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La cripta de Los Nibelungos




La cripta de Los Nibelungos


 

La Cripta

 

 

La teniente de la Guardia Civil (Unidad Central Operativa) Sacha Ortiz, descendió por la escalera de aluminio que se había dispuesto para bajar y poder acceder al espacio subterráneo recién descubierto en la finca “los Berrocales” de Navahonda. Abajo, la esperan dos miembros del equipo de la policía cientifica y arriba, en el exterior, quedan a la espera de noticias el juez de guardia, así como el propietario de la finca.

 

Su primera impresión, es puramente olfativa, aquel extraño olor tan distinto casi la paraliza, no logra traer al presente ningún recuerdo, ni casarlo con algún otro retenido en su memoria. Pisando ya el suelo, que lo percibe duro y rugoso, su mirada se pierde por aquel interior plagado de sorprendentes ángulos, donde se mezclan los tonos rojizos con elementos blanquecinos, aunque el continuo movimiento de las potentes linternas de los dos técnicos, provoca un baile lumínico angustioso, que la obliga a pedir:

 

-       Oye parar un momento de moveros, unir las luces de las linternas para tener más visión y empecemos a repasarlo todo despacio, porque me vais a marear con tanto movimiento. 

 

Su primera impresión es que aquel espacio esta bien pensado, organizado y construido con criterio, lejos de cualquier provisionalidad e improvisación, pero sobre cualquier otra apreciación, sobre todo la sorprende.  Hay en aquel lugar un componente de ritual de honores y de misterio evidente.

 

La teniente Sacha Ortiz, decide resetear su intervención y procede a subir de nuevo a la superficie y sin decir ni media palabra a nadie, vuelve a bajar para así tratar de racionalizar con mayor criterio todo lo que esta viendo en aquel lugar.

 

La capa de hormigón del techo de la cripta, ha sido perforado y es por donde desciende Sacha Ortiz, y al descender, le permite distinguir su grosor,  casi diez centímetros, y su consistencia, esta homogéneamente repartida en una bien elaborada capa de comprensión que se sustenta sobre unas bovedillas de cerámica empotradas en una solida estructura de vigas o perfiles de hierro.  

Estas vigas descansan, a su vez, en los muros de ladrillo macizo que componen las paredes del cubículo. El espacio inferior dibuja un perfecto hexágono completamente forrado de ladrillo y solado con unas toscas losetas de granito unidas entre si, por medio de unas estrechas juntas, donde se puede apreciar el cemento bien rematado.  

 

Las seis paredes del perfecto hexágono, contienen un total de 12 huecos o nichos, pero tan solo ocho de ellos tienen una lapida que los cierra. En cada lapida solo hay escrito el nombre de quien, en teoría, yace en ese espacio concreto y un minúsculo símbolo, que no aciertan a apreciar nítidamente en una primera inspección. Hay cuatro espacios vacíos, donde se puede ver que en toda su profundidad están perfectamente recubiertos de ladrillo. En ninguno de los ocho nichos ocupados, hay fecha alguna u otra indicación que pueda aportar más ayuda a su identificación, excepto unos nombres.

 

Los nombres que figuran en las ocho lapidas, son todos extranjeros y en dos de ellos solo aparece, un nombre u apodo, sin apellido u otros datos o referencia. 

 

Hans

Leon

Reinhand Maier

Friedhelm Burbachenn

Johannes Leipzig

Otto Bremer

Peter Jensen

Paul María Schneider

 

En el espacio central del hexágono, ocupando el centro, existe un gran catafalco, dos metros de longitud y un metro de ancho y de alto. Una gran tumba , que marca distancia con el mimo y la composición del perfecto hexágono que lo rodea.

 

Esta gran sepultura central está construida toscamente, las paredes son de ladrillo, visto,  sin enlucir y la superficie superior que lo cierra esta rematada con una capa gruesa de yeso. 

 

En esta superficie, no hay nombre alguno o signo que identifique su contenido, si exceptuamos una enorme cruz gamada pintada en negro, el símbolo nazi por excelencia, sobre la blanca capa de yeso, que ya amarillea. 

 

Ya con más detenimiento, verifican que en las lapidas de los nichos el pequeño símbolo es también, una pequeña cruz gamada grabada toscamente, como si se hubiera hecho a mano en todos los casos.

 

-       Así que hasta aquí llegaron los nazis, pensó la teniente Sacha Ortiz.

 

Finalizada la primera inspección, el video y las fotografías que le son mostradas al juez de guardia, ya en la superficie, le permiten afirmar, a este, que es absolutamente necesario proceder a la apertura de todos los nichos cerrados, así como de la sepultura central, para averiguar su contenido. En el caso de que sean restos óseos, deben enviarse, con todas las garantías, como posible prueba pericial, precintados al Instituto Anatómico Forense para su estudio, clasificación y obtención del ADN.

 

-       Le aconsejo teniente -le dice el Sr. Juez- que vaya estudiando la historia de Navahonda, de este sitio en particular y buscando bibliografía y datos de la postguerra mundial y su impacto en España.

 

-       Eso parece señoría, -contesto Sacha Ortiz-.

 

Cuarenta y ocho horas después el primer informe del equipo forense, deja un panorama lleno de dudas e incertidumbres. 

 

Los ocho restos que contenían los nichos pertenecen a ocho hombres, sin duda alguna, a partir de aquí, los estados de conservación varían de forma ostensible entre unos y otros, aunque en general se observa un buen estado que puede permitir al equipo científico afinar en sus conclusiones.  Si parece que los cuerpos han sido depositados en diferentes momentos, esa es la hipótesis inicial, como si este espacio mortuorio se hubiera utilizado durante varias décadas como un cementerio particular y secreto. 

 

En cuanto al gran sepulcro central, hay una enorme variedad de restos, se contabilizan al menos un total de cinco calaveras, una de ellas presenta un grave lesión ósea, no se descarta en absoluto que haya alguna mujer. Los cuerpos estaban amontonados y se han ido extrayendo con sumo cuidado para intentar configurarlos anatómicamente, en esqueletos completos.

 

Los investigadores se han encontrado con un grave inconveniente, hay restos muy deteriorados, porque en algún momento, sobre todo en los restos más antiguos por su posición, en la zona más profunda del receptáculo central, se debió esparcir cal viva, aunque no en la cantidad suficiente para que el mineral procediera a su completa desaparición.

 

Es evidente que los cuerpos depositados en este espacio no han recibido el mismo trato, mimo y respeto que sus vecinos de los nichos, la cal viva es una buena prueba de ello. 

 

La teniente Sacha Ortiz, interpreta para si misma, que la gran cruz gamada pintadas en la superficie de la gran tumba colectiva, a diferencia de las pequeñas talladas en las lapidas de los nichos, no trasladan a primera vista el mismo mensaje de homenaje y significación. Ella cree que, bajo las espantosas cruces, se guarda el silencio y el dolor de los enemigos o de quienes no importan nada.

 

El viaje (hors catégorie)

 

Cuando la teniente Sacha Ortiz, termina de leer el informe preliminar de los investigadores científicos, sin saber como ni porque, empieza a recordar sus ultimas semanas.

 

Sacha Ortiz, había aterrizado procedente de Jartum (Sudan), después de una escala larga y tediosa, en el aeropuerto parisino Charles De Gaulle, ya de madrugada. Sonrió con irónica pereza, al recordar el horroroso sablazo al que fue sometida, y tener que tragarse, por imperativo económico, aquel patético bocadillo que pidió para cenar, del que sobresalían unas hojas verdosas, amorfas y descoloridas que al parecer y a falta de cualquier análisis químico que lo probara, era lechuga.  La vergüenza de pensar que con aquellos doce euros, ese fue su precio, hubieran ayudado a sobrevivir, durante varios días, a cualquiera de las familias de aquel rinconcito del África que acaba de abandonar, fue lo único que le hizo soportable completar su ingesta. 

 

Veinte días viajando por una parte mínima, casi anecdótica del gran continente africano, viendo y sintiendo el África real, lejos de cualquier maquillaje turístico, le habían convencido de lo trivial y engañoso que resulta la definición que se hace desde el confort occidental, cuando se le llama, a aquellas sociedades, el tercer mundo. 

Que definición más trivial y engañosa, piensa Sacha, ya quisiera aquel mundo ser el tercero de verdad. La asfixiante realidad que ella ha podido observar lo sitúan inexorablemente en otra categoría. Quizás, por eso o por su breve paso por el país vecino, Francia, le trae a su revoltosa cabeza, el tour de Francia, y esos terribles puertos de montaña infinitos y de una dureza extrema, casi inhumanos para los ciclistas, a los que se les denomina fuera de categoría (hors catégorie). Así percibía ella la vida de aquellas gentes, en otra realidad, fuera de categoría.

 

Cuando se despidió de Ramiro, su casi eterno y único novio, en el destartalado aeropuerto de Jartum, le abrazó con una ternura muy especial, delicada, fingiendo un tierno adiós cuando en realidad estaba homenajeándole y no solo por el amor que siente tan vivo y pleno en su corazón por él, sino por la razón de su vida y su esfuerzo permanente en estar en ese otro mundo, (hors catégorie), luchando por llevar agua potable donde la gente muere de sed, carreteras, hospitales y una cierta dignidad a quienes nada tienen y nadie les respeta.

 

En su ultima conversación, agotados sobre el incomodo colchón en una cochambrosa habitación de hotel, por llamarlo de alguna manera, en Kimtiana-mara, un pueblucho destartalado en el centro geográfico de Sudan, Ramiro declaraba con voz parsimoniosa, su propia incomprensión, ni el mismo se explica cómo puede estar tan entregado y entusiasmado con un trabajo tan ingrato. Sabes, - le dijo a Sacha - porque consiga lo que consiga, el proyecto más audaz y socialmente beneficioso, nunca es bastante, ni suficiente y sin embargo y a pesar de esos micro-éxitos tan rápidamente  amortizados por la frustrante realidad, no sabría hacer otra cosa.

 

Sacha Ortiz, tampoco lo entiende, pero lo respeta y además, alguien tiene que hacerlo, sino la vida de aquellas gentes seria aun peor, y ella se niega a imaginar algo más insatisfactorio que lo que ha vivido, desde una cierta distancia, estos días.

 

Ramiro, trabaja para la ONU, en concreto es el jefe de proyectos de desarrollo social sostenible para una amplia zona geográfica del África Central. Así lleva años y antes, tuvo que lidiar con la pobreza y exclusión en los campamentos de refugiados palestinos para luego intentar el desarrollo de programas agrícolas e industriales en la Cisjordania ocupada. Todo un rally sobre la miseria del mundo y la pobreza de espíritu del ser humano.

 

Al día siguiente, solo el reencuentro con la sargento Patricia Colmenarejo, “Pipi” para todos, después de su vuelta, acabada ya su baja por maternidad, le hace sentir un cierto animo y consuelo. Sin embargo, a los pocos minutos de los saludos y preguntas de sus compañeros de la Unidad Central Operativa de la Guardia Civil (U.C.O), el gesto, a lo lejos, del capitán Pérez, señalándole la puerta del despacho del jefe de toda la unidad, el coronel Carlos Pintado, la devuelve a lo que es su mundo. Sacha supone que la llamada al despacho del jefe no es para preguntarle que tal le ha ido su “safari social” por África.

 

Acertó de pleno, aunque tampoco era tan difícil, piensa.

 

 

El viejo libro del autor olvidado

 

La teniente Sacha Ortiz, se baja del autobús, aquel bochornoso sábado veraniego, en el paseo del Prado de Madrid, unos pocos metros antes que ese esplendido y reconfortarte rincón madrileño se entregue y ceda nombre y espacio a la glorieta de Atocha, oficialmente llamada plaza del emperador Carlos V.

 

Sacha Ortiz cruza el doble semáforo del amplio paseo, y su mediana rodeada de turistas y algún despistado residente, y enfila con calma la cuesta de Moyano, ese pequeño reducto donde varias casetas de madera le dan la espalda al monumental jardín botánico. Pintadas de un gris marengo, un pelín tristón, permanecen consecutivamente apiladas, protegiéndose unas a las otras, de las intemperies y el paso del tiempo, y donde se mantiene viva la compra y venta del libro usado y antiguo. 

 

Allí y solo allí, uno puede encontrarse con verdaderas joyas y curiosidades literarias únicas.

 

No es su primera vez, ni tampoco será la ultima, Sacha mantiene una reciente, pero viva amistad con Marta Fuentes, una veterana librera con la que hizo buenas migas en su primera compra. Buscaba, por puro capricho, una inolvidable obra de Pio Baroja, de hecho, es su libro favorito, Zalacain el Aventurero y Marta se lo proporciono. Nada más y nada menos, que una increíble primera edición de 1908.

 

-       Esta vez te lo voy a poner muy difícil Marta – sorprende Sacha a la librera que permanecía absorta en sus cosas-

-       ¡Hoooola! - responde Marta entre sorprendida y divertida, dejando caer sus gafas de cerca que permanecen colgadas hasta la próxima y sale rauda y veloz de su caseta, para abrazar cariñosa y tiernamente a su recién conquistada clienta.

 

Cuando Sacha Ortiz, le detalla exactamente cuales son sus necesidades de información histórica, de un lugar tan pequeño y de tan poco interés histórico como Navahonda y la finca de “los Berrocales”, Marta Fuentes lanza un enorme silbido y riéndose le dice:

 

-       Oye niña, vete mejor al cristo de Medinaceli, que te pilla cerca y le pides un milagro, ¡joder!, haber, repítemelo todo otra vez, desde el principio.

 

Tres días después, Marta, sin ayuda de cristo alguno, consigue un milagro y deja un recado en el contestador telefónico de Sacha Ortiz.

 

-       Cariño, te he encontrado una joya extraña de esas rarezas que nos asombran a nosotros, los raros libreros de Moyano. Habla de un marquesado de la zona de ese pueblo, donde relata la historia del lugar y además, hay una segunda edición, que me traen mañana, me aseguran repasa todo lo sucedido en el principio del siglo XX. ¡Ah se me olvidaba!, el autor es un periodista retirado e historiador aficionado, que vive por la zona, se llama Víctor Herranz.

 

No fue difícil saber cosas de Víctor Herranz, ni tampoco localizarlo. 

 

En su primera conversación telefónica, Victor solo le pregunto a Sacha, si se le daba bien subir montañas, la pregunta la dejó fuera de juego, pero la mañana del sábado siguiente, comprendió perfectamente el por que. El periodista retirado, que tuvo su fama en tiempos, vivía en una montaña cercana a El Escorial y presumía de haber rehabilitado la casita de cabrero de un abuelo suyo, al que le llamaban “el quieto”.

 

Víctor Herranz es todo un personaje, y la conversación dura horas, y no sería la primera, ni tampoco la última.

 

-       He empezado a leer el primero de tus libros – dijo Sacha – y me gustaría saber que hay de verdad o de imaginación literaria en la historia de Navahonda.

 

-       Primero te he de contar, de donde surge la idea, casi la necesidad de ponerme a escribir esta historia, de un sitio, Navahonda, al que yo no había ido en mi vida, hasta que un día, volviendo de meterme entre pecho y espalda unas judías espectaculares en un pueblo de Ávila, el Barco, paré allí a tomar un café, sencillamente porque me dormía al volante. Cosa peligrosa, como seguro sabes.

 

-       Cuando entro en el bar, hay poca gente, tan solo un par de mesas de jubilados echando la partida, mus o tute, ya no lo recuerdo, el camarero y una mujer en la barra. Pido un café doble, sin azúcar y me doy cuenta que varios jugadores de la mesa, el camarero y la señora que está a mi lado tomando también café, coinciden en tener el color del cabello pelirrojo en distintos tonos. Y claro, soy periodista y me tocaba preguntar, si o si.

 

-       Si hubiera sido todos morenos o castaños, no lo habría preguntado, ¿verdad?.

 

-       No, claro que no. El camarero era un hombre de unos sesenta años y cuando le hago la pregunta, se sonríe y me dice:

 

-       Bueno, es una historia muy larga, pero aquí hubo un marques pelirrojo al principio de la historia del pueblo, que se acostaba con todas las mujeres y como era pelirrojo pues dejo un rastro, que digo yo será genético, ahora lo llaman ADN, hasta nuestros días.

 

-       Bueno, insistí yo, como dispongo de tiempo, póngame otro café y dígame alguna cosa más. Y así empezó todo, bucee por donde pude, hable con mucha gente y sobre todo coincidí con dos personas que por diversas circunstancias conocían muchas cosas, sobre todo de mi segundo libro, que supongo es por lo que estás aquí.

 

Pero la historia siempre hay que empezarla por el principio.

 

 

 

Historia Capítulo I

 

Un tal rey Alfonso, cuyo número ordinal importa poco a efectos de esta historia, eso sí, era de Castilla, viendo que entre las tierras moras que ocupaban desde hacia tiempo el norte de Toledo y las cristianas que se asomaban tímidamente en lo alto de la meseta castellana, había una amplia franja de terreno sin ocupar, se dijo que aquello era un dispendio que mermaba su escasa bolsa y ofendía a la cristiandad, aunque esto ultimo era una excusa como otra cualquiera. Así que ordenó a la ciudad de Segovia, que dejara de mirarse al ombligo de su acueducto y se pusiera las pilas y enviara a unos cuantos de los pobres cristianos que estaban en oferta de saldo, para repoblar aquellos espacios baldíos que nada le producían, salvo soledad y aburrimiento.

 

Los de Segovia, se lo tomaron tan en serio que, a punta de espada y lanza, tras celebrar un riguroso casting, seleccionaron y enviaron hasta aquellos pagos; herreros, agricultores, pastores, curtidores, etc. y como medida estrella, forzaron matrimonios antes de la partida para que no hubiera líos de faldas y cuernos y como norma general, se dispuso, que en el peor de los casos debía haber dos viudas por cada soltero o viudo mayor de edad. Ya preocupaba en aquella época el calentamiento, no el climático, sino el del embrutecido homo sapiens masculino.

 

Pero el premio al disparate se lo llevo el señor obispo, cuyo nombre tampoco viene al caso y se adelanta más bien poco evocándolo. El prelado segoviano autorizaba con motivo de la fiesta de Nuestra Señora de la Asunción (15 de agosto) y solo ese día, al acarreo en carro y mulas de una partida de “barraganas” o meretrices, así queda menos áspero el termino, cuyas supuestas hábiles destrezas debían menguar los ardores de casados y viudos y “estrenar” a tanto jovencito encendido por la necesidad. El avispado Obispo pretendía así, relajar teóricamente las costumbres y directrices de la santa madre iglesia para enfriar las braguetas y evitar el solivianto de los nuevos colonos y desechar cualquier quebradero de cabeza al rey su señor.

 

Pasó el tiempo y cuando parecía que nunca pasaba nada excepto incidencias climáticas y alguna maldita plaga, apareció por la gracia (ninguna) de otro rey (posterior) cualquiera, todo un marqués, quien adquirió título y construyó un castillo ramplón y chapucero y se trajo de quien sabe dónde unos cuantos soldados a sueldo. El marqués se adjudicó, por derecho real que le debió valer un dinero, varias aldeas imponiendo, de buenas a primeras y sin preaviso alguno, impuestos, a quienes a duras penas casi ni podían comer. Esas pobres gentes que con tenaz esfuerzo fueron creciendo y constituyendo pequeños caseríos se encontraron a la fuerza a un “señor” al que servir, lo que a ellos no les servía para nada, excepto para sufrir y penar mucho.

 

Y sus temores se convirtieron en una cruda realidad, que duro lo suyo.

 

Lo peor de lo peor del pelirrojo marqués (Don Guido se llamaba), al que nada bueno se le conoció en vida, ya muerto no tenemos noticas al respecto, fue la imposición por sus fueros (o huevos), además de los impuestos, del llamado derecho de pernada (en la noche de cualquier boda, obligaba a la novia a yacer con este tipejo antes que con su marido). Por si esto no fuera suficiente para enfriar sus ardores, el muy cabrón asediaba a toda mujer que se le antojara, sin remilgo alguno, a pesar de estar casado con una bella dama, mas tiesa que un junco verde, aunque el destino quiso que no tuviera descendencia con la señora marquesa. Tales circunstancias, ayudaron a precipitar en aldeas y caseríos la creciente aparición de más pequeñuelos con ardientes cabelleras rojizas. 

 

El capitán de su tropa, un tal Alonso Lominchar, a quien no le temblaba ni la espada ni el pito, se decía de él que le picaba con igual saña la sarna que la entrepierna, jamás se conoció en aquellas tierras un bellaco tan mal parido, era un buen perro de su señor el marques, Don Guido. Cuanto lo odiarían aquellas pobres gentes que le bautizaron con el sobrenombre del “malquerió”. 

Tres mujeres tuvo el muy bribón y la tres se le murieron, las dos primeras por voluntad propia, una se arrojo desde la piedra roja, un viejo y alto peñasco de granito encarnado situado en el mirador del puerto de la Paradilla, la segunda apareció colgada, al parecer por su propia mano, de una vieja encina en el camino a Quesadillas y la tercera murió agotada después de una larga enfermedad, que todo apunta, podía ser venérea. 

 

Ninguna de esas muertes lloró el ruin mastuerzo, no había alma en aquella carcasa tan parecida a un hombre.

 

Entre tanto bastardo pelirrojo e impuestos a modo del gusto del marqués, aquellas pobres gentes empezaron a pensarse muy seriamente dos alternativas; cargarse al marqués-cabrón o pedir a quien fuera, comprar su independencia. 

 

Al parecer, algún intento hubo de ajusticiar al pelirrojo marqués, con tan poco éxito que se pudieron contemplar durante meses un par de escuchimizados cuerpos colgando de unas robustas sogas en una hermosa rama del roble más primoroso. Fue un escarmiento que consiguió enfriar las justas iras del populacho y anuló las siguientes intentonas

 

Así que no quedaba otra que la segunda opción, ¿Cuánto cuesta quitarnos al marqués y su guardia pretoriana de encima?, sobre todo las pobres mujeres. 

 

En estos negocios el precio lo ponía el rey, que además llevaba comisión, como en todo, en esto la evolución de los tiempos ha variado poco o nada, la fea costumbre de meter la mano en la bolsa de todo tipo de negocios y debajo de las faldas, sigue como si tal cosa. Pero a lo que vamos, aquel rey le convenía subir la tasa a lo máximo y más allá. 

Muchos miles de maravedíes, pero así y todo en Navahonda, Zarzaluego, Santa Marta y Quesadillas, se pusieron a ahorrar, algo que con aquellas vidas y economías sí que era un verdadero milagro económico y no lo que dicen que hizo Rato (Don Rodrigo), ahora presidiario en sus ratos libres.

 

Los primeros que lo consiguieron fueron los de Zarzaluego, que a razón de 7.000 maravedís por cabeza compraron la independencia, a base de mucho regate, algunas trampas y una corrida a pedradas.

 

Mucha de la piedra con la que se construyó el monasterio de San Lorenzo de el Escorial, se extrajo de los enormes lanchones de granito y de sus inagotables canteras a cielo abierto, que existían en las faldas de sus dos montañas, “las machotas”.  Cuando los enviados del rey fueron a contratar la compra del imprescindible material de construcción, la piedra, los ciento doce vecinos todos a una, les dieron largas y anduvieron en regateos, dimes y diretes meses. Tal fue el desespero del propio rey que “mando ceder ante esas acémilas” al precio que no se movió en todo este trajín de idas y venidas.  

 

No contentos con eso, estos lugareños inventaron la “sisa al rey”, es decir, cuando venían a cargar la piedra a una cantera, se median las piedras con las varas de medir para calcular y ajustar el volumen de piedra que se cargaba en cada carro y a razón de esto iban los pagos. Pues bien, aquí hacían la primera engañifa, distraían como podían a los medidores, las aguadoras esos días de carga lucían generosos escotes, airosos e insinuantes movimientos y traviesas sonrisas, y entre el barullo y alguna pretendida pelea, al final algunas piedras se median más de una vez. 

La segunda opción, que no necesariamente era alternativa, sino complementaria, consistía en: cuando el carro cargado iba ya por el camino en dirección a su destino escurialense, en algún momento y por misteriosas razones, algunas piedras saltaban por impulso exotérico del carro y caían sin saber cómo al santo suelo, y he aquí lo relevante, milagrosamente todas ellas volvían a la cantera, al punto de partida, pura magia medieval. 

Hay quien dice, aunque sobre ese punto no hay documentos que lo avalen, que con estos inventos, en realidad el rey pagó casi la mitad de los casi ochocientos mil maravedís que costó alejar al mugroso marqués, sus asquerosas manos y a sus bochinches dichoso de sus vidas y haciendas.

 

Navahonda, andaba también en campaña de ahorro de sus vecinos para también independizarlo todo, pero por allí los dioses no habían sembrado ni una sola maldita piedra en condiciones. Y por más ahínco y ajustes que hacían sus vecinos, no le llegaban los maravedís en el plazo convenido para el pago.  Entonces apareció un conde italiano, el Conde Strata, quien, enterado del problema, les hizo una oferta de préstamo salvador a condición de obtener una renta anual determinada, lo que viene a ser la hipoteca de toda la vida. No fue un mal negocio para el italiano y en el fondo tampoco para los naveros, que de esta manera con el paso de los años fueron tan libres como se podía ser en aquellas épocas.

 

El conde Strata, viendo el éxito y crecidito por el triunfo en Navahonda, se dirigió a Zarzaluego tan campante y risueño para ofrecer un pacto similar a sus vecinos. Aquel joven italiano no midió bien sus actos, pues no sabia que los de las “sisas al rey” gastaban carácter hosco y embrutecido. “Los caribes” ese es su mote desde entonces hasta nuestros dias, pero esa historia queda para otra ocasión, interpretaron la visita como una posible amenaza para el buen fin de su plan, que estaba en pleno funcionamiento, así que optaron por lo más fácil, juntar un buen montón de piedras y a tiro de hondas de pastor o a puro brazo, despacharon al conde a pedrada limpia, y el italiano no paró de correr hasta el limite entre ambas aldeas, frontera que jamás volvió a cruzar en toda su vida.

 

Historia Capitulo II

 

 

La historia en Navahonda se fraguó despacito, al chup, chup, con el lento pasar del tiempo troquelado en años y siglos, como en todos los sitios, aunque allí siempre pareció que andaba todo con una mecánica lentitud que simulaba mentirosamente el perezoso movimiento de la vida y un sosiego diferente y ajeno al ritmo del resto del mundo.

 

Dicen, y quienes lo cuenta lo afirman con rotundidad y acreditaba seriedad, que cuando el ejercito napoleónico, invadió el desvencijado reino español y espues de mucho trompicón y marcha llegó a Navahonda, tan solo permaneció en el pueblo un par de días. Los jóvenes soldados franchutes no vieron ni rastro de alegría ni forma de ganársela en aquel rincón tan tedioso y sosegado, así que recogieron petates, fusiles y la tricolor y le dieron la espalda a los naveros o “coloraos”, para no volver jamás.

 

Las muchas calamidades, hambrunas y la poca diversión se sucedían cansina y reiterativamente en aquel apartado rincón, empecinados los días en repetirse como los viajes en un tiovivo. Pocas fueron las alteraciones en aquel tedioso transcurrir entre rebuznos, cacareos, mugidos y malsonantes blasfemias y alguna extraña e improvisada carcajada, hasta que llegaron las pináceas.

 

Los descendientes directos de aquel condesito italiano, convertido a prestamista, se apellidan desde antiguo, y aún se mantiene, Pizarro-Strata y uno de ellos, Aquilino, a mediados del siglo XVIII (18), se le metió en su dura cabezota que aquellas escarpadas laderas de los cerros que rodean el villorrio, hasta casi ahogarlo, eran tan ásperas como infértiles. En aquel desolador conjunto, que por no lucir no lucía ni en las más venturosas primaveras de amable clima y abundante agua, solo destacaba por su especial hermosura y su radiante perenne verdor, un solitario pino de redondeadas formas casi perfectas.

 

Precisamente una tarde templada de mayo, sesteando entre sol y sombra debajo de aquel extraño y solitario pino, Aquilino Pizarro-Strata tuvo una revelación, y cuando despertó, estiró al máximo su ancho y fornido torso y lo acompañó de un sonoro bostezo, y sentencio su destino y el de su pueblo; valdría la pena llenar aquellas pendientes de enormes pinaronas verdes, cuajadas de pinos piñoneros y resineros.

 

Aquilino, cogió una mañana el camino que después de mucho serpentear terminaba en aquel desconocido Madrid, y tras un par de días deslumbrado por el bullicioso discurrir tan ajeno y desconocido, se puso a preguntar y preguntando un buen número de veces llegó a Soria, donde vivió un par de años.  Allí, una vez visto todo y enterado del quehacer en la crianza de aquellos arboles y de su ventajosa explotación, mandó recado y pidió los “cuartos” necesarios hasta llenar varios carros de plantón de esta especie arbórea y tras semanas de trajín por caminos y sendas, llevó a Navahonda lo que desde ese día ha sido su principal fuente de ingresos, los pinos.

 

De aquella audaz idea y hazaña de Aquilino Pizarro-Strata, se aprovecharon algunas poblaciones cercanas que le pidieron extendiera la plantación hasta sus términos municipales, pero no todo fueron parabienes de aquella iniciativa. Solo se opuso, el principal cabrero y cazador del lugar, a quien, a partir de ese día, tuvo vetado las andanzas de su ganado que hasta entonces había campado a su libre albedrio para mitigar su voraz necesidad por aquellas laderas y así evitar que las cabras y sus machos, se trajinaran los verdes brotes de los pinos recién plantados.

 

Genaro Lominchar, era descendiente directo de aquel odioso capitán del pelirrojo conde, y como tal heredó, además de su agrio carácter el mote del “malquerío”. Pero nada pudo hacer, excepto reducir su rebañó a la mitad para que sobrevivieran y rumiar toda su vida un odio visceral e inquino, que supo transmitir con toda su crudeza a su larga descendencia. Sin en cambio en pocos años la suerte se le apreció a la numerosa familia Lominchar en forma de una maquina enorme de hierro y acero que dejaba escapar una enorme columna de humo negruzco. El tren.

 

En 1.863, en pleno mes de Julio se inaugura la estación de ferrocarril de Navahonda. Resulta que el trazado del ferrocarril que diseñaron los ingenieros de la Compañía Caminos de Hierro del Norte, partía en dos mitades todos los terrenos que la familia Lominchar tenía y por si esto no fuera suficiente, una de sus más pobres propiedades, un pequeño cerro que no valía ni para las cabras, fue elegido para construir y ser atravesado por un largo túnel, de casi dos kilómetros, que vio la luz a base de mucha dinamita, sudores y tiempo. 

 

Esta vez, el hijo primogénito de Genaro, Eugenio Lominchar, estuvo listo, y además de las indemnizaciones correspondientes por la partición de sus tierras, también como parte del precio, se le nombró encargado general de la obra y al finalizar esta, siguió prestando sus servicios en la compañía ferroviaria como Jefe de la brigada de vías y obras, que se encargaba de  realizar los mantenimientos y cambios en el tramo de vía, desde Navahonda hasta El Escorial.

 

Historia Capitulo III

 

Cuando en las elecciones municipales del año 1931, la candidatura que encabezaba Juan Pizarro-Strata, arrasó y dejo “para las mulillas” a su principal competidor y enemigo declarado Florencio Lominchar, firmó, sin saberlo, su sentencia de muerte.

 

Aquel día 12 de abril de 1931, Juan Pizarro-Strata no pudo tampoco imaginar que tan solo dos días después se proclamaría en España la II República.

 

Juan Pizarro-Strata, había coincidido en el internado de los escolapios de San Lorenzo de el Escorial, con D. Manuel Azaña de quien fue amigo inseparable desde entonces. En realidad, Juan, como lo fue su padre, era un monárquico a secas, sin mayor entusiasmo, por cómoda tradición. Pero la llamada de su amigo le obligó a aceptar encabezar la candidatura republicana junto con varias personas de Navahonda, con las que tenia poco o nada que ver.

 

En todo caso, Juan Pizarro-Strata intentó mitigar y atemperar, en lo posible, el clima prebélico, visceral e irracional que se respiraba por todas partes, gracias a ello, en Navahonda no hubo grandes altercados, ni dramas, hasta que llegó la guerra y además se impulsó algunas obras públicas que fueron pioneras en la comarca y muy bien recibidas por sus vecinos.

 

Construyó un magnífico lavadero cubierto, que aventaba para siempre a las mujeres de Navahonda de las malas mojaduras, del duro sol y unos cuantos días al año de romper la corteza del hielo que en aquellos inviernos ajenos a tanto CO2 fraguaba con relativa facilidad en los remansos del rio. La forma con la que ideó su construcción posibilitaba a las hacendosas naveras poder lavar en una posición menos exigente para sus trabajadas espaldas. Además de todo esto, evitó esguinces, torceduras y alguna dolorosa caída y mucho esfuerzo a la vuelta a casa, porque para llegar al caudaloso riachuelo, había que ser una experta en barranquismo a la antigua, la dura y exigente pendiente hasta alcanzar las limpias aguas se tornaba cada vez más peligrosa, por su propia naturaleza, tras las nevadas, lluvias y el paso del mucho ganado que bajaba a sus márgenes a abrevar.

 

Además, construyó dos alas anexadas al templete del lavadero, añadiendo dos caños que llenaban, con su agradable sonido, dos largos pilones, donde corría sin cortapisa el agua, tomado prestado rio arriba, facilitando el consumo particular de los vecinos y para saciar la sed de todas las cabezas de ganado que se multiplicaban año a año, en número.

 

Aunque la obra más importante, fue unir en un camino cuidadosamente peraltado, con mantenimiento municipal, la estación de ferrocarril con el núcleo urbano y pasar página de aquella angosta vereda, casi impracticable, sobre todo en invierno y primavera, que hacia la vida imposible a los transeúntes en sus escasos dos kilómetros de trazado. 

 

Gracias a sus influencias políticas, consiguió que la Diputación de Madrid, acometiera las obras para crear una carretera pública, que transcurría desde la estación de ferrocarril, acariciando la ladera del monte hasta conseguir alcanzar el cruce de caminos que permitía desplazarse a varios lugares de su entorno. Así se evitan propios y extraños, grandes rodeos y tránsitos por cañadas donde solo los animales sueltos viajaban con comodidad.

 

La guerra en Navahonda fue vista y no vista, exactamente duró 19 horas para ser exactos, porque la guardia civil y la camada encabezada por Florencio Lominchar se hizo con el control del pueblo, lo que originó un éxodo inmediato de todos aquellos que sabían que Florencio no perdonaba y sus vidas no valían ni un real en aquellos momentos.

 

Juan Pizarro-Strata, se mantuvo cerca, a pocos kilómetros, en su finca de “los Berrocales”, donde había acampado un fuerte contingente de tropas leales a la República. Y allí estuvo todo el tiempo que le fue posible, hasta que el frente se hizo mil cachos y llegó a las mismísimas puertas de Madrid y él no tuvo otro remedio que emprender un largo viaje a Valencia, donde fue detenido al terminar la contienda.

 

 

Historia IV

 

En casi todos los pueblos y más en aquellos años de tan poco lúdicos y sin noticia alguna de la globalización y las nuevas tecnologías, la vida en el duro terruño lo significaba todo o casi todo. Rara era la familia que se salvaba de su mote y su sentencia:

 

-“los severos” eran una familia de gente áspera y trabajadora, poco dados a la conversación y a la fiesta.

 

-“los verbenas” sin en cambio, pasaban por  “echaos pa’lante”, dicharacheros y de palique fácil.

 

-“los muecas” eran huraños y míseros, además de recrearse en la suciedad sin recato alguno y palabro teros sin conocimiento ni medida.

 

-Y por último “los malqueríos”, estos sencillamente; eran unos hijos de puta.

 

Esta saga de depredadores tenían su origen en aquel repugnante capitán de la guardia del que fuera dueño de estas y otras tierras colindantes, el marques Don Guido, del que costó dios, por decir algo, una hipoteca y miles de maravedís lograr que desapareciera de estos pagos.

