Los romanos, sin aviso previo, invadieron la península, como esos okupas que chulean una casa, obligando a los dueños a hacerles de servicio domestico, dándoles las sobras para comer y alguna hostia que no merecen.
Los romanos buscaron metales con tanto ahínco que dejaron Hispania como un gruyere, agujereada, medio vacía, exhausta y muy enferma. Los galenos romanos vieron cuanto daño hacia el trabajo en minas y canteras, las continuas toses y las muchas bajas les alertaron que algo mataba, además del látigo.
Los siglos pasaron y en los pueblos mineros, en sus recortados cementerios, las lapidas señalan una diferencia de genero, posiblemente única, vidas menos longevas de los hombres de la mina respecto a sus mujeres. La causa se conocía desde antiguo, la bautizaron silicosis en 1.870, pero la revolución industrial y la modernidad, exigía mas energía, mas carbón y mas mineros.
Y en esto llegó la contaminación, el amianto, y un largo etc. El capitalismo mundial pinta de gris sus cielos con el temible smog (nube de dióxido de carbono), en Madrid también, incluso, soportamos a aquella alcaldesa bilingüe que hacía de trilera cambiando las estaciones de medición de lugar, para evitar tener que afectar al uso del coche.
La dicotomía, entre salud y economía, en realidad no existe, nunca existió, la que lleva la voz cantante en este clásico y antiguo dueto, donde la salud es el guitarrista feo y chaparrito y la economía una dama cautivadora y de singular belleza, siempre es ella.
En esta pandemia hay quienes les ha preocupado un mayor equilibrio y racionalidad, en esta imposible ecuación, a otros nada o simplemente el bar de la esquina.
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