llevado a ser un empresario que lidera desde hace tiempo varios sectores, desde naviera, construcción, ocio y por supuesto el comercio agrícola. Cuando alcanzó un cierto nivel, más bien alto, Vicente se divorció, y desde entonces mantiene una vida de bon vivant cuyo máximo exponente son las fiestas, muy especiales al parecer, en su enorme yate, atracado en el puerto de Denia. De esas fiestas había información hasta decir basta, bacanales sin fin, con las mejores modelos venidas de medio mundo y grandes personajes del capital y la política, se dice por la zona que el barco lleva mas carga de éxtasis y cocaína que de agua potable. Vicente pastoreaba aquellas pecadoras juergas para uso y disfrute y para agrandar de manera gradual sus influencia e inmensa fortuna, por cierto, muy difícil de rastrear para la hacienda pública española.

 

No fue fácil conseguir la entrevista con Vicente Llopis, después de mucho mail y conversaciones con su secretaria, los citó en un céntrico hotel de Valencia, del que por cierto era su propietario, y les regaló una hora de su tiempo, esas fueron sus palabras, una hora, no tengo más, y sonrió el muy cabron.

 

Era cierto lo que se decía, el tipo es muy guapo, pensó Pipi, nada más verlo, eso si, pretenciosamente elegante, sin conseguirlo del todo, en ambas manos lucía dos enormes pedruscos en forma de anillos de oro y adornaba su cuello con una buena cantidad de cadenas del mismo material, el sobrepeso de este individuo era oro puro, aunque podía estar cargándose las  cervicales sin saberlo. 

 

-Cliente, amigo, y deudor ocasional, más de treinta años de relación dan para mucho, pero Alfredo era una persona que se hacía querer, esa fragilidad aparente provocaba la ternura sin querer y yo le quería mucho y sigo desubicado por completo con lo ocurrido en su finca, vamos, que no me lo creo. Y antes que me lo pregunte, les diré que “mi marques” vino a verme esa misma mañana, necesitaba dinero, y convinimos un anticipo sobre los ingresos de la próxima cosecha, o siguientes, en el campo nada hay seguro y me lo pidió en efectivo y así lo convinimos y firmamos.

 

-¿Le había prestado alguna cantidad con anterioridad?- pregunto Manolo-.

-Si, hace un par de años también necesitó de mi ayuda, me lo devolvió en el plazo convenido y este año, ya me había pedido cien mil euros, me dejo un lienzo de un famosos pintor belga en garantía, que al parecer vale el doble, no pudo devolvérmelos y ahora necesitaba quinientos mil, que es lo que se llevó, su garantía en este caso eran un puñado de joyas y su palabra, además del cuadro que tengo en el desván de mi casa que para mí era suficiente, al parecer quería poner la finca en orden y tenía un interesado en comprársela, pero no habían hablado ni pactado precio, aunque él, estimaba que podría obtener, con relativa facilidad,  unos quince millones de euros, cifra que a mi me pareció un tanto optimista, esa es la verdad.

 

-Dígame, Sr Llopis; ¿que clase de billetes componían la entrega y cuéntenos por favor que hicieron una vez firmado el documento y entregado usted el dinero?,- preguntó Pipi-.

 

-Tuvimos que rebuscar en nuestras cajas fuertes para completar el importe, no fue fácil créanme, había billetes de todo tipo, sobre todo de veinte y cincuenta, si no recuerdo mal, lo gestiono todo Amparito mi secretaria, menos mal que traía un maletín grande. Y luego, me supo mal, pero yo tenía un compromiso y no pudimos irnos a comer a su restaurante preferido, “la pepa” una arrocería que le gustaba mucho, de todas formas, creo que quedo con alguien.

 

-¿sabe usted con quién?

 

-No, no lo sé, aunque no me extrañaría que se viera con sus amiguitas más amigas del alma.

 

En aquel momento, el dicharachero Vicente Llopis, se dio cuenta, que ese comentario había ido más allá de lo que le convenia, aunque de poco le hubiera valido, porque en “la pepa” nos confirmaron horas después, que había estado con dos jóvenes extranjeras, y no era la primera vez que iba acompañado de esas dos mujeres, “despampanantes” así las definió el maître.

 

-Bueno, el tenía una relación muy cercana y especial desde hacía unos meses con dos bellas mujeres, creo que se llaman Alexandra y Haima, son dos amigas que viven en Denia, creo. Alexandra, al parecer es la nieta de un multimillonario moldavo o serbio y lleva unos meses residiendo por aquí, pegándose la vida padre con esta otra amiga, en plan vacaciones sin limite.

