Mi último amigo es un niño catalán de 4 años de edad, se llama Iu, despierto, simpático y muy divertido. Además de derrotarme, siempre por poco, en varias cortas carreras, pese a mis aparentes esfuerzos porque esto no ocurriera, tuvimos ocasión de hablar de muchas cosas y de contarme otras, dado mi precario conocimiento, pese a mi enorme experiencia en Cataluña y con catalanes, no utilizamos su idioma materno, lo hicimos en español sin ningún problema y sin esfuerzo alguno por su parte y si por la mía por la viveza de sus hábiles argumentos y rápidas replicas.
La reciente sentencia sobre el uso del español o castellano en las escuelas catalanas, es sencillamente una decisión jurídica que atiende a la defensa de unos derechos legítimos, de muy escasa demanda social en Cataluña. La respuesta del Govern ha sido una vez más patética y reincidente con esa pataleta permanente al ver agravios y ataques por todo lo que no coincida con la visión de quienes representan a los catalanes, pero no son todos los catalanes. No obstante, en mi dilatada experiencia, si estoy de acuerdo en que el sistema lingüístico en la escuela catalana no afectaba al normal uso del español o al menos así lo viví en miles de cartas, correos, reuniones y vivencias en mas de tres décadas. En el otro extremo, algunos titulares de la prensa más conservadora y de la cada día mas escorada derecha española, tuvieron reacciones más propias de la revancha y la pica en Flandes, que de la necesaria mesura en un tema tan delicado.
Las lenguas sirven fundamentalmente para comunicarnos, para hablar, para entendernos y no para la burla, los diccionarios son un mundo de significados y orígenes por descubrir, y no ladrillos para construir muros o lanzallamas para arrasarlo todo. Los nacionalismos, como siempre, se empeñan en inventar teorías y forzar hechos, que conducen a caminos a ninguna parte, excepto al nefasto viaje al enfrentamiento y el sinsentido.
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