 

En esto como en todo, se cometían algunas injusticias, pero en general el perfil familiar era bastante certero, y además todos estos marchamos familiares, no se habían improvisado en una charla de cantina de un día para otro, no, se había contrastado y moldeado con el paso del tiempo que tantas razones da y quita, y tras contrastarlo generación a generación de esta o aquella familia. 

 

Florencio Lominchar “el malquerío”, era el menor de seis hermanos y el mejor ejemplo de cómo atinaba aquella gente con estas cosas. 

 

Su hermano mayor, Galo, era de lo poco que se podía salvar de aquella familia. Eso sí, partía piñones con la cabeza de lo bruto que era, hombre trabajador y poco dado a meter las narices en donde nada le importaba. Fue el capataz y hombre de confianza de Juan Pizarro-Strata en todas sus pinaronas y el único testigo que dijo la verdad en su juicio, pese a todo, lo que no sirvió de mucho, como ya veremos.

 

Después nacieron en aquella pequeña chabola de la familia Lominchar donde el humo salía por cualquier sitio, dos enquencles muchachas, Eulalia, que. murió pronto por unas malas fiebres y Primitiva. Esta su padre se la llevó, sin preguntarle “na siquiera”, a tomar los hábitos de monja y pasó toda su vida en un lejano convento en Béjar, haciéndole la vida imposible a todas sus hermanas y prioras, desde la primera que tuvo hasta la última, que celebró su muerte con una copita de moscatel, en la intimidad de su celda, eso sí.

 

Basilio, fue el siguiente, extraño desde sus primeros pasos, escuchimizado, patizambo, cabezón y con unas raras ideas que alcanzaron su máximo despropósito, cuando le soltó al cura del pueblo, que el de mayor quería ser mártir. Su padre oyendo aquello, vio el cielo abierto para quitarse una boca más de la mesa, así que, con la ayuda del cura se lo endosó a la iglesia católica apostólica y romana, que lo soportó en el seminario de Sigüenza hasta que adquirió sus votos.

 

A punto estuvo de cumplir su sueño, de ser mártir, el taimado Basilio, cuando un variopinto y destartalado pelotón de presuntos revolucionarios le fueron a buscar, con los calores de agosto de 1936, a la casa parroquial de Almadén para darle plomo a conciencia. Pero el cura Basilio Lominchar, estaba ya a buen recaudo, sumergido en una tinaja de aceite en casa de Doña Lola Sarmientos, que le había escondido, porque era además de buena, tonta. 

 

Acabada la guerra la denunció, y la pobre mujer, pasó el calvario de un par de años en la cárcel de Dos Hermanas, acusada de colaborar con los malos, eso como pago por haberle salvado la vida al “malquerío”.

 

Basilio, bueno Don Basilio, como se decía en aquellos tiempos, fue el párroco que batió récords de traslados y cambios. Desarrollo su sacerdocio, o lo que fuera aquello, en muchísimos lugares, cada Obispo que le tocó en suerte lidiar con aquel “malquerío” lo mandaba lo más lejos que podía. Tal fue así la cosa, que terminó sus días, sin conseguir ser mártir, pero martirizando a todo aquel que se le cruzó en su avinagrada vida, en una mísera aldea en un lugar olvidado en la colonia española del Sahara y allí se le enterró sin lapida, cuando murió él y descansaron sus feligreses. Nadie ofreció donativo alguno para dar sepultura con lapida y adorno apropiado, asi que no hubo más remedio que cubrir aquel pequeño cuerpecillo con la abrasadora y reseca arena del desierto, tan a juego para con su cruel carácter.

 

Florencio Lominchar, el menor de los hermanos “malqueríos”, nació el año 1903. Se encargó desde niño del rebaño de cabras y empezó, desde que pudo sujetar la vieja escopeta de caza de su padre, a no dejar en paz a ningún animal susceptible de ser cazado, a los que acribillaba con una puntería desconocida en el lugar.

 

Prestando su servicio militar en el cuartel de Gerona, situado en pleno centro de la ciudad de Barcelona, gana sin inmutarse, el concurso de tiro que había organizado esa capitanía general que mandaba en esos días, Don Miguel Primo de Rivera, quien impresionado lo toma como ayudante personal y escolta.

 

Desde ese momento su vida queda ligada inicialmente a esa familia y especialmente a uno de los hijos del que fuera presidente del consejo de ministros y dictador.  

 

Cuando Florencio Lominchar es licenciado del ejercito, vuelve a Navahonda, aunque en momentos determinado es llamado por la familia Primo de Rivera, para prestar algún servicio de escolta o protección y en algún caso, pegar algún tiro intimidatorio a enemigos que se paseaban pretendiendo intimidar a la familia por los alrededores de su domicilio madrileño, y no andaban escasos de enemigos, precisamente.

 

En Navahonda había poco para él. Su llegada no fue recibida con alborozo general ni mucho menos, más bien cortos y escuetos saludos, no pocos esquivos quiebros por esquinas y bocacalles y algún que otro desplante, de los que tomó nota en su ansiosa memoria vengativa. Escopeta en mano se echa al monte a hacer lo que más le gusta, cazar y en una de aquellas se acerca a la casita y los corrales de Jacinta.

 

Jacinta le habían salido los dientes criando y atendiendo a las mulas que tenía su padre, que era arriero, en aquel cruce de caminos que le llamaban la Cruz del Retamar o Cruz Verde. Jacinta se casó muy joven, a pocos días de cumplir los quince años con un hombre mucho mayor que ella, que había combatido en la Guerra de Cuba y se trajo de la sabrosa isla valiosas joyas, no ganadas precisamente en la mesa de juego ni otras actividades más o menos licitas.

 

Aquel tipo era un poco bribón, vago y perdía, con suma facilidad, la noción del tiempo ante una frasca de vino. 

Apretaba el calor a la vuelta de un viaje con el carro pequeño y las dos mejores mulas, “la saeta” y “la chata”, que su andar ligero las hacia sudar lomo abajo. El gusto por el morapio, decidió al marido de Jacinta a hacer un prolongado alto en el frescor de la venta de “el tropezón”. Ya casi anochecía cuando siguió su camino, los tábanos habían aprovechado a conciencia la larga parada del carro y tenían a las dos temperamentales mulas al borde del ataque de nervios, no hizo falta azuzarlas para que casi volaran hasta llegar a la cuadra. 

 

Con el dulzón mareo del vino, aquel hombre olvidó que aquellas mulas para desengancharlas del carro había que andar con cuidado y tiento, sino no eras Jacinta y en esas estaba cuando una certera coz, sin poder precisar cuál de las dos fue la autora, lo terminó de estampar contra el armazón metálico del pescante del carro, y allí y de esta manera tan poco original concluyó su propia historia.

 

Joven y viuda y con una experiencia matrimonial poco agradable, Jacinta no puso mucho empeño, ni en las fiestas de agosto, en dejarse tentar por algún pretendiente, y eso que era mujer de agradable aspecto, buen trato y trabajadora como nadie. Algo que se valoraba mucho en el currículo de solteras y viudas, en aquella época.

 

Pero los años pasaron y sin padre al cargo de los carros, fue ella quien asumió el trabajo de llevar y traer todo tipo de mercancías en sus carros de un pueblo a otro, tirados por sus seis magnificas mulas, a las que solo le faltaba hacerlas hablar de lo ganadas que se las tenía.

 

No había tiempo para romances, ni muchas ganas, a decir verdad.

 

Su única hermana que había salido de aquel promontorio serrano hace ya algunos años, terminó sirviendo con cofia de lujo y primorosa de uniforme, en Madrid, en todo un señor palacete de gente de alcurnia, cerquita de los altos el hipódromo, lo que hoy es Nuevos Ministerios. Allí, gracias al chulesco engatusamiento de algún señorito o señor, la embarazaron dos veces. De la primera se salvó sin consecuencias, un aborto prematuro que solo el ama de llaves vio y calló, pero de la segunda barriga, el final fue otro, como tantas otras.  Salió de aquel palacete, sin otra cosa que un pequeño ato de ropa y mucho miedo.

 

En la calle quedó y de la calle vivió durante varios años, hasta que harta de tanto magreo y tanto cabrón asqueroso, decidió emprender un largo viaje. Cruzó media España hasta Cádiz y desde allí tomó en tercera clase un enorme vapor que la dejó en el Mar del Plata (Argentina). Pero antes de su aventura transoceánica, dejó a su hija a cargo de su hermana Jacinta, con la idea y la promesa de reclamar a la niña en el momento que encontrara acomodo conveniente y seguro para ella y su hija en Argentina. Algo que no sucedió jamás. 

 

La conversación entre Florencio Lominchar y Jacinta, quien le ofreció un buchito de agua fresca del botijo, no pasó de lo normal entre gente que se conoce desde hace tiempo. Jacinta ya le sacaba unos años, pero a Florencio siempre le había llamado la atención aquella mujer. Pero aquel día todo cambio cuando Flora, la sobrina de Jacinta, que ya contaba catorce preciosos años, apareció en escena y aquella infantil belleza, estremeció de pies a cabeza al “malquerío”.

 

Florencio Lominchar, era un “malquerío”, pero era listo, taimado y podía simular una galantería seductora imropia de un corazón reseco como el cuero viejo. Así que se aplicó con esmero y ahincó y tras unos cuantos románticos atardeceres, logró prolongar sus visitas  hasta la madrugada en la cama de Jacinta, y de tanta cercania se llegó la boda.

 

Jacinta le cedió gran parte de sus trasiegos diarios con su ramillete de mulas por aquellos caminos a su recién estrenado marido, quien enseguida se hizo cargo de la situación, solo algún viaje esporádico a Madrid, a llamada de los Primo de Rivera, le obligaba a dejar en manos de Jacinta de nuevo las riendas de sus carros y su negocio.

 

Florencio Lominchar, como cualquiera hubiera imaginado observando las miradas, carantoñas y toqueteos con los que agasajaba a la jovencísima Flora, especialmente en los momentos que Jacinta se encontraba realizando otros empeños. Pero Jacinta, confiada no supo o no quiso verlo hasta que Florencio tiró por la calle del medio y buscó a propósito una llegada inesperada de su mujer, mientras que este y Flora gozaban de lo lindo en la cama de matrimonio.

 

El desgarrador llanto y los reproches de Jacinta, solo le sirvieron, para moquear a chorros y para llevarse dos monumentales bofetones del “malquerío”, que completamente desnudo ante ella, dio por finalizada la cuestión de esta manera:

 

-       Ya ves lo que hay, aquí mando yo, y yo decidiré con quien paso la noche, y ahora haz algo de cena que tengo hambre.

 

Historia V

Florencio Lominchar, dejó el acarreo de muebles, materiales y otros utensilios, cuando pocos días antes del día 29 de octubre de 1933, uno de los hijos de su protector, D. Miguel, fallecido en Paris un par de años antes le reclamó para unirse a él de forma permanente y ser su ángel protector, guardaespaldas y matón ocasional.

 

Aquel día de octubre en el teatro de la Comedia de Madrid, se constituye un fanático partido fascista, Falange Española y el nuevo jefe de Florencio, José Antonio Primo de Rivera, es elegido, por aclamación, su indiscutible jefe.

 

En esos tumultuosos días, Florencio Lominchar conoce a un personaje clave en su vida, el conde de Yeltes, D. Jose Fanet, tenía el carnet numero seis del nuevo partido. Este potentado personaje de profundas raíces aristocráticas, fue diputado en las cortes republicanas por Toledo hasta el estallido de la guerra civil. 

 

Su falsa apariencia de debilidad y de una timidez casi conmovedora, escondía y disimulaba su verdadero carácter; un tipo mezquino, perverso y con una brillante y fría inteligencia.

 

El conde de Yeltes, fue el español más cercano al nacimiento y llegada al poder de Adolf Hitler y sus secuaces. Residió en aquella desquiciada Alemania hasta el año 1942 como embajador y hombre clave en la conexión con aquel país en nombre y representación del dictador español. 

 

Se pavoneó toda su vida, de la gran amistad personal que mantuvo con los principales asesinos del régimen del III Reich; Heinrich Himmler, Heinrich Heydrich, Carl Wolf y por su puesto el mismísimo führer, del que siempre tuvo una fotografía dedicada de su puño y letra en la mesa de su despacho privado.

 

Además de sus muchos negocios, especialmente agrícolas y ganaderos, durante la dictadura española, fue procurador y vicepresidente de las Cortes Españolas hasta su auto-inmolación sabiamente conducida por Torcuato Fernández-Miranda y durante más de veinte años compatibilizó este cargo con la alcaldía de la ciudad de Toledo, donde se le vio más bien poco, excepto en agasajos y ocasiones de pompa y en las procesiones de mayor raigambre, donde maquillaba su tímida carita, con un velo de compungido arrepentimiento, que jamás sintió por sus muchos pecados, bíblicos y de otras especies.

 

De su perturbadora cabeza, la de este conde, nace el proyecto secreto de “los Nibelungos” y en esa historia D. Jose Fanet se erige en su único cerebro. Su inmenso poder y calculada osadía, sin cortapisas de nadie, le permite crear un proyecto, que cuando fue públicamente conocido, escandalizo a historiadores y políticos de medio mundo. Pero él ya no estaba aquí.

 

Historia Capitulo VI

 

 

La condena a muerte, en realidad fueron dos, a Juan Pizarro-Strata, pudiera parecerle a cualquiera, no por las amañadas pruebas incluidas en los voluminosos legajos de las dos casusas judiciales, sino una consecuencia directa por haber sido intimo amigo y correligionario de D. Manuel Azaña y el primer y último alcalde republicano de Navahonda. 

 

Pero en realidad, el motivo tiene un profundo y más oscuro origen y destino, sin desdecir en absoluto los anteriores:

 

Juan Pizarro-Strata, era el dueño, además de sus enormes pinaronas, de unos esplendidos viñedos con su bodega correspondiente en un pueblo vecino, y de algunas edificaciones en el casco urbano de Navahonda arrendadas y de la más valiosa joya familiar; una finca única y envidiable: “los Berrocales”.

 

Aquel manojo de primorosas hectáreas, eran el epicentro de una comarca agrícola y ganadera donde la excelencia le había sido esquiva. Predominaban por esas latitudes las tierras poco potentes, cortas, limitadas de agua y malas retenedoras de las humedades naturales que aportaban la lluvia y la nieve, lo que abocaba a sus dueños y arrendatarios a ceñirse a un uso de la siembra en secano e invariablemente centeno o cebada. Tampoco los cuarteles y fincas dedicados al pastoreo y pastos facilitaban la vida a nadie. Raro era el año de buenos forrajes de hierba dispuestos para la siega anual de junio, salvo en los contados años donde el clima había consentido en dar una tregua y un respiro a aquellas gentes.

 

“los Berrocales” era un gran pedazo de paraíso ecológico, además de su generosa extensión y de estar enclavada en un lugar excepcionalmente idóneo, con los suaves cerros cuajados de encina, roble y fresno protegiéndola de los malos vientos fríos del norte. Adecuada e idónea para realizar cualquier actividad con discreción, disponía de los mejores recursos naturales de la zona; abundante pasto de calidad, inagotables manantiales de agua en varios puntos de la finca, matorral y maderas de todo tipo, piedra, caza menor y hasta un barro arcilloso que bien tratado podía convertirse, dándole horno y calor, en una teja o ladrillo de aceptable calidad.

 

El primer Pizarro-Strata dueño de “los Berrocales”, tuvo el sabio empeño en cercarla de piedra y alambre, lo que incrementó aun más, su valor real y utilidad. También desde ese mismo momento, la finca se dedicó, casi en exclusiva, a la crianza de toda clase de ganado, especialmente vacuno, la mayoría de carne, excepto algunas cabezas de hembras, de origen suizo, a las que se ordeñaba y su leche era vendida a los pocos vecinos del pueblo, que no disponían, por si mismos, a su vez de ganado propio para tal menester.

 

En la zona más montañosa y boscosa de la finca, cabras y ovejas pastaban a sus anchas y cada atardecer y madrugada, varios jornaleros, les aliviaban sus apretadas ubres en los tenados construidos para el ordeño, desde allí, después de enfriarse las cantaras de leche en el manantial cercano, en el viejo carro se trasladaban, hasta una pequeña quesería cercana donde una vieja pastora y su familia, elaboraban un queso único en su época, rematado con una capa de pimentón y algunas especias, que se vendía como rosquillas en varios mercados de la capital.

 

Historia Capitulo VII

 

El ultimo parte de la guerra civil, firmado el día 1 de abril de 1939, fue la excusa perfecta para que el conde de Yeltes, D. Jose Fanet, celebrará un ágape con varias personas de su entorno y confianza en uno de los pocos templos gastronómicos, que había resistido a duras penas, el Madrid de las trincheras y el “no pasaran” y a los inciviles e indiscriminados bombardeos del ejercito llamado nacional: el restaurante Lhardy.  

 

Aquel encuentro, de festiva apariencia, era en realidad una primera toma de contacto, para situar a sus hombres, los del conde, como fuerzas de ocupación y tomar las posiciones adecuadas para tejer las complicidades necesarias y disponer de oídos y ojos que le permitan tener la mejor información, pero antes que nadie. La ambición del conde de Yeltes era tan ilimitada como el propio cosmos, amasar poder y riqueza y sobre todo sentir lo uno y lo otro, es lo que más desea en esta vida, casi un inconfesable vicio al que era adicto.

 

-       Me tienes que ayudar Florencio – le dijo el conde, en un aparte mediada ya la comida – necesito un lugar extraordinario para mis vacas, las nuevas que voy a comprar a los pobres ganaderos de Salamanca que están en las ultimas, ¿me entiendes?

 

-       ¿y cuantas serían sr. conde?

 

-       Calcula unas doscientas cabezas entre hembras, añojos y erales. Los novillos y toros, los seguiré teniendo en la finca de Segovia.

 

-       Por allí tenemos dos muy buenas, pero solo una es posible, “las majadas” que seguro se la alquilan por cuatro perras, el dueño esta en la cárcel y la mujer no tiene donde caerse muerta.

 

-       ¿y la otra?

 

-       La otra es lo mejor de lo mejor, pertenece al antiguo alcalde del pueblo, ahora esta en la cárcel, pendiente de juicio, pero no creo que tarde mucho en salir, aunque sea un rojo de mierda, este no ha matado ni una mosca en su vida.

 

-       Déjame a mi que decida cuanto tiempo le queda en la cárcel y cuéntamelo todo con detalle.

 

-       Si, señor conde.

 

Florencio Lominchar se explica y se explica muy bien y con detalle, mientras el conde de Yeltes empieza a tejer en su rápido cerebro una jugada a dos bandas, que le puede beneficiar, ante todo a él y luego si acaso, a los que ganaron la guerra, bueno, aunque él siempre la llamó “la cruzada”.

 

Tras unos breves instantes de silencio, el conde se gira hacia Florencio, levanta su copa de vino, francés por supuesto, y con una media sonrisa, de indefinible aspecto, le dice a un expectante Florencio:

 

-       Pues entonces, habrá que ir nombrándote alcalde de Navahonda. Solo una cosa, rodéate de los mejores y los más dispuestos de los nuestros.

 

 

Historia Capitulo VIII

 

Juan Pizarro-Strata, pudo escapar en alguno de los barcos que, desde Valencia, partían apresuradamente en los últimos días de la guerra civil hasta el norte de África, llevándose en sus pobladas cubiertas, la amarga derrota y la desesperanza de miles de republicanos españoles.

 

Él, jamás pensó que sus manos tan ajenas a cualquier arbitrariedad o abuso terminarían atrapadas por unos férreos grilletes. Desconcertado, aturdido y pasto de las mofas y vejaciones con las que los vencedores obsequiaban a los vencidos, terminó tirado como un despojo en la cárcel de Picassent, donde los piojos, la suciedad y el hambre eran el único pan de cada día.

 

En su delirio de miedo y desesperación, solo había un pequeño rincón para el consuelo. Su mujer y su hijo, están seguros y a salvo, en Ávila, en la casa-cuartel de la guardia civil, donde su hermano Salvador prestaba sus servicios como sargento.

 

Cuando el alférez-fiscal procedió a su interrogatorio, breve y grosero, renació en él, una cierta esperanza, porque su única acusación era haber sido alcalde republicano, y por eso, estos barbaros ni matan ni te entierran de por vida, pensó en aquel momento.

 

Pero tan solo quince días después, le ordenar bajar vestido a la puerta principal, como si tuviera batín, zapatillas u otra ropa “de estar” en aquella mazamorra.

 

 Se viste con aquel pantalón que se le cae, una chaqueta que parece la clásica que hereda un crio de su padre y una camisa que fue blanca en tiempos y le causa vergüenza por su suciedad y eso que las arrugas que se encadenan y superponen unas a otras, algo tapan. 

 

El coche militar arranca como un animal cansado y apunto de morir, esposado y con dos soldados que mosquetón en mano, se supone le custodian, a él, que ya no llega a los cincuenta kilos y al rato, lo bajan ante las mismísimas puertas del infierno, el Gobierno Militar de Valencia.

 

Todos los presos de la cárcel, saben que allí, en aquel fatídico lugar se reparten penas de muerte y cadenas perpetuas, o muchos años de presidio, en el mejor de los casos, como hostias en una eucaristía, con seriedad y con la boca abierta.

 

El teniente Bobadilla de la Cruz, joven, acicalado y con espesos cristales de ver, más parecen lupas, en sus gafillas negras, le deja de pie, ante él, sin levantar la vista en ningún momento, leyendo un documento mecanografiado de letras y renglones tan juntos que casi parecen apelmazados.

 

-       Vaya, vaya – levanta la cabeza el teniente -, supongo que no ha sido informado de las dos causas abiertas contra usted, ¿me equivoco?

-       No, no señor, no se equivoca.

-       Ya le dará cuenta su abogado defensor, el capitán Asensi, pero le anticipo que penden sobre usted dos penas de muerte, por los delitos que supongo recordará haber cometido, ¿me equivoco?

-       Con todos mis respetos, teniente, se equivoca usted o le equivocan, porque yo no he delinquido en mi vida.

-       Vaya, vaya, nos ha tocado otro inocente, que mala suerte.  

 

Aquel duro golpe, no fue el peor. Después de más de tres horas esperando en un cuartucho, esposado y sin que le permitieran ir al baño para orinar, le hacen ir a un despacho cercano, donde en un cómodo butacón se repanchinga un gordo y reluciente, sobre todo su blanca calva, el capitán Asensi.

 

-       He estado leyendo las acusaciones, que pesan sobre usted, plagadas de testigos en su contra, y sinceramente no tenemos nada que hacer, lo único y lo más practico es ir preparando el escrito de clemencia o si conoce usted a alguien que le pueda ayudar, que empiece a mover sus influencias, porque esto huele a pelotón al amanecer, no se si me explico.

 

Juan Pizarro-Strata, recibe aquel inesperado e injustificable golpe, que lo deja sin aire, bloqueado, aturdido no reacciona y una tenue micción mancha paulatinamente sus pantalones.

 

-       ¡Joder!, que asco -chilla el capitán Asensi, y manda le quiten a aquel pobre desgraciado de su vista.

 

Historia Capitulo IX

 

La primera de las causas, por la que se le solicita la pena de muerte a Juan Pizarro-Strata, es por estar acusado de ser el organizador principal y ejecutor de facto, dar la orden de ¡fuego!, del fusilamiento de cuatro jóvenes falangistas, prisioneros ilegales de un grupo descontrolado de anarquistas, que se llevó a cabo en la llamada; cárcel del pueblo de Bétera, situada a unos 20 kilómetros de Valencia, el día 18 de julio de 1938.

 

La acusación aportó a varios testigos, entre ellos, dos soldados de la milicia anarquista, que confesaron formar parte del pelotón de fusilamiento y que fueron condenados a 15 años de cárcel, de los que cumplieron tan solo 18 meses. Los dos arrepentidos, señalaron sin lugar a dudas, como culpable a la persona que aparecía en la única fotografía que se les mostró como supuesto instigador de tan cobarde y vil fusilamiento.

 

La foto, extraída de su carnet oficial como miembro del personal de la Presidencia de la Republica Española, era la de Juan Pizarro-Strata

 

En esa misma fecha, y esto podía acreditarse fácilmente, si se hubiera puesto algún empeño en ello, era tan sencillo como pedir una copia del diario “la Vanguardia”, de Barcelona que el día siguiente, 19 de julio, publicó en su portada una enorme fotografía que ocupaba su mitad superior. En ella se veía, el balcón de las casas consistoriales de Barcelona, donde aparecía en primer plano el presidente de la Republica, D. Manuel Azaña, dando un discurso. Cerca, muy cerca, un par de personas a su derecha, se podía ver, con total nitidez la seria cara de Juan Pizarro-Strata.

 

La segunda de las causas, se refería a un desastre ecológico y económico, que dejo la mitad de los pinares de titularidad municipal de Navahonda arrasados por el fuego. 

Según la causa, el incendio se ocasiona, de manera provocada, al mediodía del 23 de agosto de 1936. Aunque el acusado ya no vivía en el núcleo urbano de Navahonda, una de sus fincas, “los Berrocales”, linda en uno de sus extremos con el referido pinar y es allí, precisamente donde se inicia el pavoroso e incontenible fuego, que llegó hasta las mismas puertas del pueblo. Solo el agua del lavadero y abrevaderos que había hecho construir en su época de alcalde el ahora acusado, facilitaron a los vecinos su control y lograron evitar un desastre mayor.

 

En esa fecha Navahonda estaba ya bajo el dominio de las tropas franquistas, y es cierto que la finca de Juan Pizarro-Strata, era aún zona republicana y efectivamente, ese día él estaba en la su finca. 

 

En estos legajos, como en la otra causa valenciana, aparecen varios testigos que afirman y juran haber visto a Juan Pizarro-Strata arrastrándose como una venenosa serpiente con una lata de gasolina, emulando al gran Eloy Gonzalo, el héroe de Cascorro, y con saña maliciosa, prender fuego al pinar al que promovió su plantación su antepasado Aquilino Pizarro-Strata.

 

Nadie dijo nada, no se tuvo en cuenta, a pesar de estar reflejadas en la documentación de la causa, las declaraciones de varios testigos, entre ellos el hermano de Florentino Lomincha (su hermano mayor, Galo Lominchar), quienes afirmaban categóricamente, que ese día hubo una tormenta en la zona, seca, con abundante aparato eléctrico y ni una sola gota de agua, que bien pudo provocar y ser el causante, con alguno de los numerosos rayos que cayeron del cielo, del pavoroso incendio. 

 

Lo más deplorable de las sentencias a muerte, además del vergonzoso amaño de las pruebas, todo un ejemplo de impúdica impunidad, es que, además, el flamante nuevo Estado Español expropiaba y adjudicaba al Ayuntamiento de Navahonda, la propiedad, de la finca “los Berrocales”, así como de todos los elementos o bienes que en ella hubiere.

 

Ninguno otro bien o activo del reo fue embargado o expropiado, solo y exclusivamente la joya de “los Berrocales”

 

Esta singular expropiación, tan interesada como manipulada, se hacia en el nombre y el derecho a resarcir al municipio y al estado, de los daños y costes causados por el condenado, como culpable del incendio del pinar municipal y de su necesaria e inmediata repoblación.

 

Lo peor de una mentira es añadirle otra más descarnada. Lo cierto es que casi ochenta años después, la zona quemada, la antigua pinarona municipal de Navahonda, sigue intacta, ni un solo pino se ha plantado. En aquellos pagos solo se ha plantado, claramente de forma artificial, una enorme antena redonda blanca, desde donde los ingenieros de la NASA realizan el seguimiento y comunicación con los artefactos espaciales con los que las grandes potencias del planeta pierden el tiempo y el dinero trashumando por el espacio.

 

Juan Pizarro-Strata, al que el nuevo y todopoderoso jefe del estado no quiso conmutar, como a otros miles y miles de penados, la pena de muerte por la cadena perpetua y, en consecuencia, fue fusilado el amanecer del mismo día que cumplía años, el 15 de febrero de 1940.

 

Todo un ejemplo de la peor mala leche.

 

Historia Capitulo X

 

Florencio Lominchar, cuando estalla la sublevación militar cuya consecuencia directa es el inicio de una terrible contienda civil, es ya padre de un niño, luego llegaron tres más, de dos madres distintas.

 

Jacinta, la abnegada mujer de Florencio, convive en un forzado concubinato que la repele, fruto del cual, se convierte en una forzada madre, sin haber concebido y sin parir criatura alguna.  Su sobrina Flora, da a luz a un hermoso niño con apenas 15 años de edad, y a Jacinta se le abre un doloroso dilema, entre el repudio y aguantar la congoja.

 

A la jovencísima madre (Flora), su amante le ha robado egoístamente el tiempo, su tiempo, el que hubiera necesitado para hacer el natural transito de niña a madre. Ese hombre que le dictará cada uno de sus días y barrera durante muchos años toda iniciativa personal que no fuera de su exclusivo agrado o aprobación 

 

Lo que empezó como un juego cariñoso y tierno, había ocultado, tras las sonrisas y las caricias, una única intención de utilizar a Flora como un mero divertimento y disponer de ella como procreadora de una nueva saga. Jamás anidó amor en aquel turbio corazón. Florencio Lominchar, la somete implacable y tenazmente a su poder de macho dominante y la fuerza a aceptar y a vivir en el papel que él la ha asignado. Bien sabia él, que poca o ninguna resistencia iba a encontrarse en quien a pesar de su maternidad seguía siendo una frágil niña.

 

 Florencio Lominchar, después que su jefe (José Antonio Primo de Rivera) fuese detenido y encarcelado por el Gobierno Republicano, se alista en la bandera falangista, el batallón Victoria, donde participa activamente en diversos frentes de guerra y duras batallas, entre ellos la batalla del Ebro, donde en su condición de francotirador tiene un papel importante que le hace destacar y le pone en bandeja la escusa perfecta para dar rienda suelta a su vengativo carácter.

 

Encontraba un sibilino placer, en esperar la oportunidad pacientemente de ver aparecer en su mira telescópica cualquier enemigo al que desde la distancia poder eliminar. Podía pasarse horas disfrutando del placer de la caza, en este caso humana. Florencio Lomincha relató en noches de francachela, licor y mujeres, sus capturas con detalle, saboreando como si estuviera viviendo aquellos certeros disparos que abatían vidas que para él solo eran un número a sumar en su larga lista.

 

Indemne y con una hoja de servicios inapelable, la guerra acaba para él, y empieza el tiempo de su particular cosecha de acopio y venganza, bajo la poderosa protección del conde de Yeltes.

 

Florencio Lominchar, fue el primer y único alcalde de todo el periodo que abarca desde el final de la guerra civil, hasta las primeras elecciones democráticas en España.

 

Su llegada a la alcaldía coincide, al poco tiempo, con la expropiación de la finca “los Berrocales”, tras la sentencia y fusilamiento de su anterior propietario. Rápidamente se hace cargo de la misma y en tan solo 24 horas, ¿para que esperar más?, hace detener, a los dos pastores que cuidaban del poco ganado que aun quedaba en la finca y traslada al mercado ganadero de Talavera de la Reina a todos los animales, donde son vendidos en subasta. 

El dinero obtenido, quedó atrapado entre las telas de su propio bolsillo a modo de botín, porque jamás llegó a las arcas municipales de Navahonda, donde se justificó la falta de ingreso alguno, por las diversas enfermedades, inventadas, que padecían, todos los animales, sin excepción alguna, más los gastos del acarrero.. 

 

Seguidamente, el ayuntamiento firma un contrato de arrendamiento con D. José Fanet, conde de Yeltes, quien alquila por cincuenta años la finca “los Berrocales”, ventajosa y ventajistamente, por un precio tan vergonzoso, lo que provoca la tímida protesta del secretario municipal, que tuvo que llamar la atención para retocarlo un poco y hacerlo, al menos, presentable.

 

La “osadia” del secretario municipal, le costo un traslado forzoso a un perdido pueblo entre las sierras que se reparten Cáceres y Salamanca, en el corazón mismo de la comarca de Las Hurdes.

 

El conde de Yeltes traslada hasta allí sus vacas y chotos traídos desde el campo charro salmantino y nombra como encargado general de la finca al reciente y flamante alcalde, Florencio Lominchar.

 

 

Historia Capitulo XI

 

 

Tilly Fleislher, medalla de oro en hípica, doma clásica.

 

Max Gebhardf, medalla de oro en lanzamiento de jabalina.

 

Sus dorados entorchados fueron obtenidos en las olimpiadas que organizó su país, Alemania, en 1936.

 

Hacia calor aquel día de septiembre de 1945, cuando D. Jose Fanet, conde de Yeltes, recibe en su casa situada en lo mejor del barrio de Salamanca en Madrid, al alcalde de Navahonda. 

 

Esta vez no esta solo, las dos personas que permanecen sentadas en un coqueto sofá que existe en la zona de cortesía del amplio despacho privado del conde de Yeltes, asisten calladas al encuentro y solo realizan una leve inclinación de cabeza cuando D. José Fanet les nombra.

 

-       Como te podrás imagina querido alcalde y camarada Florencio, este matrimonio de buenos amigos míos y de España, han venido huyendo de la injustificable persecución a la que determinados patriotas alemanes están siendo sometidos por parte del comunismo estalinista internacional. Necesitan de nuestra ayuda, porque ellos también nos ayudaron en nuestra cruzada, como bien sabes.

-       Esta conversación es confidencial y secreta y solo nosotros dos y las más altas instancias y autoridades del estado, entre tu yo esta operación esta bendecida por el mismísimo caudillo, podemos conocer lo que aquí acontezca.

 

Florencio emocionado, asintió.

 

El conde de Yeltes, explica que el matrimonio alemán, esta buscando en España un lugar muy especial donde construir una hermosa casa para recibir a sus amigos, desperdigados por toda Europa y poder mantener la crianza de su cuadra de caballos, cuyos sementales, tienen un gran valor y son muy cotizados.

 

-       He pensado Florencio, que “los Berrocales”, bajo tu experta mano y protección es el lugar idóneo. Yo por mi parte pudo desplazar algunas cabezas de ganado a otras de mis fincas, para dejar el espacio necesario para el definitivo confort de nuestros amigos y aliados.

 

-       Lo que usted diga, señor conde – contesta Florencio Lominchar-

 

Tilly y Max, el matrimonio alemán, se enamoran de los “Berrocales” a primera vista, aquella pareja tan seria y en apariencia recatada, desplegaron sus mejores sonrisas y gestos de complicidad, en el recorrido guiado que les hizo Florencio en su primera visita a la finca.

 

De inmediato, alquilan la mejor casa posible de Navahonda y desde allí dirigen a diario las obras de la gran casa bávara, así la llaman ellos (das große bayerische haus). Excepto el arquitecto, también alemán, todo lo demás, es responsabilidad de Florencio, él contrata, compra y es responde de todo. Y lo hace sin mesura, porque se da cuenta que allí, el dinero llega cada lunes en una hermosa maleta de cuero marrón y no hay límite, así que decide darse un festín y lo consigue.

 

Casi un año, duró la construcción que hacía honor con creces a la idea inicial de Frau Tilly y Her Max, era una gran casa, de estilo bávaro. El imponente edifico se situó en una zona próxima a la falda de los dos grandes cerros que cubrían el flanco norte de la finca, con sus espesuras vegetales, llenas de árboles y arbustos. Y donde brotaban dos hermosas fuentes, que ni en años de sequía y con el duro calor del verano consiguieron agotar jamás.

 

La mansión situó su fachada principal mirando al mediodía, al sur, sus dos rectangulares plantas guardaban en su interior una encantadora escalera interior de madera y debajo de la enorme cubierta se dejó hueco para disponer de una amplia buhardilla. El tejado vertía a dos aguas y en él sobresalían a cada poco, las numerosas chimeneas que unos metros más abajo iniciaban su recorrido atrapadas por las grandes estufas de cerámica o chimeneas francesas, que de toda había, destinadas a repartir calor y confort a las quince amplias estancias, sin contar los cuatro baños y la gran cocina y despensa que tenía la gran casa. Luminosos ventanales, contraventanas de madera maciza, balcones corridos también de madera y una entrada amplia, donde un arco y una puerta de doble hoja ponían el punto inicial a una gran mansión.

