Aquello solo pareció una boda hasta que el oficiante llegó atropelladamente después de los novios, amigos y familia, creando una leve incertidumbre y tensión ambiental que quedó diluida cuando inició un singular alegato del sinuoso recorrido de esta bella historia de amor. Ni el relato, ni el lugar dejaban espacio para cualquier rito habitual, solo bastaba escuchar la prosa dulce y embriagadora y abandonarse ante la sutileza con la que la naturaleza en su esplendor pos otoñal nos contemplaba.
El sol, obedeciendo a un mandato desconocido, consiguió escabullirse entre las amenazantes nubes y entró a raudales, regalando a la pareja millones de motas de vigorosa luz, que levitaban iluminando y componiendo un mágico dueto con los prólogos bordados con el corazón de quienes quisieron subrayar con sus cercanas palabras el milagro del amor de Albert y Laura.
Ellos, acordaron deshacerse de la atadura de su propia vergüenza y se conjuraron en dar aun más luz en el altar de su inequívoco compromiso mutuo, prologado suficientemente con la nítida evidencia de sus miradas y complicidades. Sus palabras, tan distintas, pero tan iguales, en nada ayudaron a contener la cascada emocional en la que ya se navegaba por aquel torbellino imparable al que su amor nos arrastraba, dejando en cada rincón de sus mensajes, pétalos que acarician el alma y hacen más real la fe en la vida.
Habrá que aceptar, pese a la extrema debilidad del argumento, que la vertiginosa sobrecarga de emociones vivida, en la singular ceremonia, fue una de las causas de la absoluta, cariñosa y alegre complicidad de los asistentes que arrebataron a la nostalgia y a la tristeza su permanente sitio, mas en estos tiempos, y construyeron todos y cada uno de ellos una enorme burbuja de felicidad y alegría, que nos llevo en volandas hasta que por imperativo contractual tuvimos que decirnos, hasta luego y gracias, muchas gracias
Si la historia de Laura y Albert ha sido única y excepcional, también lo fue la de toda su familia y amigos en un día que perdurara en nuestra memoria.
Y ella, nuestra pequeña Emma, lo sabrá por todos nosotros, porque su inigualable mirada, su permanente sonrisa y su piel de terciopelo son el fin y el principio de esta bella historia eterna, sin final.
Un beso.
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