Abascal, tiene una expresividad muy próxima a aquellos sargentos chusqueros que vaciaban su infelicidad con saña a una caterva de reclutas acojonados. Su cara es la ira total, si los pecados tuvieran denominación de origen, este careto vendría en todas las etiquetas del odio y la mala leche.
Pablo Casado, reparte sonrisas sin recato, con generosidad, es lo mejor que puede hacer, sonreír, eso le da un cierto aire simpático, porque cuando la sonrisa se apaga aparece la verdad. El domingo en una plaza llena de fieles con entrada gratis, tuvo su momento de gloria y un discurso de pena, lleno de populismo, alguna sonora mentira, como “traer” a Puigdemont y una única y árida propuesta de futuro, echar abajo toda la legislación de otros gobiernos.
Nada hubiera pasado si con una pizquita de magia, algún virtuoso hubiera manipulado las imágenes y el verde Vox y la esfinge del sargento Abascal hubieran suplantado al pequeño Casado y su enfervorizada masa.
El enésimo viaje al centro ha quedado aplazado hasta nuevo aviso.
Continuará.
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