El silencio de los senderos
Tres meses sin escribir y sin correr. No esta mal.
Nadie lo ha echado en falta, ni yo. Además, visto lo acontecido en este valle de plagas bíblicas y de otras, las más, de moderno cuño, casi mejor, porque escribir reiteradamente en un tono sepia, tristón, aburrido, permanentemente insatisfecho o a la contra, es poner en la picota la paciencia y llamar al desdén de unos “lectores”, que supongo verán lo mismo que yo: mediocridad, falta de talento y una pertinaz ausencia de usar y hacer valer la verdad.
Quien más, quien menos desafía a la inhóspita actualidad perdiendo el tiempo y la bolsa o el crédito en lejanos viajes, playas atestadas, nerviosas idas y venidas y los más osados o aburridos, según se mire, se arriesgan en recorrer senderos silenciosos donde uno empequeñece ante la naturaleza que sin una sola palabra, le viene a recordar que todo termina por acabar, hasta ese calor envalentonado de un tórrido verano que precipita y anticipa la aparición de los tonos que amarillean las ramas de fresnos y robles.
El genocidio continúa tan campante en Gaza, las guerras no agotan su tiempo de destrucción y odio, y aquí, en esta tierra asolada por la inagotable insolencia de las sucesivas olas de calor, nadie es capaz de de explicarnos hacia donde vamos.
Me temo que hay mucho en que pensar, pero fijémonos brevemente en dos “cositas”: La financiación (singular o no, vaya usted a saber) para Catalunya, incomprensiblemente huérfana de la más misera información después de semanas, tan presuntamente insolidaria, según muchos, que son los mismos que vuelven la cabeza ante el drama de los menores extranjeros que se hacinan a la fuerza en barracones y en espacios carentes de las mínimas condiciones humanitarias.
Los niños vuelven al colegio y su alegre y anárquico bullicio, quizás nos hagan olvidar, por un momento, como el silencio de los senderos, el desnortado estado de la razón.
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