 

-¿Cómo era de especial la relación y sabe usted como se conocieron?, -peguntó Pipi-.

 

-¡Hombre! Pues la relación era muy pegajosa e intima- acompaño a sus palabras con una carcajada- eso lo he visto yo y me lo ha contado “mi marques”, y se conocieron en mi barco, vinieron a una de mis fiestas, no sé a quien acompañaban y ese alguien se las presentó. 

 

El material fotográfico y videos, como la información que existía en la comandancia de Valencia, sobre las fiestas de Vicente LLopis, daban para muchos días de estudio, habían realizado diversos seguimientos, porque en ocasiones en esas fiestas se cerraban tratos de armas, contrabando, drogas, etc. Pipi se puso muy pesada y al final consiguió que el teniente encargado del seguimiento buscara imágenes de Alfredo Montes, sabiendo que había asistido a todas las ultimas fiestas que se habían celebrado en el enorme yate, sobre todo para buscar la imagen de las dos amigas extranjeras que le vieron por ultima vez el día de autos.

Y las encontraron, una morena y una rubia, ninguna de las dos presuntamente hijas del pueblo de Madrid. Dos mujeres que a duras penas podrían superar los treinta años, bellas, elegantes. En algunas imágenes Alfredo las tomaba por la cintura y había fotos donde se besaban indistintamente con Alfredo o entre ellas, además de gestos de complicidad, caricias, etc.

 

El siguiente paso era aclarar la identidad de esas dos mujeres, pero para ello no hubo que esperar mucho tiempo, uno de los agentes encargados del seguimiento aclaró el enigma de inmediato.

 

-Estas pájaras fueron introducidas en estas fiestas por Nico Gómez, lo recuerdo perfectamente, porque es la única vez que este tipo fue a una fiesta e iba con estas dos mujeres, pasamos las fotos al CNI, ¿mi teniente se acuerda?

 

-Joder, -dijo Pipi- después que el joven teniente asintiera, ¿quien demonios es este tipo?

 

El suspiro del teniente y la sonrisa socarrona de los agentes que estaban en la sala central, no presagiaban nada bueno y así fue.

 

-Nico Gómez, es un personaje que nadie sabe de dónde salió, pero es alguien que trabaja para los servicios secretos de varios países, o para gente de mucho dinero, se dice que dispone de la cuadra de mercenarios y delincuentes especializados en todo tipo de delitos más exclusivos del mundo, sin confirmar claro, servicios secretos como los de Israel o Estados Unidos, le protegen- dijo el teniente- quien prosiguió.

-Es español y se llama Nicolas Gómez, con diecisiete años ganó el campeonato mundial de tiro al blanco de carabina juvenil, salió de España y  parece que recaló en Chechenia, para poder  entrenar con el mejor entrenador del mundo de esta especialidad y desapareció, hasta que años después, en Afganistán, dirige junto a tres mercenarios de su equipo una operación de rescate de un coronel americano, en esa operación de rebote y sin saberlo localizan y eliminan a un importante dirigente talibán, cuya guerrilla había matado a dos soldados españoles, por esta razón llega la información a España.

 

-Después, -prosigue el teniente-, hay información de participación suya y de sus equipos en muchos casos de alto secreto por medio mundo, según nos contaron desde Madrid, el ámbito de influencia de este tipo con lo yankees es absoluto, por eso nos piden informar de sus movimientos cuando aparece por aquí, cosa que ha hecho dos o tres veces y sin poder acercarnos a él sin autorización del centro en Madrid.

 

-Fantástico para nuestro enrevesado caso, solo nos faltaba el super-espía y sus niñas- dijo Manolo sonriendo forzadamente-.

 

-Necesitamos información de las chicas, ¿os podéis ocupar de eso al menos? – preguntó Pipi.

 

-Lo intentamos y os decimos algo- aseguró el teniente.

 

Cuando salían de la comandancia de Valencia, un whaps up les avisó que disponían del informe de balística: las balas eran de fabricación checha y de un modelo que se empezó a fabricar hace cinco años. 

 

 

Capitulo 10 – Lo que parecía fácil, lo era, pero cruelmente triste.

 

Las agotadoras jornadas que la investigación de la masacre en la que trabajaban sin límite de horas, la guardia civil Pipi Colmenarejo y el policía Manolo Castro, les obligó a dejar a un lado los casos, ya cerrados, pero que la delegada Marina Besteiro, les había pedido reestudiar porque había indicios suficientes para pensar que más que un final bien elaborado y fundamentado había sido un cerrojazo a lo “hasta luego Mari Carmen” en toda regla.

