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LA FÓRMULA - Segundo Capítulo



 

LA FÓRMULA

Segundo capítulo


En el episodio anterior: JJ, un contable frugal y metódico se encuentra un pendrive. Dos hombres buscan el mismo dispositivo y a la persona que se lo llevó. El dispositivo solo contiene un pdf con unas extrañas fórmulas y dibujos que a JJ le dejaron perplejo.


JJ se levantó plomizo y pastoso esa mañana, realizó sus hábitos mañaneros y llegó puntual a Rubio y Palomo – Administradores de Fincas. Hoy el día pintaba en bastos; dos juntas de propietarios esa misma tarde con derramas pendientes y morosos recalentados rizaban el rizo de la habitual odisea para tratar de sobrevivir a cualquier reunión de vecinos, y eso tendría a los jefes de mala leche y a Lupe de los nervios, más que cualquier otro día.


El Nissan blanco aparcado tan solo cuatro pisos más abajo, en frente de la ventana donde se sienta JJ y sus libros de contabilidad, llevaba allí desde la noche pasada. Las órdenes fueron concisas: —No os mováis de allí. Cuando el gimnasio de la esquina levantó el cierre a las seis de la mañana, los dos hombres acojonaron para muchos días al pobre becario, que era quien abrió el gym ese día, con sus carnés oficiales y sus jetas de funeral de estado. El chaval tragó saliva y les hubiera dado su propia cartera, el móvil y hasta el teléfono de su camello, si se lo hubieran insinuado, pero aquellos dos tipos solo querían ver las imágenes de la cámara que tiene instalado el gym en la entrada del garaje para clientes. 

Su siguiente objetivo en la calle Delicias, fue una tienda y almacén de productos dietéticos gourmet, que había sido desvalijada con saña un porrón de veces, hasta que la dueña dijo: ¡Estoy hasta el toto! e instaló una alarma y una cámara en la esquina superior del escaparate. Candi, la dueña, no se dejó amedrentar como el pobre becario del gym, pero cuando salió a relucir las palabras <<seguridad nacional>> y sobre todo <<CNI>>, dejó las objeciones para otro rato y les abrió paso hacia la trastienda.


JJ bajó puntual, donde Manolo a tomarse lo de todos los días, un café con leche y una tostada con aceite bien cargada de tomate. Manolo bostezaba como siempre, mientras servía dos cafés cortados a los dos tipos del Nissan que no estaban allí ni por su gusto ni buscando a JJ como tal, sino a un fulano que se apreciaba en las imágenes que habían visionado recogiendo del suelo un pendrive que, según sus fuentes, Mohamed iba a entregar a su contacto en España. Lo que se denomina un salto en el mundo del espionaje (por si no lo sabéis).

No hace falta ser del CNI, ni listo, para comprender que los dos fulanos se quedaron de pasta de boniato cuando vieron que el hombre al que tenían que empezar a buscar por la zona era el nota que comía, mecánicamente, comer por comer, una tostada atiborrada de tomate, y que contestaba con monosílabos a Manolo.

El más alto salió del bar y volvió a su costumbre de hablar por teléfono desde la acera. 

—Lo tenemos, jefe.

JJ pagó su consumición, dejando la propina diaria, veinte céntimos, y volvió a sus quehaceres. El segundo hombre, el bajito, que se quedó dentro del bar, y que tenía una jeta menos ruda y avinagrada, tanteó a Manolo con gracia.

—Cómo se parece el hombre que se acaba de ir —refiriéndose a JJ— al hermano de mi amigo Ángel, joder, es increíble, ¿no se llamará por casualidad José Antonio?

Podía haberse cortado un pelín, pero Manolo solo se calla cuando bosteza, así que, excediéndose varios pueblos y concejos, le ofreció por las dos consumiciones y cincuenta céntimos de propina un atisbo biográfico de JJ. 

Los dos tipos volvieron a las dos y media de la tarde con el Nissan blanco. JJ ya andaba sorbiendo lo que Manolo denomina sopa de marisco o algo así, el primer plato del menú del día del bar, quien nada más verlo le dijo. —Joder, JJ, me han dicho que tienes un doble por ahí, clavadito a ti. JJ se lo quedó mirando y decidió pellizcar el currusco de pan y mirar la televisión puesta a todo volumen.

Rubio y Palomo se fueron pronto al aquelarre de las juntas de vecinos; Lupe se escaqueó media hora antes, como hacía siempre que los jefes tenían junta, y JJ esperó a su hora e hizo el regreso matemáticamente calcado hasta abrir la puerta de su casa.

En ningún momento se dio cuenta, hubiera sido un milagro si así hubiera sido, de los dos hombres y una mujer, que escalonadamente y por separado le siguieron todo el tiempo. Tampoco al trío perseguidor le dio por mirar para atrás de vez en cuando y eso fue un error imperdonable de primero de primaria (de espías).

JJ tiene como vecinos en su descansillo a un coronel de farmacia ya jubilado y a una pareja de mujeres, recién casadas, teleoperadoras a jornada repleta (de 9 a 9), y agobiadas con un pedazo de hipoteca-condena a la que se han encadenado por 30 años. Pedro Salas, el coronel de farmacia, es un hombre agradable, teatrero e infantil que sigue estudiando cada día todo lo que se publica en el mundo de la farmacopea y es un portentoso jugador de bridge. Y al timbre del coronel, llamó JJ, ya duchado y después de haber sacado de la nevera, para que se atemperase, el medallón de merluza, que figuraba en el cuadrante del frigo como cena de hoy.

—Pero JJ, lo que traes aquí es un incunable —dijo el coronel— al mirar el pdf que le mostraba el portátil de JJ. Esto es física y química pata negra de la buena, pero déjame que le eche un vistazo tranquilamente y te digo.

JJ volvió a su casa y el coronel de farmacia se quedó dándole vueltas y revoleteando entre libros y cuadernos en su destartalada habitación despacho.

A las dos y diez de la mañana, el timbre de JJ descargó su furia contra el silencio de la noche. JJ estaba soñando con Natasha, una espía soviética hermosa y fría como cualquier día de enero en Cuéllar, que había seducido al residente del MI5 inglés en Moscú.

Cuando JJ abrió la puerta, se encontró al coronel de farmacia, con el batín medio desabrochado, la caballera encrespada y los ojos bizqueando. —¿Dónde dices que te has encontrado esto, JJ?

En la calle le contestó JJ ya de entrada afligido, y el coronel, poniendo cara de misterio, pasó al interior del piso, empujando levemente a JJ en el pecho, con su dedo índice, cerró la puerta y en un susurro cómplice y maquiavélico le dijo.

—Creo que esta es la fórmula de un gas venenoso.

JJ no pudo reprimir un débil grito ni un sonoro retortijón de tripas.

Continuará….


Muy de tu rollo

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