 

Florencio Lominchar, no entendía a qué tanta casa y menos aún aquel estilo tan peculiar, con aquellos tirantes exteriores de madera, pero los sustanciosos pellizcos que se llevaba cada lunes de aquel mágico e inagotable maletín le hacían incomodo pensar o dudar de algo del ambicioso proyecto bávaro.

 

Jamás se cuestionó, Florentino Lominchar, quien llenaba o el origen de los fajos de billetes a los que no logró jamás de dejar de asombrarse cada lunes. Lo importante que esto siga así, se decía así mismo.

 

El conde de Yeltes, visita a menudo las obras, además de seguir manteniendo una gran parte del ganado en la finca, también okupa la propiedad vecina, que terminó alquilando a su desvalida dueña, por la cantidad que él quiso, prometiéndole interceder para una pronta salida de su marido de la cárcel, cosa que le “llevo” su tiempo, tres años.

 

-       Florencio, -le dijo con gesto serio antes del comienzo de las obras – todos los trabajadores y la gente que entre aquí, aunque sea de casualidad, deben ser únicamente de los nuestros. Pon un guarda con escopeta que intimide y espante a los curiosos y vigile con celo. Págales bien y que mantengan la boca cerrada, esto no requiere de publicidad ni chismorreo, ¿queda claro?

 

 

La construcción de las cuadras, para los caballos del matrimonio alemán, se llevaron efecto al mismo tiempo que la obra de la gran casa.  Se edificó a unos cien metros de la mansión una gran nave, con muros de piedra, enfoscados y encalados, tejado a dos aguas de teja curva y ventanas a gran altura, para disponer de suficiente luz. En su interior, se habilitaron doce amplios boxes individuales para los caballos adultos y dos zonas para potros jóvenes, además del espacio suficiente para guardar grano, paja y un espacioso guarnicionero para todos los utensilios, sillas de montar, etc. Anexadas al edificio se instalaron talanqueras y cercas para disponer de varias corraletas para el manejo de los caballos, así como un cómodo embarcadero.

 

Para el servicio de la casa y finca, Florencio Lominchar, escogió al personal necesario, atendiendo exclusivamente a sus propios intereses, sabiendo eso sí, que aquellas personas tendrían mucho cuidado con decir o contar nada, ya sabían ellos con quien se jugaban los cuartos.

 

Felisa Pastor y Crisanta de Lucas, eran dos mujeres de edades muy diferentes, las dos de Navahonda. 

 

Crisanta de Lucas era una atractiva mujer, casi pelirroja, a la que Florencio le había echado el ojo hace tiempo, pero ella se resistía, pese a las penurias y fatigas con las que sacaba adelante a dos mellizos de corta edad.  Crisanta había enviudado recientemente. Su marido, preso en un campo de concentración varios años, cuando fue liberado se trajo consigo una traidora tuberculosis que termino con él de manera fulminante.

 

Felisa Pastor, era una mujer adulta y luchadora, huyo de Navahonda cuando tras el golpe militar, Florencio y sus secuaces tomaron el control del pueblo. Militante comunista, se libró de la cárcel, porque su hermano era amigo y compañero en el batallón falangista de Florencio. Además, y este era el verdadero motivo, tenía una joven hija, que era la belleza más sublime de Navahonda y sus alrededores.

 

 

 

Historia Capitulo XII

 

Florencio Lominchar, se convierte en un hombre poderoso y hasta cierto punto, dependiendo con quien le comparemos, adinerado, lo de temible, ya le venía de antes, pero su puesto de encargado general de la nueva y remozada finca, sus contactos en las altas esferas y su dominante posición como alcalde y jefe local de falange, le hacen sentirse fuerte, imbatible y dueño. 

 

A el le gustaba, y se la repetía muchas veces,  la frase que le dijo su amigo y amarada Gervasio; “a tu su paso se secan muchas gargantas” 

 

Y la gente a su alrededor así lo percibe y el temor se expande, silenciosamente en torno a él.

 

Actúa sin pudor, todo con él se arregla, no siempre,  con sumisión y dinero, su nivel de corrupción es tan escandaloso que a duras penas esquiva algunas criticas y mensajes que le llegan desde la central del partido único, en la calle Alcalá de Madrid. Pero él tiene una carta muy poderosa en la manga ancha de su camisa azul, la protección del conde Yeltes, ese aval vale su peso en oro.

 

Mientras su bigamia, conocida y callada por todo el pueblo, sigue la rutina que el mismo ha decidido marcar. Flora sumisa y obediente, cría a los hijos de Florencio, después de parirlos sin molestar, solo habla cuando este le pregunta o se lo permite. Flora pisa la calle lo justo y necesario y vive en un permanente estado de alerta, el agrio y violento carácter de Florencio Lomichar no avisa.

 

Flora, apenas ve a su tía, quien ahora no necesita rehuirla.

 

 Jacinta, su mujer ante los ojos de la iglesia y el registro civil vive en lo que fue la casa y la vieja cuadra situada a unos kilómetros de Navahonda en lo alto de la montaña en aquel solitario cruce de caminos, llamado, alto de la cruz verde. Florencio la anima a ocupar su antigua propiedad ante la sorpresa de Jacinta, quien no termina de entender este régimen de semi-libertad que un hombre tan posesivo y controlador le permite, asi de buenas a primeras.

 

Para Jacinta, aquella solitaria existencia supuso un alivio, al menos no tenía que soportar aquel hombre a diario y a sus cada vez menos habituales embestidas en la cama, ni ver como la belleza de su sobrina, dejaba paso a una triste muñeca carcomida por la resignación y el miedo.

 

Pero Florencio, tenía un plan.  Desatado y con ansias de poder y dinero, decide montar allí una cantina, en aquel cruce de caminos, para dar bebida y sosiego a las muchas personas que pasan por aquel paraje a diario.  Él también intuye que el trasiego de tanta gente por aquel lugar  de orígenes tan dispares, le proporcionara  información valiosa y oportunidades para sus mangoneos . 

 

El oficio de arriera y los carros tirados por sus obedientes mulas, han pasado a mejor vida con la ruidosa invasión de camiones y coches. Aunque Jacinta, no pudo separarse de la última mula que le nació casi entre sus manos, “brisca” y la mantiene ociosa a su lado, y así de vez en cuando Jacinta escucha su propia voz, hablando con aquel animal, para ella, tan bello y fiel.

 

La apertura del local, donde, sin tan siquiera se dignó a peguntarle a Jacinta, supone, de entrada, un alivio para ella, porque al menos puede compartir alguna conversación con los muchos parroquianos que empiezan a ser clientes habituales en sus pasos por aquellas montañas. 

Pero el agrado, la limpieza, tan atípica y rara en aquellos tiempos y sobre todo por su inimitable tortilla de patata, empiezan a ser conocidos y valorados con muchos, “me gusta” y esas cosas, en la única red social de la época, el boca-a-boca y el éxito se acompaña de más trabajo y se hace cada día más pesado y duro. 

 

Pero esto hubiera sido soportable para ella y hasta gratificante, si no hubiera sido por la moto, una BMV alemana, que había adquirido Florencio Lominchar cada vez está más horas y días aparcada en la puerta del local, y lo peor de todo, se toma la liberta de pasar algunas noches. 

 

Florencio allí, disfruta de su poder, es el amo y lo hace saber, allí departe confidencias, promete favores, hace algunas advertencias y acepta sin pudor sobornos y ofrendas de los sumisos que le temen o que algo le piden. Él jamás, aunque este el local a revenar, osa en saltar al otro lado de barra para ayudar en el negocio, que es suyo y del que se embolsa todo, menos las sisas que a duras penas tiene que hacer Jacinta para sus cosas. Al contrario, reprocha sin pudor y exhibe a veces un humor negro, despectivo, rancio, machista y cruel que Jacinta intenta somatizar y enfriar ante su maltrecho ego.

 

Cinco años después de la apertura del local, la mañana del 14 de abril, aniversario de la proclamación de la república, nunca se sabrá si aquello fue premeditado o no, el bar “el cruce”, así se pintó, bueno lo hizo Jacinta brocha en mano, encima de la jamba de la puerta, permanece inusualmente cerrado. Los viajeros que han parado para tomar el café de puchero de Jacinta y la copa de aguardiente y su rosquilla de anís correspondiente se muestran extrañados, pero por más llamadas que hacen a grito pelado, solo les responde el silencio y el murmullo de las dichosas palomas que tienen su refugio en el viejo palomar del tejado.

 

Nunca se supo que fue de Jacinta y de su mula “brisca” las dos desaparecieron aquel día, por más gritos y amenazas que profirió aquel tormentoso orgullo herido de Florencio Lominchar.  Repartió carteles, publico su foto en el periódico de sucesos “el Caso” y ofreció dinero y contrato a un exguardia civil metido a detective, pero el misterio y el olvido hicieron errar a las mil y una conjeturas que en susurros y corrillos corrieron de boca en boca.  

 

Casi treinta años después, un individuo nacido en Navahonda, emigrante en Francia vuelve al pueblo por navidad y cuenta como un día en la estación de tren de Burdeos, donde reside, vio a una mujer sentada en un banco del andén. Se sobresalto, porque aquella cara era a todas luces el rostro de Jacinta y con cuidado se dirigió a ella. 

 

-       Eres Jacinta, ¿verdad?, ¡soy el Dioni!, - dijo sonriente-.

 

Ella le miró, sin demostrar sorpresa alguna, fríamente, tomó su bolso que reposaba a su lado en el banco, se levantó y con un andar despacioso, sin prisa alguna, salió de la estación.

 

Estoy seguro que era ella, insistió en cada conversación, hasta que volvió a Francia, dejando la duda y los murmullos atrás.

 

Nunca se supo nada de ella.

 

Historia Capitulo XIII

 

Florencia Lominchar, a pesar de todo, en algunas ocasiones se lo cuestionaba. ¿de dónde saldrá tanto dinero?, aunque rápidamente se apresuraba a dejar atrás su lógica curiosidad por otras cuestiones que le eran más rentables y provechosas, como la tan saludable creciente obesidad de su cartera.

 

Pero la tozuda realidad era innegable, al margen del coste de la construcción de la gran casa bávara y de la nave para los caballos, era evidente que el tren de vida de aquella casa, no se se podía sostener, criando unos cuantos ponis, por muy sementales que fueran. Y eso lo veía cualquiera que trabajara en la finca o sencillamente que pasara por allí.

 

Cuando “el malquerío” pensaba que la furia constructora había llegado a su fin, es llamado por Frau Tilly Fleislher, que con su castellano más que aceptable le recibe en un coqueto rincón del gran salón, que hace las veces de despacho.

 

-       Florencio, la finca sigue teniendo una vieja cancela de hierro en la entrada de la carretera, con un odioso cartel colgado de “coto privado de caza”. Así que sigue pareciendo la puerta de una finca agrícola y esto ya no es así, ¿verdad? 

 

Sin permitir que Florencio articule palabra alguna, por muy corta que pudiera ser, prosigue:

 

-       Así que he pensado en retranquear unos metros la entrada y hacer dos muros a derecha e izquierda que formen una ancha V, y la puerta o la cancela, creo que lo llamáis así, quiero que sea de madera de listones separados, terminados en punta y pintada de blanco.

-       Y para terminar Florencio, en cada uno de estos dos muros, vamos a poner el nuevo nombre de la finca:

 

LOS NIBELUNGOS

 

No se habían terminado de recoger las mesas, cubertería y mantelerías que el restaurante Horcher de Madrid, cuyos propietarios casualmente también eran alemanes, que fue el encargado de la restauración en tan solemne y grandiosa inauguración, y al poco de haber traspuesto la estrenada puerta de la finca; el achispado obispo de la diócesis, el presidente de la diputación y el mismísimo gobernador militar, cuando empezaron a llegar los primeros huéspedes. 

 

Aquel ir y venir de huéspedes, fue incesante, como reincidente, duró años y en ocasiones poco faltó para provocar el overbooking de la gran casa bávara, dando la razón a quienes defendían la existencia de tanta habitación y amplios espacios comunes, entre los que no se encontraba Florencio Lominchar.

 

 Entre aquellos muros nació, por obra y gracia de la puntual llegada del maletín de cuero marrón cada lunes festivo o no, un mundo al margen de la España de la abundante hambruna, el estraperlo y la cartilla de racionamiento, que era la real, la que existía y no era ningún bulo, al otro lado de la alambrada. A aquel micro-paraíso, le separaba una distancia mayor con sus vecinos, que a la Tierra con Plutón.

 

Las veladas, amenizadas en ocasiones por el magnífico piano al que hacía volar envidiablemente Frau Tilly, poniéndole música a una vida de lujo. Y siempre con la inseparable compañía, de la que a veces se abusaba en exceso, de los mejores licores, brandis, whiskys, etc. del mundo. 

No era de extrañar, que ya bien entrada la noche, las piezas de Beethoven o Brahms, fueran dejadas a un lado, para, todos a pulmón y haciendo coro, entonar briosos y vociferantes himnos, supuestamente patrióticos o militares, cuyas letras y contenidos era preferible no entender.

 

Los invitados, siempre llegaban a “los Nibelungos” en coche, no era infrecuente que aprovecharan la noche cerrada para hacer su entrada y mayoritariamente llegaban conducidos y acompañados por el personal de confianza de D. José Fanet, conde de Yeltes.  

 

Habitualmente su vida transcurría de manera integra dentro de los amplios límites de la finca, era una norma inquebrantable que se cumplió a rajatabla, excepto desplazamientos obligados y supervisados por los hombres del conde. En muchos casos, de manera voluntaria, ni tan siquiera dejaban atrás los muros de la gran casa bávara, permaneciendo en una cómoda reclusión en su interior hasta su marcha definitiva.

 

Salvo contadas excepciones, estas personas se mostraban altivas, desconfiadas y distantes. Raras veces existía algún contacto, aunque fuera propio de la más elemental cortesía, entre huéspedes y el personal de servicio. Hasta el propio Florencio Lominchar sentía aquella velada frontera, casi infranqueable, entre ellos y ellas con el resto.

 

 

Historia Capitulo XIV

 

 

Tilly Fleislher, nació y creció entre la abundancia que afloraba de la gran cervecería de la que su familia era propietaria desde varias generaciones atrás, Hofbräukeller, en este enorme y precioso local, dio su primer discurso incendiario Adolf Hitler (16.10.1919), algo que la histori se h encargado de recoger con profusion de datos y fotografías.  

 

Música y caballos y una ferviente admiración por el Führer, que era compartida y alentada con toda su familia, en especial con su padre fueron las guías de su crecimiento personal. A los catorce años, entra a formar parte de las juventudes hitlerianas y allí comienza a asumir, como propios, todos los postulados que dicta, entre exabruptos y gesticulaciones Adolf Hitler.

 

Su pasión por los caballos fue determinante en su vida, desde muy niña destacó en todas las disciplinas hípicas, aunque fue la doma, la que llamó la atención de la federación deportiva, quien le propuso abandonar sus estudios de piano, para dedicarse plenamente a la doma clásica y competir a nivel nacional e internacional.

 

Después de ganar los campeonatos nacionales y el título europeo de doma, con tan solo 18 años, inicia su preparación para la futura cita olímpica, que tendrá lugar en Alemania, y es en ese momento donde aparece en su vida Max Gebhardf.

 

Max Gebhardf, nació en Nuremberg, su padre un hostelero adinerado comete el peor erro de su vida, fiarse de un grupo inversor y atropelladamente mete todo su dinero, sin dejarse nada. No contento con ello pide créditos, endeudándose hasta las mismísimas cejas, para adquirir un manantial de aguas termales, donde construye un majestuoso balneario, cuyo éxito inmediato es todo un acontecimiento social y primera plana en los diarios más importantes del país.

El error, fue fiarse de los inversores iniciales, que eran los dueños de los terrenos y quienes aseguraban que los estudios geológicos mostraban un caudal de aguas medicinales sencillamente inagotable. La grandeza y el despilfarro del liquido elemento en enormes piscinas, baños, tratamientos de aguas, etc, demandaba por cuestión de la supervivencia del negocio, que la promesa sobre “el caudal infinito” hubiera sido cierta.  Pero después de un par de años, la agonía del manantial se hacía patente por días. Y como era de esperar “la sequia” ocupó también enormes titulares en periódico y revisas, pero esta vez titulaban con cierto regodeo aquella mortal quiebra con titulares como “se secó el grifo de oro”, y cosas peores.

 

Max Gebhardf, se afilio a las juventudes hitlerianas, por pura supervivencia de algunas comidas clientes y ropa que ponerse y allí encontró su camino. 

 

Cuando le llevaron al estadio de atletismo y deportes de Nuremberg, Max miro todo aquel gentío haciendo ejercicios y se hizo la pregunta más importante de su vida ¿qué demonios hago yo aquí?

 

El deporte era uno de los pilarres básicos del adoctrinamiento a los jóvenes alemanes de la época, la disciplina deportiva era un buen inicio del camino hacia el hombre perfecto, o eso decían ellos.

. Max Gebhardf, era indolente y comodón, pero con un físico pleno de fuerza y vigor, eso sí, solo movía el culo con presteza si había alguna hembra a tiro o algo divertido sin más. Su buen aspecto y la gran simpatía que irradiaba por los cuatro costados, además de ser osado en el cortejo como nadie, le facilitaba sobradamente sus objetivos.

 

Aquel primer día en el estadio y en los campos deportivos anexos, hizo una revisión en modo radar 360º con su mirada y empezó a comprender que hacer deporte era costoso y suponía un gran esfuerzo y desde luego, se dijo a sí mismo, no estaba dispuesto a soportar a aquellos entrenadores de deportes de equipo que aullaban ordenes y contraordenes como una manada de lobos hambrientos.

 

Para su suerte, vio claro que había un deporte que se adaptaba a su exigencia, de poco esfuerzo y máximo resultado.  Apena había que correr, tan solo unos cuantos pasos y luego hacer un esfuerzo, grande eso si, pero uno solo, y mandar lo más lejos posible, como si quisieras no volverla a ver en tu vida, a aquel artefacto que llamaban jabalina.

 

Cuando hizo su primer lanzamiento, el entrenado de esta especialidad quedó paralizado, ante aquel joven muchacho que así, de buena mañana y primerizo, se había quedado a tan solo 2,15 metros del record nacional. Récord que batió tan solo dos meses después.

 

Tilly Fleislher, quedo atrapada en la elaborada red de seducción que le tendió Max Gebhardf, y en los establos del estado de Baviera, entre el heno encontró la felicidad completa y se resarció de los atrasos contraídos de años de inmaculada virtud. Tilly siempre supo que Max, era como unos de sus sementales, su verdadera utilidad y su vocación es exclusivamente la toma y monta de la hembra.

 

El éxito olímpico de ambos, les permitió pasar una guerra mundial cómoda, lejos de necesidades y peligros, dentro de la organización del partido y también tener acceso a información y medios económicos que fueron decisivos cuando la derrota se lo llevo todo por delante. Su salida de Alemania, vía Suiza, esta organizada por ellos, mejor dicho, por Tilly Fleislher, que era una de las coordinadoras de la organización Odessa.

 

Cuando se instalan en “Los Nibelungos”, Tilly Fleislher, sabe que no hay ocupación para Max Gebhardf, ya de por sí tan reticente al abandono de la comodidad, y eso le preocupa. Max Gebhardf no monta a caballo, no le gustan las vacas del conde y le aburre la cháchara nazi de los invitados, solo el cuerpo de Tilly, su mujer, logra calmarlo, pero a fray Tilly tanto entusiasmo sexual termina por cansarla. Hasta el día que Florencio Lominchar les presenta a las dos sirvientas que ha escogido para atender la enorme residencia; y él se fija en Crisanta de Lucas.  La belleza y la juventud de la viuda, hace renacer en él sus estímulos más primarios y en Tilly una oportunidad para escapar de sus continuas exigencias.

 

Pasado el tiempo, Tilly Fleislher, acepta su nuevo rol, como si tal cosa le tomó cariño y gustito a la costumbre de llevarse a la cama matrimonial la fusta que utiliza en la doma de sus sementales y a Max Gebhardf, le encanta todo, además logra distraer su tiempo y energía con la pasional relación que comparte con Crisanta de Lucas, y que duró hasta el final.

 

 

Historia Capitulo XV

 

 

Reinhand Maier, abogado y fundador del partido nazi en la ciudad de Dortmund y en toda la zona de Westfalia, fue amigo personal del führer y durante años estuvo ventajosamente casado, en segundas nupcias, con una hermana de Hermann Göring, el todo poderoso jefe de la fuerza área alemana. De su primera mujer Reinhand se hacía “el sueco” cuando le preguntaban por ella, misteriosamente se evaporó de la vida del nazi sin dejar huella alguna. Esto contribuyó a la confusión en tiempos donde el origen genético y los antecedentes familiares podían costar una vida, así que se propagó el rumor que su primera esposa, podría haber sido judía, pero nada se sabe y difícilmente se sabrá, el registro civil del municipio de Dortmund, quedó convertido en un descomunal cenicero, tras un certero bombardeo aliado en 1944.

 

Reinhand Maier, miembro de las SS, desde sus inicios, construyó y dirigió con una terrible y temible eficacia, el campo de concentración de Theresienstadt (Chequia), donde miles de seres humanos sufrieron lo indecible y/o perdieron su vida, de pura y dura brutalidad o en las temibles “duchas de gas”, de las que tan orgulloso se mostraba este monstruo nazi.

 

Reinhand Maier, vivió en el lujo más sibarita y brutal durante los primeros años de la guerra, él y su mujer, derrochaban la vida entre grandes fiestas y orgias, abusando de alcohol y drogas sin el menor recato y discreción. 

Como seria el nivel de su permanente desmadre, que el escandalo llegó a oídos del responsable máximo de los campos de concentración del Reich, el general Theodor Eicke, quien se presentó sin avisar y le leyó la cartilla de “pe a pa” con su peculiar estilo; sin levantar la voz, sentado con las piernas cruzadas y las dos manos unidas ante sus labios, como si estuviera orando, pero consiguió que Reinhand Maier sudase la gota gorda y anduvo días con un ir y venir incesante a la letrina de lujo de su despacho.

Las frecuentes visitas del matrimonio Maier a la ciudad de Praga eran temidas por sastres, joyeros, hoteleros y todo aquel negocio susceptible de ser sableado a lo grande por aquel SS, que no tenia hartura y daba por hecho que la superioridad aria también valia para darse caprichos a coste 0. 

 

Reinhand Maier, fue un asesino depravado, un cobarde de manual, pero todo lo tenia muy pensado y tonto no era.

 

Cuando la guerra empezó a salirse del guion oficial de Adolf y su camarilla. Reinhand elaboró un plan B, ante la inminente derrota que él negaba vehemente ante sus hombres, de tal forma que cuando el ejército ruso, se acercaba muy, muy a lo lejos, dijo a sus subordinados que iba al estanco de la esquina a por tabaco y jamás se le volvió a ver su casi albino pelaje. 

 

Al parecer el nazi, arrampló con todo lo que pudo, hasta llegó a requisar un abrigo de piel de oso cuando en su huida acertó a pasar por una peletería cercana. Esta fue su última aparición publica, la salida deprisa y corriendo con el abrigo bajo el brazo, y ¡zas!, se esfumó, ni la temible Gestapo que removió hasta las cloacas del campo de concentración, fue capaz de dar con él ni con su mujer. 

 

Gracias a sus influencias, antes de la guerra, uno de sus primos, Willy Maier, casi analfabeto, es admitido como guardia de fronteras y es destinado al puerto de Hamburgo, donde vivió desde entonces. Y es allí, en la casa de su primo Willy, quien le debía un gran favor, donde se refugia y de donde es trasladado a hurtadillas hasta un pequeño puerto pesquero cercano y en uno de los barcos fondeados allí, en este puerto, es trasladado hasta llegar a Dinamarca.

 

La organización OdeSSa, fue una red de colaboración secreta desarrollada por grupos nazis para ayudar a escapar a miembros de la SS y dirigentes muy conocidos del régimen, desde Alemania a otros países donde estuviesen a salvo. Esta organización se nutrió, financieramente hablando, de todos los grandes robos, desfalcos, etc. de todo tipo de bienes que cometieron los nazis, en los últimos tiempos de la guerra, intuyendo, extraoficialmente su temible final para ellos.

 

Esta organización, le proporciona un pasaporte noruego al huido y tras una serie de viajes, siempre en zig-zag nunca en línea recta desde el origen al destino consigue pasar sin ninguna complicación, la casi impenetrable frontera española en Irún, donde un coche enviado por mediación del conde de Yeltes, le traslada, con la máxima discreción, hasta “los Nibelungos”.

 

Nadie ha sido capaz de dar con rastro alguno de su esposa, quien huye con él desde Chequia, pero desaparece por completo en territorio alemán, ella nunca llegó al escondite de Hamburgo y por supuesto, como con su primera esposa, Reinhand Maier, jamás dijo una sola palabra de ella, en lo que le quedó de vida. 

 

Reinhand Maier, había conseguido, con la imprescindible colaboración de la organización Odessa, burlarse del peletero checo y dar esquinazo a la policía alemana, y a todos los investigadores de las fuerzas de ocupación aliadas en Alemania, además de saltarse a la torera los controles de fronteras de varios países.  Sin embargo, jamás pensó que superado todo esto, no sería capaz de esquivar y escaparse de una cruel enfermedad que le acechaba sin saberlo.

 

Las atenciones que recibe en la gran casa bávara, son las mejores posibles, con la asistencia directa, durante varios días, del medico personal del conde de Yeltes, el Dr. Máximo Corsín, que solo puede aliviar la crueldad de los tormentosos dolores a quien tanto los merecía.

 

D. José Fanat, conde de Yeltes, se presenta de inmediato en la finca.

 

-       Florencio, esta muerte no puede ser conocida por nadie. Tenemos que ver, como y donde podemos enterrar a este gran patriota y amigo.

 

-       La finca es grande, Sr. Conde. – replica “el malquerío”-

 

 

-       No me seas burro Florencio, un respeto por el amor de dios.

 

 

-       De momento – prosigue el conde de Yeltes- lo entierras con sigilo absoluto en el cementerio del pueblo, algún hueco tendrás y yo hago venir al arquitecto para que nos dé alguna solución, porque mucho me temo que, ni con la ayuda de dios, podremos evitar alguna muerte más. Por cierto, al cura ni pio, que no me fio de él.

 

 

Don Genaro, el cura de Navahonda, es tan adicto al régimen como los demás. Comparte los mismos ideales que ellos, pero le asquea y no le es fácil, convivir con la chula soberbia con la que despliega su andar por la vida, Florencio y sus camaradas, aunque hace más bien poco para frenarla, es más, los evita como al mismísimo diablo, de existir tal figura, claro..

 

 

El arquitecto de confianza del señor conde y autor de la gran casa bávara, un alemán, llegado de prisa, corriendo y sin resuello, desde Tánger (Marruecos), en aquel momento un protectorado internacional, donde al parecer la tenían tomada con él y puede que no por su buena conducta. Es hombre resolutivo como pocos. 

En cualquier caso, Otto Wagner, que así se llamaba, hizo feliz y provechosa carrera en aquella España, a base de encargos de la aristocracia más solvente y de los nuevos advenedizos del régimen y ricos de cuño a estrenar.

 

Otto Wagner, llamado por el sr. conde, ya en la finca, anda dubitativo y pensativo alrededor de la casa, deambula a izquierda y derecha, esta buscando una solución para quitarse el muerto y los que vengan de encima. Florencio le sigue con la mirada, bastante ya ha hecho él llevándose al cadáver al cementerio municipal y enterrarlo en un rincón disimulado, que parece abandonado, tierra de nadie.

 

Por fin Otto Wagner, el arquitecto, se dirige a un lugar en la parte trasera de la casa, hace una seña a Florencio para que se acerque y le dice:

 

-       Aquí haremos una “bodega” – con una sonrisa socarrona y turbia- llama a los hermanos Hernández, que me vayan a ver y yo les explicó el trabajo.

 

Los hermanos Hernández, maestros constructores de la gran casa bávara, eran vecinos de Quesadillas, falangistas acérrimos y fieles colaboradores de Florencio Lominchar.  Jesús el mayor de los dos hermanos, estuvo pegando tiros como voluntario en la división azul en Rusia y vino más exaltado y furibundo anticomunista que se fue.

Los Hernández quedaron huérfanos, cuando una descarga de fusilería asesinó a su padre en las temibles “sacas” de las cárceles republicanas madrileñas que se ejecutaron en Paracuellos del Jarama (noviembre 1936). Ordenadas o al menos, con la indiscutible participación de un primo hermano suyo, por parte de su madre, al que no pudieron echar mano a tiempo ya que se exilió en el paraíso soviético, al que tanto ansiaba conocer y degustar, y en el que murió, tras un largo cautiverio, en un temible gulag siberiano. 

 

Los hermanos Hernández, sin más ayuda y con el sigilo que les habían pedido empezaron a cavar un gran socavón.

 

Oficialmente había que habilitar una gran bodega subterránea para almacenar viejos y costosos caldos y champanes.

 

Historia Capitulo XVI

 

 

Tuvia Friedman, es una mujer judía, fotógrafa de prensa y moda, antes del inicio de la cuestión judía en Alemania, este es el eufemismo con los que los nazis trataban de suavizar a la persecución con saña y sin escrúpulos que realizaron en su país y que luego extendieron allí por donde anduvieron.

 

Toda su familia, muere en los temibles hornos del campo de concentración de Buchenwald. Ella avisada por una vecina, curiosamente, esposa de un agente de la Gestapo, logra escapar en un primer momento y consigue atravesar la frontera polaca, donde se une a la resistencia, pero donde acaba detenida por los comandos alemanes.

 

Cuando el ejercito rojo se acerca, desde el este, al campo de prisioneros de guerra donde está retenida, muy cercano a la frontera con Alemania, escapa junto con un pequeño grupo de holandeses y logran llegar a este país, ya finalizada la guerra. Desde ese momento el objetivo de Tuvia Friedman ya no es el de la cámara fotográfica, sino la venganza de quienes arrasaron a todo un pueblo, entre ellos a toda su familia.

 

Tuvia Friedman, se apea del tren en la estación de Navahonda, llevando consigo una maleta de viaje y un pequeño maletín donde atravesado hay un artilugio de madera, que resultó ser un caballete de pintor, después de ser requerida por parte de la omnipresente pareja de la guardia civil que había en ese momento en la estación.

 

En su pasaporte, extendido y falsificado por parte de una organización internacional judía, financiada desde los Estados Unidos, figura con el nombre de Sally Harrison, y dice ser pintora, paisajista de nacionalidad inglesa. Con verdaderas dificultades por su escaso manejo del idioma, logra hacerse entender y recala en la única pensión del pueblo, donde una solicita, limpia y espacialmente diligente anciana regenta su cocina y las tres habitaciones que puede alquilar y quien la acoge con curiosidad y cariño.

 

La llegada de “la inglesa” es toda una noticia y es la comidilla en tabernas, abrevaderos y esquinas.

 

Tuvia Friedman, coge cada mañana sus avíos de pintora y monte arriba o abajo encuentra siempre un rincón que le llama la atención, despliega su cuaderno, pinceles, lápices y colores e inicia el proceso creativo. 

 

Caprichos del azar o no, pero curiosamente esos bellos rincones, donde “la inglesa” se sienta a recrearse en los paisajes que pasan a ser bosquejos en su cuaderno de pintura, siempre se encuentran en las cercanías o con vistas a “Los Nibelungos” y a Florencio Lominchar y los suyos este detalle no se le escapa.

 

Tuvia Friedman, consigue entablar relación con dos personas que trabajan en” Los Nibelungos” . 

Miguelito es un joven de tan solo 14 años que hace de mozo de cuadra en la finca. Su padre, también llamado Miguel, es un maestro de escuela represaliado que se gana la vida como temporero, trabajando en el campo en lo que le sale y dando clases particulares a quienes se lo pueden permitir.

 

Todas las tardes, cuando la claridad empieza a ocultarse, Tuvia Friedman acude a la humilde casa de “los migueles” y recibe clases de español, además de compartir un buen rato de conversación y en ocasiones acude acompañada de una copiosa bolsa de víveres, de los que tan necesitados andan en esa casa.

 

Después de la relación iniciada con la familia de Miguelito, conocer a Felisa Pastor, una de las criadas que trabaja en la gran casa bávara, fue cosa fácil.

 

Tras varias semanas de relacionarse con estas personas, Tuvia Friedman, que valora en mucho el perfil del ex maestro Miguel y de Felisa Pastor, personas no solo con idolologías muy alejadas del régimen español y menos aún, de los principios del nacionalsocialismo alemán, sino represaliadas por aquellos que ella también odia, confiesa abiertamente cual es en realidad su origen y el objetivo de su presencia en Navahonda.

 

Descose y extrae del forro de su abrigo, varias fotografías y se las muestra a Miguelito y Felisa, quienes reconocen a tres de aquellos hombres, todos ellos con uniformes militares de diversas características y con el denominador común en sus miradas; que les hacen estremecer por su altivez y frialdad.

 

Friedhelm Burbachenn, este berlinés general de la SS, lleva residiendo varios meses en la gran casa bávara, enfermo de tuberculosis, fue el gran coordinador de trenes y recorridos del Reich en el traslado de judíos por toda Europa.  Por su avanzada edad y situación, el anciano Burbachenn no sale de su habitación, donde es reconocido a menudo por el medico personal del conde de Yeltes.

 

Otto Bremer, también reside en la casa. Jefe de la terrible Gestapo en Baviera donde ejerció su insensible poder de manera indiscriminada durante años,  asesinando a sangre fría, al menos a tres personas, dos de ellas mujeres judías. Los crímenes sucedieron a plena luz del día y delante de sus subordinados, quien, en algún caso, denunciaron los hechos a las fuerzas de ocupación una vez termina la contienda. Fanático y muy violento, ha tenido algunas broncas en la casa por su carácter extremo, especialmente cuando  abusa del alcohol, algo que hace de manera habitual.

 

Otto Bremer, algunos meses después, murió de una puñalada en el salón principal de la gran casa bávara. Una pelea más entre el y Klaus Allen, un capitán de submarinos, acaba con una certera puñalada en la carótida que Klaus le ocasiona con un cuchillo, tomado en la refriega, de la mesa aun sin retirar de la cena.

 

Paul María Schneider, es un recién llegado, acaba de aparecer en esos días en la finca, jefe de las SS en Serbia y Montenegro, donde como tantos otros, cometió todo tipo de atrocidades y abusos, aunque él destaco como uno de los más violentos asesinos sanguinarios del régimen. 

La llegada de este individuo ha sido posiblemente la más laboriosa y complicada que ha afrontado la organización OdeSSa. Preso en un campo de prisioneros en Ucrania, de donde es rescatado en una operación que dirige su hijo, excomandante de las fuerzas especiales de las Waffen-SS, y ahora uno de los agentes operativos especializados dentro de la organización en el rescate y traslado de los altos mandos de las SS, que andan escondidos o camuflados por media Europa.

 

 Paul María Schneider, se va a vivir a Estoril con documentos falsos, donde reside unos años, y es allí donde fallece en un accidente de trafico. Sus restos regresan de nuevo a “Los Nibelungos” para evitar que sea descubierta su verdadera identidad por las autoridades portuguesas.

 

Él es uno de los ocupantes de los nichos de la cripta.

 

 

Felisa Pastor reconoce a otras dos personas más, pero esas ya no están hospedadas en la casa. 

 

-       Se fueron hace ya unas semanas, eran marido y mujer, o al menos compartían una de las habitaciones. Por lo que Her Max le dijo a Crisanta, viajaban a Argentina, el hermano de ella tenia varios negocios allí.

 

-       ¿sabes si hay más casos que hayan viajado a Sudamérica?

 

 

-       No le puedo decir, pero yo creo que si, porque casi todos ellos, en cuanto llegan empiezan a estudiar español. Her Max hace de profesor. Aunque también yo he escuchado a veces hablar de otros lugares en España; Málaga o de Alicante, pero no le puedo decir más.

 

 

La última fotografía que les muestra es la de Reinhand Maier, el hombre que esta enterrado en una esquina apartada del cementerio municipal.

