Ya le vi muy mala carita en la Plaza de Colon, quizás, pensé yo, al estar emboscado tras los arbustos, la sombra le robaba brillo natural, cosas de la tele, me dije. Lo cierto es, que a su demacrado buen juicio habitual se le unía el cetrino de un careto demudado en un tono de incomodidad con el que no pudo el maquillaje del postureo.
Ayer, en el muy conservador y nada independentista Cercle d’Economía de Barcelona, la cosa fue a mayores, y el rostro reflejaba una mezcla entre el espanto y la sensación de patito feo, su tensión gestual fue la silenciosa confirmación que él, ni sabe, ni tiene alternativa alguna que contraponer a la delicada y arriesgada apuesta de los indultos, salvo quedarse quieto y seguir con el chascarrillo como elemento esencial de su inútil politiqueo.
Ayuso y los empresarios, le han puesto los indultos por la culata.
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