La necesaria tarea de seguir poblando este lado del mundo de seres humanos se ha tomado un receso que ya empieza a durar demasiado. Aunque sea, con la trágica bipolaridad del homo sapiens ibérico o de york, da igual, que ha degenerado en una caterva de mamíferos, capaces de inventar cosas como la inteligencia artificial o de curar lo incurable, pero también de envenenar su propio hogar (el planeta) y precipitarlo caminito de lo peor o de aclamar a Trump.
Las mascotas, incluidos los pequeños cerdos vietnamitas o la boa gigante y no digamos perros y gatos, han pasado de ser animales de “compañía”, aliviadores de soledades y vidas insulsas y mohínas a ser un miembro más de la familia y poco nos falta para que no tengan derechos políticos.
Estas nuevas realidades sociales, dicho en términos generales y sin querer dar lecciones a nadie, ni ofender, son un “engañaboas”, un cambalache sentimental de los timoratos y débiles que prefieren una vida más perfilada en si mismos y una ausencia de compromiso con los puñeteros genes de nuestra especie.
Por supuesto que se las debe querer, a las mascotas digo, que sin proponérselo, tienen la extraña e incomprensible capacidad de sacarle partido y apaciguar la sin razón a muchos de nuestros congéneres, que andan escasos de casi todo y tienen el mismo cerebro y sensibilidad que una bellota recién caída.
En estos tiempos de meta verso y populismo, empachados hasta decir basta de tanto “influencer” y de perreos bastorros, regar y abonar la esperanza humana trayendo un bebe a este nuestro valle de lagrimas y mediocres, es un acto encomiable que, en determinados casos, y no solo hablo en términos de renta, es un acto casi heroico.
Y no digamos, venirse arriba y buscar la parejita. Eso debería dar derecho a formar parte de la Capilla Sixtina.
De no remediarse, además de la España vaciada, tendremos las cunas aburridas y con telarañas y las matronas cruzadas de brazos a bostezo limpio. Los “peores” públicos (clase política), el estado, en suma, con nuestros impuestos, deberían habilitar a quien corresponda para realizar un plan serio y real de repoblación y futuro y no meras ayudas y unas cuantas semanas de desahogo, para que, al menos los iberos y sus vecinos, sigamos haciendo algo que ya estaba de moda desde Viriato, procrear.
Nada es equiparable a tener un hijo, asumir esa responsabilidad nos ahorma como personas como ninguna otra cosa o circunstancia y nos devuelve a una senda que la juventud y el sin parar de la vida moderna ha desquiciado casi por completo, la cordura, excepto unos cuantos millones de incorregibles, claro.
Hagamos un país para los niños, es lo más saludable por todo lo que engloba y significa.
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