 

Tuvia Friedman, con la información que dispone prepara su marcha, tiene una cita con un contacto enviado a Madrid de la organización judía que ha financiado su viaje. Ella debe dejar paso a los hombres de acción, encargados de ajusticiar a estos verdugos nazis. 

 

Pero comete un error, no se resiste a comprobar al menos, el lugar del enterramiento secreto, que Miguelito ha podido averiguar para ella, el hijo del enterrador, su mejor amigo, escuchó cuchichear a su padre con su madre:

 

-       ¿A donde vamos a llegar?, el malquerío” ha metido un cuerpo allí, por sus cojones y encima nos tenemos que callar, ni el cura lo sabe.

 

-       Pues tu chitón, por si acaso – le dice su mujer bajando aún más la voz-.

 

El camino al cementerio de Navahonda, no lleva a ningún otro lugar, largo y tendido, bordea una de las faldas del monte llena de olorosos y susurrantes pinos. El hombre que vigila a Tuvia Friedman, se sitúa en la ladera, emboscado entre los pinos y observa con incredulidad como aquel nuboso atardecer “la inglesa”, salta ágilmente la verja del cementerio y sin dudarlo ni un solo momento se dirige al despoblado rincón del recinto, donde aquel hombre, junto con algunos más, enterraron provisionalmente al alemán.

 

A la mañana siguiente, antes de salir de la pensión, la patrona, la vital y encantadora Leandra, le entrega un pequeño paquete.

 

-       Para que almuerces en el tren.

 

Tuvia Friedman, ha descubierto el extraño pero delicioso sabor de los torreznos fritos con calma y paciencia, con el calor amoroso, suave de las brasas y con aceite de oliva, puro de estraperlo. Y una vez fritos, goteando gustosamente el espeso aceite, se colocan con mimo en medio de dos rebanadas de hogaza de pan casero. Su patrona ha pensado que no le puede dar mejor despedida.

 

Casi con lagrimas en los ojos, para alguien que lleva mucho tiempo sin llorar, tras un abrazo y dos besos, toma su escaso y ligero equipaje e inicia el camino que conduce desde el pueblo a la estación de ferrocarril, aquel que ideó e inauguro el alcalde Juan Pizarro-Strata.

 

Tuvia Friedman, no subió jamás a aquel tren, cuyo origen era Salamanca y su destino final la estación del Norte, en Madrid.

 

Pero eso nadie lo supo, hasta muchos años después.

 

Acabada la lectura

 

Parte 1

 

La teniente Sacha Ortiz, después de leer los dos libros que Víctor Herranz ha escrito y publicado, a su costa, sobre una parte de la historia de Navahonda, empieza a pensar que aquellos huesos de la cripta tendrían muchas e interesantes cosas que contar, pero ha pasado demasiado tiempo.

 

El tiempo en los delitos, en las muertes es inexorable y delimita hasta donde puede llegar la acción de la justicia

 

Antes de recibir el informe completo de los restos en los que sigue trabajando el equipo forense, decide aprovechar un día libre y darse otra caminata y subir, a lo que ella ha decidido llamar “el santuario de Víctor”. 

 

Hace frio en lo alto del monte donde vive el autor confeso de los dos libros, pero en aquella especie de cabaña, chalet pequeño o bungaló, no queda claro que es en realidad, se esta bien, sin duda, el vigoroso crepitar de la chimenea que devora con luminosas llamas los dos troncos de roble y el café bien caliente son elementos esenciales para degustar el confort del lugar.

 

-       Víctor, en realidad he venido para que me cuentes lo que te has guardado al margen de los libros.

 

-       Y lo preguntas, tu, una guardia civil, así, ¿sin anestesia? -le dice Víctor Herranz sonriendo-

 

 

Pero Víctor Herranz es un “animal de la verdad”, periodismo de raza, le duele en el carnet de prensa el periodismo actual, tan dopado por la política del exabrupto, la media verdad y la exageración sin venir a que. Él, ya retirado por prescripción de los servicios secretos españoles, un acuerdo entre supuestoscaballeros, lo llama él, no puede ni quiere volver a la guerra de la independencia periodística, a valorar la notica por la noticia, sin más ley y no dejarse sobar por el staff político que no merece nada y que solo pretende extender su mezquina e inquietante mancha de vulgaridad a todos.

 

-       Está bien, te lo contaré todo, con una sola condición, off the record, yo también quiero saber el final de la historia, porque a esa parte solo vas a tener acceso tu.

 

Y Víctor Herranz, empieza:

 

Cuando escribía la historia y llegué a la figura del alcalde republicano que termina sus días fusilado acabada la guerra, me vi envuelto por la curiosidad y esta se desbocó en el momento que escarbé un poco sobre la costra que la inquina y el terror dejaron en muchas personas. 

 

Mi amigo, el dueño del bar “la Plaza” de Navahonda, me pone en contacto con Juan Pizarro-Strata, nieto de aquel alcalde. 

Esta tercera edición de los “Juan Pizarro-Srata”, su padre también se llamaba así, es un hombre cordial de hablar pausado y que disfruta de su jubilación escribiendo cuentos para sus tres nietos.  Me recibe en su casa de Madrid, donde vive y donde ha ejercido la abogacía desde que finalizó su carrera en la universidad complutense.

 

Como curiosidad debo decir que su pelo, invadido ya por la blancura de las canas, nunca fue colorado, algo a tener en cuenta en Navahonda, donde como sabes un dichoso marques inoculo una epidemia a base de repartir esperma que ha forzado a los pueblos vecinos de Navahonda, en llamar “coloraos” a los naveros.

 

-       Hace tres años – me dice – el Tribunal Supremo fallo a nuestro favor y la finca que era de mi abuelo; “los Berrocales”, después de la guerra y del fusilamiento de mi abuelo, los usurpadores la llamaron “Los Nibelungos” ha vuelto a nuestra familia. La pena es que mi padre, que fue el que inició el pleito en el año 1980, no ha podido ver el triunfo de su constancia y de la verdad.

 

-       Mi padre tenía tan solo doce años cuando fusilan a mi abuelo, pero mi abuela Rosita era una mujer valiente y supo salir adelante haciéndole saber a mi padre quien y como era mi abuelo. Mi padre siempre dijo que nadie ha querido más a su padre que él, sin conocerlo, tan solo guardaba en su memoria, como un valioso tesoro, unos retazos de su imagen.  Pero no olvidaría jamás su ultimo beso, cuando una noche en una zona próxima a Navahonda, deja que mi abuela y mi padre se pasen a la zona nacional, donde les esperaba mi tío abuelo Salvador, guardia civil en Ávila, quien les salvo la vida.

 

 

El hijo de Juan Pizarro-Strata, sobrevive a una posguerra lo más alejado posible de Navahonda y de su gente. Su madre gestiona las propiedades familiares que les han quedado después de las sentencias y la expropiación de “los Berrocales” y él se traslada a Madrid, donde estudia en un internado y posteriormente inicia su carrera de derecho en la universidad.

 

Con mucha paciencia y moviéndose con cautela en aquel régimen poco dispuesto a airear sus trapos sucios, y no digamos a los manchados de sangre, va reuniendo información y va estableciendo el discurrir de los hechos desde el fusilamiento de su padre, identificando paso a paso a las personas claves en todo lo sucedido.

 

En 1976, al poco de morir el dictador español, el matrimonio formado por Tilly Fleislher y Max Gebhardf abandonan la casa bávara definitivamente y en la finca solo quedan unas pocas cabezas de ganado del conde de Yeltes.  

 

Los famosos caballos sementales se desperdigan, como saldos por liquidación y cierre, por hipódromos, centros hípicos y ganaderías de media España

 

Frau Tilly y Her Max, se trasladan a vivir a un pequeño apartamento en la costa de Gran Canaria, donde viven muy modestamente, hasta su fallecimiento.

 

Según la documentación existente en el ayuntamiento de Navahonda, que es el propietario legal de la finca en esos momentos por motivo de la expropiación forzosa, la casa como tal no consta en documento ni registro municipal alguno. Sin embargo, si existe documentación sobre una licencia de obras para la construcción de una nave-cuadra, además del contrato de alquiler a favor de D. José Fanet, conde de Yeltes por 50 años, es decir, tendría vigencia hasta el año 1990.

 

Tres años después, en 1979, se celebran las primeras elecciones municipales libres en España, la lista de Unión de Centro Democrático (UCD) obtiene la mayoría absoluta y el nuevo alcalde, José Luis Lomichar Partida, sustituye al odiado Florencio Lominchar “el malquerio”.

 

El nuevo alcalde es hijo del hermano mayor de Florencio, aquel que declaró a favor del abuelo de Juan Pizarro-Strata y alguien que no tiene miedo alguno a su tío al que desafía en el primer pleno municipal, cuando declara:

 

-       Navahonda ha perdido desde que Juan Pizarro-Strata dejara a la fuerza la alcaldía, 43 años de progreso y libertad, asi que hay muchas cosas por hacer y recuperar.

 

Mi padre, prosigue el relato de Juan Pizarro-Strata (nieto), se entrevista con el nuevo alcalde, le pide la documentación que disponga en el ayuntamiento con el objeto de armar una querella que posibilite la reparación de la vergonzosa expropiación. 

Además, empieza a acudir los fines de semana a Navahonda, donde vive su madre y entabla contacto con las personas de la localidad que han tenido relación con el discurrir de los años de la finca durante el aciago periodo de la dictadura.

 

Por su parte el ayuntamiento, pretende denunciar el contrato de arrendamiento vigente con el conde de Yeltes, sencillamente por doloso y fraudulento, pero este, para sorpresa de todos y sin mediar palabra renuncia al mismo y saca todo su ganado de la finca. 

 

El Ayuntamiento decide alquilar la finca para pastos, pero cierra y clausura la gran casa, aunque hay algunas peticiones para explotarla como hotel, residencia para colonias de niños, etc, pero por unas causas o por otras nada se hace con el peculiar edificio, cuya necesaria reforma, acondicionamiento y modernización requería, en cualquier caso, de una fuerte inversión, en un consistorio municipal en cuya caja de caudales solo había silencio y polvo. 

 

 

 

Los muertos no hablan

 

La “bodega” como se conocía en la finca a la cripta, se terminó en tiempo record. Los hermanos Hernández, los constructores, le pusieron ganas al destajo acordado, que hasta sábados y domingos fueron utilizados para el avance de la obra. 

 

Había lista de espera de “inquilinos” pendientes de tomar posesión de sus nichos y aquel espacio abría la posibilidad de “acomodar” a personas non gratas, sencillamente enemigos del conde de Yeltes y su camarilla, que de ser preciso o inevitable liquidar o quitarlos de en medio, si se prefiere el eufemismo, luego era un engorro el que hacer y como con los restos.  

 

Pero un nuevo inconveniente llegó de improviso, sin esperarlo. El cuerpo de una mujer que en Navahonda se la conoció como “la inglesa” (Tuvia Friedman). Florencio y su lugarteniente de confianza y primo hermano, Gervasio, tuvieron inicialmente la tentación de ocultar temporalmente el cadáver de “la inglesa” en el mismo rincón del cementerio municipal, donde ella anduvo husmeando, pero ese mismo hecho era la prueba evidente que ese espacio ya era conocido por personas ajenas a su circulo más directo y de confianza.

 

Sin otro remedió, la mujer que él mismo, Florencio, estranguló con sus propias manos, después de introducirla a la fuerza, en el coche que era propiedad del ayuntamiento, aquella mañana que Tuvia Friedman pretendió llegar caminando de la estación de ferrocarril.

 

Los Hernández, al ver a aquel cuerpo, no ocultan su sorpresa inicial.

 

Florencio Lominchar, con una naturalidad que heló la sangre de los dos constructores, poco remilgados en contra de rojos y comunistas, les explica que no ha quedado más remedio y que lo mejor para todos es que aquella mujer no saliera vivía de allí.

 

-       Como hay sitio de sobra en el centro de “la bodega”, hacer una tumba grande y la metemos ahí, le echamos un poco de cal y andando.

 

Florencio encontró la solución, sin la menor de las turbaciones, aunque esta vez había ido demasiado lejos.

 

-       Florencio, nosotros somos gente de orden, y esta mujer ha sido estrangulada, no queremos ser cómplices de ningún asesinato, lo acordado con el arquitecto está terminado, así que paganos que nosotros nos vamos.

 

-       Sois camaradas, - les dice Florencio encarándose y con voz firme- y no creo que al señor conde le guste mucho saber que habéis salido huyendo con el rabo entre las piernas, así que, yo de vosotros cogería unos pocos ladrillos y hacia un catafalco para salir del paso y punto en boca.

 

Los hermanos Hernández, apañaron en media mañana aquel espacio central, ayudaron a introducir el cadáver y espaciaron un saco de cal viva, a regañadientes, deprisa y corriendo y salieron a toda prisa del lugar.

 

Los Hernández, jamás volvieron a la finca y nunca aceparon ningún encargo, por muy ventajoso que fuera, en Navahonda.

 

La noche anterior a la violenta muerte de “la inglesa”,el conde de Yeltes había sido muy claro y conciso:

 

-       Si como crees tu Florencio, esa mujer ha buscado y recibido información del interior y de las actividades en “Los Nibelungos”, significa que es una agente extranjera peligrosa, no hay más remedio que silenciarla definitivamente.

 

-       Si no queda otra, así se hará.

 

-       Pero Florencio, tienes que averiguar quien se ha ido de la lengua y ajustarle las cuentas, ya me entiendes.

 

Un mes después de que Tuvia Friedman fuera enterrada en la cripta, apareció en Navahonda, un esmirriado francés, que dijo ser ingeniero de minas. 

 

Pocos años atras, se había comenzando a explotar una mina de magnesita en las cercanías de Navahonda con gran éxito de producción, la empresa concesionaria era francesa y entre su personal técnico había destacados miembros de la resistencia francesa a los nazis.  

 

El francés poquita cosa y de mirada despierta, tenia un nombre real que era Benjamín Ference, un judío francés que se libró de la muerte en el campo de Mauthausen gracias a un republicano español, fotógrafo en el campo y cuyas fotos se convirtieron en piezas y pruebas clave en los juicios a los nazis en Núremberg; Paco Boix. 

 

La tapadera de Benjamin Ference, era casi perfecta, seguir perforando y buscando ampliar el yacimiento de la mina principal, por todo el termino municipal. La compañía francesa había pedido al alcalde de Navahonda (Florencio Lominchar), el permiso correspondiente, junto con un billete de 500 pesetas. 

 

El permiso se concedió de manera inmediata.

 

Benjamín Ference, se hospedó en la pensión de Navahonda. Allí pudo hablar con su dueña y a través de esta, localizó a las personas que habían tenido contacto con Tuvia Friedman. Su dueña Leandra solo le dijo una cosa:

 

-       Tenga usted mucho cuidado, aquí el peligro no se ve, pero existe.

 

 Benjamín tuvo claro, en el mismo momento que Tuvia Friedman no se presentó a su cita en Madrid, que su compañera había desaparecido sin dejar rastro alguno, no por su propia voluntad. Y tras haber pasado varias semanas desde su “evaporación” sus temores crecían y la hipótesis de haber sido liquidada violentamente tomaban cada vez más firmeza en su cabeza.

 

 Aunque disponía de una tapadera excelente, tenia que andar con pies de plomo, en aquella España de la posguerra, donde un chivatazo, podía significar el alivio con una sustanciosa recompensa económica o la redención de una pena para algún familiar o amigo.

 

Pero fue tras visitar a la familia de Miguelito, el mozo de cuadra de “Los Nibelungos”, cuando sus temores se hicieron realidad.

 

Miguelito, a solas, sin la presencia de su padre, le contó a Benjamín Ference, que él había sido quien le había contado a Tuvia Friedman el supuesto enterramiento en el cementerio, de lo que se había enterado, por medio de su mejor amigo.

 

-       El hijo del sepulturero no me ha vuelto a decir nada, pero cuando yo le pregunté se puso muy nervioso y me ha dicho que si dice algo su padre le mata.

 

-       Yo a “la inglesa”,- prosiguió Miguelito - se lo dije tal que hoy, y a los dos días es cuando se fue a coger el tren, aunque también sé que nunca subió a aquel tren. – prosiguió-

 

-       ¿y como la sabes, Miguel?

 

-       Porque mi primo Valentín, es el mozo de equipajes en la consigna de la estación, conocía muy bien a la señorita y el nunca la ha vuelto a ver por allí desde el día que llegó al pueblo.

 

Felisa Pastor, trata de evitar al recién llegado, algo le dice que esta relacionado con las cosas tan raras que pasan o intuye que pasan en la finca. El joven mozo de cuadra, Miguelito, le susurra a Felisa que el recién llegado viene en busca de “la inglesa”, que esta ha desaparecido sin dejar rastro.

 

-       Pero si Leandra la de la pensión, me dijo que “la inglesa “se había ido en el tren de Salamanca. 

 

Felisa, no tuvo dudas que aquel hombre en realidad venia buscando noticias o pistas de Tuvia Friedman, pero el miedo la atenazaba. Ella sabia muy bien que Florencio estaba más nervioso y atento que nunca, hacia preguntas, aparecía de improviso y no era raro verle dar una vuelta por el pueblo en su automóvil, ya anochecido. Estaba en estado de máxima alerta.

 

Pero Felisa, a pesar de todo, cede a su espíritu guerrero y permite verse con el ingeniero francés.

 

Es ella, la que le habla de una bodega en la parte trasera de la casa, donde jamás ha visto bajar ni subir vino ni bebida alguna y donde nadie, absolutamente nadie, excepto Florencio Lominchar, entra o sale de allí.

 

-       Leandra – le dice Benjamín Ference a su patrona, mientras toma una cena ligera en la pensión – esta noche hay unas explosiones previstas en la mina y tengo que estar por allí, así que no me espere despierta.

 

Benjamín Ference, ha decidido, sin consultarlo con sus enlaces en Madrid, ni en la mina, hacer una visita, no guiada, a “Los Nibelungos”.  Ya sabe que aquella casa es un refugio de prófugos nazis y sospecha que su compañera puede estar viva o muerta en aquella extraña bodega que Felisa le ha detallado de su existencia.

 

La noche es más clara de lo que lo deseable, pero aun sabiendo que hay un guarda, también de noche en la finca, se arriesga a entrar por donde cree, en un principio, que puede ser el lugar y el trazado más seguro para él, hasta conseguir llegar a su objetivo; la parte trasera de la gran casa.

 

Un perro ladra en la lejanía y rompe el velado silencio de la noche. Cruzar la alambrera ganadera es fácil y los arbustos y los algunas pequeñas piedras, le facilitan el paso inicialmente.

 

Despacio, con sangre fría, logra encaminarse sin mayor dificultad hacia su objetivo y en ningún momento percibe ningún peligro para él. 

 

Después de un gran tramo a campo abierto, llega y se protege contra la fría pared del gran establo, algunos caballos pifian nerviosos. Espera un par de minutos, el margen de cautela y para coger aire, nada se mueve, nada se oye, excepto el ladrido cada vez más espaciado y tenue del perro.

 

A tan solo doscientos metros esta su objetivo.

 

Cuando llega a la parte trasera de la casa, emboscado en la sombra que le proporciona y protege de los ocasionales claros de luna, respira y trata de acomodar su visión a esta nueva oscuridad, y tras unos breves instantes ve la gran estructura de madera que a ras de suelo supone es la entrada de “la bodega”.

 

La puerta, no tiene candado alguno, tiene atravesada un pesado barrón de hierro, como la que utilizan los canteros y los mineros para mover grandes piedras, que necesariamente debe quitar para poder levantar lo que supone será una pesada trampilla de madera. Así es, realmente aquellos tablones de álamo clavaSos sobre listones de la misma madera son pesados, pero logra levantarlos y una profunda oscuridad aparece ante él.

 

Una cuerda atada a un travesaño de la estructura superior de madera, mantiene una pequeña escalera que tirando de la cuerda consigue acercar y acomoda convenientemente y después de echar un vistazo a su alrededor, para cerciorarse de su soledad, empieza a bajar la débil escalerilla de madera.

 

El ladrido del perro ha sucumbido al silencio aparente de la noche.

 

Nada más tocar el suelo con sus botas, la linterna de petaca le muestra un espacio que en nada le recuerda a una bodega.

 

Solo tras el gran golpe que produce la puerta de madera al cerrarse y el sonido de alguien que trabajosamente cruza el barrón de hierro sobre su estructura, le hacen temerse que se encuentra en un lugar de enterramiento, de donde piensa jamás podrá salir.

 

El guarda le había visto nada más entrar en la finca y no tuvo mucho tiempo para preguntarse donde iba aquella figura encorvada, al ver la dirección a donde encaminaba sus pasos. Alejó y ató a su fiel mastín, tranquilizándole con unas palabras en su idioma y con sigilo, siguió la espalda del intruso.

Muley el-Abbás, ex legionario, este rifeño se había jugado el pellejo en la guerra civil en unas cuantas ocasiones infiltrándose en las posiciones republicanas para cometer sabotajes o explosionar determinados objetivos militares. Sabia muy bien como moverse en la noche y hacerse casi invisible camuflándose con el terreno. 

El intruso era precavido, pero se lo puso muy fácil a este hombre de confianza del conde de Yeltes que vivía en la finca, protegido por este. 

 

Muley el-Abbás había destripado a un hombre con su cheira mora en un cabaret de mala nota en las afueras de Salamanca, aquel tipo se había encarado y amenazado a todo un general del ejercito vencedor de la contienda, porque el muy patán había llegado a creerse que la reina de lugar, Consuelito “la frascuela”, era tan solo para él.

 

El conde Yeltes, siempre al quite y solicito, ofreció al general una solución para su escolta y evitar tener que ser juzgado y dar publicidad innecesaria de las andanzas del alto mando en aquel tugurio, a Franquito no le gustaba estas cosas, le dijo. Así llegó Muley el-Abbás a “Los Nibelungos”, de incognito, y así residiría toda su vida.

 

Benjamín Ference, no abandonó jamás “la bodega” y años más tarde recibió la visita y la compañía forzosa, en el catafalco central de la cripta, de su perseguidor, Muley el-Abbás cuando este falleció muy a su pesar, pero una herida producida, y no curada, por un hierro oxidado, consiguió acabar con aquel marroquí arisco, pendenciero y taciturno, ademas de tener, un desconocido para él, cáncer óseo, bastante extendido.

 

La cripta fue utilizada para dar sepultura a todos aquellos huidos alemanes que sobrevivían en España con identidad falsa. La única manera de evitar cualquier problema con los cadáveres era trasladarlos en secreto hasta “Los Nibelungos”, en caso contrario, sería muy fácil descubrir la falsedad al tener que registra el fallecimiento en el Registro Civil, de una identidad de alguien, que sencillamente no existía en realidad.

 

 

 

Los últimos años de Florencio Lominchar, “el malquerío”

 

Lo que no había tenido en cuenta Florencio Lominchar, tras sus crímenes, sus maquiavélicos y bien urdidos planes e intrigas, es que todo su basto poder sobre las tierras y gentes de Navahonda, llegaría a su fin.

 

Ni Frau Tilly y mucho menos Her Max, sintieron aprecio alguno y consideración al burdo personaje que para ellos representaba Florencio Lominchar, un bicho malo tosco y brutal,  al que debían consentir su presencia sencillamente por su utilidad y por la protección del conde de Yeltes, artífice singular de lo que era y significaba la gran casa bávara.

 

Las decenas de “repatriado” nazis, la mayoría criminales de guerra con orden de busca y captura internacional, ni se fijaban en él y si lo hacían era desde el desdén menos sutil que pueda imaginarse. Lo tremendo del asunto, que tanto los unos como los otros compartían un mismo denominador común; unas manos manchadas de sangre y un alma ponzoñosa, pero aquellos alemanes, estirados y prepotentes nunca le miraron como un camarada, como un igual.

 

Florencio Lominchar, aquellos “patriotas alemanes” como los llamaba el sr. conde, no le gustaban nada, su altivez y frialdad no las aceptaba de ninguna manera, pero su dinero y su bien surtida despensa y bodega, la real, no la cripta,  le hacían más pasable, la huidiza convivencia tan distante que mantenía aquella gente con él.

 

Por su parte, el conde de Yeltes iba sumando inexorablemente décadas en su haber y el paso del tiempo y su edad, mermaban sus energías, en cada visita a Florencio le parecía más anciano y menos preboste y figura del régimen. 

 

La firmeza en las decisiones, por muy fanáticas y drásticas que fueran, nunca habían sido un. problema para el viejo aristócrata, pero había un nuevo aroma en su proceder, quizás un leve temor que indicaba a las claras una menor fuerza por su parte en el entorno del poder y una influencia claramente a la baja. Esto era algo que empezaba a ser generalizado en los “viejos halcones” que llegaron y llenaron los resortes públicos nada más acabada la guerra civil, con sus camisas azules y su mitología fascistoide.

 

En el régimen, el paso del tiempo había precipitado un cambio en la moda, era muy perceptible en todos los ámbitos, ya no se llevaba tanto la camisa azul joseantoniana y ahora predominan el blanco nuclear en camisas con corbatas de colores discretos. Las viejas fuerzas vivas, se apresuraban a adaptar sus fondos de armario a esta nueva realidad política y solo los más recalcitrantes carcamales del régimen se resistían, empeñados en prorrogar el viejo uniforme, que lucia ya un porte achacosamente desteñido y pasado.

 

A pesar del contexto en proceso de cambio, a Florencio Lominchar no le temblaron las manos ni la pistola cuando tuvo que lidiar con lo más feo y cruel y así poder mantener a la gran casa bávara a salvo de sus enemigos. Florencio tuvo claro, mediados los años sesenta, que el amparo y la protección del régimen a todo lo que acontecía en aquella casa, dejaba de ser impermeable y seguro y empezaban a abrirse vías de peligro, para él, muy palpables. 

 

Y en estos tiempos, desaparece misteriosamente Miguelito ya todo un hombre, pese al diminutivo que siempre le persiguió. Su desaparición, coincide en el tiempo, con la precipitada marcha de Felisa Pastor y su familia, pero habrá que esperar unas cuantas décadas para conocer la verdad.

 

En esos años 60, empujado por el desarrollismo que el régimen empuja a todos los niveles, el perpetuo alcalde de Navahonda, Florencio Lominchar, inicia una parcelación masiva de todo el entorno del casco urbano del pueblo, sacando a concurso y subastando en “presuntas pujas secretas”, miles de metros cuadrados para la construcción de urbanizaciones de cierto rango y, lujo y así atraer a la nueva alta burguesía madrileña, que ya buscaba el aire limpio y esquivar los tórridos veranos de la capital.

 

Florencio Lominchar, vio una oportunidad de oro para seguir acumulando una riqueza a la que poco partido sacó en realidad. Florencio Lominchar no llegó a posar sus ávidos ojos en la belleza del océano, no viajo a ningún lugar relevante de España y desde luego, mucho menos, más allá de las fronteras de la patria, no había deleite ni placer en su vida que no fuera el ejercicio del pode despiadado y sin medida.

 

Porque la caza y las mujeres de pago, en el fondo eran pasto de su carácter posesivo, por diferentes razones. El verdadero placer era el poder sobre unos animales indefensos o sobre unas mujeres que vendían su cuerpo y aceptaban en forma de billetes de curso legal a cambio de satisfacer sus caprichos y requerimiento. Poder, sin más adjetivos.

 

Su casa, una vivienda vieja y parcheada, decía muy poco, del enorme caudal de sus depósitos bancarios y de las acciones que poseía, que por consejo del conde, había comprado en diversas empresas que florecían, empujadas por el propio estado, en la reactivada bolsa de Madrid. 

 

Ni sus ropas ni sus costumbres le distinguieron jamás como un hombre rico, aunque en realidad lo fuera. Cuando el único hijo del conde de Yeltes, construyó barrios enteros en aquel Madrid que se ensanchaba forzadamente, entre barrizales y descampados, participó como socio inversor, cosechando una verdadera fortuna.

 

Su hijo mayor, también llamado Florencio, se convirtió, casualmente, en el mayor promotor y constructor de la zona, jamás pisó un banco o caja alguna para pedir préstamo alguno, tenia la financiación en casa, su padre, aunque este jamás le perdonó ni un solo céntimo de los intereses y la devolución del capital pactado, otro claro ejemplo del poder absoluto que ejercía a cualquier nivel o instancia con la limitación del ámbito inexpugnable del conde de Yeltes y poco más.

 

También en esa época, a principios de los años 60, los americanos de la  N.A.S.A, se lo ponen muy fácil a Florencio; solicitan la instalación de una estación de seguimiento de satélites, colocando una enorme antena y construyendo allí unas instalaciones que han servido para hacer el seguimiento espacial en todos los proyectos con relación a la aventura espacial humana. 

 

La llegada del personal norteamericana, en contrapunto con sus desconocidos vecinos alemanes, provoca un punto de inflexión en la vida un tanto anodina y mortecina de la localidad. Se construyen modernos bungalós donde el personal de la estación vive y se aperturan restaurantes, tiendas y locales de ocio impensables en un lugar donde la mano férrea del alcalde nombrado por el régimen ahogaba cualquier atisbo, aunque fuera lejano, de evolución a una tímida modernidad.

La apertura de una moderna discoteca, la única en muchos kilómetros a la redonda, fue negada tal posibilidad, por unanimidad municipal en pleno, por Florencio Lominchar.  Pero esa vez su habitual e inamovible contundencia, si tuvo que dar su brazo a torcer. La contundente intervención de la Diputación de Madrid, que algún interés o soborno habría por medio, sirvió para que el pleno municipal, también por unanimidad, aprobara exactamente lo contrario, tan solo quince días después, y obtener la licencia de obras y aperturas de un discoteca cuya vida duró muchas décadas.

 

Florencio Lominchar, “el malquerío”, cuenta ya 77 años cuando deja a la fuerza la alcaldía. 

La avanzada edad no le impide sentir el vivo odio que siempre ha corrido por sus venas y siente en lo más profundo como una humillación que precisa, como ha hecho siempre, vengar. 

 

Después de lustros de dictadura, se celebran las primeras elecciones municipales. Navahonda se dispone a votar, y hay un clima de cambio en la localidad difícilmente disimulable, que casi todo el mundo percibe, excepto Florencio y los suyos, que aún piensan en que nadie puede gobernar allí si no son ellos. “No se atreverán”, arengaba a su cuadrilla.

 

Su candidatura encabezada por su hijo mayor, tal para cual, es Alianza Popular, no consigue sumar ni un solo concejal.

 

Pero esta vez el reconcome se le queda dentro, la amargura de las bilis no encuentra su salida natural, la venganza y el daño y ese veneno termina con él.  Aunque el medico certificó que el motivo de su muerte fue un fallo cardiaco repetitivo que le tuvo entre la vida y la muerte casi tres días, hasta que la muerte hizo justicia y se lo llevó por delante, sin piedad ni miramiento alguno.

 

Florencio vivía solo en su casa, tan solo tiene relación con su hijo, cliente y socio, el mayor y el único que vivía en Navahonda.

 

Sus otros hijos y Flora llevan algunos años fuera, aunque él llegó a intentar y amagó con denunciar la “desaparición de Flora”, pero alguien le convino a no meterse en un lio donde solo tenía cosas que perder, ya que la relación con Flora era absolutamente ilegitima desde el punto de vista de las leyes de la época, donde el matrimonio era un patriarcado legitimo y bendecido, también por la iglesia..

 

Su “viuda” Flora y madre de sus tres hijos, (sobrina de su verdadera mujer, la desaparecida Jacinta) y su hijo pequeño Damián, residen desde hace un par de años en Mallorca, donde Damián esta destinado en la base naval que la marina tiene en la isla, como sargento-mecánico. Alegando la imposibilidad de tomar algún vuelo que les permita llegan en tiempo y hora al entierro, no acuden.

 

En realidad, Flora jamás vuelve a Navahonda. Ni Damian, que tiempo después, solo acude al notario de una localidad próxima para acepar la legitima que le corresponde por ley del testamento de su padre.

 

Los otros dos hijos; Florencio y Sebastián, si están presentes, aunque este último abandona Navahonda nada más terminar el entierro. Vive y trabaja en Zaragoza, es enfermero en el Hospital Miguel Servet, llevaba más de diez años sin hablarse con su padre. Hay muchas teorías del porque de este distanciamiento del hijo con su padre, pero lo cierto es que Sebastián había terminado sus estudios de enfermería y trabajaba en un pequeño hospital de El Escorial, a raíz de la desaparición de Migueluito Sebastián abandona definitivamente cualquier contacto con su padre.

 

Hay una cuarta hija, que Florencio tuvo en una relación al margen de la extraconyugal con Flora, una de tantas, con una mujer que trabajó durante un tiempo en “Los Nibelungos”, vecina de Quesadillas. Jamás reconoció a esta hija y ni ella ni su madre, quisieron saber nada de él.

 

Los primeros pasos de la investigación

 

Con los dos libros leídos entre pecho y espalda y el informe definitivo del forense, La teniente Sacha Ortiz debe trazar alguna línea de investigación para conocer realmente quienes son las personas enterrada en aquella tumba central. 

Sinceramente, no esta dispuesta a gastas energías y tiempo, nada le importa aquellos nombres alemanes, holandeses, noruego y austriacos que aparecen en los nichos, nada o poco puede hacer, además de dar cuenta a las organizaciones internacionales que han perseguido a los criminales nazis desde los primeros días nada más acabada la guerra.

 

Pero el informe del catafalco central si le resulta curioso y se le abren las dudas a media que lo va digiriendo en su cerebro.

 

Pero antes, ha de hablar con el dueño de los terrenos, que ya ha insistido varias veces en hablar con ella.

 

Juan Pizarro-Strata, es el nieto de anterior titular de la finca, aquel alcalde republicano, que por no huir y sin tener una sola mancha de sangre en su conciencia, fue fusilado en dos juicios tramposos.

 

-       Mi padre – le dice a Sacha Ortiz en su despacho de abogados de Madrid – nada más morir el dictador presentó dos demandas contra el estado, directamente, porque es este el que se adjudico la finca en base a la sentencia donde se le condenó a mi abuelo por incendiar la pinarona municipal de Navahonda.

 

Su padre, también llamado Juan, como su abuelo, tenia escrita y redactada la demanda desde hacia más de 15 años, había imaginado miles de veces los pasos que debía dar, había releído el sumario y contrastado minuciosamente todas las pruebas y declaraciones de los testigos, solo le faltaba algo imprescindible y necesario, la muerte del dictador.

 

Aunque la muerte de aquel dictador era para el hijo de aquel fusilado una cuestión de higiene como país y sociedad, tenia dos nombres “clavados” en su libreta de odios perpetuos, dos personas que sabia habían sido los verdaderos urdidores de aquel robo y los auténticos  verdugos  que acabaron con la vida de su padre, además de ser sus principales beneficiarios reales: el conde de Yeltes y Florencio Lominchar.

 

-       Han sido doce largos años de pelea judicial, pero el tribunal supremo al final nos dio la razón y devolvió la titularidad de la finca a los herederos de mi abuelo, además de compensarnos económicamente por los daños y perjuicios, entre usted y yo teniente, una puñetera mierda de importe. La mejor recompensa es ver a mi padre feliz, aunque lamentablemente le duro poco la vida para disfrutar de aquel triunfo que su constancia y perseverancia habían conseguido.

 

-       Ustedes nada más tener la posesión de la finca, lo primero que hacen es iniciar el derribo de la gran casa, y es así como se descubre la cripta, ¿Por qué? O ¿ya tenían noticias de ese espacio secreto?

 

-       Mi padre quería borrar toda huella que las manos corruptas y ensangrentadas que; nazis,  Florencio y el conde hubiera rozado siquiera. La cásalas cuadras y hasta la entrada a la finca desde la carretera.

 

-       ¿y lo de la cripta?

 

-       La cripta ¿eh? – Juan Pizarro-Strata no puede evitar una media sonrisa- había rumores de una bodega y de desapariciones de personas, pero yo lo tuve más claro cuando hablé con Lucia, la hija de Felisa Pastor.

 

Felisa Pastor, comprendió que las desapariciones de Tuvia Friedman y la Benjamín Ference, eran obra de Florencio Lominchar, no tenia duda alguna. Y no solo era ella quien tenia ese presentimiento, pero el miedo encadenaba las palabras y los gestos hasta hacerlo enmudecer o desaparecer.

