Laporta ganó las elecciones a la presidencia del Barça por la memoria. No la suya, que vete tu a saber, la de los socios, esos traicioneros recuerdos de los votantes que se quedaron enganchados en aquellas celebraciones, triunfos y jolgorios. Compraron el sutil mensaje, otra vez, era posible.
Una vez elegido, y no antes, miró las cuentas y horrorizado, era el único socio del Barça que no lo sabía, se dio cuenta que estaban tiesos como la mojama. Lo mismo, y es una hipótesis, si en campaña habla de números granas (rojos), estrecheces y poco gol, no gana.
Tampoco sabía "lo" de Koeman, y entonces buscó a un mago dispuesto a inventarse el gran milagro, rejuvenecer a las viejas glorias y madurar en un par de entrenos a los chavalitos de la cantera, y así cruzar el desierto, y ¡bingo!, del mismísimo desierto llegó, pero, ni en camello, ni con regalos, y con la magia en la reserva.
Es lo malo de ser un club de futbol, que, si la pelota entra, hay dinero, fama y triunfo y si no, pues te quedas lejos, muy lejos de todo, lo demás son cuentos.
Algún cachondo, muy madridista, estaba dispuesto a colgar de nuevo la famosa pancarta que, Laporta puso en campaña en frente del Bernabéu, con aquel lema “Ganas de volver a veros”, a la que el merengue añadiría de puño y letra, “pero un poco más cerca ¡cojons!”.
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