Que la pandemia nos ha alterado a todos y ha introducido cambios, que aun hoy, no somos capaces de entender en toda su dimensión y profundidad, tiene visos de convertirse en indiscutible verdad en un tiempo, mas bien corto. Ver la asombrosa naturalidad con la que nos hemos vinculado y hemos llegado a sentir, colectivamente, un cálido afecto, consideración y respeto por alguien que tanto daño hizo al final de la pasada década, quien, con su empecinamiento germánico, hizo trizas muchas esperanzas de futuro y nos llevó a cotas muy relevantes del crecimiento de la pobreza y la desigualdad, retrasando una eficiente salida de la crisis económica que devaluó a Europa frente a otras potencias mundiales.
Pongamos que hablamos de Ángela Merkel.
La imagen de la que disponíamos hasta ahora, nos mostraba a una Canciller fría, soberbia y mandona, pero han bastado unos pocos minutos ante un asombrado parlamento alemán para que, gracias a su expresión de su dolor y sincera preocupación, ante las muertes que se multiplican en su país, modelo en la primera gran ola de la pandemia y desbordado en esta segunda edición de esta triste historia vírica, nos convenciera y dibujara una imagen de talla política que empequeñece a todos y mas, a los que ya de por si son tan pequeños.
Su llamamiento expresa con toda naturalidad la impotencia real del todo poderoso estado y su enorme maquinaria ante la verdadera naturaleza del poder inequívoco que se desprende de la conducta, sumadas una a una, de los ciudadanos tienen sobre el desarrollo real de su propio destino. Por muchas medidas que se puedan promulgar, con buenas razones y mejores intenciones, si no se pone a la ciudadanía de parte y con una fuerte mayoría, la cosa pinta mal y tiende al descarrilamiento. Esto es consustancial al propio régimen democrático, este necesariamente tiene la obligación de convencer, disuadir y enseñar, la llamada pedagogía política, para que sus decisiones surtan el efecto deseado y consigan o gocen de la necesaria complicidad de los administrados.
La diferencia entre China y Europa, sin contar el fallido experimento sueco, es quizás el ejemplo mas evidente; el uno, con una regulación fuerte y decidida y un control político y ciudadano absoluto, consiguió doblegar la curva y aparentemente goza de muy buena salud. Mientras en la vieja Europa se apela, al margen de la mayor o menor dureza de las medidas dictadas, al sentido ciudadano y la gestión de la ética personal y de su conducta social de cada uno. El resultado esta ahí, es inequívoco, lo cual nos llevaría a la afirmación que en democracia, si el pueblo soberano quiere, puede, algo que se tendría que haber puesto de manifiesto en otras muchas ocasiones, donde lo que tocaba era defender los derechos, la economía y la libertad de todos.
Es otra reflexión que la pandemia nos ha provocado a todos.
Aprovechemoslo.
No hay comentarios
Publicar un comentario