 

Felisa, comprobó con verdadero estupor como Miguelito, el jovencísimo mozo de cuadra y persona clave en el conocimiento de la tumba secreta del cementerio donde se dio sepultura secretamente a  Reinhand Maier, parecía de repente un chico mustio y huidizo.

 

Miguelito era locuaz, sonriente y lleno de una vitalidad incomprensible y contraproducente con su mucho trabajo y escasa y mala alimentación.  Felisa sabia que el muchacho había guiado a Benjamín Ference por los pasos y lugares que había visita la desaparecida “inglesa”. El nexo, la conexión de toda la búsqueda de la verdad en “Los Nibelungos”, fue Miguelito.

 

Florencio Lominchar, sabia como “atornillar” a la gente a su alrededor. Felisa tenia un pasado político peligroso en aquellos tiempos, lo que le impedía hacerle frente como le gustaría y además su marido después de muchas vueltas de un lado para otro, gracias a la intervención del “malquerío” había entrado a trabajar en la R.E.N.F.E, con pico y pala, pero con un sueldo seguro.

 

Lo más desagradable, además de ver a aquel personaje, y a sus despreciables amigos, era el intento permanente de manoseo a su hija. Lucia. Lucia era una muchacha de muy bella, que gracias a su temperamento no permitió jamás que aquel vicioso machista no llegase más lejos, aunque no era fácil pararle los pies y mantener a raya a aquel cerdo.

 

-       Cuando Miguelito, desapareció – dice muy serio Juan Pizarro-Strata- Felisa comprende que aquello ha ido demasiado lejos y teme por la vida de todos ellos y sobre todo por la integridad de su hija.

 

-       Debe hablar con Lucia, su hija, que se lo contara muy bien, teniente. Pero solo lo diré, que Felisa, su marido, hija y el hijo más pequeño, salen una noche de Navahonda, en una furgoneta de un amigo se Sebastián el segundo hijo de Florencio Lomincha. Sebastián, era amigo de Lucia y según la familia de Felisa, sabia los tejes manejes de su padre perfectamente y el acoso que sufría la joven.

 

-       O sea, que sumamos ya tres desaparecidos, la mujer y el hombre de origen judío y ahora me dice usted que también Miguelito, ¿no?

 

-       Así es.

 

 

 

La huida de la familia de Crisanta de Lucas

 

No fue nada fácil localizar a Lucia Sánchez Pastor, hija de crisanta, quien trabajo casi veinte años en la gran casa bávara.

 

Lucia, vive en Rubí (Barcelona) donde llegó siendo joven y allí ha construido su vida a base de trabajar muy duro y en ese lugar donde se ha rodeado de una familia de la que se siente especialmente orgullosa y de la que a todas luces es su eje principal y fundamental. Sus padres ya no viven, y su hermano menor, Felipe, es un abogado que ejerce en Badalona, donde reside.

 

La entrevista se lleva a cabo en un pequeño, pero bien organizado, despacho en una de las tiendas, una pequeña cadena de cinco establecimientos, de las que Lucia y su marido son propietarios, tanto en la ciudad como en algunas poblaciones vecinas. “los ibéricos”, especializados en toda clase embutidos de alta calidad, así como de otros productos gourmet.

 

La impresión de Sacha Ortiz, es que allí había orden y mucho trabajo.

 

Lucia Sanchez Pator, es una mujer madura, pero la madurez a aquilatado una belleza sencillamente llamativa, sin ambages ni medias tintes, elegante sin estridencias con su figura estilizada y su alta estatura hace casi imposible poder adivinar su edad.

Solo la foto que ocupa el único espacio libre en unas paredes copadas por armarios y archivos, donde posa resplandeciente junto a sus cuatros nietos, hacen pensar que aquella mujer necesariamente es ya octogenaria.

 

Hay un brillo especial en los ojos de Lucia de un verde intenso que la emoción hace resaltar y se asoma de manera constante en varios momentos de la conversación. Su voz denota una marcada personalidad y una correcta dicción, aun conserva ese castellano tan puro de su infancia y juventud, en tierras de lo que fue en su momento la vieja Castilla. 

Sus explicaciones y la forma de relatar su historia esta bien formulada y tiene una estructura y composición que es pura lógica, solo al citar alguno de los tenebrosos personajes que aparecen en este relato hace que su ritmo y voz varia ostensiblemente. 

 

Pero lo que más llama la atención a Sacha Ortiz, es su escasa gestualización. Muestra un dominio absoluto de su postura y movimientos, lo que en el argot policial se llama “duros de interrogatorios”, personas que denotan una enorme seguridad y autocontrol y que rara vez sus movimientos no transmiten otra cosa que firmeza. 

 

Sin embargo, Lucia muestra con la teniente Sacha Ortiz una cordialidad que no parece impuesta.

 

-       Permítame teniente que empieza la historia al revés. - dice Lucia -, pero antes dejeme decirle como era, digamos, “el sistema Florencio Lominchar”. Él solo se rodeaba de dos tipos de personas, los afines por sus ideas e intereses comunes, etc, y a los que podía tenerlos cogidos por los huevos, y perdone la expresión. Estos últimos éramos casi todos. En mi casa el sueldo de mi madre era esencial, mi padre entra en RENFE, porque a través del conde, Florencio accede a las suplicas de mi padre, sencillamente pasábamos hambre y estrecheces. 

-       El padre de Miguel, maestro represaliado y comunista como mi madre, después de tenerlo de peón por los montes, lo mete en el ayuntamiento, en la oficina, trabajando con  el secretario, y así todo el mundo excepto Crisanta, que a esa no la pudo tocar un pelo, y mira si le hubiera gustado al muy cerdo,  por estar liada con el alemán.

 

-       O sea, el hacia depender a la gente de su voluntad, con lo cual de alguna manera les tenia a todos ustedes bajo su dominio.

 

-       Así era, el sistema, medio pueblo dependía de su voluntad, y por supuesto todo el mundo que tenía relación con la finca, claro. De todas formas, le puedo asegurar que tuvo el mejor maestro posible, el conde Yeltes, este hacia lo mismo, pero a lo grande, fue su maestro, aunque en maldad había que echar de comer aparte a los dos, teniente, créame, son los dos bichos más grandes que conocido en mi vida, y he conocido algunos, que conste.

 

-       Muy bien, pues empecemos, si le parece. Esto no es un interrogatorio, lo que preciso de usted es ayuda, para entender todo aquello y a partir de aquí ver que es lo que podemos sacar en claro.

 

Mi madre, a los pocos días de desaparecer Miguelito, nos dice a mi padre, a mi hermano y a mi, que ella esta segura que a Miguelito lo han matado y si no nos vamos de Navahonda, la siguiente sería ella.

 

Mi padre no quería irse de allí, aunque sabia perfectamente que si mi madre lo decía sería por algo.

 

Mi hermano era muy joven, e irse de Navahonda le parecía una maravillosa aventura y yo, tenía 25 años, un novio del que no estaba muy segura, por eso retrase la boda cinco o seis veces, trabajaba en el ultramarino del pueblo con mi tío Ignacio y estaba harta de ver a mi madre infeliz y temerosa y del acoso del cerdo, con mayúsculas, más grande que he conocido en toda mi vida, que no ha sido corta, Florencio Lominchar. 

 

Mi madre, a nosotros, excepto a mi padre, nunca nos había contado lo de los alemanes que entraban y salían y mucho menos lo de la “bodega”, pero aquella noche ya no podía más, la pobre, y entre lagrimas, pero con su carácter tan firme y su natural inteligencia, consiguió que todos viéramos aquello como una oportunidad y no como un drama, que es lo que era.

 

Mi madre estaba segura que allí habían terminado dos personas con las que ella y Miguel tuvieron contacto, se trataba de dos extranjeros un hombre y una mujer que buscaban información de los nazis que andaban por España, y aquella casa era el centro neurálgico de aquella gente. Los dos desaparecen misteriosamente y es Miguelito quien pone sobre aviso a la primera, que era una  mujer, yo aun lo recuerdo una inglesa que era pintora, y a su vez al segundo llegado, que era un hombre con un cerrado acento francés.

 

 

A Miguelito le eximen de hacer el servicio militar, que era obligatorio entonces, Florencio Lominchar lo quería cerca y estaba siempre muy pendiente de él. Era evidente que entre él y mi madre estaba el autor de quien había pasado información a los dos desaparecidos, pero el paso del tiempo hizo que todo aquello se fuera olvidando hasta que una redada de la guardia civil en la mina consigue detener a varios mineros que eran una cedula de Partido Comunista, o eso se dijo entonces.

 

Mi madre tenia la teoría que Miguelito, en algún momento logró bajar a la “bodega” y vio lo que allí había, muertos y tumbas. 

 

En la documentación que les incautan a los mineros, hay un dibujo hecho a mano de “la bodega”, según parece allí se aprecia nítidamente, lo que supongo usted ha visto en persona. Ese dibujo, solo lo pudo hacer Miguelito, que en aquella época había contactado con los miembros del partido en la zona, no olvide usted teniente, que su padre, como mi madre, fueron miembros del partido comunista.

 

Mi madre y Crisanta, luego le hablare de ella, sabían que en aquel sitio solo entraba el moro (Muley el-Abbás), que era un ex legionario que daba miedo mirarlo y era el guardián de la finca y Florencio. Bueno luego había otro guardián que también era marroquí, que era un poco más normal y que se fue de la finca siendo ya muy viejo.

 

Si la guardia civil había pillado a esa gente con el dibujo, Florencio Lominchar se enteraría de inmediato. El cabo del puesto de Navahonda era amigo de mi padre y pareja para la partida de mus, y en alguna ocasión le llego a decir a mi padre que le tenia más miedo al alcalde Florencio Lominchar que a sus superiores. 

 

-       Benito, le decía a mi padre, hay alacranes más fiables y seguros que ese mal bicho. Mantente lo más lejos que puedas, créeme.

 

Mi madre siempre dijo que Florencio, sin el conde de Yeltes era un pedazo de hijo puta, pero con el conde, además, podía serlo a placer y con poder.

 

¿sabe usted teniente, que fue lo que más le preocupó a mi madre cuando desaparece Miguelito? :

 

Lo que le dijo Crisanta, su compañera en “Los Nibelungos” casi catorce años juntas trabajando en la casa. Crisanta era la amante del señor alemán de Her Max, relación consentida por el mal bicho de su mujer Frau Tilly, a quien todos odiaban y temían, sobre todo Miguelito.

 

Mi madre guardó celosamente el secreto de esa relación, durante todo ese tiempo, porque, aunque no lo parezca, ella sabia que Crisanta estaba completamente enamorada del alemán y eso a ella le merecía un respeto.

 

Her Max, no era como los demás, mi madre decía que a él solo le gustaba, además de comer y beber hasta hartarse, es estar con Criasanta, sobre todo en la cama, y allí parece que le dijo a esta en algún momento, que Florencio y el conde estaban buscando a quien pasaba información a los rojos españoles y le previno para que no hablara con nadie, con el animo de protegerla. En esa conversación, Her Max solo dijo dos nombres como principales sospechosos: Miguelito y mi madre.

 

Esa noche, en la cocina de mi casa decidimos salir corriendo de Navahonda. Solo quedaban dos días par final de mes y mi madre se empeñó en cobrar su salario, que sinceramente nos hacia mucha falta. Mi padre habló con el encargado de la estación y le pidió unos días de permiso, eran buenos amigos y no tuvo problema con él, ni tampoco para obtener el traslado a Barcelona, donde trabajó hasta que se jubiló. 

 

Yo era muy amiga de Sebastián Lomichar, el segundo de los hijos del monstruo, era un chico muy majo y agradable que siempre me había gustado y con el que una amiga empezó a salir. Sebastián sabía porque yo se lo había dicho, las manos largas y el acoso de su padre, al que no soportaba, por lo que le hacia a su madre; desprecios, abusos y algunas bofetadas se llevó la pobre, que no era mala persona, pero no la dejaba ni salir de casa.

 

Sebastián, además también tenia buen trato con Miguelito y su desaparición le pareció tan sospechosa y extraña como a todo el mundo, él y así nos lo dijo a su novia y a mi, creía firmemente que su padre estaba detrás de todo. En aquella conversación Sebastián nos dice que está pendiente que le den plaza, ha terminado sus estudios de ATS (enfermería) y quiere irse lo más lejos posible. En ese momento le digo cuales on nuestras intenciones, pero también que no sabemos como hacerlo sin llamar la atención.

 

-       ¿Qué necesitáis?

 

-       Sobre todo, una furgoneta grande donde nos cojan todas las cosas que nos queremos llevar. Una prima de mi madre vive cerca de Barcelona y nos alquila dos habitaciones de momento para salir del paso.

 

El padre de un compañero de Sebastián hace portes a donde sea y es a través de Sebastián, como logramos que aparezca la furgoneta al atardecer y entre nosotros, mi tío y mi primo que era un niño, mi amiga y Sebastián cargamos todo deprisa y corriendo y salimos escopetados hasta llegar aquí mismo a Rubí, donde pudimos rehacer nuestra vida, lejos del temor.

 

-       ¿Nunca más volvisteis a saber de Florencio y su gente?

 

-       Directamente no, pero el intento que a mi padre no le dieran el permiso de traslado en RENFE, pero no lo consiguió y tío Ignacio, el del ultramarino sufrió la persecución de este cerdo desde ese día, pero aguantó, pese a todo. De quien siempre estuvimos en contacto fue con el padre de Miguelito y su hermana, con quien yo hablo todas las navidades y de vez en cuando, vive en Valencia.

 

-       ¿y Sebastián?

 

-       Mantuvimos el contacto muchos años, vino a verme en algunas ocasiones, se compró un apartamento en un pueblecito de la costa brava, la última vez que hablé con él estaba bien, vivía en una residencia a las afueras de Zaragoza, su mujer había fallecido hacia unos años, no tuvieron hijos y prometí ir a verlo, pero la verdad no lo he hecho, pero lo voy a hacer, se lo aseguro.

 

-       ¿Una pregunta más, su madre o usted han mantenido el contacto o saben algo de Crisanta, la compañera de su madre y amante de Her Max?

 

-       Crisanta vino al entierro de mi madre con uno de los mellizos, ya sabe que tenia dos hijos mellizos ¿no?

 

-       Si lo sé.

 

-       La familia sigue viviendo en Navahonda, pero lo ultimo que me contó, el único primo mío que vive allí, Crisanta esta muy malita, tiene casi cien años y Alzheimer y ha vivido hasta hace poco con uno de los mellizos, que vive en el pueblo, Agustín se llama, le puedo dar su teléfono y dirección.

 

 

 

El informe científico y el expediente de la desaparición de Miguelito.

 

El informe del equipo forense y científico no dejaba lugar a duda, de los cinco esqueletos encontrados en el catafalco central, uno era de mujer y cuatro de hombres.

 

Sacha Ortiz, daba por hecho que había un esqueleto de mujer, el de la primera desaparecida, “la inglesa” (Tuvia Friedman.

 

En cuanto a los hombres, solo había uno de los cuatro que por la edad que determinaba el informe podía corresponder a Miguelito, pero también en este caso, había que investigar quienes eran los otros hombres, además, de los dos desaparecidos; Miguelito y Benjamín Ference.

 

Encontrar en los archivos históricos de la guardia civil el atestado y expediente de la desaparición de Miguel Robledo Campano (Miguelito), fue un milagro que tardó en ver la luz más de seis semanas, pero al final, un escuálido expediente, parcialmente mutilado, lleno de folios carcomidos y un par de conversaciones transcritas, estaban a su disposición..

 

Sacha Ortiz después de leer y repasar a conciencia un par de veces, toda la documentación, se dio cuenta del escaso celo de los investigadores de aquella época, que además de no indagar en aspectos donde existían evidentes contradicciones, apenas interrogaron a nadie del entorno del desparecido, y por supuesto en ningún momento aparece el nombre de Florencio Lominchar, ni de nadie relacionado con la gran casa bávara.

 

Los hechos, que recompone pacientemente Sacha Ortiz, ocurrieron de la siguiente forma.

 

Miguel Robledo Campano (Miguelito), sale temprano de la finca “Los Nibelungos”, lleva dos sementales de la cuadra, por orden de Frau Tilly, para hacer la entrega de los mismo en una finca próxima a El Escorial, denominada “el Campillo”. El va montado en un tercer equino con el que debe realizar el regreso ese mismo dia. 

 

No se le ha encargado ninguna otra tarea.

 

La distancia es de unos 20 kilómetros. Esto supondría unas tres horas aproximadamente de duración de viaje en cada dirección.

 

Cerca de las seis de la tarde, en la central telefónica de Navahonda, Luisi, su operadora, recibe una llamada desde un numero de El Escorial, donde una persona, con voz de hombre joven, que se identifica como Miguelito, le dice que se si puede avisar a su familia porque ha venido a entregar unos potros y se ha encontrado con su tía Benita y se va a quedar a pasar la noche en su casa, que hace mucho que no la veía.

 

Preguntada Luisi, la telefonista, por el investigador, si reconocía la voz de Miguelito, esta le dice que no podía asegurárselo, se le parecía, pero no esta completamente segura.

 

Cuando su padre, es conocedor de esta cuestión, escandalizado le dice al investigador, que eso es imposible, porque ni él ni sus hijos tiene trato alguno desde hace años con su cuñada Benita.

 

Lo que le asombra a Sacha Ortiz, es el testimonio de una cuadrilla de canteros de Zarzaluego, termino municipal por él tenia que pasar necesariamente Miguelito para ir desde Navahonda a ls finca en El Escorial, “el Campillo”. Estos afirman que saludaron y le dieron un trago de vino, a un hombre joven que volvía a medio día hacia Navahonda, sin poder precisar la hora, por la “calleja del chicharrón”, donde ellos estaban rehaciendo una pared de piedra. Los canteros, dicen que el hombre les contó, en una breve conversación, que había estado en “el Campillo” entregando dos potros a un ganadero muy famoso de la zona, el Duque de Pinohermoso, que además era un jinete muy afamado en la época.

 

El jefe de la cuadrilla de caneros, Julián Álvarez, era un hombre fichado por las autoridades del régimen por comunista. Su padre había pasado más de quince años en la cárcel, una vez acaba la guerra y un tío suyo había sido un “maquis” muy conocido exiliado en Francia. En el informe el investigador, ofreciendo al mundo una lección de objetividad y rigor, duda de este testimonio y del resto de sus compañeros, tres personas más, porque dice “ya sabemos como mienten estos rojos”.

 

Sacha Ortiz, no da crédito a todo este despliegue de circunstancias tan extrañas. Y decide el siguiente paso.

 

La hermana de Miguel Robledo Campano (Miguelito), Dolores es una mujer que al contario que Lucia, expresa en su rostro el cansancio de una vida dura y agria. Divorciada de un marido con el que solo fue feliz a ratos y no fueron muchos y con dos hijas, que han sido el centro de su vida y con las que mantiene una estrecha y viva relación.

 

Precisamente la video-conferencia la realiza Dolores, desde la casa de su hija Amparo, quien discretamente, abandona la salita de estar y deja a su madre a disposición de Sacha Ortiz.

 

Dolores esta visiblemente nerviosa, tampoco ayuda mucho una ligera sordera que hace a veces difícil la conversación, pero en cualquier caso Sacha, observa una voluntad inequívoca de colaborar, tiene la impresión que ha esperado muchos años este momento. 

 

-       Mi madre, murió al nacer yo, la debilidad, la mala alimentación y las pocas atenciones que tuvo en una mujer con una edad ya avanzada, la llevaron a la pobre a la tumba.

 

-       ¿también se llamaba Dolores? – pregunta Sacha Ortiz – 

 

-       No, se llamaba Remedios, en realidad a mi me puso mi padre Dolores, por “la Pasionaria”, de quien fue gran admirador y con la que mi padre tuvo mucho trato político y personal.

 

Y Dolores comienza su relato:

 

Mi padre llegó a Navahonda desterrado por el gobierno de Primo de Rivera, por sus actividades políticas. Mi padre había nacido y era maestro en Asturias, en Pola de Siero, y en Navahonda conoció a mi madre y se casaron muy rápidamente.

 

Mi padre siempre estuvo metido en política y como maestro destacaba por emplear unos métodos que poco tenían que ver con los de aquella época. Los años que el estuvo de profesor, logro que varios alumnos suyos pudieran obtener becas y llegar a realizar estudios universitarios o superiores, algo impensable, por eso tenia en el pueblo la mejor reputación posible. Y por supuesto por su carácter afable y su sentido ético y honesto en todo lo que hacia y decía, era una persona muy consecuente y ecuánime.

 

Cuando llega la guerra, él se niega a huir del pueblo y solo le salvó de la muerte en una cuneta o en el mejor de los casos de la cárcel que varios de los falangistas del pueblo habían sido sus alumnos e intercedieron por él, y por supuesto le ayudo Salvador Pizarro-Strata, que era el hermano guardia civil del anterior alcalde, que como supongo sabrá acogió a la mujer e hijo de este y era sargento en la comandancia de Ávila. Eso fue lo que le permitió seguir con vida y no caer bajo las balas que Florencio Lominchar le tenía preparadas.

 

Cuando termina la guerra mi padre quiere irse a Asturias donde tiene familia, pero aquí Florencio mueve sus hilos, me imagino que con el conde de Yeltes y le prohíben salir de la localidad. 

Sin trabajo, sin cartilla de racionamiento, que luego la consiguió gracias al cura y sin comida y con dos hijos, viudo, se enfrenta a una situación terrible. Solo nos salvo de morir de hambre que algunas gentes del pueblo, más por caridad que otra cosa, le empleaban como peón temporero y le pagaban con cosas de comer, a él que jamás en su vida había trabajado en el campo. Curiosamente el hermano mayor de Florencio Lominchar, que era el guarda de los pinares de los Pizarro-Strata, fue uno de ellos, enfrentándose con su hermano.

 

De repente, Florencio Lominchar espera un día a mi hermano Miguel al salir de la escuela y le dice:

 

-       Mañana a las 8 de la mañana te presentas en “Los Nibelungos”, a Frau Tilly, la señora necesita un mozo de cuadra y así podrás comer caliente una vez al día en la finca, ya que tu padre, el comunista, es incapaz de hacerlo, díselo de mi parte.

 

Hubo algunos momentos donde llegamos a convencernos que por misteriosas razones Miguel era el ojito derecho de Florencio Lominchar, pero aquello era parte de su forma de controlar a la gente. 

Pero todo cambio cuando llegaron al pueblo las dos personas que luego desaparecieron, la chica inglesa y el francés.

 

Florencio Lominchar, consiguió de nuevo despistarnos a todos. 

 

Sin haberlo pedido y sin venir a cuento, mi padre entra a trabajar en el ayuntamiento, en la oficina con el secretario y mi hermano se libra ir de hacer el servicio militar.  No entendíamos que estaba pasando, pero mi padre estaba muy preocupado, no se fiaba de “la bondad” de este energúmeno, como él lo llamaba, además Felisa, con la que teníamos mucha relación, tenia claro que ella y Miguel estaban bajo vigilancia a raíz de la desaparición de los dos extranjeros.

 

Unos meses antes de desaparecer Miguel, un día nos cuenta que ha visto bajar a los dos guardas, a lo que ellos llamaban “la bodega” un fardo que mucho se tenia que equivocar si no era un cuerpo de una persona. Se suponía que Miguel no tenia que estar en la finca en aquel momento, pero un yegua se puso de parto y se quedo para ayudarla a parir.

 

Nos metió el miedo en el cuerpo, esa es la verdad, aunque nos aseguró que no le habían visto, pero mi padre le contesto, preguntándole; si Frau Tilly sabia que el estaba en el establo, y un silencio que fue puro hielo se pegó como una lapa a todo lo que había en nuestra cocina cuando Miguel dijo: si, si lo sabia.

 

Supongo sabrá que los guardas eran dos moros que habían hecho la guerra con los nacionales, una de ellos con los regulares y otro en la legión, el conde los colocó allí, sus motivos tendrían y no serian fáciles de explicar, ya se lo digo yo. 

El que se llamaba Muley, mi hermano lo tenia pánico, en todos los años que estuvieron juntos en la finca, no le dirigió ni cuatro palabras, no salía para nada de la finca y yo solo lo vi una vez, y le puedo asegurar que tenia una mirada que te hacia sentir el frio por la columna vertebral. 

Sin embargo, con Amín si tenia muy buena relación, además Amín no soportaba a Muley. Amín solo tenía un problema, la falta de mujeres y aunque Florencio Lominchar de vez en cuando le llevaba alguna prostituta para calmarle, fue mi hermano el que intercedió con una mujer de Quesadillas, la de la quesería, creo que era. Al parecer se habían visto en alguna ocasión, Amin y ella y había surgido un interés mutuo que mi hermano facilitó el encuentro buscando un lugar para que pudieran estar juntos a solas. No estoy segura, pero creo que Amin termino repudiando todo lo que representaba la finca, hasta que desapareció. 

 

Mi hermano, sin saberlo mi padre, ni yo, contactó con los mineros y un ingeniero que eran miembros del partido comunista. Mi padre en ese momento había entablado contacto con antiguos amigos socialistas, pero sin más, aunque sabia o sospechaba para ser más exactos que en la mina había una cedula comunista, pero el no quiso establecer contacto, habíamos sobrevivido de milagro, estaba exhausto y cansado y quería vivir algunos años en paz.

 

-       Seguramente usted me preguntará por quien hizo el mapa que la guardia civil encontró a los mineros, donde al parecer, detallaba, como si fuera una foto, lo que allí llamaban la bodega. Le puedo asegurar una cosa, Miguel no, eso seguro, porque si había una cosa que Miguel no sabia hacer, era dibujar, era la torpeza misma con las manos, excepto con los caballos, era imposible, además porque el me lo juro por nuestra madre.

 

-       ¿Cómo se enteran ustedes de lo del mapa?, se supone que era parte de una investigación. – pregunta Sacha Ortiz -.

 

-       Por el marido de Felisa, jugaba todas las tardes la partida al mus con el cabo de la guardia civil de Navahonda, eran amigos y este se lo contó, para ponerlos sobre aviso. El cabo sabía muy bien quien y como era Florencio Lominchar.

 

-       Sin embargo, usted me dice que Miguel no hizo el dibujo, ¿pero quien se lo entregó entonces a los mineros?, la gran casa era casi un fortín, un coto cerrado, allí nada entraba y salía sin el control de los alemanes, los guardas o lo que es lo mismo Florencio Lominchar.

 

-       Nadie lo sabe, excepto aquellos que lo recibieron, si no recuerdo mal, todos los detenidos vivían en Zarzaluego, aunque al menos un par de ellos eran de Navahonda, eran de una familia que los llaman “los verbenas”. Pero no le puede decir más, esa es la verdad.

 

-       Y ¿Cuál fue la reacción de su hermano miguel, cuando les llega la noticia del dibujo de “la bodega”?.

 

-       Temor, recuerdo sus ojos, Miguel era sonriente, simpático, pero a pesar de eso no expresaba fácilmente sus sentimientos. Pero sus ojos no mentían nunca, eran claros y diáfanos, y yo vi el miedo en ellos, él sabía que aquello, tuviera o no relación con él dichoso dibujo, le podía costar caro, como así fue.

 

-       - Cuénteme como supisteis su desaparición, y como lo vivisteis tu padre y tu.

 

-       Cuando Luisi, la telefonista, nos manda recado con su hijo, diciendo que Miguel ha llamado para avisarnos que se queda a dormir en casa de mi tía en El Escorial, mi padre me miró asustado, nervioso, acelerado se levantó y se fue al cuartel de la guardia civil. Aquello era imposible, nosotros no teníamos ninguna relación con mi tía, yo ni siquiera la conocía y Miguel ni se acordaba de como era. No la queríamos ni ver, porque ella acusó a mi padre de haber permitido que mi madre muriera cuando yo nací y para colmo le denunció después de la guerra como elemento subversivo.

 

-       ¿Qué ocurre luego?

 

-       El cabo intentó tranquilizar a mi padre y le prometió, y así lo hizo, que daría aviso al cuartel de El Escorial, para que se personaran al día siguiente en casa de mi tía y trataran de localizar a Miguel. Pero como nosotros sabíamos de Miguel en aquella casa ni tenían noticias de él ni querían tenerlas.

 

Mi padre interpuso una denuncia por desaparición y por eso se inicia una investigación, que no investigó nada, hicieron un paripé. 

 

La declaración de los canteros que le vieron de vuelta a Navahonda, el día que desaparece, nos le pareció suficiente, pero ellos a mi padre con lagrimas en los ojos se lo repitieron delante de quien nos ha ayudado en todos estos dolorosos hechos, desinteresadamente como abogado el hijo del antiguo dueño de la finca y alcalde republicano, que se llamaba como su difunto padre; D. Juan Pizarro-Strata. Él intentó por todos los medios forzar una investigación rigurosa, pero el juez de Navalcarnero, un conocido juez franquista, la sobreseyó, deprisa y corriendo, lo antes que pudo. Y todos sabíamos que ese juez era uno de los hombres de confianza e invitado a las cacerías del conde de Yeltes, y eso fue lo que mató a mi padre. 

 

-       Mi padre murió a los seis meses, su corazón no pudo más y una tarde después de venir del trabajo, me dijo, -voy a descansar un rato que me duele un poco la cabeza – y jamás se levanto de la cama. Sabe teniente, ha habido pocos entierros y funerales en Navahonda donde hubiera tanta gente de verdad, en una actitud de homenaje a una persona muy querida y muy respetada, solo le diré una cosa, vinieron hasta los viejos falangista que fueron sus enemigos, pero que sabían que allí yacía un hombre honrado, que había sufrido mucho y al que la vida le había tratado muy malamente.

 

Las lagrimas se asoman y desbordan el intento de Dolores Robledo Campano, la hermana de Miguel, Miguelito en esta trágica historia, que nada más sabe y que aun lleva su dolor clavado con alfileres a un corazón que ha sufrido lo suyo.

 

-       Solo una cosa más teniente, usted es joven y posiblemente todo esto le pille lejano y extraño, pero créame, nada más me gustaría saber la verdad y quien mató a mi hermano, porque si de algo estoy seguro es que a mi Miguel, me lo mataron y no creo equivocarme de quien siempre he pensado fue el autor de su muerte.

 

-       De momento Dolores, vamos a proceder a hacer las pruebas de ADN con tu muestra, de los restos encontrados en la cripta, y veremos el resultado.

 

 

Cuando la video-conferencia termina, Sacha Ortiz, sabe que el veneno de la verdad, ese veneno que siente desde niña cuando algo esta por descubrir o cuando a la verdad le han echado capas de olvido, trampas, mentiras y abusos. 

 

Y eso lo sabe mejor que nadie, que en ella es irrefrenable, al margen de ordenes, mandos, prioridades o jerarquías, tiene que seguir investigando.

 

Los recuerdos – los hijos de Florencio Lominchar

Florencio Lominchar (hijo mayor)

 

Los tres hijos varones de Florencio Lominchar, viven.

 

Florencio, el mayor de los tres con casi 90 años de edad, reside en una hermosa casa en las afueras de Navahonda, donde goza de todos los privilegios que el dinero puede aportar y soportar.

Aunque se negó a recibir a la teniente Sacha Ortiz en diversas ocasiones, el tacto y la paciencia de su nieta mayor Celia, una licenciada en historia, que conocía los dos libros de Víctor Herránz sobre Navahonda, es quien intercede en favor de la teniente, permitiendo que aquel domingo primaveral Sacha Ortiz pueda conocer a aquel hombre, mal encarado, en apariencia rudo, y con una mirada escrutadora y desconfiada.

 

-       Aunque usted fuera joven, seguro que puede contarme en realidad que era la finca de “Los Nibelungos” de la que su padre era el administrador o encargado.

 

-       Pues una finca agrícola y ganadera, de un matrimonio alemán, si ha venido usted para hacerme esa pregunta, se podía haber ahorrado el viaje -gruñe bronco Florencio -, eso se lo habría dicho cualquiera de este pueblo, -mientras su nieta mueve la cabeza y le dice ¡vamos abuelo!

 

-       Supongo que ya sabrá, Sr Lominchar que las tumbas aparecidas en la finca, una cripta con restos de trece personas, exceden en mucho cualquier actividad agrícola y ganadera, ¿no le parece?

 

Tras unos segundos de tenso silencio y con una mirada intensa, que expresa una gran duda interior, que la teniente aguanta con firmeza, Florencio Lominchar (hijo), piensa si debe o no dar el paso y relatar todo sus recuerdos y aquellas cosas que escuchó tantas y tantas veces a su padre.

 

Solo hay una cosa que le incomodo, que todo esto se sepa, por quienes fueron los enemigos de su padre, aunque ninguno existe ya.

 

-       Veo que no trae usted grabadora, teniente – dice Florencio Lominchar-

 

-       No, como le dije a su nieta, esta conversación es para saber y conocer, no trato de buscar un culpable a unos hechos que en su mayoría o todos han prescrito, pero me gustaría saber la verdad y dejar cerrado el asunto que ha caído en las perores manos posibles, mi testarudez es inagotable, créame.

 

-       Esta bien, allá vamos, posiblemente escuchará de mi cosa que no le gusten y expresiones de otra época, pero es el precio que tendrá que pagar usted por saber, casi todo lo que yo sé -dice el anciano Lominchar- y su cuerpo se yergue y se vence hacia adelante como queriéndose acercar al lugar donde están las cosas que el sabe.

 

A mi padre le tocó vivir una época muy dura, tenia sus defectos como todo el mundo, pero fue fiel a sus ideales y a la gente que estuvo con él. 

 

Lo que han descubierto ustedes en esa cripta es exactamente lo que fue, un refugio temporal, de paso o no, para altos mandos y cargos del estado alemán cuando Adolf Hitler gobernó aquel país. La idea de todo este montaje partió del conde de Yeltes, D. José Fanat fue el director principal del plan y mi padre, su hombre de confianza, el ejecutor.

 

No defenderé yo al conde, porque una vez siendo yo ya casi hombre me di cuenta, que en el fondo utilizó a mi padre para no tener que mancharse las manos él, era pulcro y esquivo el muy cabrón, y supo como cebarle, como tenerlo enganchado y darle carrete para sus manejos. No he conocido en mi vida un hombre más inteligente y sibilino que él.

 

Mi padre era un tirador excepcional, el mejor, la caza era la única diversión que se permitía, bueno y las mujeres, claro. El conde de Yeltes tenía en su finca de Toledo, las mejores reses de caza mayor de toda España, tanto en el número de animales como en su morfología, ejemplares únicos en aquel momento. Esa finca era y es un paraíso cinegético como hay pocos en Europa. El caudillo, ya sabe Franco, cazaba varias veces al año en aquella finca y mi padre siempre estaba invitado, para él era, además del dinero y del poder, el mejor premio a su fidelidad al régimen o mejor dicho al conde.

 

Mi primera cacería fue, sin embargo, uno de los momentos mas contradictorios de mi vida. Allí me di cuenta que mi padre para el conde era un pelele a sus ordenes, y además en la cacería, dada su extraordinaria puntería, lo utilizaba para dejar mal a los invitados que estaban allí para ser humillados.

 

La cosa era bien sencilla, en el puesto de al lado del invitado señalado, al que había que dejar por los suelos, ponía a mi padre, que no fallaba una ni queriendo, así que dejaba al ministro, marques o procurador en las Cortes, de turno, con un palmo de narices. No contento con eso, D. Jose se afanaba en regodearse a cuenta de lo ocurrido; en los vinos después de la cacería o en la misma comida en el salón del palacio que tenia allí, presumía de su fiel Florencio, como el le llamaba en esas ocasiones, como quien alardea de tener el mejor perro perdiguero de la comarca.

 

Mi padre recrecido por el éxito de su rifle no veía aquella humillación intencionada y cuando yo se lo hice saber en el viaje de vuelta, paró el coche en la cuneta, me bajo a tirones sin miramiento alguno y me pego una paliza que nunca olvidaré. Solo fui a otra cacería obligado por mi padre, a las siguientes, sencillamente me escapaba y no iba.

 

Pero volvamos a la finca. 

 

Mi padre decía que en la finca había ganado el doble de lo que debía. 

