Theme Layout

[Leftsidebar]

Boxed or Wide or Framed

[Wide]

Theme Translation

Display Featured Slider

Featured Slider Styles

[Fullwidth]

Display Trending Posts

Display Instagram Footer

Dark or Light Style

Nadie está en su sitio



Da igual cuándo se lea este titular. Porque, por desgracia, siempre está vigente. Siempre hay alguien ocupando un lugar que no le corresponde, hablando en nombre de otros sin legitimidad, interfiriendo donde no debería o simplemente apartándose del espacio que debería defender. Y todo esto, lo admito, me resulta agotador. Agota ver cómo se utiliza cualquier causa noble como campo de batalla ideológica. Agota ver cómo el oportunismo contamina el debate. Agota ver cómo nadie, absolutamente nadie, parece estar donde debería estar. 

Por eso me duele especialmente lo que ha sucedido estos días con La Vuelta a España. Porque el ciclismo representa para mí algo distinto. Es el deporte que más admiro, no solo por su épica, sino por los valores que lo atraviesan: esfuerzo sin atajos, respeto al sacrificio del otro, cultura del compañerismo. Un deporte donde un equipo entero trabaja para que solo uno cruce primero la meta, donde los gregarios son esenciales, donde incluso el derrotado recibe aplausos si ha dado todo. En un tiempo en que casi todo se ha contaminado, el ciclismo había conseguido mantenerse como un espacio de honestidad y resistencia.

Por eso resulta tan doloroso verlo arrastrado a trincheras que no le corresponden. En un país donde un líder político se atreve a decir que no es genocidio si se avisa antes de bombardear y, al otro extremo, un presidente y su vicepresidenta justifican manifestaciones que ponen en riesgo físico a personas que nada tienen que ver con el conflicto, cuesta no pensar que todo está contaminado. Gaza es un drama humano insoportable, pero lo que hemos hecho aquí con ese drama tampoco es decente.

La dirección de La Vuelta se ha ceñido, como está obligada, al reglamento de la UCI, y no podía expulsar al equipo Israel-Premier Tech. Es así. Las normas no son opcionales, están para preservar la integridad del deporte. Las protestas eran legítimas y la causa, justa. Pero hay una diferencia entre desplegar un mar de banderas —imagen ya de por sí poderosa— y forzar la neutralización de una etapa. Entre señalar y sabotear. Entre manifestar y vulnerar un marco jurídico que nos obliga a todos, nos guste o no. No se puede invocar la legalidad solo cuando conviene ni pretender que el fin justifique cualquier medio.

Cabe preguntarse entonces: ¿qué se consigue realmente con paralizar una carrera? ¿Qué diferencia sustancial hay entre un acto simbólico que ya tenía visibilidad y una acción que añade riesgo y tensión sin cambiar el fondo? Si lo que se busca es impacto, ya estaba conseguido. Si lo que se pretende es justicia, no puede empezar desde la ilegalidad. El marco legal no es un traje de quita y pon. Y desbordarlo solo tendría sentido si tras el gesto hubiera una transformación real. No una victoria moral efímera.

Lo único que sí se ha logrado es dividir más a los españoles. Abrir otro frente en una sociedad que ya no soporta más fracturas. Unos se indignan con la protesta, otros con la presencia del equipo israelí, otros con la organización, otros con los ciclistas. Y nadie parece haber estado en su sitio. Ni los políticos, que no deberían justificar el sabotaje a un evento deportivo o posar para la foto antes de culpar al rival. Ni los medios, que han preferido cebar el escándalo sin matices. Ni quienes se dejan arrastrar sin pensamiento crítico hacia la enésima confrontación.

Si de verdad queremos hablar de responsabilidades, habrá que mirar más arriba. No a La Vuelta, que solo organiza una competición. Sino a la UCI, que permite que equipos financiados por regímenes autoritarios participen sin rubor. Hablamos de Israel, sí, pero también de Emiratos Árabes Unidos. ¿De verdad nadie cuestiona que el equipo más potente del pelotón y del actual campeón del mundo estén financiados por un Estado donde no se respetan derechos fundamentales, donde la mujer sigue apartada de la vida pública, donde la libertad de prensa y expresión son inexistentes?

Ese melón aún no se ha abierto. Porque abrirlo implica reconocer incoherencias que muchos prefieren ignorar. Y mientras tanto, seguimos discutiendo sobre una carrera, olvidando lo esencial: que los ciclistas entrenan cientos de horas al mes, que se juegan el físico en cada etapa, que sufren sin ruido, que compiten sin odio, que pierden sin excusas.

Su sitio, el de verdad, está muy lejos de las pancartas, los gritos y los análisis políticos. Su sitio está en la carretera. Y el nuestro, como sociedad, quizá debería estar un poco más cerca del respeto y más lejos del hartazgo. Porque si lo único que hemos conseguido es odiarnos un poco más, si lo único que queda es una nueva fractura, entonces no hemos avanzado. Hemos retrocedido. Y eso, se mire como se mire, no es justicia. Es derrota.

Muy de tu rollo

No hay comentarios

Publicar un comentario

Síguenos en @haspanius