 

Ambos pactaron una formula, era la única posible, estudiarlo por separado en sus pocos ratos libres robándole horas al descanso y familia en el caso de Pipi y diversiones y citas en Tinder en el de Manuel. Llegaron al acuerdo para empezar por el caso de la vieja solterona de Madridejos, Dolores Mancebo de la Peña, quien había muerto electrocutada por la supuesta caída accidental del secador de pelo en el agua de su bañera.

 

Jesús Prieto, uno de los guardias civiles del cuartel de Madridejos, era hijo de Raimunda, beata compañera y cofrade mayor de San Damián de misa diaria junto a la difunta Dolores y fue su primer objetivo, aquella mañana de sábado que encontraron un hueco para acudir al toledano pueblo e iniciar algunos interrogatorios después que ambos, hubieran terminado de leer y repasar el expediente.

 

-Mi madre, tenía relación con Dolores, sencillamente por acudir todos los días a misa y a rezar sus rosarios, eso con el paso de los años hizo que Dolores, que era una mujer muy desconfiada, tuviera en mi madre prácticamente su única amiga.

 

Jesús Prieto siguió refiriéndoles la historia de Dolores. Hija única de la famosa adivina, que se enriqueció gracias a sus dotes, que al parecer eran completamente reales, estuvo soltera toda su vida, aunque había un fundado rumor en el pueblo, al parecer mantuvo una tormentosa relación durante muchos años con un joven sacerdote, lo que es cierto, les dijo Jesús, es que antes, durante y después de esa relación rechazó sistemáticamente a todos sus pretendientes, porque según le decía a mi madre, era bastante basta en su léxico, -los hombres solo la miraban como si fuera una hucha con raja y no una mujer que entre otras cosas también tenía raja-. 

 

-Profunda y descriptiva definición- soltó Manuel sonriendo-.

 

Lo que más le llamó la atención del resumen que Jesús les hizo, fue la coincidencia en todo el pueblo que la tal Rosario, no era una mujer querida y que, si destacaba por algo, era por su mal genio y su destemplanza a la hora de relacionarse.  Jesús nos acompañó a la modesta vivienda de la persona que encontró el cuerpo de Rosario, Juliana su asistenta durante muchos años.

 

-media vida sirviéndola y fíjense como la encontré.

 

Juliana era una mujer de casi setenta años, aunque podría aparentar algunos más, viuda de un mal hombre, eso les dijo, bajita, encorvada con un pelo ralo recogido con un modesto moño, les hizo pasar a su modesta y pequeña casa, que olía a humedad y repollo. La conversación con ella no aportó ningún dato relevante, pero si les llamó la atención la referencia cariñosa y respetuosa con una mujer a la que parece nadie quería en el pueblo.

 

-Si, tenía su genio y era muy suya, no quería intromisiones, ni cotilleos, le gustaban las cosas muy relimpias y era poco habladora, pero yo la apreciaba mucho.

 

Juliana, no tenía horario fijo, llegaba pronto para preparar el desayuno y se iba después de la cena con la cocina recogida y limpia, por todas estas horas, durante seis días a la semana, solo los domingos no acudía a la casa, percibía quinientos euros- pero haciendo todas las comidas en la casa, que conste – dijo Juliana. 

 

-¿Tiene usted hijos, Juliana?, pregunto Pipi.

 

-Si dos, uno se me murió hace unos años y mi Tomas, que entra y sale como no tiene trabajo fijo, va a donde puede el pobre.

 

-No le quedaba mucho tiempo para atenderlo, Juliana, apostilló Pipi.

 

-Me las apaño, contestó Juliana.

 

Cuando termino la visita, concluyeron que Juliana les había dejado algunas dudas, aunque su firmeza y tranquilidad no dejaba resquicio a sospecha alguna. Pero decidieron pedir ayuda a. Jesús Prieto, quien les prometió investigar, hablar con el director del banco y comerciantes.

-¿Os ha contado lo del hijo?, les preguntó.

 

El hijo de Juliana, Tomas, efectivamente, como esta les había contado, entraba y salía con frecuencia, pero de la cárcel, toxicómano, alcohólico y un tipejo desagradable, del que se decía que había maltratado hasta a su madre.

