LA FÓRMULA
Quinta y penúltima entrega.
En episodios anteriores: La fórmula es la llave maestra para crear un gas terrorífico que, inoculado en los depósitos de los buses de la EMT, puede causar una hecatombe desconocida e impredecible. Los agentes buscan a JJ y sus compinches, que entran en tropel a la casa del coronel de farmacia en busca del pendrive. En el Centro Nacional de Inteligencia C.N.I., suenan ya todas las alarmas: Hay un comando yihadista incontrolado.
—Yo no les puedo entregar la fórmula para que construyan un arma de destrucción masiva como en Irak y esos sitios, soy un militar español, dispuesto a sacrificar su vida por mi patria —así, tieso como una vela, pecho fuera y barbilla alta con su bata de baño y sin calzoncillos, fue de contundente el coronel de farmacia.
JJ lo miró cariacontecido, pensando que estaba a punto de vivir sus últimas horas antes de entrar en el reino de los cielos; esa era al menos su última esperanza. Mientras, Mohamed e Ibrahim se miraban entre ellos, como cuestionándose todas las cosas que el ser humano no entiende desde que los dinosaurios dejaron de zamparse mamíferos vertebrados y pluricelulares, conocidos vulgarmente como seres humanos.
El coronel resoplaba nervioso pero engallado, hasta que un golpe con la palma de la mano de Mohamed en su pecho, además de trastabillarle, le hizo dejar de soñar en voz alta y encontrarse de nuevo con la realidad. A Mohamed, el ardor guerrero del coronel parecía que no le había gustado mucho o nada.
—Tú, hombre viejo, quieres jodernos. Tío, hueles a xenófobo. Tienes cara de xenófobo. ––El coronel petrificado abrió los ojos desmesuradamente como una paellera para doce––. Estás cagado de miedo, pero te juro por el profeta que recuperaré la fórmula como sea; es un mandato que Alá, el altísimo y todopoderoso, le ha encomendado a mi hermano el mulá.
La palabra mulá sonó como un disparo en la noche.
JJ,demostrando un valor desconocido hasta para él mismo, empleó un lenguaje conciliador, depuradamente contable, con voz engatillada y en tono do menor. —Quizás deberíamos intentar restar nervios y sumar afinidades y así cuadraríamos los intereses de todos.
No fue solo Mohamed o el pobre Ibrahim un poco perdido en ese momento; la verdad, hasta el coronel lo miró como si JJ fuera tan tonto como prometía su aspecto.
A Mohamed se le estaba acabando la paciencia y dio un paso hacia el coronel, y este se estremeció y unas inoportunas ganas de mear volvieron a fustigarle su vejiga.
Al otro lado de la puerta del piso del coronel, en el estrecho rellano del tercer piso, no reinaba la calma; además del prorrogado murmullo del matrimonio teleoperata, un par de tipos de AMA 2000 aporreaban con estrépito una pieza del ascensor. Eran ellos o la pieza; no había alternativa.
El hombre más alto del Nissan; esta vez no fue cosa suya, sino de su jefe, quien le llamó cuando seguía mirando con la boca abierta, sin entender nada, a derecha e izquierda de la calle, y sin saber cómo se había evaporado el comando yihadista JJ.
—A ver, Mortadelo, tonto del culo, ¿habéis preguntado en casa de los vecinos de JJ?
El más alto miró a la agente Pérez y al bajito, y les hizo una seña con la cabeza.
—Ahora mismito íbamos a entrar, jefe, me ha leído usted el pensamiento.
El jefe resopló y dijo palabras que el más alto no quiso escuchar bien, pero terminaba en algo así como: como si tú tuvieras pensamiento, Mortadelo.
Cuando entraron y llamaron al ascensor, este seguía sin funcionar. Tres pisos más arriba y diez segundos más tarde. El coronel, después de mear y ponerse un chándal descolorido de Barcelona 92, era pastoreado junto a JJ y a Ibrahim por Mohamed. Milagrosamente, gracias a los porrazos a la válvula colateral y al latiguillo transversal de los hombres de AMA 2000, se encontraron el ascensor funcionando en su planta.
Como dijo el gran Julio Iglesias: unos que vienen, otros que se irán; la cosa o la vida sigue igual. O algo así.
Después de quince o veinte timbrazos, y a punto de chamuscar el timbre, una de las teleoperatas abrió la puerta, y se encontró a cinco centímetros de sus gafas de cerca un carné del C.N.I., con la foto del deplorable careto del más alto. La pobre Zoe juró por su mujer y todos sus muertos que había oído voces y cerrarse la puerta del coronel; no hacía más de veinte segundos.
Los tres agentes, descortésmente, ni se despidieron de ella y se lanzaron escaleras abajo.
Al salir a la calle vieron una furgo con lunas tintadas, y captaron la imagen de JJ, empujado por un tipo con pinta de faquir y barba de faquir; era Mohamed, y eso los puso de los nervios.
La nave industrial de Troquelados Guruceta llevaba varios años abandonada; los Guruceta entraron en quiebra y bluf. De todo el comando, solo JJ sabía mejor que nadie todo de aquella nave, hasta lo que iba a pagar con la nueva tasa de basura y a cuánto ascendería su periodificación mensual.
Sí, lectoras/es, la nave, vieja y con más agujeros que la diana del tiro al blanco en una feria, estaba administrada por Rubio y Palomo – Administradores de Fincas y hasta aquí puedo leer.
El Nissan blanco se paró a escasos metros de la puerta y vio entrar a los cuatro hombres a la nave. Uno de ellos, Ibrahim, hizo un gesto extraño, como de querer ir en dirección al Nissan, lo que causó cierto revuelo a los agentes. Pero en realidad Ibrahim solo intentaba decirle a Mohamed que a él ya se le hacía tarde, que si eso, ya vendría otro día a ver todo aquello. No coló; Mohamed no estaba para excusas en ese momento.
El hombre más alto del Nissan blanco se bajó y desde la acera, reincidente para variar, solo dijo cuatro palabras, por supuesto a través del móvil: ¡Que venga la caballería!
Solo quince minutos después, pudieron ser menos, pero les falló el TomTom, diez GEOS, como diez armarios cuyo único rastro para no parecer robots era la estrecha franja del pasamontaña donde brillaban sus ojos de salvadores, se apostaron al exterior de la nave. Y únicamente tres minutos les bastaron a los madelman, además de hacer alguna broma entre ellos, para volar por los aires las dos puertas de la nave de Troquelados Guruceta.
A JJ aquel ruido espantoso le dejó tieso como un torero sin contratos y le dio por reír como un bobo sin causa. El coronel de farmacia miró incrédulo a JJ, mientras unas feroces voces gritaban: ¡Al suelo, todos al suelo!
No era un remix, esta vez Tejero, no tenía nada que ver.
Continuará, pero solo una más.…
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