 

El pellizcó en todo el dinero que allí se movió en todo de lo que allí se hizo, en la construcción del edifico sobre todo y en la administración del día a día.  Además, allí comía y almorzaba y sin saberlo nadie fue capaz de meter casi veinte vacas nuestras en la finca sin que el conde supiera nada, comiendo pastos y piensos gratis. 

No gastaba nada, salvo en mujeres. Además, no debemos olvidar, pero sin caer en la estupidez de pensar en corrupción y cosas así, también su puesto de alcalde, que no estaba retribuido, le hizo entrar en negocios que al final de su vida, entre unas cosas y otras llegó a tener una pequeña fortuna. 

Como supongo que se enterará más pronto que tarde, ya le digo yo, que la heredé casi en su totalidad, mis dos hermanos solo recibieron la legitima, porque mi padre los había borrado del testamento.

 

-       ¿Y su hermanastra?, porque su padre tuvo una hija con una mujer de Quesadillas, Antonia, pero se negó a reconocerla como hija.

 

-       Para mi no ha existido nunca. En aquella época, esto no era tan raro, sobre todo los hombres con dinero y poder, si exceptuamos al conde que era un meapilas y un “besasantos”.  En fin, la Antonia esta creo que luego se casó con algún desgraciado que apechugo con la cría y a otra cosa mariposa. 

 

-       Supongo que a sus hermanos su padre nunca les perdonó que se fueran y sobre todo a su hermano pequeño Damián.

 

-       Así es, Sebastián vino al entierro, aunque no se para qué, cuando terminamos le dije vamos a comer, me miró muy fijamente y el muy imbécil va y me dice; yo solo he venido para asegúrame que esta muerto, se dio la vuelta y se fue.

 

-       ¿ y Damián y su madre, Flora?

 

-       Mi madre, pobrecilla – dice y respira entrecortadamente durante unos segundos – era muy simple, pero muy buena y guapa. No le digo yo que fuera fácil lidiar con mi padre, pero ella se lo ponía muy fácil y de vez en cuando se ganaba algún bofetón, tampoco nada del otro mundo, no se vaya a creer.

 

-       No quiero ni imaginarme que hubiera pasado si el bofetón, sin importancia, hubiera sido al contario -le interrumpe Sacha Ortiz-.

 

-       Eran otros tiempos, no se crea en este pueblo había algunas mujeres bragadas con dos cajones que le pegaban al marido. En fin, a lo que vamos, pero mi madre siempre tuvo una debilidad especial por Damián y eso le trajo más problemas, porque Damián, para que lo sepa usted y lo digo alto y claro, es maricón.

 

-       Y Sebastián, que tuvo mucha culpa de que Damián fuera así, blandito y mariquita, por que desde niño le protegió mucho y consiguió hacerle del él una nenaza.

 

-       ¡¡abuelo!!

 

-       No me puedo resistir a preguntarle como siendo tan afeminado como usted dice que era Damián en aquella época de machos ibéricos, entra en un lugar tan machista como el ejercito, porque es suboficial mecánico de la armada, ¿no?

 

-        Pues porque lo mete el conde en la academia de suboficiales, recomendado, a petición de mi padre a ver si así se convertía en un hombre de verdad, pero por lo visto esto ha fallado no hay remedio para esa enfermedad, porque si no me equivoco hasta se ha caso con un tío.

 

La nieta de Florencio se remueve en la silla sin poder remediar la incomodidad en el tono y el fondo de las palabras de su abuelo, sobre una persona, que ella no ha conocido, como a su abuela, a quien no vio jamás en su vida.

 

-       Volvamos a la finca, por favor, - reclama Sacha Ortiz-

 

Pues para quitarle el mal sabor de boca -retoma su relato con voz firme y con una cierta guasa socarrona- le voy a contar a usted una anécdota a cuenta de los alemanes de la casa, que seguro va a escandalizar a mi nieta, pero ya es lo suficientemente mayorcita para saber de lo que estamos hablando.

 

A mi padre le gustaba su dinero y su despensa, pero odiaba a los alemanes, a todos, siempre me dijo que no conoció a uno solo que le inspirara la más mínima simpatía. Y menos que nadie, Frau Tilly que era un bicho y siempre lo trató como si fuera un lacayo zarrapastroso.

 

Si hay algo que sabia un muchacho de 14 años en un pueblo, da igual que pueblo, es en saber la diferencia entre un macho y una hembra y como preñaba el macho a la hembra. Había carneros, burros, toros, caballos, perros y todos estábamos artos de ver hacer eso a los animales. 

 

Habían traído varias yeguas a la finca para echarlas a los sementales de Frau Tilly, no sé porque, pero aquel día estaba yo allí, a la sombra de la cuadra viendo el espectáculo, mientras Miguelito y otro hombre que se llamaba Julio, sujetan uno al macho y otro la hembra para que la monta fuera eficaz. 

Yo estaba allí, sentado a la sombra y porque no decirlo, empalmado, y en esto llega Frau Tilly, me mira se sonríe y se sienta a mi lado, algo debió de notar y me empieza a tocar en mis partes, como prendera aquello para mi fue inesperado pero excitante y ella me bajo la cremallera del pantalón y continúo mirándome sonriente, con esa cara de ardilla que tenía hasta que me vacié por completo.

 

-       ¿Y sabe que hizo después?

 

-       Ni me lo imagino, sorpréndame

 

-       Me dio un pedazo de hostia y sin dejar de sonreír se limpió la mano en mi pantalón, se levantó y se fue.

 

Eso éramos para los alemanes, cosas, objetos necesarios para ellos, pero sin importancia, excepto Crisanta que era la amante de su marido y según mi padre, los dos estaban enamorados, Her Max y Crisanta. Los demás, poco o nada de nada.

 

-       ¿Quién enterraba en los nichos a los alemanes? – Pregunta Sacha Ortiz-.

 

-       Mi padre con la ayuda de los moros. Y uno de ellos, el que estaba loco, Muley era el que grababa las lapidas. Algunos murieron en la finca y otros fuera, y claro nos los podían enterrar en sagrado porque sus papeles eran falsos. 

 

-       Sabe que, en algún caso, parece que comparten nicho el marido y su mujer, pero lo curioso es que no hay ninguna mujer por separado en los nichos – dice Sacha Ortiz-

 

-       No le puedo decir, la verdad es que no lo sé. Pero la mayoría de los alemanes que pasaron por la casa y fueron. Muchas decenas de ellos venían solos. Mi padre me contó que uno de ellos, que murió en la casa, por cierto, se había “olvidado” a su mujer en Alemania a propósito.  Ya le digo esta gente tenía escarcha en el corazón.

  

Sacha Ortiz, valora el momento y aunque duda en un principio, tiene que ir a la tumba central.

 

-       ¿Dígame, Florencio, aprovechándome, como hasta ahora, de su sinceridad, usted sabe quién está enterrado en un catafalco que hay en el centro de la cripta?

 

Florencio Lominchar, calla, esta inquieto, le pide a su nieta que le traiga un vaso de agua, alza la mano como pidiendo tiempo a Sacha Ortiz, cierra los ojos y se recuesta en el sillón, con un suspiro que expresa un cansancio real pero también esconde la necesidad de ganar tiempo, e preparar una respuesta, de decidir que decir, hasta donde ir y como.

 

 

Después de beber en varios medidos sorbos del gran vaso de agua que le ha acercado su nieta, quien pone su mano en el hombro, en una señal inequívoca de cariño, Florencio Lominchar, suspira y se dispone a responder a la gran pregunta, la que el más temía de todas.

 

Allí está enterrado Muley, el exlegionario moro, loco, que murió de algo que ahora sabemos fue un cáncer y de una herida mal curada, creo, duro poco y solo la morfina que le ponía mi padre, le ayudó en sus últimos días.

 

Sé también, y eso me lo dijo mi padre en sus últimos días de vida, que allí enterraron a dos espías extranjeros que vinieron al pueblo, yo era un crio, pero los recuerdo perfectamente, una mujer rubia que era pintora y un francés que trabajaba, o eso parecía, en la mina. Mi padre me dijo que alguien encargado por el conde los había matado y el se limitó a enterrarlos, por orden del conde y al parecer estando enterados hasta en El Pardo.

 

Entonces Florencio Lominchar, mira a Sacha Ortiz y a su nieta, baja la cabeza y negando con la cabeza, prosigue:

 

-       El día que me lo contó maldije a mi padre, como cuando la cacería en la finca del conde. No lo creí, y porque sabía que si el conde le había dado la orden, el no necesitaba a nadie para matar, o mejor dicho para ejecutar a unos impostores peligrosos.  Los tenía bien puestos y no había ningún motivo para avergonzarse. ¡coño! Que eran unos espías comunistas, en aquella época.

 

 

-       En aquella época Florencio había hasta código penal, y muy duro, la gente moría en el garrote vil, cuando asesinaba a alguien, espía o no espía- responde Sacha Ortiz.

 

-       Abuelo nunca nos lo habías contado, - le dice su nieta, con el rostro desencajado –

 

 

-       Quizás me debería habérmelo ahorrado, pero yo no me avergüenzo de mi padre por esto.

 

-       ¡joder abuelo!

 

 

El silencio y la incomodidad de adueñan del clima de aquella elegante y cómoda estancia, Sacha decide que es el momento de dejar respirar a aquel hombre que no reniega pero que sus ojos, al mirar a su nieta, si expresan una preocupación por la decepción que ve en su cara.

 

 Sacha, se saca de la manga un tiempo muerto, y decide dejar unos minutos mientras ella simula que satisface sus necesidades biológicas en el cuarto de baño.

 

A la vuelta, Sacha detecta que algo ha cambiado en el ambiente, aquello huele a pliegue de velas, y efectivamente esto han acordado, porque de inmediato la nieta le dice que su abuelo está cansado y que es mejor dejarlo ya.

 

Pero Sacha Ortiz, sabe de sobra, que si  sale de aquella habitación sin hacer todas las preguntas nunca más volverá allí.

 

-       El problema Florencio, es que en aquella tumba hay dos cuerpos más, además del ex legionario muerto en la finca y lo que usted llama, los dos espías comunistas, que eran dos judíos que sobrevivieron a los campos de concentración nazi, y venían persiguiendo por medio mundo a los asesinos que diezmaron a su gente y especialmente a sus familias.

 

-       Por favor teniente, - dice la nieta- tratante de interponerse entre la dureza expresada en cada palabra por Sacha Ortiz y un hombre que ha empequeñecido de repente, en el que ha aflorado una vulnerabilidad que su nieta probablemente desconocía hasta ahora.

 

-       -Un minuto por favor – le dice Sacha Ortiz – y no creo que usted se sienta también orgulloso de su padre, cuando le diga y probablemente usted ya lo sepa mucho antes que yo, que uno de los restos pertenece a un paisano suyo; Miguel Robledo Campano.

 

-       ¡¡eso es imposible!! – chilla el anciano exaltado esgrimiendo su puño en una pretendida señal amenazadora, que queda diluida con la propia debilidad que muestra, aquel aflautado grito,  es un reflejo de su impotencia ante la verdad.

 

-       Si, Florencio el ADN ha demostrado que el cráneo fracturado por un mortal golpe que lo astilla en su frente pertenecía a ese joven que como usted recordará desapreció misteriosamente y cuyas diligencias e investigación solo hicieron mirar para otro lado. Porque aquel joven volvió a la finca montado en un caballo, que casualmente según la declaración que hizo su padre, no transcrita en el informe,  apareció solo, porque claro, los caballos vuelven a las cuadras donde tienen su querencia. 

 

-       Es mejor que se vaya teniente – dice la nieta con una expresión dura y contundente.

 

-       No he terminado mis preguntas tendré que volver en otro momento 

 

-       No sé si será posible, - replica la nieta-

 

-       Parce mentira que sea usted historiadora, los historiadores y los policías siempre buscamos lo mismo, o eso creía yo, hoy ha recibido todo un regalo para los que les gusta averiguar el pasado, la realidad de lo sucedido, ¿verdad?, pero sospecho que a veces la historia no es como la creemos, sino como fue en realidad- se levanta y antes de salir continua – gracias, Florencio por sus recuerdos, pero me temo que aún tengo cosas que preguntarle

 

-       ¡Váyase de una vez! -, grita Florencio, desencajado, blanco, sudoroso.

 

Los recuerdos – los hijos de Florencio Lominchar

Sebastián Lominchar (hijo mediano)

 

 

Sebastián, no tiene parecido alguno con su hermano mayor, Florencio, bajo de estatura, completamente calvo, transmite una inequívoca señal de debilidad, que según confiesa durante la conversación con la teniente Sacha Ortiz, no se corresponde con lo que sus análisis médicos y revisiones periódicas, dicen de su cuerpo.

 

El amplio salón de la Residencia “las Mimosas”, situada a tiro de piedra de Zaragoza, esta tranquilo esta tarde y la conversación fluye desde el primer momento con naturalidad y sin ningún atisbo de prevención defensiva por parte de Sebastián, quien hace una primera intervención de motu proprio, como si necesitase fijar su posición a las claras, ante la teniente.

 

Como supongo conoce la historia de mi padre, no voy a hacerla perder su tiempo diciéndole que clase de persona era. Pero le aseguro que no se imagina en que infierno vivíamos en su casa, por que el siempre nos decía que era “su” casa, como si nosotros sus hijos y nuestra madre tuviéramos algún contrato de permanencia que el podia revocar en cualquier momento. 

 

Imagino que también le habrán hablado de la verdadera esposa de mi padre, Jacinta, de quien yo guardo un recuerdo imborrable y maravilloso, ella fue la que prácticamente nos crio a mi hermano mayor y a mi.

Tenga en cuenta que mi madre dio a luz mi hermano Florencio, con 15 años, y a mi con 18, imagínese el resto. 

Jacinta era una mujer hermosa, lista, hábil y con un carácter como pocos he conocido en toda mi vida, donde cualquier problema encontraba rápidamente solución o acomodo. Cuando Jacinta despareció, y yo he estado siempre convencido que se fugo después de prepararlo todo muy bien, era una persona muy concienzuda en todo lo que hacia, créame que lo pasamos todos muy mal, pero especialmente mi madre, que como sabe era su tia y quien la protegía del energúmeno con el que vivían las dos.

 

Pero tanto la una como la otra su vida al lado de mi padre fue un calvario, un sufrimiento callado y silenciosos que todo el mundo sabía en el pueblo y nadie se atrevía a “chistar” por miedo, claro.

Yo lloré amargamente, cuando perdí a Jacinta en mi vida, y hasta llegué a renegar de ella, pero no paso mucho tiempo, cuando entendí que era la única salida que tenia para seguir viva y la admiré por su valor y su decisión, siempre la he querido esté dónde esté.

 

Lo he pensado muchas veces, pero mis recuerdos de la vida en la casa de mi padre, no existía vida familiar alguna, ya sabe, comer o cenar juntos, oír la radio, en aquella época no había televisión, o sencillamente estar juntos. 

Quizás no me crea, pero yo no vi jamás, en los casi 20 años que viví con ellos, a mi padre y a mi madre hablando tranquilamente de cualquier cosa. Mi padre le ordenaba o le pedía cuentas o explicaciones a mi madre, que vivió hasta que se fue con mi hermano en una verdadera cárcel. 

 

Mi padre no tenia horario ni rumbo prefijado. Podía estar en casa, como no pisar por allí en varios días, el era el dueño de todos nosotros, y por lo tanto no concebía dar una explicación, aunque fuera un simple comentario de hecho esto o lo otro o de donde andaba, aunque sospecho teniente, que fue lo mejor que pudo hacer, no decirnos en realidad lo que hacia. 

Solo a mi hermano Florencio, que es un calco de mi padre, a quien intenta hacer un clon de si mismo, lo llevaba de un lado a otro, comparte algunos secretos, no creo que muchos, pero algunos si y se lo lleva de cacería a la finca del conde y hasta de putas. Si teniente, cuando su hijo primogénito, no había cumplido los 16 años, decidió como parte de su formación patriótica o espiritual, vaya usted a saber, llevárselo a un tugurio de mala muerte que había en Quesadillas y meterlo en la cama con una prostituta, que según mi hermano, la pobre mujer era muy vieja y estaba casi desdentada, seguro que era la más barata.

 

Conmigo no lo intentó, esa es la verdad, cosa que agradezco, pero con mi hermano Florencio, si tenia un cierto entendimiento, y sobre todo se comprendieron muy bien, cuando empieza el boom inmobiliario en el pueblo y literalmente se forran los dos, bueno, más mi padre que nadie.

 

Yo tuve la suerte de tener un buen maestro de escuela, además de las clases de refuerzo que cada verano hacia por las noches con el padre de Miguel, que era un hombre bueno e inteligente. Como sacaba unas muy buenas notas, me dieron una beca a los 14 años y me fui a estudiar bachillerato a Aranjuez, a un instituto enorme donde había internado. Le puedo garantizar que no eche de menos la casa de mi padre ni un solo instante, solo recordaba a mi madre y a mi hermano pequeño Damián y por supuesto a Jacinta. Fíjese, teniente, que triste es decirle que solo volvía a casa en semana santa, verano y navidades, prefería estar en un internado, solo en muchas ocasiones.

 

Después estudie para ATS (Enfermería), aprobé la oposición y saque plaza en el Miguel Servet de Zaragoza, donde he estado hasta que me he jubilado, aquí me casé y he sido una persona muy feliz junto a mi mujer, Dori, que falleció hace dos años.

 

-       Pero supongo que usted querrá saber, lo que yo puedo conocer o intuir de la casa de los alemanes y sobre todo de la desaparición de Miguel, ¿me equivoco?

 

-       No, no se equivoca, pero después de hablar con Lucia, la hija de Felisa, conozco su participación en la salida a toda prisa de esta familia de Navahonda, pero le escucho en algo que me pueda ayudar a tejer con más criterio la historia de todo esto.

 

-       Solo le puedo decir, que mi padre y su primo Gervasio, que era una especie de machaca, guarda espaldas o matón a ratos, eran capaces de todo y lo único que me extrañaría es que ellos no fueran los responsables directo de las desapariciones y desde luego de la muerte de Miguel. 

 

-       ¿Tiene alguna prueba o algo que pueda ayudarnos en su afirmación?

 

-       Ninguna, lo que si recuerdo, es oír hablar a mi padre con mi hermano, diciéndole que tenían que clausurar” la bodega”, por lo tanto mi hermano Florencio si conocía el lugar y me imagino lo que allí había. Y también recuerdo a Justo el enterrador, asustado, dando vueltas a la boina entre sus manos, hablando con mi padre, yo estaba escondido y lo escuché perfectamente, diciéndole que no podían tener aquellos cuerpos allí, me imagino que se referiría a los que luego supimos que habían enterrado en secreto en el cementerio.

 

Después de un buen rato, con más anécdotas y curiosidades de la despiadada vida de aquel hombre que fue su padre, Sebastián, le cuenta que dejó de hablar a su padre, cuando este casi mata a su hermano Damián porque, y cito textualmente, “le había salido un hijo maricón”. 

 

-       Aquello, - dice Sebastián- solo tuvo un efecto positivo, a través del dichoso conde de Yeltes, meten a mi hermano en la escuela de suboficiales de la marina, para hacerle un hombre, ya sabe y este cuando sale y le destinan en Mallorca, llega al pueblo en un coche, entra en casa y le dice a mi madre, haz la maleta que nos vamos.

 

-       Que valiente, por enfrentarse así a su padre.

 

-       Yo no estaba, pero mi madre me lo contó unas cuantas veces. Mi hermano Damián, con una pistola en la mano, y muy tranquilo, sin apenas levantar la voz, le dijo a mi padre: lo que más deseo en el mundo es matarte, así que si quieres darme un motivo, con uno solo basta, y te juro por mi madre que te mato con mi mejor sonrisa en la boca, hijo de puta.

 

-       Mi padre y mi hermano mayor querían sujetar a mi madre, pero la cara de Damián, les ahuyentó de tal posibilidad, además y esto es lo que más me gusta de Damián, que es muy inteligente, se despidió de ellos diciéndoles: “No vayas a la guardia civil para denunciar la desaparición, porque ella no es tu mujer, y se puede ir cuando quiera, ya lo he consultado, y si fuerzas la situación te puedo denunciar por secuestro. Eso dice mi abogado, que te manda recuerdos; Juan Pizarro-Strata.”

 

-       Mi madre salió de aquella casa con una maleta de cartón que yo había utilizado para ir al internado y sin mirar atrás. A los pocos días, yo pude ir a Mallorca a verlos y le puedo asegurar que casi no reconocí a mi madre de lo cambiada que estaba, nunca la he visto tan guapa.

 

Sacha Ortiz, atendiendo a las razones que le explica Sebastián Lominchar, renuncia a hablar con su hermano menor Damián, quien según él en nada puede ayudar a esclarecer unos hechos que le pillaron pequeño y distante. 

 

Los mineros – familia “los verbenas”

 

La teniente Sacha Ortiz, tiene claro que la participación de los mineros en lo referente a los cadáveres en la cripta de “Los Nibelungos” es algo tangencial y poco le puede aportar. Aunque, su máxima como profesional siempre ha sido no dejar ningún hilo suelto aunque este parezca poco relevante.

 

Dolores la hermana de Miguel Robledo Campano (Miguelito), le insistió en que solo los mineros de la familia “los verbenas” que eran oriundos de Navahonda, todos ellos formaban, junto con más personal, la cedula comunista descubierta por la guardia civil, podían aclarar el punto de quien pudo realizar el dibujo de la cripta y quien se lo entregó a Miguelito 

 

La mina de magnesita, está enclavada entre los términos municipales de Navahonda y Zarzaluego, aunque geográficamente hablando esta mucho mas próximo al núcleo urbano de este ultimo pueblo.

 

La mina se abre, inicialmente a modo de prueba, no había garantías suficientes sobre su potencial real, en los primeros años del siglo XX, por una empresa mixta española y francesa, y son los ingenieros franceses los que dirigen técnicamente su explotación, excepto durante los años que duró la segunda guerra mundial.

 

Este mineral tuvo durante la segunda guerra mundial un papel importantísimo, para las construcciones de aviones y otros equipamientos y  maquinas de guerra. 

 

Durante los años de mayor explotación, desde 1930 a 1970, en la mina trabajaban una media de casi doscientos hombres en tres turnos. La mayoría de estas personas vivían y eran originarias de Zarzaluejo, excepto la familia de “los verbenas”. Esta extensa familia había llegado desde Navahonda, nada más acaba la guerra civil, sencillamente huyendo del dominio de Florencio Lominchar y los suyos de todo el pueblo y de las pocas oportunidades de trabajo que allí había, que aunque excasas, a esta familia nunca les llegaba.

 

Los dos hermanos, Ramon y Rufino, aunque muy jóvenes, habían pasado por cárceles y campos de concentración. El padre de ambos y dos de sus tíos, habían sido fusilados por los vencedores y su madre, había sufrido el escarnio de ser rapada al 0 y paseada en un burro por el pueblo, entre las risas forzadas de unos vecinos que eran alentados y vigilados por el grupo de adeptos de Florencio Lominchar, quien disfruto del “espectáculo” desde el balcón de la casa consistorial.

 

La silicosis, esa enfermedad tan minera como mortífera, acabó con ambos hermanos a edades que hoy parecerían excesivamente tempranas. Ramón, el mayor de los dos y más testarudo que un buey, al borde la muerte, aguanto hasta el día 21 de noviembre de 1975. Ese día, a pesar de sus escasas fuerzas, sonriente, se despidió de su mujer e hijos y sus ultimas palabras se las dedicó al dictador que había muerto tan solo 24 horas antes: “jodeté cabrón que la parca te ha venido a buscar antes a ti que a mi”.

 

Dos de los hijos de Ramon, siguieron trabajando en la mina hasta su cierre y uno de ellos se llama como su tío, Rufino, era, según confesión propia, el contacto con Miguelito.

 

-       Mi padre, mi tío y cuatro o cinco mineros más, además de el ingeniero francés Sr Bolois, montaron la cédula comunista y fueron ellos, los que dieron cobertura a un francés que se hizo pasar por ingeniero, y que desapareció misteriosamente, refiriéndose a Benjamín Ference..

 

Desde el exterior, el partido se pone en contacto con esta cedula para que intenten averiguar si es cierto que los nazis huidos de la segunda guerra mundial han conseguido amparo y protección en una finca de Navahonda. Y en ese momento aparece en escena, el falso ingeniero francés, Benjamín Ference, desaparecido después de una corta estancia.

 

-        Todo Navahonda sabia como se había expropiado aquella finca y estando Florencio Lominchar por medio, pues nada podía ser casual. El dineral que costó, la discreción de todos los que trabajaban en ella y el dominio absoluto de todo el proceso del tal Florencio ya había alertado a los enemigos del régimen, que eran muchos, pero pocos dispuestos a jugársela. Como mi padre y mi tío.

 

El francés, el ingeniero falso (Benjamín Ference), logra cierta información a través de algunas personas que trabajaban en la finca, y este se reúne con la gente del partido en la mina y les explica todo el entramado de auxilio y apoyo a los nazis. 

 

-       La información era valiosa, pero insuficiente, había que conseguir más pruebas para sacar la información de España y publicitarlo en el extranjero para que esto sirviera para darle un golpe muy fuerte al régimen de Franco, frente a las potencias que habían luchado contra el nazismo e intentar apresar a esos criminales de guerra que era obvio se refugiaban o transitaban por allí.

 

Pero el problema era el miedo, mi padre y mi tío, hablaron muchas veces con Felisa, una de las mujeres que trabajaban en la casa que había sido miembro del partido y ellos conocían muy bien, pero no podía hablar, estaba atada de pies y manos e insistía que ellas solo, limpiaban y atendían a la cocina, no tenían trato alguno  con aquellas personas, que evidentemente eran alemanes en su mayoría.

 

-       El ingeniero francés falso (Benjamín Ference), recibe la información que la gente de Florencio Lominchar haba enterrado en secreto dos cuerpos en el cementerio municipal, para luego volver a llevarlos a la finca, donde algo se había construido para depositar allí estos cuerpos. Además, y esta información se la proporciona Felisa, uno de ellos es un alemán que murió al poco de llegar a la finca y el otro cuerpo, era el de una mujer inglesa, luego hemos sabido que era una agente judía, que descubrió lo mismo y desaprecio, aunque todos hemos dado por hecho que la mataron para que no saliera de Navahonda viva.

 

-       Según mi padre, el francés se pone nervioso y decide actuar por si mismo, el había propuesto entrar en la finca, pese a la vigilancia que tenia Florencio montada allá y se le pide prudencia y esperar una oportunidad, pero mi padre y mi tío, tuvieron la idea, hasta el ultimo día de sus vidas, que el francés entró en la finca y allí le cazarón.

 

-       Es posible, dice Sacha Ortiz – pero hablemos del papel de Miguel en todo esto.

 

-       El padre de Miguel fue miembro del partido, mi tio, que era amigo suyo, trata de contactar para meterlo en la cedula, pero el se niega, esta cansado y el hombre llevaba una carga de sufrimiento muy grande. A las pocas semanas, jugando yo un partido de futbol en Navahonda, se me acerca Miguelito, que yo conocía de siempre. Miguel era más joven que yo, pero me dice muy serio, que el promete ayudar “a los nuestros” siempre que su padre no se enterase.

 

-       Mi padre y mi tío, sabían que el camarada francés, había hablado con Miguel, así que no fue difícil convencerles de que Miguel podía ser muy útil para obtener la información y alguna prueba de lo que se cocía en aquella finca.

 

Miguel detalla personas, algunos nombres de alemanes y relata el día a día en la finca. Florencio Lominchar está muy encima de él y tiene miedo,

 

 No pasa mucho tiempo hasta que el gran secreto, Miguel ya les había hablado de la misteriosa “bodega”, muestra un resquicio de luz que hace renacer las esperanzas de poder probar algo de lo que en realidad es aquella gran casa de estilo alemán.

 

-       Recuerdo que Miguel me deja la señal convenida de “quiero verte” en el sito habitual. Eran tres piedras que formaban una figura determinada en el cruce del camino que va hacia la finca o hacia Zarzaluego. Esa tarde noche, me acerco, yo era su contacto, y me escondo detrás de la gran encina que había en la dehesa cercana, que todos conocemos como “el portachuelo”, - explica Rufino-. Miguel llega corriendo y me dice que “el moro malo” ha muerto”.

 

-       Si ya se a quien te refieres, -continua, por favor-

 

-       Florencio le ha dicho al otro guardia de la finca, a Amín, con el que Miguel si tenia confianza y buena relación, que hay que quitárselo de en medio urgentemente. Amin, le pide que se haga un entierro respetando su rito islámico y al parecer Florencio de muy malas formas, le dice a Amín: “o lo bajas tu al hoyo o con cuatro gavillas de leña lo quemo yo, tu verás”.

 

-       Y Amin se enfadó, ¿verdad?

 

-       Así es, y en su indignación, le cuenta a Miguel, que en el hoyo, que es “la bodega” hay enterrados alemanes y unos cuantos que no lo son, en un tumba de ladrillo, tirados unos encimas de otros de mala manera, y es ahí donde Florencio quiere meter a su hermano de fe y para Amin eso es intolerable.

 

-       Miguel se muestra eufórico, porque por fin sabemos que aquello es un cementerio secreto y donde él cree que están los cuerpos de las dos personas desaparecidas; la inglesa y el ingeniero francés falso. Amín le describe como esta montado en su interior y cuando me lo cuenta y yo se lo digo a mi padre y mi tío. La información llega al partido que  pronto nos contesta si podemos aportar alguna plano, foto o algo del lugar.

 

A los pocos días, Miguel traslada la información que en la finca están todos muy nerviosos y que Amín esta muy nervioso y solo hace que despotricar contra Florencio y el conde. Miguel presiona a Amín, con algo que es verdad, “cuando tu te mueras iras al mismo sitio”, pero Amín calla y su ira va creciendo en su interior y también un plan que va tomando forma, cuando su amante, una viuda quesera que le había presentado precisamente Miguel, le propone huir los dos a Francia.

 

Su relación ya es pública en Quesadillas y ella empieza a parecerle insoportable seguir por mas tiempo en aquel pueblo.

 

-       Miguel tuvo una idea genial – prosigue Rufino su relato-. Amín le había enseñado un retrato de su novia, pintado con un simple lapicero en una hora cuaderno y le pareció que Amín había conseguido un dibujo que se parecía bastante a aquella mujer.  Amín, le dice a Miguel que quiere irse de allí, pero la tenebrosa sombra de Florencio y sus contactos con las autoridades le preocupan. Al final después de muchos días de tanteo Miguel, logra sonsacarle su elaborado plan de escapar con su novia con destino a Francia. 

 

En ese plan había un problema; el tiempo hasta que alguien se diera cuenta que Amín había desaparecido. A Miguel se le ocurre, que la guardia nocturna de un sábado, el domingo Florencio no iba casi nunca a la finca, podía hacerla él, haciéndose pasar pr Amín. 

 

Poniéndose sus ropas, cogiendo su escopeta y al perro, que conocía y obedecía a Miguel, y haciendo las rondas como las hacia el guardián, de tal forma que Amín tendría más de 24 horas, como mínimo, hasta que se detectase que había desaparecido.

 

A cambio Miguel, le pide que le haga un dibujo lo más real posible de lo que hay en “la bodega”.

 

-       Ese fue el trato, y así es como Miguel consiguió el dibujo que llegó a nuestras manos y que jamás dijimos a nadie, de donde había salido a pesar de las torturas a las que sometieron a mi padre y a mi tío, cuando la guardia civil nos descubrió, unos meses después.

 

Cuando se descubre la desaparición de Amín, Florencio Lominchar monta en cólera y envía el aviso al conde de Yeltes y este mueve todos los hilos y resortes policiales para localizar al individuo que le ha traicionado, según su lenguaje y poco más tarde al saberse que su novia también había desaparecido, a la pareja.

 

Todo parece indicar que la pareja de fugitivos, logró pasar la frontera y escapar de las garras de sus perseguidores. 

 

Esa desaparición es la que provoca una mayor presión de la guardia civil en la zona.

 

-       Alguien y nunca hemos sabido quien, da el chivatazo del grupo comunista y en una reunión clandestina en casa del ingeniero francés, nos caen encima y alli es donde dan con el famoso dibujo de lo que usted teniente llama la cripta.

 

 

-       ¿Porque Miguel no cae con ustedes, tiene que pasar meses hasta su desaparición?, - pregunta Sacha Ortiz –

 

-       Porque Florencio Lominchar sabía que Miguel no podía dibujar algo tan exacto y perfecto como aquel dibujo, eso es lo que le salvó al principio. Tenga en cuenta que la suplantación en aquella guardia nocturna que hace Miguel cuando Amín huye, tampoco se supo entonces, eso nada más lo sabíamos mi padre y yo, ni siquiera a mi tío se lo dijimos. Las torturas hacen hablar al más corajudo de los hombres, teniente.

 

-       Y dígame Rufino, ¿que provoca la desaparición de Miguel?

 

-       Le voy a contestar, con lo que me dijo Miguel, semanas antes de su desaparición. Miguel una noche ve como bajan un cuerpo a la cripta, el estaba ayudando a parir a una yegua y eso la alemana, Frau Tilly, creo que se llamaba, lo sabia. Miguel me confiesa que tiene miedo y que Florencio ya le mira con mirada escrutadora, lo tiene encima todo el día, pegado a él.  Yo creo que Florencio ató cabos y lo poco que se fiaba de él, dejo de hacerlo y decidió zanjar el asunto de la única manera que este energúmeno sabía, matando.

 

-       Ustedes supongo conocían al grupo de canteros que hablaron con Miguel la tarde que el volvía de El Escorial, de hecho, son las ultimas persona que le vieron, ¿no?

 

-       Si, a Julián Álvarez y a los suyos los conocíamos y algunos de ellos eran camaradas nuestros. Ellos voluntariamente prestaron declaración, pero nada se tuvo en cuenta, a Miguel lo mató Florencio Lomincha, yo no tengo duda alguna, y le diré una cosa más. Su primo Gervasio estaba ya mayor y enfermo, que era su verdugo, el hombre que se manchaba las manos de sangre, así que no dudo que en esta ocasión le ayudara su propio hijo, el mayor, Florentino que es otro hijo de puta como su padre.

 

-       ¿En que se basa para decir esto?

 

-       En algo que no se me olvidara en la vida, la sonrisa socarrona y despreciable con la que este tipo despidió a Julián Álvarez, y a parte de sus canteros, el día que fueron al cuartel de la guardia civil a declarar, yo los acompañaba.

 

-       Le comprendo, pero me temo que esto no es una prueba solida contra él.

 

-       Puede preguntarle a Julián, aun vive.

 

-       Lo haré.

 

Sacha Ortiz pudo comprobar por boca de Julián Álvarez, que todo lo que dijo ante la guardia civil en su declaración y lo que Rufino “el verbena” le había descrito como ocurrido el día que declararon a la salida del cuartel, cuando se encuentra frente por frente con Florencio hijo, lo mantenía y le dio su palabra, “la de un viejo comunista a punto de morir.”

 

 

Los puntos sobres las íes

 

 

Después de una intensa búsqueda, el ADN, había confirmado que los restos de Benjamín Ference (el falso ingeniero francés), eran parte de los encontrados en el catafalco central de la cripta de “los Nibelungos”.  Sus parientes en Francia, se prestaron de inmediato a realizarse la prueba y con los resultados definitivos, por deseo expreso de sus familiares, sus restos fueron repatriados a su ciudad natal, donde ya reposan en el cementerio judío.

 

Los otros tres restos humanos, uno de mujer y dos de hombre no tenían identificación, aunque Sacha Ortiz tenía muy claro que la mujer era “la inglesa”(Tuvia Friedman) desaparecida en Navahonda y otro pertenecía al “moro malo” (Muley el-Abbás). 

 

¿pero y el quinto?

 

¿a quien pertenecen esos restos humanos?

 

Los dos esqueletos pertenecientes a hombres, tiene características muy diferentes, uno de ellos debió pertenecer a un hombre de estatura baja y de compresión delgada y lo que es más importante, este hombre habría debido sufrir un cáncer múltiple, que también le afectó a parte de su estructura ósea.