 

-Jesús, investiga donde está y verifica que no haya habido cambios en las vidas de Juliana y el hijo- le pidió Pipi-. Y otra cosa más, tenemos que averiguar quien se beneficia de la herencia.

 

No paso una semana, cuando desde el cuartel de Madridejos llegaron noticias relevantes y esclarecedoras para el caso.

 

Tomas el hijo de Juliana, había salido del penal de Ocaña, una semana antes del achicharramiento de Dolores en su bañera, justamente ese mismo día, a media mañana, según recuerda Ramiro el del surtidor, paró en la gasolinera que hay a la salida del pueblo, llenó el depósito y desde entonces no se le ha vuelto a ver.

Por otro lado, el albacea nombrado por Dolores en su testamento, es el encargado de sus olivares, les manifestó en el interrogatorio que le practicaron en el cuartel, para acojonarlo de entrada, porque es un poco cazurro, según Jesús, que y cito textualmente:

-La vieja bruja le ha dejado todo a las monjas clarisas del convento de San Damián y a su parroquia, con el mandato único que arreglen completamente la iglesia y el cementerio que esta hecho unos zorros, aunque ella solicita a cambio de la aceptación de la herencia por las monjitas, ser enterrada a los pies del altar mayor de la iglesia.

Solo hay dos excepciones, una medalla de oro de San Damián, que ha dejado a tu madre Jesús y un cordón de oro en forma de rosario que ha dejado a mi mujer, porque mi Asún, ha guardado más de treinta años un secreto que ni a mí me lo dijo, sobre un lio de faldas que tuvo la bruja con un cura, que la dejo preñada y tuvieron que ir a ver a la “tía maleta” una partera y abortadora de Socuéllamos para que le sacara al niño, ¡la muy puta!.

Lo relevante no era el reparto tan disparatado y convencional de la herencia, sino que las joyas, ni estas dos ni ninguna otra aparecen por ninguna parte y -añadió Jesús- mi madre dice que ella simpre iba mucho y bien enjoyada a la iglesia, ósea que botín había.

 

-Aunque me sabe mal por la pobre mujer, ir en busca de Juliana y llevarla al cuartel -le pidió Manolo Castro- dile que nosotros queremos hablar con ella, en hora y media estamos allí.

 

Juliana, la criada de tantos años y la madre del desaparecido Tomas, solo tardo una hora con el persuasivo interrogatorio que planteó con habilidad y cariño Manolo Castro, en reconocer que su hijo la forzó a facilitarle la llave, sabiendo que su ama, siempre se daba un baño después de volver de la misa diaria y antes de que ella le preparase el desayuno. Y cuando llegó se la encontró como dijo.

 

Juliana sin soltar una sola lagrima, relató toda una vida de dolor y de menosprecio de una persona tan poco piadosa y que aplicaba con saña una maldad como la difunta.

-Yo dejé de creer en dios, cuando después de muchos años de sufrimientos y oraciones, mi vida era mas insoportable y el dolor no me dejaba ni dormir. No he tenido ni un solo día de descanso, y ¿sabe usted? no sabría decirle que es la felicidad, porque creo que no la he sentido jamás en mi vida, ni un solo día y no lo digo para que me compadezcan, eso a mi no me sirve de nada, créame.

 

-Hábleme de la difunta, - le pidió Manolo Castro-.

 

-Solo le diré una cosa, yo desayunaba, comía y cenaba todos los días y todos los años que la serví, en la misma taza o plato y con su chuchara y tenedor que ella había utilizado con anterioridad y solo disponía para alimentarme de sus sobras y si no había, un trozo de pan y aceite. Así fue siempre.

 

-Como un perro, las sobras – dijo bajando la cabeza Manolo Castro –

 

-Tenia contados hasta los garbanzos-prosiguió Juliana- y cada día cuando me iba me abrazaba y acariciaba, hasta los pechos, pero no era cariño, no, era para ver si me llevaba algo a mi casa. 

 

La vida de Juliana ha sido una tortura opaca y una esclavitud física y moral en toda regla, que se inicia con una infancia de una posguerra gris, fría y hambrienta, y una boda por mandato paterno con un hombre que la maltrató toda su vida y al que tuvo que mantener los últimos años de su ruin existencia velada por el alcohol y la ira. De sus humillaciones, nunca hubo amor, nacieron dos hijos, el mayor murió acribillado cuando en un intercambio de disparos la policía lo mató al salir de un atraco cometido en la calle Arturo Soria de Madrid y el pequeño, Tomas, drogadicto desde los catorce años y alcohólico ha sido su última desdicha.

