El rey emerito-decrepito, sigue en su guarida por tierras moras, donde tanta amistad y hermandad recibe, además de cuantiosas transferencias de muchos millones de euros, de aquellas buenas gentes tan demócratas ellos y donde los derechos humanos son esencia misma de su proceder diario.
Desde el día siguiente de su cobarde huida, empezó el coñazo, el falso debate de si debía regresar o no y cuando. Este tema-peñazo ha conseguido crear dos tendencias públicas, aparentemente antagónicas, pero tan perfectamente inutiles como vacuas. Unos hablan de agradecimiento eterno al personaje por los méritos contraídos y los otros piden una obligada explicación a la población doliente. A los de la gratitud eterna, lo cortés no quita lo valiente, papel decisivo, pues vale, pero un jefe de estado que le pone los pitones a la hacienda pública de su propio estado, y aunque importe mucho menos, también a su consorte, no parece que merezca esa servil actitud de apolillado sentido monárquico. Tampoco acierto a comprender, que explicación esperan los otros, que les diga el huido; que los mensajes navideños de firmeza y llamada de atención sobre la moral pública eran cosa de su guionista-bufón, que era un cachondo de cuidado o sencillamente que no llegaba a fin de mes, con tanto puterío y cuchipanda, y se tuvo que buscar la vida como tantos otros.
El caso es que este pollo, marcado queda pero indemne también, lo cual nos lleva a una incuestionable realidad; la actual jefatura del estado depende del ADN y la fecha de nacimiento para acceder y del cuajo y los escrúpulos ante las tentaciones, que siempre existirán, para envilecerse. Mal vamos.
Llegados a este punto, casi mejor que se quede en su jaima y calladito, él y sus palmeros cortesanos.
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