 

Con estos datos, la fisonomía y causa probable de la muerte del “moro malo”  (Muley el-Abbás) se ajustaban como anillo al dedo.

 

El quinto esqueleto, pertenecía a un hombre más bien alto, en torno al metro ochenta de estatura, de complexión fuerte, pero de edad avanzada, entre 50 y 60 años y sus restos indicaban que su muerte fue la más reciente en el tiempo, en torno a 30 años atrás, de todos los cadáveres que se encontraban en el catafalco. 

 

Las tibias, ambas, de estos restos estaban fracturadas. Según el informa de científico, la fractura se produce por aplastamiento, como si hubiera pasado por ambas piernas un vehículo o similar que las hubiera quebrado en su totalidad. Aunque la muerte se produce, con absoluta seguridad, por la grave lesión en el cráneo, que  presentaba en su base de la zona occipital, una fisura horizontal que podía haberse producido por un fuerte golpe en una caída, como hipótesis más verosímil para los investigadores..

 

El coronel Carlos Pintado, jefe de la unidad (U.C.O), sigue parapetado tras su esplendido mostacho, sentado en la mesa de su despacho, lee con atención el informe preliminar que ha elaborado la teniente Sacha Ortiz.

 

Cundo termina, se quita las gafas que utiliza para leer, resopla levemente, levanta la cabeza mirando al techo unos imprecisos instantes y fija la mirada en Sacha Ortiz, que intuye que lo que viene a continuación no le va a gustar nada.

 

-       Este caso lo tenemos que cerrar, no podemos perder más tiempo Sacha y tu lo sabes, el quinto esqueleto, es un caso perdido, es imposible reconstruir más la historia de lo que tu lo has hecho, aquí los secretos de muchas décadas se han ido a la tumba con las personas que vivieron aquello en directo.

 

-       Mi coronel, yo solo le pido un tiempo extra, no mi dedicación exclusiva al caso, para ver si este quinto esqueleto, le podemos poner nombre y causa. Tenga en cuenta que según el informe es el más reciente de todos.

 

-       Teniente, no puede ser, esto es como averiguar quien fue en realidad el quinto de los Beatles, que nunca existió. Caso cerrado y no se hable más.

 

A Sacha Ortiz le costo lo suyo entender el ejemplo que el coronel Pintado había puesto para cerrar a un caso, que le producía dolor e indignación. 

 

Solo la injusticia de las leyes y los tribunales franquistas que llevaron ante el pelotón de ejecución a una persona inocente (el alcalde Juan Pizarro-Strata), es de por si los suficientemente grave como para haberle dedicado todo su esfuerzo, y en esa mínima parte se siente reconfortada, porque su nieto ha podido conocer una realidad que llevaba décadas pintadas de un color impostado y falso.

 

Además, el régimen tan poderoso como asequible para la sutil manipulación de quienes lo controlaban, no se conformó con su vil asesinato, disfrazado de ajusticiamiento y expropiaron torticeramente una propiedad que tenia un destino prefijado por quienes al margen de cualquier ley y de la razón ejercían un poder sobre todo y todos desmesurado y zafio.

 

La complicidad del estado español con todos los criminales nazis huidos que por allí pasaron, fue más allá de una mera ayuda basada en la recompensa por favores pasados. Allí tuvieron un refugio de lujo y una cobertura que los convirtió en invisibles para el resto del mundo e inviolables ante cualquier ley o requerimiento internacional. La protección de las autoridades españoles llegó a extremos tan incomprensibles como facilitarles todo tipo de documentación falsa, facilitar su entrada y salida del país y hasta garantizarle s una muerte y enterramiento dignos, tan lejos de sus propias actuaciones en el horripilante holocausto que provocaron y ejecutaron sin el más mínimo atisbo de piedad y humanidad. 

 

En su delirio de crueldad y sinrazón, las personas que ostentaban el poder real del estado español, permitieron y cubrieron el asesinato, al menos de dos personas, que llegaron a Navahonda buscando respuestas a la desaparición de cientos de criminales nazis en busca y captura internacional.

 

Si algo permite la historia es ajustar impunidades que nunca debieron existir y aunque no se pueda reponer la vida y el sufrimiento de tantas personas envueltas en los hechos que se había producido en la finca de “Los Nibelungos”, ella creía que la sociedad y los familiares de estas personas tienen todo el derecho a conocerlo, con las debidas garantías.

 

Esto no podía quedar así, en un. caso cerrado.

 

Había que poner muchos puntos sobre las oes.

 

-       Víctor, soy Sacha Ortiz, solo una pregunta ¿te apetece escribir un tercer libro sabiendo casi toda la verdad de la historia de Navahonda?.

 

Víctor Herránz, en su cabaña en el alto del monte, queda extrañado, pero una sonrisa se le abre paso poco a poco.

 

El comienzo del tercer libro sobre Navahonda 

 

 

 

A Víctor Herranz, le costó muy poco empezar e ir completando capitulo a capitulo del tercer libro que escribía sobre la historia de Navahonda, esta vez, tenía el reto de buscar un titulo donde la palabra “nazi”, apareciera. En sus primeros folios escritos tras más de veinte horas de entrevista con la teniente Sacha Ortiz, lo titulo “Los nazis en Navahonda”, pero no terminaba de verlo claro.

 

Los testimonios de los familiares de las personas que vivieron la posguerra y que estaban vinculados a la finca “Los Nibelungos”, fue para los entumecidos dedos, del periodista y escritor retirado, todo un reto, pero lo apasionante del relato le embargaba en un sinfín de buenas sensaciones que intentaba administrar y gestionar como las hacen los grandes corredores de fondo.

 

Las frecuentes llamadas de la teniente Sacha Ortiz, hacia pensar a Víctor Herranz, en la enorme frustración que sentía esta investigadora de raza. Como le costaba aceptar que no podía ser capaz y descubrir quien, y porque, aparece allí un quinto cadáver, en aquella tumba central, en aquel catafalco, que él bautizaría en su libro como la tumba del despiste.

 

Quien pintara la cruz gamada en lo alto de aquella tumba central, lo que pretendía era sencillamente confundir, como si aquellos restos pertenecieran a otros extranjeros vinculados con los perseguidos nazis que descansaban en los nichos individuales. La intención del autor de la pintura, claramente era jugar al despiste, pero en realidad en aquel espacio, unos encima de otros, descansaban una parte de las victimas, activas o pasivas, de todo aquello.

 

Víctor visitó la finca, con el permiso de su dueño, Juan Pizarro-Strata, el nieto del dueño original de la finca, que de nuevo se denominaba “los berrocales”. Bajar aquel espacio, a la cripta, fue un momento de cierta tensión, a pesar que allí ya no había quedado resto humano alguno, pero se percibía en el cerrado ambiente ese tufo, extraño y fantasmal que lo intimidaba.

 

Víctor, quiso, pero le fue imposible, entrevistar al hijo, que aun vivía, de D. José Fanat, el que fuera todopoderoso y gran artífice de la expropiación y construcción de la gran casa bávara, pero este y los hijos de este, se negaron en rotundo a comentar nada. Ya le había prevenido de esta rotunda negativa Juan Pizarro-Strata, y no se equivocó.

 

-       Aunque te parezca mentira, cuando el supremo nos dio la razón y nos devolvió la propiedad de la finca, el nieto del antiguo conde, nos hizo llegar a través de un conocido en común que tenemos, una advertencia para que no removiéramos el pasado. Esto me hace sospechar, que tanto él, como su padre si saben de sobra lo que aquí hubo y el destacado e imprescindible papel promotor y director del viejo conde. 

 

Víctor Herranz, sabe de sobra que con todas las pruebas y testimonios que tiene, el nombre del conde tiene que salir y desde luego no bien parado y a estas alturas de su vida le importa  más bien poco la destemplanza que parece tiene el nieto de aquel conde para con el pasado familiar, pero, más le vale preparase, piensa Víctor Herranz.

 

El camarero del bar “la Plaza”, en Navahonda, sigue allí, al frente del negocio y cuando Víctor le pide el café solo doble sin azúcar, se le queda mirando, ya han sido unas cuantas las paradas y aquel hombre retiene las caras de los que por allí pasan con tanta facilidad como pestañea.

 

-       Otra vez por aquí – le dice, con una sonrisa franca y abierta-

 

-       Así es, pero esta vez he venido a verle a usted, que seguro me va a iluminar en mis dudas históricas. Estoy en una fase donde las tinieblas acechan y esto no es bueno para un escritor.

 

-       Ya me imagino ya.

 

Cuando Víctor le indica, a grandes rasgos, cuál es su proyecto del libro que ya ha iniciado, el camarero permanece callado, hace ademan de rascarse el cogote y luego le pide silencio con el dedo.

 

Víctor Herranz, pese a su veteranía, siente el cosquilleo de la intriga y espera pacientemente.

 

Un grupo de tres hombres ataviados con monos azules de trabajo, con mas grasa que la funda de un jamón, a sus espaldas se puede leer “Talleres Navahonda”, han terminado  su conversación, podrían haber sido tres barítonos, piensa Víctor, por el elevado tono de la misma , apuran sus copas, que huelen a coñac,  pagan y se despiden del camarero

 

-       Adiós Ignacio, hasta luego.

 

El bar “la Plaza” queda vacío y el camarero, Ignacio es su nombre como acaba de descubrir, empieza a hablar.

 

-       Yo soy sobrino de una mujer que trabajó en aquella casa muchos años, hasta que tuvo que salir corriendo del pueblo.

 

-       ¿de Felisa Passtor?

 

-       La misma. Mi prima Lucia trabajaba aquí misma, esto era una tienda de comestibles que tenia mi padre, luego lo transformamos en bar y aquí seguimos, pese a los hijos de puta de “los malqueríos”, buenos no a todos, que buenos también los hay. Me refiero, aunque seguro que ya lo sabe; Florencio Lominchar, padre e hijo que los otros dos hijos no han sacado la sangra negra de estos dos.

 

La conversación dura un. par de horas, con algunas interrupciones, después, cuando la tarde amenaza con marcharse hasta el día siguiente, los parroquianos empiezan a llegar y las seis mesas del bar, se llenan de personas que empiezan a mover, fichas de domino o a repartir cartas grasientas sobre tapetes verdes que el paso del tiempo y tanto naipe de aquí para allá han desgastado.

 

Cuando termina la conversación Víctor Herranz, con las indicaciones de su nuevo amigo y confidente, Ignacio, toma la calle que sale del pueblo en dirección al pueblo limítrofe del Valpinares, a unos pocos cientos de metros del casco urbano del pueblo una bien diseñada y enorme entrada de piedra, rodeada de una frondosa arboleda anuncian la urbanización “los lominchares”. 

 

-       Vaya nombre, para dejar huella, - se dice Víctor mientras que atraviesa el bonito conjunto de la entrada-

 

El morbo periodístico no permite a Víctor Herranz, pasar de largo y darse la vuelta en la rotonda que se adivina a lo lejos, entra en la urbanización y descubre asombrado el enorme numero de chalets existentes y la amplitud de las viviendas y parcelas existentes. 

 

-       Joder que lujo, - se dice Víctor mientras deambula por la enorme superficie del recinto-

 

En lo que supone es el centro de la urbanización, una enorme glorieta se abre y es el inicio de cuatro amplias calles que dividen la lujosa urbanización. En esa bien decorada plaza, unos parterres preñados de flores rodeados de un césped bien cuidado, hacen del lugar un sitio que invita a la calma y la relajación.

 

Allí permanece absorto durante un tiempo que no se atreve a valorar, el viejo periodista y escritor, hasta que sus ojos se posan en una enorme construcción que se adivina en uno de los ángulos que unen la plaza y una de las avenidas. Tras una alta barrera vegetal formada por un revoltijo de verdes enredaderas y madre selva, por encima del enorme seto, se distingue una gran casa pintada de ocre, de grandes ventanas que los sobrevuela un inclinado tejado de pizarra e inmediatamente delante de esta, un alto mástil blanco, permite ondear una enorme bandera roja y gualda.

 

-       Vaya, otros que quieren que se sepan que son españoles, no como el resto..

 

Víctor, apaga el motor de su coche, baja y se dirige hacia la puerta de entrada de la finca, aun no sabe muy bien lo que esta haciendo, pero sin pensárselo si quiera, llama al portero automático, que adquiere vida lanzando una potente iluminación.

 

No tiene que esperar mucho cuando una voz femenina rompe el silencio del lugar.

 

-       ¿diga’

 

-       Buenas tardes, estoy preguntando por Florencio Lominchar, - dice Víctor-

 

-       El señor no recibe – el acento sudamericano, le hace pensar que al otro lado del interfono hay una persona que presta servicio en la casa-, cualquier cosa debe ponerse en contacto con su nieta Celia, señor.

 

-       Muy bien, pues le dejo una tarjeta en el buzón, dígale por favor que se ponga en contacto conmigo, soy un escritor, creo que ella me conoce. Gracias.

 

Víctor Herranz, vuelve hacia su coche con una sonrisa en el rostro, la vieja intuición periodística que le decía esa casa debe ser la del hijo de Florencio Lominchar ha funcionado, eso si, contaba con la descripción de su nuevo confidente, Ignacio del bar “la Plaza”:

 

-       Si entra usted en la urbanización enseguida va a saber cuál es la casa del capo Lominchar, ya verá.

 

Cuando Víctor, sale de la urbanización y antes de girar a la izquierda, debe esperar unos segundos para dejar pasar a dos grandes furgones que con el rotulo de Canal de Isabel II, pasan a gran velocidad.

 

Celia Lominchar, la nietisima como la llaman en el pueblo, vive con su abuelo desde su reciente divorcio. Historiadora, profesora de instituto con la jubilación a la vista en poco tiempo, y sin hijos, siempre tuvo una especial predilección por el abuelo y aquel devoto cariño era correspondido, por un hombre tan reticente al cariño, como la propia Celia dcie en ocasiones, tu abuelo has querido poco y a pocos durante toda tu vida.

 

Celia sabe de sobra que los hechos y la leyenda de su familia , aquel espantoso mote de “los malqueríos” lo odiaba como nada en el mundo, están más cerca de la verdad de lo que a ella le gustaría. La situación de su familia es sin duda la mejor prueba de ello.

 

Su abuelo, tuvo tres hijos, el padre de Celia, y su tío Paco y su tía María. Las visitas al abuelo por parte de sus hijos, incluido el padre su padre, son cada vez más excepcionales, casi son noticia. Sus primos, sencillamente llevan años sin ver a su abuelo, desde que se murió la abuela Elvira, quien era el alma de la familia y el pegamento que unía el carácter insoportable del abuelo con sus hijos y nietos. Ella a veces siente el vacío de aquella casa enorme cuyos ecos cada día la atormenta más.

 

Celia a raíz de la visita de la teniente de la guardia civil (Sacha Ortiz), tuvo alguna conversación más con su abuelo sobre algunas de las cosas que insinuó o se quedaron en el aire tras aquel interrogatorio que a ella le pareció excesivo para un anciano como su abuelo.

 

Sin en cambio, las conversaciones que con posterioridad ha mantenido con su abuelo, han dejado en ella un rastro de incertidumbre, que en modo alguno su abuelo ha sabido despejar, todo lo contrario. Su forma de zanjar algunos temas y el desprecio y la recrecida soberbia al hablar de unos y otros, no han hecho más que ahondar en la inseguridad sobre lo que ella pensaba que era la verdadera historia de su familia. 

 

La tarjeta con el teléfono móvil de Víctor Herranz, descansaba en la cómoda de su habitación desde hace unos días. Esa noche, durante la cena, había hablado con su abuelo y le había comentado la posibilidad de reunirse con aquel hombre, cuyos dos libros anteriores sobre el pueblo y su historia ya había leído, dejándole un sabor agridulce.

 

-       Ni se te ocurra, añadirá más mentiras y miseria a nuestro apellido, la envidia es más española que el pasodoble o los toros y a nosotros nos ha tocado ser los envidiados.

 

-       Por eso mismo abuelo, la mejor manera de que no mientan o manipulen es estando cerca de la fuente, por eso creo que sería bueno hablar con él para ver cómo quiere plantearlo.

 

-       Ni se te ocurra, perder el tiempo con ese mequetrefe, seguro que es un muerto de hambre.

 

Cuando Víctor Herranz respondió a su llamada y tras una larga conversación donde le mostró su intención de rescatar la verdad del olvido, dicho todo ello de una manera muy agradable y cordial, le propuso quedar para tomar un café a la tarde siguiente al salir del instituto y Celia se dejó arrastrar por aquella voz templada que le argumentaba con cuidado y prudencia, y eso es lo que la convenció.

 

A punto estuvo Víctor Herranz de llegar tarde a su cita con Celia Lominchar.

 

Ese mismo día, a media mañana, sonó su móvil.

 

-       Víctor, soy Ignacio del bar, ya sabes, oye ha pasado algo que creo que necesitas saber.

 

Un enorme colector del Canal de Isabel II, que lleva el agua desde un pantano cercano y pasa casi rozando el exterior de la urbanización “los lominchares”, ha sufrido una rotura gigantesca lo que ha propiciado un descubrimiento inexplicable. 

 

El desprendimiento de tierras que ha producido la salida de muchos miles de metros cúbicos de agua, ha dejado al descubierto parte de una construcción enterrada, hasta ahora, que podría ser algún tipo de casa o poblado muy remoto. Aunque lo que ha llamado la atención a los técnicos, que esa construcción esta partida por la mitad, porque sobre ella hay construida una de las casas de la urbanización “los lominchares”.

 

-       Para que lo entiendas Víctor, y me lo han dicho los del canal que han desayunado hoy aquí, al hacer los cimientos del chalet destruyeron parte de la construcción antigua y alguien, supongo que ya sabes a quien me refiero, con alguna pala excavadora cogió piedras, vasijas y lo que hubiera allí, y echo para el otro lado sin miramiento alguno.

 

Víctor se desplaza hasta Navahonda, donde ya hay algún periodista, hace unas fotos y habla con algún técnico de la comunidad que están inspeccionado aquellos restos. Se acuerda de un antiguo amigo periodista especializado en arqueología, lo llama y quedan al día siguiente para verse y dar una vuelta hasta el lugar.

 

Lo que allí ve, le impresiona, aquello parece algo más que una simple casa antigua o construcción muy antigua.

 

 

La historia siempre emerge a la luz, bueno, casi siempre

 

 

Víctor le había contado a Sacha Ortiz, al filo del mediodía, la noticia de los restos aparecidos en Navahonda y su previsto café con Celia Lominchar.

 

-       Me pareció una mujer que quiso no escuchar la realidad que yo ya tenía probada, así que no te auguro un gran futuro con esa interlocutora, por cierto, es una mujer guapa y agradable, en ese punto podrás al menos disfrutar de las vistas.

 

El encuentro entre Celia y Víctor, se produce, con apenas cinco minutos de retraso, la terraza acristalada que da a la estación de tren, es agradable y confortable y a esa hora tan solo un par de turistas con rasgos inequivocos del lejano oriente, su aspecto no ofrece duda alguna, ocupan una de las mesas cercanas.

 

De inmediato, se produce una evidente comodidad del uno con el otro, Víctor, explica todo el material y testimonios que dispone.

 

-       Celia, yo no pretendo juzgar a nadie, eso lo hacen otros, solo me gustaría conocer toda la tremenda historia que se vivió en aquella casa durante la posguerra y las consecuencias que tuvo para muchas personas que vivieron allí o anduvieron cerca y cuyas consecuencias supongo sabrás.

 

-       Si, Víctor, lo entiendo, pero eso no puede hacer a costa de la salud de mi abuelo, y por otro lado te puedo asegurar que en mi familia hay algunos temas que no diría yo son tabús, pero se esquivan cuando aparecen y la historia de esa casa y de mi bisabuelo son uno de ellos.

 

-       Por supuesto, lo entiendo, aunque él tiene algunas de las claves que me faltan, es la única persona que nos enlaza con aquel periodo, déjame que te diga como lo veo yo, y cualquier cosa que te incomode me lo haces saber, por favor.

 

El café, dura casi dos horas, antes de despedirse Víctor le cuenta la aparición, ese mismo día, de los restos arqueológicos.

 

-       Mañana estaré allí con un periodista experto en estas cosas, si quieres te aviso y lo vemos juntos, como es sábado a lo mejor puedes.

 

-       No lo sé Víctor, ya te dire.

 

Celia vuelve conduciendo quizás un punto más despacio de lo habitual, Víctor le ha removido algo por dentro. Un tipo extraño, aunque interesante; reportero de guerra, casado con una rusa que lo abandona, con un hijo que no es suyo realmente, comandante en el ejercito ruso, y jubilado con una paga suculenta de los fondos reservados del estado y vive en lo alto de un monte solo, cielo santo que raro es este tipo, piensa.

 

Se reconoce como desconcertada y además, todo lo que le ha contado parece producto de una seria investigación y ahora aparecen unos restos……

 

Cuando llega a casa, su abuelo está ya en la cama, Raimunda, la persona de servicio que trabaja en la casa desde hace unos meses, le dice que ha pasado una tarde muy mala, gruñendo, diciéndole a ella cosas desagradables y muy nervioso, sobre todo desde que se han enterado del socavón causado por el agua y de los restos que parece se han encontrado.

 

-       Vaya por dios, lo que nos faltaba Raimunda – le dice Celia-

 

Manolo Vidal, el periodista amigo y experto en temas arqueológicos, se queda realmente impresionado por lo que el agua ha sacado a la luz.

 

-       Víctor, aquí hay restos muy muy antiguos, me atrevería a decir del periodo ibero, los técnicos de la comunidad tienen trabajo, pero lo que me parece evidente, es que alguien los descubrió, los aparto para hacer el cimiento de esa casa y luego tapo el resto, calladito, ni mú.

 

-       Esta urbanización – le responde Víctor – por lo que me han dicho se hizo a finales de los años 60 y el constructor, un hombre ya muy mayor, aun vive.

 

-       Pues, me imagino que la comunidad pondrá el tema en manos de la fiscalía, pero yo por de pronto mañana lo publico en el periódico, con fotos incluidas, es un tema importante, porque por esta zona jamás se había descubierto vestigio alguno tan antiguo.

 

Celia, no atiende a ninguna de las dos llamadas que Víctor le hace al móvil. Supone que esta cerca en aquel enorme socavón, que esta mañana, antes que hubiera nadie, ha salido a ver y los restos de una construcción y un montón de piedras removidas le han dejado preocupada.

 

Manolo Vidal y Víctor, piden dos cafés en el bar “la Plaza”, Ignacio tiene hoy mucha clientela y se esfuerza en atender con prontitud y garbo de camarero antiguo, en su mayoría son  desconocidos.

 

Después de unos minutos de charla, Víctor deja un billete de cinco euros en el mostrado, mira a Ignacio y le dice:

 

-       Hasta otra Ignacio, ya nos veremos.

 

-       Espera, no te vayas, que tengo un recado para ti, déjame unos minutos que termino de servir a ese grupo del fondo y ahora te cuento.

 

Mientras Ignacio atiende a un grupo de excursionistas, Víctor se despide de Manolo Vidal.

 

-       Esta mañana ha venido a tomar café, un amigo mío de toda la vida. Felipe “el canchano”, así llamamos a los de esa familia. El y su hermano mayor, que también se llamaba Víctor, como tu, ya fallecido el pobre no hace mucho, trabajaron en la constructora del “malquerío”, (Florencio Lominchar), y en concreto en la urbanización y me decía que esta historia de los restos que han salido a flote, (je, je, se ríe de su ocurrencia) le ha hecho recordar algo que a mi me ha parecido extraño.

 

Después de escuchar el relato apresurado y entrecortado, hubo que cobrar a una pareja de técnicos, servir dos aguas y un vino blanco y tomar nota para una reserva de mesa a las 14.15 horas, para un arroz con bogavante, Víctor decide ir a la casa del tal Felipe “el canchano” y poder completar los eslabones en el relato apresurado de Ignacio y si puede, asegurar todas los puntos clave del mismo.

 

Víctor Herranz, se presenta en la bonita casa, muy cercana del bar “la Plaza”, donde reside el tal Felipe, junto a su mujer María, quien le ofrece enseguida un café o una copita, que el periodista rechaza amablemente.

 

El relato de Felipe “el canchano” se hace desde un hablar pausado, cachazudo, sin prisa, oro puro para quien precisa de detalles y ambiciona una historia con continuidad y contenido, así que Víctor solo le die quien es y porque esta allí.

 

-       Mi hermano Víctor, que en paz descanse, trabajó muchos años para Florencio “el malquerío”, era cantero, aprendió el oficio en Zarzaluego, aunque hacia de albañil cuando hacia falta. Yo cuando terminé la escuela, como no valía para estudiar me fui con mi hermano a trabajar, y el primer sitio donde lo hice fue en la empresa del ”malquerío”, en su urbanización.

 

Éramos muchos en la obra, son casi cincuenta casas las que se hicieron en diversas fases, pero la cimentación y la piedra de las plantas bajas la hizo todo mi hermano, conmigo de peón y con un hombre, que era de Palencia, amigo de la familia de “los malqueríos” que se llamaba Magín. Magín, además manejaba una pequeña excavadora de cadena, de las de aquella época.

 

-       ¿sabe usted Felipe, como llega Magín aquí al pueblo?

 

-       Si ya lo creo que lo sé. Magín había estado en la guerra muy joven, era del tercio, requeté y conoció, en algún momento, al padre de Florencio. Era un hombre seco, solitario y de pocos amigos, pero muy bueno trabajando y buen compañero para el corte. El decía que tenia un hijo con una prima suya, pero que no pudo casarse, cosas de las familias me imagino, allí en su pueblo, de donde las galletas Fontaneda, yo el nombre no lo recuerdo.

 

Había llovido mucho ese principio de primavera, y llevábamos retraso en la obra, “el malquerío” esta nervioso y de mala leche, aunque eso era lo normal en él, esa es la verdad y nos propuso trabajar sábados por la tarde y domingos por la mañana, en aquella época se trabajaba la mañana de los sábados, ¿sabe usted?. Mi hermano le pidió el doble de jornal para esas horas, pero él se negó, así que no fuimos a trabajar, pero Magín si lo hizo.

 

Terminamos el corte el día de jueves santo por la mañana, hasta la una y nos fuimos a casa de mi hermana mayor que vivía en El. Escorial y allí pasamos la semana santa, con ella y mi cuñado.

 

Magín estuvo trabajando el sábado y el domingo, porque hubo gente del pueblo que lo vieron trajinando, justamente en las dos casas que están al lado de donde se ha desmoronado el cerrillo por la rotura de la tubería del agua.

 

-       ¿Su hermano y usted hicieron la cimentación de esas dos casas – pregunta Víctor-

 

-       Mi hermano y yo lo terminamos, porque cuando llegamos el lunes a la obra, Magín había movido la tierra con la maquina y había echado unas primeras piedras, que se ponen abajo del todo atravesadas, en seco completamente, sin cemento ni hormigón. Esas piedras, no eran las que tenia cortadas y preparadas mi hermano, y ahora al ver las que al agua a descubierto las he identificado, esas piedras salieron de las ruinas que allí había enterrada y Magín habría descubierto con la maquina, pero hay algo más.

 

-       Perdone un momento Felipe, lo que me está diciendo usted, es que las piedras que puso abajo del todo Magín, eran del yacimiento, por lo que ha visto usted ahora. ¿no?

 

-       Si, así es. La solera, que así lo llamamos nosotros a esa construcción, se puso una primera hilera con esas piedras. Porque cuando nos fuimos, mi hermano y yo, de semana santa esas piedras no estaban, eso le doy yo mi palabra tranquilamente.

 

-       Perdone que le he interrumpido.

 

-       Pues a lo que voy. El lunes cuando llegamos, Florencio “el malquerío” nos dice que Magín ha sufrido un accidente el domingo y que se lo tuvo que lleva deprisa y corriendo al hospital a Madrid, que esta ingresado y que nos la tenemos que apañar sin él.

 

-       Un accidente trabajando en la obra, ¿supongo?

 

-       Si, aquí en la obra, que se había fracturado una pierna por varios sitios, eso fue lo que nos dijo.

 

-       El sábado cuando dejamos el corte y fuimos a por el sobre, el sueldo de la semana, mi hermano le pregunta “al malquerío” que sabe de Magín y este le dice que le han dado el alta y que se ha ido a su pueblo, para recuperarse. Esto nos extrañó mucho, porque Magín juraba en arameo cuando hablaba de su pueblo y de su familia. Así que mi hermano que era muy largo, le pregunta, por la dirección, para escribirle cuatro letras. Al “malquerio” aquello no le hizo gracia alguna, pero nos dijo que ya nos la daría, hasta la fecha.

 

-       ¿y sabe lo que hizo mi hermano?

 

-       Ni idea

 

-       Pues se fue a Madrid, al hospital de La Princesa, donde Florencio nos dijo que lo había ingresado, haciéndose pasar por cuñado de Magín, y allí nadie supo darles noticias de nadie que se llamara Magín y que llegase el domingo de resurrección con una pierna rota. ¿Qué le parece?

 

-       Curioso y sospechoso a partes iguales, amigo Felipe, pero dígame; ¿jamás volvieron a saber o ha preguntar por él?.

 

-       Si, ya lo creo, mi hermano le preguntó varias veces al “malquerío”, pero este ya nos dijo que Magín había decidido no volver más y que se había ido a vivir a otro sitio sin dejarle la dirección ni nada. Entre usted y yo, como dijo mi pobre hermano, “este se cree que somos tontos y nos chupamos el dedo”.

 

Después de aquello los dos hermanos “canchano” andaban ya con la mosca detrás de la oreja, cuando se finaliza la construcción de la urbanización de manera definitiva, Víctor el hermano mayor, se va a vivir y a trabajar a Madrid y se lleva consigo a su hermano. Felipe retorna a Navahonda unos años después, su hermano Víctor no vivirá nunca más en su pueblo.

 

-       ¿Recuerda usted el nombre completo de Magín?

 

-       ¿Hombre!, ya lo creo; Magín Salcedo, lo que no recuerdo si el segundo apellido era Gutierrez o Ramirez, pero el primer apellido estoy completamente seguro.

 

-       Pero, ¿de verdad que no quiere usted tomar nada?, insiste María, la esposa de Felipe “el canchano”.

 

-       No, de verdad muchas gracias, es usted muy amable.

 

 

Víctor Herranz, toma la carretera que le conduce en dirección a su cabaña en el monte, pero al pasar por la puerta de la rebautizada finca “los berrocales”, se aparta y hace una llamada de teléfono.

 

No obtiene respuesta alguna, pero deja el siguiente mensaje:

 

-       Tengo el presentimiento que puede que sepa quien es el quinto esqueleto de la cripta de “Los Nibelungos”.

 

 

Hasta los casos más difíciles, tiene su final

 

El coronel de la guardia civil, Carlos Pintado, jefe plenipotenciario de la U.C.O, escucha detrás de su enorme bigote las observaciones que la teniente Sacha Ortiz le hace, sobre el caso de la cripta de “Los Nibelungos”.

 

-       Mi coronel, lo que le propongo no es reiniciar el caso, si no sencillamente hacer una comprobación de ADN, localizar al descendiente directo que al parecer tenia Magín Salcedo Ramírez.

 

-       Teniente, lo primero es confirmar en el Registro Civil, si este señor figura o no su fecha de defunción, si como tu piensas, que va a ser negativa la comprobación, es decir, que este hombre a efectos oficiales, aun vive y tiene más de cien años, entonces podemos dar el paso de localizar a sus herederos genéticos.

 

El viaje a Aguilar de Campoo (Palencia), tiene para Víctor Herranz, un doble atractivo, acompañar a la investigadora, a la teniente Sacha Ortiz, que aprovecha y gasta tres días de permiso para no darse por vencida y por otro, tener la ocasión de repasar toda la información que la teniente ha ido obteniendo en su ardua y larga investigación.

 

-       El libro va tomando cuerpo poco a poco, siento el vértigo de la impaciencia y por eso te pedí que me dejaras acompañarte, así me quito de en medio un par de días y refresco la información y limo algunas aristas que no consigo suavizar en mi relato.

 

-       ¿Qué tal con la nietisima, Celia se llama, no? – pregunta Sacha Ortiz

 

-       Es una mujer entre dos trincheras abiertas y enfrentadas, el cariño a su abuelo y una cierta sensación de obligación para con él y la verdad o la tozuda realidad de los hechos pasados que como historiadora sabe que están ahí, y que tiene aspectos que ella intuye le van a hacer daño.

 

Víctor le cuenta que han tenido al menos un par de citas, donde con mantel por de medio han podido hablar con cierta calma y también con sinceridad. A Celia Lomichar, la historia de la casa alemana, ya le da un poco igual, pero ahora, el descubrimiento de las ruinas que, parece muy evidente, su abuelo trató de ocultar a toda costa, la han desconcertado.

 

Cuando el nombre de Magín Salcedo aparece en los labios de Celia, en formar de pregunta a su abuelo, recibe de este una contestación inusual para con ella.

 

-       ¿Estás loca o que te pasa, ahora te vas poner a buscar desaparecidos tu también?, mejor búscate un novio y cásate de nuevo, que te hace falta. 

 

Celia queda atónita y solo puede reaccionar después de unos segundos.

 

-       A lo mejor tu abuelo, necesitas a un cura para confesar, más que yo un novio.

 

Víctor Herranz, sabe que Celia esta esperando noticias del viaje que acaba de iniciar con la teniente Sacha Ortiz, al prospero puedo palentino, con verdadera ansiedad, quizás ella misma haya empezado a atar cabos de los extraños comportamientos y relaciones que han existido en una familia cuyo patriarcado ha sido duro e inflexible.

 

Su padre, arquitecto técnico, lleva semanas sin ir a ver al abuelo Florencio, lo mismo que su tía y su tío, que a su vez casi no tienen relación entre ellos y en pocas ocasiones con su padre.  

 

Celia también conoce la existencia de dos hermanos de su abuelo, a los que no ha visto en su vida y desde luego es consciente que en el pueblo, no son precisamente la familia más querida, al margen de su mote, tanto ella como toda su familia, no han tenido nunca vida social con gentes de la localidad.

 

-       La verdad Víctor, es que tu que has pasado unas cuantas veces por Navahonda, tienes más amigos que yo, que vengo aquí desde niña, esa parte, me las hecho ver tu, no era consciente de la soledad que parece lleva aparejada tener mi apellido. – le dice Celia en su ultima conversación-

 

Celia termina por confesarle que ni su padre, ni sus tíos han tenido relación con gente de su edad, estudiaron sierpe fuera y se fueron muy jóvenes del pueblo, pero es que ni los veranos les dio para hacer amigos, ¿curioso no?. 

Pero hasta su abuela Margarita, la mujer de Florencio Lomicnhar) que era de Quesadillas, cuando quería ir algún sitio o de compras, llamaba a sus amigas de ese pueblo, tampoco consiguió acercarse a nadie en Navahonda lo suficiente, aunque era una mujer agradable y simpática.

 

-       Creo que en el pueblo, os tiene tomada la medida, y no es de ahora, si no desde hace mucho tiempo, por no decir; de toda la vida, Celia – sentencia Víctor-

 

El viaje continuó, la mañana empieza a tomar forma y la conversación sigue en permanente repaso entre Víctor Herranz y Sacha Ortiz.

 

-       O sea que en el registro civil Magín Salcedo Ramírez, sigue vivo, pero sin en cambio lleva más de cincuenta años sin renovarse el DNI, no tiene tarjeta sanitaria, ni cuenta corriente en ninguna entidad bancaria en España, blanco y en botella – dice Víctor Herranz –

 

-       Eso parece, pero si no es por toda la información que ha recopilado mi gente, te aseguro que el coronel no me da permiso para reabrir el caso.

 

 

También el equipo de la teniente Sacha Ortiz ha descubierto, con la ayuda de la guardia civil de la localidad, unas cuantas personas relacionadas con las familias Salcedo y Ramírez, que son las que van a entrevistar vistiéndolas en sus domicilios, para intentar reconstruir la presunta paternidad de Magín Salcedo Ramírez.

