LA FÓRMULA
Primer capítulo
La acera de la calle Delicias (no confundir con el paseo del mismo nombre), salvo los meses duros de invierno y al inicio de cada primavera, siempre está alfombrada de hojas, moteada con algunos excrementos en forma de chorizo para guisar con pedigrí callejero, el de algunos chuchos del vecindario. Por resumir la cuestión: Suciedad es igual a exceso de ramaje en los árboles, amosdeperros sin bolsa recogecacas y falta de barrenderos armados de sopladores de acústicas infernales y escobas. Sin olvidarnos de que de unos años para acá han empezado a proliferar unas cagadas blanquecinas, aplastadas y resbaladizas como pequeñas galletas estilo cookies que, según Lupe, la compañera de JJ, son los desechos intestinales de unos atípicos pájaros invasores. Como si no tuviéramos bastante ya con las palomas.
Pues a pesar del asqueroso estado de la acera, JJ y sus seis dioptrías seis, fueron capaces de detectar la existencia de un pequeño pendrive, para más inri de color negro, que se había salvado por milímetros de una galleta de caca blanca con diminutos puntitos negros y morados.
Con lo cuidadoso y remilgado que es JJ, ya es raro que no lo apartara con el pie y lo dejase en el cuenco del árbol más próximo. Lo que está muy claro es que no lo hubiera tocado siquiera si llega a adivinar su contenido y las consecuencias que le acarrearía para su monótona existencia.
JJ (Juanjo Jiménez) trabaja desde hace ya casi dos lustros de nueve a seis de la tarde en Rubio y Palomo – Administradores de Fincas, cuya oficina siempre ha estado en el número 3 de la Calle Delicias de Madrid. Cada tarde, excepto cuando la temperatura sobrepasa los 32 grados centígrados o llueva torrencialmente, JJ camina desde su trabajo hasta la Avda. Ciudad de Barcelona 87 3ºB, donde vive.
En el despacho donde trabaja JJ, además de los dos socios titulares de la firma, solo tiene por compañera a Lupe, con quien apenas habla; viejas rencillas y dos caracteres incompatibles, la rápida fiereza de ella y la meticulosa parsimonia de él, no han terminado de entenderse del todo. JJ es contable vocacional desde que era niño. Con los amigos, cuando era un tímido preadolescente, siempre que se hacía un fondo común para alguna movida, él era, sí o sí, el encargado de llevar las cuentas. Para JJ, la contabilidad es un arte incomprendido. Sin contabilidad no se sabe la realidad, no hay PIB ni Balanza de Pagos que valga; y sin estadística no hay datos y, sin datos, es imposible el gobierno; resumiendo en seis palabras: el mundo sencillamente no puede funcionar.
JJ es un hombre frugal, metódico, casi abstracto y poco dado al entusiasmo. Soltero, ya sin remedio, tuvo dos largos noviazgos que terminaron en aburrimiento, los dos con la misma novia, y además del orden, su gran pasión son las novelas de espías, desde John Le Carré, pasando por Graham Greene, Frederick Forsyth y otros muchos, hasta completar los 1.243 volúmenes que tiene contabilizados en las atiborradas librerías de su piso.
Pero volvamos al pendrive.
JJ caminó hasta su casa, siguiendo religiosamente su camino habitual, cruzando por los mismos pasos de cebra de siempre, manteniendo su regular ritmo de zancada, nunca baja ni supera los 34 minutos por trayecto, que comprueba siempre que llega al súper, donde para y hace toda su compra diaria, pan de pueblo incluido. Lo primero que hace nada más abrir la puerta es ver si Brenda, la señora que viene tres días a la semana a limpiar, y hoy era uno de ellos, ha cumplido a satisfacción la lista que le ha dejado en la mesa de la cocina con sus tareas para las tres horas que tiene contratadas.
Hoy, de manera excepcional, después de colocar la compra y confirmar en el cuadrante semanal que tiene en un panel pegado en el frigorífico que esta noche tocan para cenar huevos fritos y unas tiras de jamón ibérico, ha roto la costumbre hecha ley y no se ha duchado a continuación.
Sin saber por qué, en un ataque de curiosidad, poco frecuente en él, se ha sentado ante el sifonier del salón, donde tiene el ordenador portátil, y ha introducido el pendrive.
El dispositivo solo contenía un PDF que, al abrirlo, le ha parecido a JJ unos enrevesados e incomprensibles apuntes de física.
A JJ no se le daba mal la física, no tan bien como las mates, ni tan regular como lengua y literatura, ni tan mal como el dibujo, pero aquel conjunto de letras y signos, que parecen extraídos de algún alfabeto olvidado, además de unos extraños dibujos, le ha dejado algo perplejo.
Un buen rato después, mientras JJ está degustando sus huevos fritos con jamón y viendo el Telediario —y a Pepa Bueno, que le pone muchísimo—, en la misma calle donde JJ se encontró esta tarde el pendrive, dos hombres están recorriendo con cuidadosa paciencia toda la acera. Sus miradas se dirigen a cada uno de los establecimientos, ya cerrados a estas horas, menos el bar de Manolo, que está solo y bostezando. Uno de ellos, el más alto, parado en mitad de la acera, hace una llamada desde su móvil.
—Veo un par de cámaras. Quizás tengamos suerte y lo podamos localizar.
JJ se acuesta como un cartujo a las diez de la noche, coge el libro de su mesilla y se dispone a leer, como todas las noches. Dormirá, también como siempre, plácidamente hasta las siete de la mañana cuando, un par de minutos antes que suene el despertador, se despierte.
JJ no sabe que los dos hombres que han repasado varias veces la calle Delicias a quien están buscando es a él.
Mejor así, porque si no, no hubiera pegado ojo en toda la noche.
Continuará…
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