 

-Cuando Tomas me puso el cuchillo en el cuello y me pidió todo lo que tenía, mi corazón dijo ¡basta!, yo no era tan desgraciada estando él en la cárcel, solo tenía que respirar el asqueroso perfume de la señora y comerme sus babas, pero para eso ya tenia yo callo duro desde hace tiempo, para lo que ya no me quedaba fuerza alguna, era soportar la humillante violencia de mi hijo junto a mi vida en casa de la señora, ya no podía, estoy agotada, muerta en vida, aunque no se lo crea, me cuesta trabajo hasta orinar o comer.

 

Sin pestañear, tomo un breve sorbo de agua, y prosiguió.

 

-Así que me dije, que ya todo me daba igual, y que lo mejor que me podría pasar era morirme o ir a la cárcel, donde seguro me tratarían mejor que lo hacían mi hijo y la persona a la que le he servido fielmente media vida. Le dije a Tomas, la hora del baño diario de la señora y el lugar exacto donde se encontraban las dos cajas escondidas de las joyas y solo le pedí a cambio, una sola cosa, que se fuera muy lejos y que no volviera más. No me dijo nada, tomo la llave y miro la hora, ni se despidió, cosa que le agradecí y lo demás ya lo saben ustedes, pero desde que ninguno de los dos está a mi alrededor, he podido dormir al menos un par de horas seguidas y hasta he vuelto a sonreír viendo algún programa en la tele.

 

Juliana, se apago por si sola, sin molestar a nadie, falleció dos semanas después, en su triste casa, por fin podrá descansar -dijo Manolo Castro con los ojos llenos de lágrimas-.

 

Tomas, fue entregado por la policía francesa, unos meses después, había intentado vender un último lote de joyas a un perista de Lyon, confidente de la policía, quien comprobó su identidad y tramitó la orden de interpol que había interpuesto la policía española. Está a la espera de juicio.

 

Capitulo 10 - Mi segunda visita y un largo café con los investigadores.

 

Al día siguiente era festivo en Madrid, día que aproveché para viajar de nuevo a Albacete, llamé a Marina para intentar verla al margen del caso del marqués Alfredo Montes, adelantando mi viaje a la tarde del día anterior y proponiéndole una cena para dos.  

 

-Lo siento Leo, pero me pillas completamente liada, con follones de todo tipo y no creo que sea el mejor momento para irme de cena y puedo garantizarte que no sería una buena compañera de mesa.

 Aquel jarro de agua fría metió de nuevo en el congelador de siempre mis expectativas, parecía que la luz que creí vislumbrar, o quizás imaginar, al final del túnel en nuestra última vez en Madrid debía tener pocos vatios. Así que me deje arrastrar por la desidia moral y caí en brazos de la comida basura y después de intentar no pasar la noche solo, tirando de agenta a la desesperada, pero solo el escaso éxito me hizo desistir y recomponerme en parte y así evitar que siguiera haciendo el ridículo por la vida. 

 

Yulia me esperaba en la estación de Albacete, esta vez debo de reconocer que vestía sencilla pero muy elegante y sin apreturas, estaba radiante, algo había cambiado en ella, el maquillaje era más liviano y la ropa no forzaba innecesariamente su esplendida figura. Cuando se encontró con la marquesa, esta retuvo sus dos manos unos segundos y mirándola varias veces, le dijo -¡que ángel, dios mío, que ángel!-. 

Esta vez encontramos a la marquesa notablemente desmejorada y cuando empezó nuestra conversación me di cuenta enseguida que aquella mujer acusaba sin disimulo posible una  profunda herida y andaba un tanto desnortada, perdida ante una realidad, que sospeché de inmediato, empezaba a conocer y muy probablemente jamás hubiera formado parte ni de sus peores presagios.

 

-Verán, me he reunido con los nuevos policías que llevan el caso, he hablado con el administrado de mi hijo y me he dado cuenta no solo que mi relación con él era distante, sencillamente no reconozco a mi hijo por las cosas que me han contado, es la cara B de un disco que nunca había oido. Estoy horrorizada y profundamente abatida y por si fuera poco, tengo ahora la obligación de aceptar y disponer la herencia de mi hijo, sin fuerzas ni ganas para vender y liquidar todo el desbarajuste en los que mi querido Alfredo ha convertido una riquísima familia en un pozo sin fondo.

