CERTIFICADO DE BUENA CONDUCTA
Mi madre, siempre tan juiciosa, me lo advirtió:
- A esta hora Máximo no estará en su casa.
Pero mis prisas y yo, no estábamos dispuestos a gastar mi poca paciencia siempre en la reserva, y eso que aquella tarde de sábado del invierno de 1973, aun los inviernos eran solo inviernos, había quedado propicio para el callejeo de algún perro o meteprisas como yo.
Máximo Ventura, era el juez de paz del pueblo. A Máximo casi todo el mundo lo llamaba “clavelito”, al parecer de pequeño escuchó en algún sitio la famosa canción que las tunas de otras épocas exprimieron hasta el hartazgo y el mocete Máximo la canturreaba a todas horas. Luego, ya casado, alguien le empezó a llamar “duri” y el apodo cogió fuerza, hasta hoy. Lo de “duri” salió de una extraña y morbosa conversación que tuvo lugar en la concurrida carnicería-pollería de Apolinar y Maruchi, cuando una de las amantes de Máximo y clienta, dijo:
- Yo se de buena tinta, que Máximo en la cama, es de los que duran y dan gusto un buen rato.
A lo que Victoriana, la mujer de Máximo, allí de cuerpo presente, con su hablar pausado y cansino, respondió:
- No te creas, no es para tanto.- mirando a la concubina eventual con cachazuda sorna-
Esa amante de “el duri”, se llama Paquita, pero en el pueblo, a raíz de su noche de bodas, se le endosó un nuevo apellido con mucha sorna y mala leche, “Rico”. Una de las costumbres, que hoy casi serian delito, que la chavalería del pueblo realizaba en todos los casos, era “espiar” en la noche de bodas a las parejas recién casadas. Cuando Cirilo, el marido de Paquita, y nuestra Paquita, desbravaron su amor y pasión, por el callejón donde daba el ventanuco de su habitación, se puedo escuchar nítida y repetidamente a la mujer gritar: ¡que rico!”, ¡que rico!.
Y así fue siempre el gemir de Paquita, incluidos los treinta y tantos meses que pasó su marido Cirilo, fuera de casa, en una fabrica de bombillas y lámparas en Lucerna (Suiza).
Cuando llegué a la casa de Máximo (clavelito - el duri), al día le quedaba poco para oscurecerse y el viento y la ventisca arreciaban a propósito. Como mi madre me había dicho, el juez de paz no estaba y su mujer me dijo que no tardaría en llegar, después cerró la puerta, asi que opté por esperarle refugiado en un pequeño cobertizo que tenia donde guardaba trastos viejos, más que nada para no morir de frio.
Si alguien se pregunta donde estaba Máximo una tarde de sábado, tan poco cariñosa como aquella, la respuesta es muy fácil; trabajando; como los 364 días del resto del año. Máximo se hizo constructor, en aquellos años, florecerían las urbanizaciónes y los chalets, que los pretendientes a burgueses de Madrid, pagaban a base de pluriempleos y apreturas. Tanta demanda hubo, que desaprensivos, depredadores de lo ajeno y gentes de pocas luces, convirtieron el boom, en una salva, donde las urbanizaciones a medio terminar y las estafas empezaron a ser moneda corriente.
Máximo, además de lo suyo en la cama, siempre fue un tipo rápido y listo, y vio el negocio de otra manera. El le decía al futuro propietario que fuera este quien comprase los materiales de construcción y sería él y su cuadrilla los que levantarían a plena satisfacción el chalecito. Ajustada la obra, la única forma de ganar mucho dinero, era hacerla muy deprisa y aplicar, lo que podríamos denominar “el diezmo del duri”. Que no es otra cosa, que, digamos un diez por ciento de los materiales que el dueño había comprado para la obra, jamás llegarían a formar parte de la misma.
Cuando casi ni se veía, una sombra encogida caminaba contra el ventisquero que aullaba como un lobo hambriento, supe de inmediato que era el famoso juez de paz, Maximo al que no le dio tiempo a cerrar la puerta cuando yo me situe a su espalda y dije; Buenas tardes.
- Coño José Carlos, ¿Dónde vas con la noche que se ha puesto?
- Vengo a para pedirle el certificado de buena conducta que necesito para que me hagan el carnet de identidad.
- Pero si eres un crio, ¿para que necesitas el carnet ?
- Para la matricula del bachillerato a distancia.
Debo hacer un inciso, porque aquel tramite supuso en mi vida que mi nombre hasta ese momento, tal y como me llamó “el duri” y asi constaba en el libro de familia, de pastas azules, que guardaba celosamente mi padre, cambió y por cojones de un funcionario del Resgistro Civil, deje de llamarme como me habia llamado siempre; José Carlos.
Mi padre enterado y ofendido, fue al Registro a reclamar, ¿Cómo era posible que a su hijo le hubieran inscrito con un nombre diferente al que mi madre y él habían elegido?
El funcionario bajito y con bigote, se le quedó mirando y con cara de mala leche le dijo a mi padre:
- ¿Va dudar del registro del Estado, Ósea que viene usted a pleitear contra Franco?
Mi padre se acojonó, hay que decirlo como fue y partió peras con aquel taimado funcionario. Rasparon con una cuchilla de afeitar, la pagina del libro de familia donde aparece mi nombre y sustituyeron el José, por el Juan, hasta la fecha.
Pero volvamos a la casa de Máximo, el juez de paz. Allí estaba yo de pie en la cocina, mientras Máximo rellenaba un certificado pre-impreso cuya cabecera decia a las claras “Certificado de Buena Conducta”, y los allí presentes pegamos un involuntario respingo cuando alguien aporreaba la puerta. Ese alguien la maltrataba, a la puerta, sin miramiento alguno.
Ese alguien era Manolo “bus bunny”, un chaval de mi edad que venia al juez de paz en busca de lo mismo que yo. A Manolo le pusieron de mote “bus bunny” porque, con muy mala baba, muchos decían que había un gran parecido entre él y la caricatura de dibujos animados. Mentira y siempre he pensado que aquello no le hizo ningún favor.
Máximo, se le queda mirando a Manolo cuando este le dice que necesita el dichoso certificado y empieza a reírse.
- Coño Manolo ¿como te voy a dar a ti un certificado de buena conducta?, ¡no me jodas hombre! – la risa contagió a su mujer, mientras Manolo y yo, nos mirábamos sin saber muy bien que hacer, por lo menos yo.
Manolo, ya había comenzado, a esa temprana edad, a considerar lo ajeno como propio y la propiedad privada como un mal que había que extirpar mediante invasiones cortas y fructíferas. Lamentablemente la vida de Manolo, fue un sinvivir en los infiernos. Después una enfermedad contagiosa que le llegó por sus maltrechas venas, un conocido maldito virus, le privó de su vejez con demasiada antelación.
Máximo, el juez de paz, si firmó el certificado de buena conducta a Manolo, no porque lo mereciera, sino porque le hizo gracia la respuesta de aquel pequeño y ocurrente chaval.
- Duri, todo lo tuyo pa’mi es sagraó.
No se si a Francina Armengol y a su gobierno, algo así de gracioso le debió decir Koldo y su banda. Seguro que, por eso, le firmó un certificado de todo estupendo, gracias, a los mismos Koldotrapas a quienes debía reclamar unos cuantos millones de euros y quienes le habían empantanado los pasillos, llenándoselo de cajas de mascarillas inservibles.
Hay veces que el hedor de esta España nuestra es insoportable.
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