 

El primer día de interrogatorios y visitas ha resultado un verdadero fracaso, nadie con los apellidos Salcedo o Ramírez ha conocido a ninguna persona que se llamase Magín. En una de las ultimas visitas, un domicilio particular en la calle de las Nieves, ante la insistencia de las llamadas, una vecina del inmueble, les pregunta a quien buscan.

 

-       Buscamos a Adolfo Roldan Ramírez señora

 

-       Uy, Adolfo, ya no vive aquí, vive en la residencia que hay al entrar en el pueblo.

 

-       Joder, me acabo de dar cuenta que no hemos tenido en cuenta a las personas que viven en residencias, mañana empezamos por allí.

 

El horario y las rutinas de la residencia de ancianos tienen vida y ritmos propios y normas que le confieren la capacidad de considerarse un mundo aparte. Hasta casi las diez y pico de la maña no pueden presentarles a Adolfo Roldan Ramírez, quien amablemente los acompaña con su andador hasta un enorme salón donde se acomodan en uno de los sillones.

 

-       ¿así que Magín eh?, les dice socarronamente aquel anciano pequeño y delgado, pero con una mirada viva que llama la atención a los visitantes.

 

-       Yo soy primo de su madre, pero nosotros no nos hablábamos con esa parte de la familia. Lo que si les puedo decir es que se mudaron a vivir a un pueblo cerca de aquí. Córbio que esta hacia el norte. Fíjese que nos enteramos que había muerto mi prima al cabo de los años. Así que ya me contara.

 

Quintanar de Córbio, fue en tiempos, cuando Adolfo era joven, un pequeño pueblo, pero ahora era una aldea de cuatro habitantes, ni uno más ni uno menos.

 

-       Nos hace falta un milagro, con todas las letras, para encontrar a alguien entre los cuatro habitantes que nos de una pista -  dice resignadamente Víctor Herranz en los últimos kilómetros de su viaje-

 

No tardaron mucho en recorrer las escasas calles y en llamar a las pocas puertas que parecían habitadas. Al fondo de la la única calle que podría denominarse central, se vislumbraba una construcción, que simplemente por su olor parecía una granja de cerdos.

 

En la segunda de las puertas que les abrieron, aquel hombre encorvado, de manera trabajosa, les dijo, vayan a la granja del fondo y pregunten por Joaquín.

 

Y allí encontraron a Joaquín, en plena faena, en una larga nave donde los gruñidos de cientos de lechones, unos pequeños cerdos que no paraban de correr sin ton ni son, hacían imposible cualquier atisbo de conversación.

 

-       ¿No se vuelve usted loco, todo el día aquí metido con este ruido? – pregunto Sacha Ortiz.

 

-       Loco no, pero si sordo, he perdido oído y en mi casa la tele parece un cine, de lo alta que la tengo que poner.

 

 

Cuando se identifican y le explican el motivo de su visita, Joaquín, se les queda mirando muy fijamente.

 

-       Ya se de quien me habla, pero será mejor que me esperen un rato, termino de abiar a los animales y les invito a un vino en mi casa y hablamos.

 

La pequeña casa de Joaquín, de un blanco encalado con algunos trienios de antigüedad, da muestras al visitante, desde que la puerta de la entrada se deja franquear, que aquel en rincón del mundo solo habita un hombre soltero o solo.

 

La cocina, aun mantiene las hechuras del principio del siglo pasado. Una gran chimenea, permite convivir a una hermosa lumbre, que Joaquín se apresura a encender nada más llegar, de sarmientos y chaparros, con dos pequeños banco de madera, a ambos lados del vivo fuego,  para ya sentados recibir el calor, tan necesario,  que generosamente regala a los visitantes y su dueño la leña que se inmola entre crujidos y alguna chispa saltarina.

 

Los vinos llegan a los visitantes en vaso de duralex verde, que también han debido de verter y trasegar lo suyo. Vino áspero, sin contemplaciones al que es fácil sentir su acelerado descenso por las entrañas, hasta su desembocadura en el estomago, que toma temperatura de forma inmediata.

 

Sacha Ortiz pone en antecedentes a un expectante Joaquín, que sin abandonar su mono de trabajo escucha con suma atención.

 

Joaquín luce media barba desaliñada entrecana, pelo enmarañado y un rostro de hombre bueno curtido por una vida a la intemperie. Aparenta, aunque posiblemente le importe bien poco, más de los 60 años que dice tener, y da muestras de una simpatía sin matices, propia y sencilla.

 

 

-       Yo supe quien fue Magín, cuando me quise echar novia – dice Joaquín- En estos pueblos pequeños, aunque a este el nombre de pueblo ya le viene grande, los vínculos familiares son tan habituales como el olor a ganado o a leña en invierno. Yo me enamore, como un tonto, de mi prima Reme, que era la moza más bonita de toda la provincia. Mantuvimos en secreto lo nuestro, hasta que yo me tuve que ir a la mili, y anda que me fui cerca, a San Fernando, Cádiz. 

 

-       No me digas Joaquín, que te toco servir en la marina, dice jocosamente Víctor Herranz –

 

-       Pues si señor, un mozo palentino, ¿Qué le parece?, bueno la verdad es que me harté de tanto océano, así que no he vuelto nunca más a verlo. Pues, como les decía, antes de irme hablamos con la familia, de lo nuestro, y entonces se montó la de dios es Cristo y la Reme termino viviendo en casa de una tía suya en Portugalete.

Mi madre, que era hermana del padre de Reme se echó a llorar como una loca, cuando mi tío le soltó de buenas a primeras – ¡¡otro lio de primos, con lo que tuvimos que pasar la otra vez!!.

 

 

-       Se referiría, supongo, a su madre y a Magín, ¿no?, pregunta Sacha Ortiz-.

 

-       Efectivamente, pero ni yo ni mi hermano sabíamos nada de esa historia. Lo peor parte se la llevó mi hermano cuando se enteró el pobre, que no era hijo de nuestro padre, si no de un primo de mi madre que había salido de naja cuando se enteró que estaba embarazada.

 

Magín era hijo de Orencio, un pequeño empresario minero de la montaña palentina, que fue alcalde un breve espacio de tiempo y que nada más empezada la guerra civil, los republicanos le fusilaron, sin más razón aparente que intenta salvar del paredón a un par de curas de la zona y de ser un ferviente católico.

 

Esta tragedia coincidió en la vida del joven Magín, con el anuncio de su enamorada prima hermana de su embarazo, el caso es que Magín, sale una mañana de casa y no volvió nunca jamás, tan solo durante la guerra, escribió dos cartas; una; cuando se incorpora al frente en una bandera requeté y dos cuando termina la guerra y donde en no más de seis renglones, les dice que se encuentra bien y manda recuerdos.

 

La madre y las tres hermanas de Magín, hicieron alguna gestión para localizarlo, pero nunca más volvieron a saber de él, ni tampoco la madre de Joaquín, Amparo.

 

-       Mi padre, era un agricultor, bueno y honrado y desde niño, era un poco más joven que mi madre, enamorado de ella. Jamás he conocido a un hombre que quisiera más a su mujer que mi padre.

 

En los pueblos, todo se sabe y pronto, les dice Joaquín, así que su padre, Eusebio, se enteró pronto que Amparo esta preñada y ató dimes y diretes y supuso de quien sin equivocarse.

 

-       Mi madre nos contó, después de aquello, que mi padre Eusebio se presentó de buena mañana en su casa y muy serio, con la boina dando vueltas ente las manos, le dijo: “Amparo aquí me tienes, a mi lado no te ha de faltar ni techo, comida y amor y unos brazos para acoger a tu hijo como mío, cásate conmigo y te haré feliz y si no que me muera aquí mismo”.

 

Eusebio cumplió - ¡como hay dios!, dice Joaquín- su palabra. Y el hijo que esperaba, nació dentro de una familia que con sus faenas y la dureza del oficio y el lugar fue feliz siempre.

 

-       Mi hermano German, ha vivido hasta hace muy poco, un accidente de trafico acabó con él y el hijo puta que lo mató sigue por ahí vivito y coleando, seguro – y las lagrimas se asoman casi incontenibles al blanco de los ojos de Joaquín-. Mi hermano iba en una motillo que tenia, a la huerta que tiene cerca donde ha vivido casi toda su vida, en Valladolid.

 

German, hijo de Amparo y de Magín, trabajó gran parte de su vida en la Factoría Renault de Valladolid. Casado y padre de cuatro hijos, dos de ellos siguen el ejemplo paterno y trabajan en la gran factoría automovilística, los otros dos, uno vive en Zamora y otro es un conocido cocinero en un restaurante de máxima categoría en Lisboa (Portugal).

 

La maldita curiosidad se llevó por delante la prudencia, después de un par de horas con Joaquín y la vena periodística no se resistió en hacerle una ultima pregunta.

 

-       ¿Joaquín, y después de su truncada historia de amor, no volvió a encontrar a alguna mujer de quien enamorarse? – terminó por preguntar Víctor Herranz-

 

 

-       ¡si hombre, si hasta me casé y todo!

 

Joaquín, sirviendo un ultimo “culin” de aquel vino tinto que parecía haber sido vendimiado con lija en las manos, termino por contar su corta historia de amor.

 

En la comarca, los solterones se amontonaban a medida que pasaba el tiempo, no había fácil colocación para tanto hombre solitario y los emparejamientos se iban haciendo más y más extraños a medida que pasaba el tiempo

La necesidad ilumino a la imaginación y la idea de hacer un llamamiento a las solteras del mundo para que se dieran a conocer y viajaran hasta el paraíso palentino, tuvo un cierto éxito y consiguió dar un empujoncito a un censo de habitantes en caída libre desde hacia tiempo.

 

-       Mauri, fue una buena mujer, no muy trabajadora, pero muy cariñosa, pero lo que no podía era con el frio, o eso me dijo a mí y después de cinco años de relación y uno de matrimonio me pidió el divorcio y una pequeña pensión.

 

Mauri era costarricense, de tierras calientes y la foto que les enseña orgulloso Joaquín, muestra a una mujer de mediana edad y con un rostro agradable, donde destacaba una sonrisa favorecedora.

 

Tanto a Sacha Ortiz, como a Víctor Herranz, les costó decir adiós, a aquel hombre sencillo y solitario.

 

El ADN y el testigo

 

 

El ADN, ha llegado para resolver muchos casos que sin su científica y exacta aportación dejarían muchos delitos sin poder señalar al culpable.

 

La coincidencia del ADN de los dos empleados de la Factoría Renault, presuntos nietos de Magín Salcedo, con los restos hallados en la cripta de “Los Nibelungos”, en concreto los que presentaba una fractura craneal y la rotura por aplastamiento de ambas tibias, confirmaba la relación directa, sin ninguna duda posible.

 

Los quintos restos hallados en la Cripta correspondían a Magín Salcedo.

 

No fue fácil convencer al coronel Carlos Pintado, para que autorizara la realización de un ultimo interrogatorio a Florencio Lomichar, con todas la garantías posibles, en presencia de su abogado y en su propio domicilio, pero era evidente para todos, que el expediente de la Cripta de “Los Nibelungos”, no podía cerrarse con el importante hallazgo al identificar los restos de Magín Salcedo, quien no tenia ninguna relación con las actividades que se realizaron en la finca durante las décadas posteriores a la guerra civil española.

 

Cuando la notica del inminente interrogatorio llega. A su abuelo Celia Lomincha le pide a Víctor Herranz verse de manera urgente.

 

El pequeño restaurante de carretera es el escenario, con pinta de neutral, acordado del encuentro, inesperado para Víctor, que ya había descontado de su vida y agenda cualquier posible relación con Celia y menos cuando ella puede, y seguro que lo ha hecho, deducir con facilidad la intervención de Víctor en el sorpréndete desenlace del ultimo “enigma” de la cripta. 

 

Celia Lominchar, esta demacrada, hace ver por sus gestos y miradas una situación de nerviosismo y estrés que pone en alerta a Víctor, quien introduce, por pura necesidad de amortiguar la situación, una conversación banal y donde hace gala de su inagotable capacidad de reírse de si mismo.

 

-       Víctor, te he de confesar que me he vuelto a releer tus dos libros con la historia de Navahonda, después de conocer la identificación de esa persona, Magín ¿no?, que era un trabajador muy cercano a mi abuelo.

 

-       No creo que sea necesario que te mortifiques en soledad, Celia.

 

-       No me mortifico, pero como me dijo alguien no hace mucho, la policía y los historiadores tenemos la necesidad y la obligación de conocer la verdad y de exponerla. Al releer tus libros de nuevo, con una visión digamos actualizada y con las cosas que he hablado contigo y las que se han sabido luego, he sacado unas conclusiones muy diferentes a mi primera vez. 

 

-       Además, -prosigue Celia- el comportamiento de mi abuelo desde que todo esto ha aparecido ha sido lamentable y esclarecedor para mi e insoportable para todos. Mi padre vino el domingo a verlo, y no llegó a la comida, se fue dando un portazo y hoy se ha despedido, sin poder convencerla con nada, ni con una sustancial subida de sueldo, Raimunda, así que estoy sola con él.

 

-       Lo siento Celia.

 

-       Veras Víctor, creo que se cual es el camino hacia la verdad y donde nos va a llevar a todos. También creo saber que el final de esta historia no me va a gustar, es más, es probable que me asuste y desagrade, pero bajo ningún concepto voy a dejar solo a mi abuelo. 

 

Celia respira con cierta dificultad, - la ansiedad, piensa Víctor -

 

-       Yo me creé hace mucho tiempo una obligación para con mi abuelo, no te sabría explicar porque, pero es un hecho incuestionable del que ahora hay momentos en los que me arrepiento, luego al rato, me arrepiento de haber tenido estas dudas. Está solo, muy solo, sus hijos lo han rehuido siempre y más desde que desaparece mi abuela. Dicho esto, también te digo que no voy a defender lo indefendible, por eso quería oír de tus labios lo que sabes en realidad de toda esta historia, o al menos lo que tu creas que me puedas contar.

 

Víctor Herrnaz, estira su brazo que cruza lentamente la pequeña circunferencia donde mantel, platos, vasos y cubiertos, son testigos de su suave y cariñosa caricia cuando posa su mano sobre a las de Celia que reposan unidas encima de la pequeña mesa.

 

-       Celia, como me imagino intuyes, estoy escribiendo un libro y en estos momentos sería por mi parte una temeridad desmenuzar lo que me agolpa y atormenta y aun no he sido capaz de trasladar al papel. Pero me atrevería, si me permites, a decirte algo que te puede dar una pista definitiva; mi consejo es que no estés presente en el interrogatorio que la teniente Sacha Ortiz le va a hacer a tu abuelo, por favor, ahórratelo.

 

-       Yo no descartaría Víctor, que mi abuelo se niegue a declarar.

 

-       Es posible Celia, aunque supongo que la teniente no se lo va a poner fácil, pero en cualquier caso, eso no evitaría conocer lo que ya se conoce y es, repugnante y si no fuera así, Celia tu no estarías aquí conmigo, porque no me creo que mi belleza y mi atractiva personalidad hayan sido el único revulsivo para disfrutar con tu presencia – dice con una bromista sonrisa Víctor Herranz-

 

 

Esa misma tarde, ha prestado declaración como testigo Felipe “el canchano”, quien ha ratificado que: Magín Salcedo desaparece el domingo de resurrección del año 1973, después de sufrir un accidente y que Florencio Lominchar le asegura a él y a su hermano, así como a otros obreros de la empresa (y entrega varios nombres en una lista), que Magín Salcedo se recupera favorablemente en el Hospital de la Princesa de Madrid.

 

Al día siguiente, Celia desayuna en la amplia cocina, su abuelo esta sentado a su lado en la mesa del office , casi no prueba bocado y tan solo unos pequeños sorbos al café con leche que le ha servido son su único alimento, A penas falta una hora para que en presencia de su abogada, se someta al interrogatorio de la teniente Sacha Ortiz.

 

-       Supongo que me acompañaras- sorprende la seca voz de Florencio Lominchar a su nieta-.

 

-       No abuelo, creo que esta vez yo no puedo acompañarte en unas explicaciones que debes dar de una época y hecho de cuando yo era una niña que adoraba a su abuelo, y que lo veía como una especie de ser poderoso y maravilloso. 

 

-       Dime una cosa Celia, ¿tu te acuerdas de mi padre, tu bisabuelo?

 

-       Muy poco, le vi en contadas ocasiones y jamás recibí de él una sola caricia y eso que fui la única biznieta que conoció ¿Por qué me lo preguntas?

 

-       No lo sé, quizás porque hoy le estoy echando mucho de menos, y me gustaría que estuviera aquí conmigo, estoy seguro que seria el único que sabría que decirme.

 

 

La ultima declaración de Florencio Lominchar (propia y en nombre de su padre)

 

Florencio Lominchar y su abogada, Casilda Fanat, miran con curiosidad a través del gran ventanal del salón. Desde allí han presenciado la llegada de un coche de gran tamaño acompañado de un coche oficial de la Guardia Civil, pero han pasado ya más de diez minutos de ese momento y el video-portero no ha sonado.

 

Sacha Ortiz, ha aparcado en la misma puerta de la casa de Florencio Lominchar, ahora solo le queda esperar el ultimo de los cuatro mensajes que estaba esperando. Los cuatro anteriores, pertenecen a teléfonos de compañeros y subordinados suyos y los cuatro textos coincidían en su totalidad, la brevedad de las dos silabas eran las esperadas por Sacha Ortiz.

 

“Pi-Pi”, el último mensaje se recibe a las 10.49 horas, la hora tope se había establecido a las 11.00, y también este ultimo SMS coincidía en el texto con los anteriores: “OK”.

 

Sacha decide consumir los diez minutos para llamar al timbre de la casa de Florencio Lominchar, llamando a su novio, que debe estar a punto de tomar un avión, para viajar desde New York a Paris, donde si todo va bien, se van a encontrar mañana sábado.

 

-       Buenos días teniente, -dice Celia, la nieta de Florencio Lominchar, quien abre la puerta y la invita a entrar-

 

-       Buenos días, Celia. Me acompaña el cabo Escribano, que me va ayudar con la grabación. ¿va estar usted presente?

 

-       No, prefiero no estar presente, y si no le importa pensaba marcharme ahora y volverá medio día.

 

Ya en el salón, los cuatro están sentados en la mesa principal, antes de comenzar el interrogatorio oficial grabado, Sacha Ortiz observa la tarjeta de visita que le ha entregado la abogada de Florencio Lominchar y su inagotable curiosidad cede una vez más ante la conveniencia.

 

-       Abogada, lo pregunto por el apellido, ¿tiene usted relación de parentesco con el conde de Yeltes, del que tanto ha dado que hablar en esta historia?

 

Después de unos segundos, la dura mirada de la abogada, una mujer de rasgos duros y gesto altivo, se relaja mínimamente y en un vano intento de endulzar su gesto contesta; soy biznieta de José Fanat, segundo conde de Yeltes, si. Y añade:

 

-       Supongo que usted trata de ponerme nerviosa mencionando a un antepasado del que estoy muy orgullosa, pero le aseguro que no lo ha conseguido.

 

-       Ni lo pretendía, ni lo dudo, abogada.

 

La grabadora se pone en marcha, se hacen las observaciones y advertencias iniciales y antes que Sacha pudiera iniciar el interrogatorio, la abogada (Casilda Fanat), dice que su cliente se acoge a su derecho de no declarar, por lo que por su parte da por finalizado el interrogatorio.

 

Esa es la jugada que había esperado desde el último día que salio de esta casa Sacha Ortiz.

 

-       Me parece muy bien, esta en su derecho y yo ejerceré el mío, que es preguntar sin descanso y hacerles algunas precisiones que seguro que a usted y a su cliente le van interesas mucho, supongo.

 

Abogada y cliente se miran extrañados, ¿que demonios quiere aquella mujer?, son hechos prescritos, han pasado muchos años, la gente se ha ido muriendo y el mundo ya ni se acuerdo que existió una casa bávara, refugio de nazis, a las puertas de Madrid.

 

-       Mientras no nos haga perder el tiempo – dice con su rostro más pétreo Casilda Fanat-

 

-       Estoy seguro que no será así,- responde Sacha Ortiz-

 

Pero lo cierto que Sacha Ortiz, juega a impacientar a sus nulos interlocutores, vuelve a insistir en la cripta, en las cosas que pudieron haber pasado allí, hace algunas preguntas que sabe no van a tener respuesta alguna y observa como las cejas de la cara-mural de la abogada empiezan un proceso de acercamiento que denotan un creciente cabreo, más evidente, en Florencio Lominchar que resopla de vez en cuando y en varias ocasiones se pasa la mano derecha por la cara.

 

-       Teniente, no tenemos todo el día, ya le he dicho que mi cl……

 

Y es interrumpida por una pregunta que resuena como un seco disparo 

 

-       ¿Conoció usted a Magín Salcedo?

 

Los ojos del anciano lo han delatado sin lugar a dudas, ese golpe le ha dolido, inesperado y en al hígado, K.O, abre la boca, pero la abogada le coge el brazo, - un momento, dice-

 

-       De que va esto teniente, ¿Quién es Magín Salcedo? Y ¿que tien que ver con mi cliente?

 

Sacha Ortiz, espera unos largos segundos, es hora de causar desgaste y más impaciencia en las fuerzas del mal, se dice.

 

-       Magín Salcedo era un empleado de Construcciones y Promociones Lominchar, S.L, que sufrió un accidente cuando trabajaba a toda prisa, tratando de enterrar el yacimiento arqueológico que la tubería de Canal de Isabel II nos ha dado a conocer. Hasta ahora solo la conocía su descubridor, es decir, su cliente, señora abogada.  Su cliente, con la ayuda de este hombre, tapó apresuradamente un domingo de resurrección de hace muchos años, para que nadie le impidiera seguir la construcción de la urbanización de donde nos encontramos.

 

-       ¿Ahora se dedica la guardia civil ha perseguir presuntos delitos contra el patrimonio histórico, sin prueba alguna, después de tantos años?, ¡no me haga reír teniente, por favor!

 

-       Pues si también nos dedicamos a eso, y somos muy buenos, no se crea. Pero en este caso, estamos aquí para que su cliente nos diga que paso con Magín Salcedo, mejor dicho, que hizo con él, aquel fatídico día de abril. 

 

-       Mi cliente no sabe nada de eso, -contesta la abogada-

 

Pero el viejo Florencio Lominchar, sonríe irónicamente y no puede sujetarse, lo que esperaba la teniente que sucediera, y salta al ruedo como un espontaneo con una camisa rota para enfrentarse a un miura.

 

-       A aquel hombre, yo le llevé al hospital, estaba haciendo un trabajo que yo no había visto, yo no sabia nada de esas piedras que hay ahí, cuando se recuperó de la rotura de la pierna, se fue a su pueblo, y no ha vuelto más, señora, así que desconecte ese cacharro y váyanse de aquí de una puta vez – voz en grito y  puño amenazante –

 

-       Estuvo ingresado en el Hospital de la Princesa, en Madrid, ¿verdad? – pregunta Sacha Ortiz, mientras busca unos documentos en su portafolio-

 

-       No contestes Florencio, dice rápidamente la abogada.

 

Pero Florencio esta desatado, la ira lo envuelve y confirma que allí estuvo y que fue él, quien se ocupo de su trabajador.

 

Lentamente, Sacha Ortiz, pone delante de la abogada y de Florencio Lominchar dos documentos.

 

En el primero la policía científica, detalla la aparición de un cuerpo identificado, dentro de la cripta de la finca “Los Nibelungos”, por prueba de ADN con el nombre de Magín Salcedo, que presenta una doble rotura de tibias y un golpe en la base del cráneo que es la causa de su fallecimiento. El segundo documento, es la prueba científica realizada a dos de los nietos biológicos (hijos de su hijo) de Magín Salcedo.

 

El silencio es tan espeso que casi produce ahogo. La abogada Casilda Fanat, esta contrariada y su rostro refleja una estupefacción evidente, mira a Florencio Lominchar que parecde observar a la nada  muy fijamente, de repente, fija sus ojos en la teniente y le espeta con una cara marcada por un  odio infinito, que casi intimida a Sacha Oriz.

 

-       Esto es montaje y una patraña que ha montado usted, ¡zorra!

 

-       No Florencio, ¡cállese de una vez!, - le reclama la abogada -, por favor teniente denos unos minutos, necesito hablar con mi cliente a solas.

 

Los minutos llegan a la media hora, los murmullos en la lejanía son imperceptibles, salvo alguna palabra malsonante.

 

-       Mi cliente, teniente, no va a declarar nada más y quiere pedirle disculpas por el insulto que involuntariamente ha cometido, eso es todo.

 

-       Muy bien, debo informarle que hemos recopilado el testimonio de cinco testigos que trabajaban en esa época en la empresa de su cliente y en esta obra, que afirman que su cliente les manifestó que Magín Salcedo, estaba en el hospital de La Princesa de Madrid, recuperándose de una presunta rotura de una pierna, hospital al que nunca llegó y como se dice ahora, ni se le espera. Porque su cliente, letrada, con ayuda de otro, que supongo sería su ya anciano padre, enterró en el catafalco de la cripta el cadáver de este hombre, que debió fallecer por accidente con la maquina excavadora, lo selló con yeso y para disimular pintaron una cruz gamada.

 

-       Eso son conjeturas – dice la letrada-

 

-       No lo creo, pero si usted se empeña en la táctica de callar, podemos examinar algún resto en el catafalco buscando el ADN de su cliente, a quien el juez, no le va a quedar más remedio que imponérselo por mandamiento judicial, en fin, esto lo podemos hacer fácil o difícil, pero lo vamos a hacer.

 

-       Y usted que quiere entonces, teniente – pregunta la abogada-

 

-       Yo la verdad, sabiendo que estos hechos han prescrito, pero quiero que sea un juez quien lo diga y no usted, así que su cliente declare la verdad, yo cierro mi expediente, el fiscal lo calificara como proceda y se extinguirá en el olvido de los tiempo, pero no en la conciencia de la gente, ni de quien ha cometido estos delitos, al menos, eso espero.

 

-       ¿Florencio?, dice la abogada que ha comprendido que la historia llega a su fin.

 

La declaración de Floren cio Lominchar, dura casi cinco horas.

 

Florencio no se limita a declarar el accidente y muerte de Magín Salcedo, a quien se lo encontró muerto cuando fue a revisar como iba el trabajo y el pánico le condujo a avisar a su padre y entre los dos lo llevaron a la finca, sino que explica con toda naturalidad los crímenes que había cometido su padre.

 

-       Mi padre, con la ayuda de su primo Gervasio ¡, mató a quien usted ha llamado Tuvia Friedman, nosotros la conocimos como “la inglesa”. También mató a Miguelito, crimen que sentí porque aquel muchacho no se lo merecía, pese a no haber sido leal, ni fiel a sus amos y a quienes le habían salvado del hambre. Pretendió pasar la información a los rojos comunistas y eso fue lo que lo jodió todo.

 

-       ¿Estos dos crímenes, se los confesó su padre?

 

-       Así es, y también me dijo que la orden de ejecutarlos le vino dada del con de Yeltes, lo siento Casilda, pero es así, lo juro por dios, y supongo que no te extrañara.

 

-       ¡Y tu que sabes lo que a mi me extraña o no! – contesta enérgicamente la abogaa-

 

-       ¿Quién mato a Benjamín Ference, el falso ingeniero francés?, - pregunta Sacha Ortiz-

 

-       De eso se encargo el moro, el lo pillo entrando en la finca, avisó a mi padre que no estaba en casa y yo tuve que ir a buscarlo a la casa de putas donde era asiduo varias noches a la semana y sin levantarse de la cama, me dijo que el moro lo arreglara y así fue.

 

-       ¡que barbaridad! – dice sin poder contenerse la abogada Casilda Fanat-

 

-       ¿Estuvo usted presente cuando el moro lo mato (Muley el-Abbás)? – pregunta Sacha Ortiz.

 

-       No, me quede fuera, en la superficie, pero lo escuche perfectamente.

 

-       Supongo que el cuarto cadáver, era precisamente el de este individuo Muley el-Abbás

 

-       Si, este hombre murió de cáncer en la finca y no tenia documentación en regla, era un hombre fuera de ley, por un crimen que cometió acabada la guerra.

 

-       Lo se. 

 

Aquella desgarradora confesión, lo fue para todo el mundo, excepto para el declarante y especialmente dura y demoduladora para su nieta, quien cuando vuelve a casa, escucha la parte mas descarnada de la declaración de su abuelo desde el pasillo que conduce al salón.

 

Celia Lominchar, aturdida, desmadejada por las terribles palabras que escucha a su abuelo, y por la frialdad descorazonadora de su voz, sale tambaleándose de la casa, y antes de abrir su automóvil, vomita lo poco que su estomago contiene en la acera.

 

Su cabeza estalla entre dudas y culpabilidades, entre el amargor de una vida engañada, la imagen de su abuelo ha saltado en mil pedazos, imposibles de recomponer.

 

Sin saber como, su automóvil se detiene en un entrante que existe en la carretera entre Navahonda y Quesadillas, desde hace tiempo.

 

Celia Lominchar rompe a llorar, varios iconos de su vida han quedado inservibles, la verdad amarga y descarnada se los ha llevado por delante, el huracán del pasado ha vuelto con una furia que ella desconocía por completo. 

 

Celia siente una fría soledad, allí sentada, sin saber muy bien porque, le crece una angustia que le aprieta el alma sin que apenas pueda respirar.

 

Las lagrimas, silenciosas corren por sus mejillas, en la puerta de la finca “los Berrocales” y y allí permanece algunas horas.

 

La “venganza” de Miguelito

 

 

Dolores, la hermana de Miguel Robledo Campano (Miguelito), cuyos restos fueron identificados mediante la prueba de ADN, como uno de los cinco cuerpos enterrados en el catafalco central de la cripta, tenia el deseo de enterrar a su hermano en Navahonda, y que compartiera tumba y descanso junto a sus padres.

 

A iniciativa de algunos vecinos, entre ellos Ignacio el dueño del bar “la Plaza”, además del acto litúrgico, un solemne funeral oficiado por el obispo de la diócesis, en la iglesia del pueblo, quisieron rendir un homenaje especial a todos aquellos que sufrieron en aquella triste y desoladora postguerra las iras de los hijos de la dictadura y en especial los que pagaron con  la muerte por asesinato y fueron vergonzosamente escondidos en  la ya famosa cripta de “Los Nibelungos”.

 

El acontecimiento tuvo una singular repercusión en diferentes medios de comunicación, no en todos, y para ser exactos, ninguna en un periódico de tirada nacional donde la familia Fanat, el actual conde Yeltes y sus hijos, son principales accionistas. 

 

Como un ciclón de la vergüenza, abrió tertulias y reportajes, la historia de la casa pasó en volandas por encima de otras noticias actuales y las imágenes de los nichos con los nombres extranjeros y las esvásticas hicieron sentir un terrible escalofrío en el confort, engañoso, de una democracia demasiado formal y complaciente.

 

La historia de Miguelito y de los dos buscadores de nazis (Tuvia y Benjamín), también asesinados, fue objeto de algún debate interesante y abrió de par en par recuerdos, sospechas y otros casos de similares características afloraron en una especie de primavera de la verdad y el recuerdo. Todo ello sirvió para rememorar y poner de manifiesto, el verdadero infierno de aquellos años, que los verdugos sarcásticamente se atrevieron a llamar “de paz”.

 

El Ayuntamiento de Navahonda, señaló acertadamente a Miguel Robledo Campano, como hijo predilecto de la villa y sustituyó el nombre de la calle, en realidad es un callejón, donde vivió la familia de Miguelito casi toda su vida, como Calle de Miguel Robledo.

 

Víctor Herranz, había publicado tan solo unos días antes su libro:

 

La mansión nazi

 

 

 

 

Uno de los primeros lectores del libro de Víctor Herranz, fue el coronel de la Guardia Civil y jefe de la U.C.O, Carlos Pintado y una vez finalizada su lectura tuvo claro que aquella historia tenía componentes que solo su equipo de investigación sabía y conocía.

 

-       Teniente, me tendrá que explicar de manera muy convincente, como se ha producido el milagro de la traslación de pruebas e interrogatorios, desde mi unidad al libro que ha escrito ese amigo suyo, y que por cierto me ha gustado mucho, dígaselo de mi parte.

-       - Mi coronel, como usted sabe, hay una parte de la investigación que yo la he realizado por mi cuenta, no logré contar con su apoyo, ¿lo recuerda, no? Y …..

 

-       Teniente, querida Sacha, no te pases de lista conmigo, -interrumpió como una clara muestra de su enfado-.

 

-       Como le decía, mi coronel, estimado Carlos, el autor del libro mantiene, digamos una especial relación con una nieta de Florencio Lomincha, Celia, quien estoy segura le ha aportado la información y lo que se dijo en el interrogatorio en la casa de su abuelo y que pretendió evitar, pero al final ella lo escuchó.

 

-       Brillante, como siempre, teniente, es usted una escurridiza anguila, pero cuidado, que las anguilas se pescan y hasta se comen. Le prevengo y procure, convencerme mejor la próxima vez para que no tenga que obrar por su cuenta en días de permiso.

 

En la residencia de la tercera edad de Sevilla la Nueva, “Los Olivos”, rumia sus días Florencio Lomichar, raras veces sale de su habitación, donde pasa el día mirando una televisión encendida a la que casi nunca le presta atención en realidad.

 

Solo las esporádicas visitas de su nieta, le sacan de aquella penumbra que envuelve su vida y de los llamamientos que su memoria se ha empeñado, ahora, casi al final de sus días, en hacerle revivir lo que siempre ha querido olvidar.

 

Muchas veces, cierra los ojos y aun ve el pujante sol entrar a raudales por los altos ventanales de la nave-cuadra de “Los Nibelungos”, el olor a caballo, cueros, pienso y estiércol lo envuelve todo. Aquel caballo tordo sudoroso, sin desensillar, del que acaba de desmontar Miguelito, el movimiento incesante de aquella cola negra bien trenzada, sus ojos que miran a los tres hombres enfrentados que tiene delante, en alerta, algo teme aquel esplendido macho cuyo nombre no viene al caso.

 

Y entonces oye la discusión, ve el reflejo de la ira y el odio en el blanquecino rostro, sudoroso, sin afeitar de su padre, sus manos señalan al joven, su boca desentona palabras, insultos, agravios, reproches y la discusión, sube de tono.

 

-       ¡¡Te tendría que matar como un perro sarnoso!!

 

-       Ya ha matado usted de sobra, ¡asesino!

 

Y el puñetazo se estrella en el rostro del joven, pero no logra moverlo, solo los ojos delatan sorpresa que cambia en un instante preciso a un tono de furia, a venganza, un paso adelante y se abalanza sobre el viejo, sus manos se agarran al cuello de aquel hombre, que abre la boca, sorprendido, nunca lo pudo imaginar y con el miedo asomando en sus pupilas, desvía la mirada hacia la tercera persona, que lo ve todo y que paralizado no entiende lo que ve.

 

La mirada pide socorro, pide ayuda, el rostro del hombre viejo se enrojece y brilla de un sudor que se adivina frio, mientras que el joven cegado por la justicia de tanto dolor aprieta de firme, sin contemplaciones y despreciando a la tercera sombra, que se alarga hasta casi la entrada al guarnicionero.

 

En la puerta esta apoyada la pala, la pala con la que el joven ha limpiado los excrementos, mezclados con la paja, de los animales durante muchos años, una pala grande, recia de mango de fresno cortado en uno de los tallares jóvenes de la finca, casi irrompible.

 

El viejo se derrumba y el joven se echa encima sin soltar aquel cuello que milagrosamente resiste.

 

Los ojos del viejo son un relato de horror y próxima muerte.

 

La pala estalla con toda la fuerza de un hombre recio que la ha tomado con sus dos manos y descarga un golpe mortal, inexorable, definitivo.

 

Solo el jadeo del hombre mayor, liberado, jadeante, caído y vencido y el replique del caballo que levanta su mano derecha y estrella su herradura una y otra vez contra la losa ennegrecida por el tiempo, quedan en el recuerdo del hombre vencido que sentado en su habitación ni oye, ni ve, el tropel de publicidad y músicas chillonas que aparecen encadenados en la pantalla del televisor.

 

-        F I N  -











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