 

-Créanme -prosiguió- si les digo que estos últimos días solo tengo en mi corazón el imborrable recuerdo de Venan, mi potro, él ha sido la única persona junto con mi queridísima tía Enriqueta que no me falló nunca, y eso que yo algunas veces llegué a tener tímidos conatos de ciertos remordimientos, seguramente provocados por mi educación católica y de clase, al tener un amante y ser tan dichosa con él.

 

Hablamos por espacio de una hora, sinceramente creo que le servimos de desahogo, ante su precario estado anímico, porque ya no tenia ningún interés en que yo le siguiera explicando los pormenores de mi conversación con su hijo aquella calurosa tarde en el AVE. Quizás lo único destacable y también lo que entusiasmo a Yulia, fue la historia del famoso maletín y donde se supone que Alfredo transportó el dinero que le había prestado el tal Vicente Llopis.

 

-El maletín lo compra mi marido Augusto en Paris y en la maleta que hacia juego trajo una importante suma de dinero, producto de todo lo que él y sus hombres, del batallón que mandaba, habían saqueado en su retirada desde Rusia hasta llegar a Ginebra (Suiza) que es donde termina su aventura, allí venden todo lo que pueden, excepto las joyas mas valiosas que deciden venderlas en Paris y encargan a mi marido, del que todos se fiaban para que sea él, por si solo y para no levantar sospechas, quien haga la gestión. Augusto me contó, que cobró todo el importe en dólares americanos y para evitarse inspecciones innecesarias se vistió elegantemente de civil y compro una maleta y el maletín, ambos hacían juego y así pasó la frontera, con su documentación militar como coronel. Lo curioso, como les decía, es que el dinero nunca viajo en el maletín, sino en la maleta de la que hizo entrega a su comandante en el cuarte general del ejercito de la plaza de la Cibeles en Madrid y este se encargo de un equitativo reparto entre todos los hombres supervivientes del batallón.

 

-Pero usted nos dijo-intervine yo- que su hijo jamás hubiera metido equipaje normal en ese maletín.

-Así es-me contestó- porque la versión que siempre le dio su padre a Alfredo para no escandalizarlo era que el dinero viajó en el maletín, donde la cantidad posible de transportar era muy inferior a la que realmente consiguieron de sus expolios y robos, nada edificante ante un hijo, aunque la historia sea tan bélica y aventurera.

 

Cuando abandonamos el viejo caserón, no nos pareció ni tan espacioso, ni hermoso como la primera vez, quizás la tarde plomiza ayudo en esta nueva impresión, pero algo de su grandeza se nos había roto en nuestro interior. Anduvimos un buen rato sin decirnos nada, hasta que Yulia entristecida y con los ojos casi llorosos se paró; 

 

-No lo puedo evitar, me da mucha pena esta mujer y creo Leo, que no nos va a durar mucho.

 

Cuando llegamos a la delegación Marina estaba reunida con el equipo de investigación, nos hizo pasar y me los presentó, Yulia propuso una ronda de café de su maquina, cielo santo que  malo es el dichoso café que toman allí y empezamos a conversar con el beneplácito de la delegada quien advirtió a Pipi Colmenarejo y Manolo Castro que yo era una persona de su total confianza.

 

Me vine arriba con ese comentario.

 

Comentamos las diversas aristas del caso y me quedé muy sorprendido al saber que aquella misma tarde se habían recibido noticas muy relevantes:

El famoso maletín carecía de huellas, es decir, alguien las había borrado, no estaban las que, en teoría, deberían estar, las de Alfredo Montes del Riego.

La caja donde se guardaba la pistola tenía una huella a medias, es decir una huella original de Alfredo, pero estaba semi-borrada, seguramente alguien había cogido la caja con un guante y se produce ese efecto y… lo más relevante, había un pelo, un pequeño pelo que parecía proceder por su tamaño y textura de una ceja de color negro, iban a tratar de obtener el ADN y compáralo con el de todas las víctimas.

Por último, habían localizado tirada detrás de un estanque cercano a la casa, una pequeña banqueta de madera, que hacia juego con uno de los grandes sillones del salón, era un reposapiés cuyas patas coincidían con las marcas en la tierra que se habían fotografiado el día que levantaron los cadáveres, se habría la hipótesis que alguien se había subido allí para simular una altura que casualmente coincidía aproximadamente con la que tenía Alfredo Montes del Riego.

 

La hipótesis de la matanza perpetrada y posterior suicidio del aristócrata manchego se venia abajo definitivamente, pero aun quedaban muchas incógnitas que despejar.






Muy de tu rollo

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